Recuerdos en la Oscuridad

Sentada junto a la fría ventana Lucy observa como la lluvia perturba la soledad de la noche e inconscientemente deja que su alma escape de su frágil cuerpo, quedando suspendida entre la oscuridad del cuarto y trayéndole de regreso los recuerdos que tan afanosamente había querido mantener ocultos en los rincones de su corazón.

Lentamente va recordando las batallas vividas en el místico mundo de Céfiro, su cuerpo se vuelve a estremecer con las heridas pasadas mientras que de sus ojos vuelven a brotar las lágrimas que se encontraban ya secas. Estas escenas las presencia totalmente ausente de si, como si se encontrara en un sueño, y al recordar cómo eran maltratados sus débiles cuerpos por los terribles enemigos murmura suavemente los nombres de sus queridas amigas.

Rememorando esos cuerpos adolescentes una extraña sensación la empieza a recorrer desde sus finos pies hasta la punta de sus suaves labios. Avergonzada por este momento de debilidad, Lucy abre lentamente sus ojos color fuego cobijándose en el negro manto de su soledad, pero es demasiado tarde, la nostalgia la ha logrado capturar y envuelta en ese ambiente de melancolía distingue como una escena se va formando frente a sus tristes ojos:

Son los primeros días de su estancia en Céfiro, afuera es de noche y Lucy contempla por la ventana la conversación que sostiene Anaís con ese extraño chico de cabello verde. Marina, mientras tanto, se prepara para dormir por lo que despojándose de su uniforme azul se pone un fino camisón que apenas le cubre lo necesario para dejar apreciar sus largas piernas y el inicio de su joven pecho. Una vez vestida con su ropa de cama se acuesta en el lecho farfullando sobre que no deberían confiar en ese chico sin notar que en realidad su compañera no le presta atención alguna. Lucy sólo permanece observando a la pareja imaginando su conversación y sucumbiendo ante la idea de que en realidad hacen una estupenda pareja pues, por sus ademanes, es fácil darse cuenta de la profunda compatibilidad que comparten.

Sin pretenderlo, Lucy empieza a elucubrar sobre la relación del joven galante y su compañera. Sumergida en sus pensamientos ve cómo el muchacho toma entre sus brazos a su amiga y acercándose a su rostro le planta un suave beso en sus labios. Anaís asombrada por lo repentino de la acción únicamente atina a cerrar los ojos para disfrutar aún más del éxtasis del primer beso y abriendo sus labios deja que la lengua cálida penetre en el inmaculado santuario que su boca representa. Paris, que era el nombre del muchacho, percatándose de la vulnerabilidad actual de la chica decide pasar a la acción, así lentamente sus fuertes manos recorren el camino trazado de la cintura de la joven al firme trasero de ésta quien, sobresaltada, abre sus ojos y ve la cara de Paris sonriéndole. El chico aumenta la intensidad de su abrazo y acercando su boca al oído de su amante le susurra: También es mi primer beso de amor. Posteriormente Paris le da un tierno beso en la oreja a Anaís dejándola completamente poseída por el fantasma de su lujuria. Los amantes se recargan en el tronco ubicado a sus espaldas y, después de deshacerse de sus ropas, se entregan por completo al deseo carnal que invade sus cuerpos. A lo lejos Lucy creer ver sus siluetas danzando a la luz de una pálida luna, al ritmo que sus jóvenes corazones les marcan con el latir del profundo amor que nace en ellos.

En el refugio Marina, aburrida de ser ignorada, se ha quedado dormida y Lucy embelesada por su bello sueño permanece contemplando la ventana deleitándose con la inmensidad del paisaje y la poesía expresada en los movimientos de la solitaria pareja. En su fantasía ve al apuesto joven tomar entre sus brazos a la tímida muchacha y, besándola tiernamente, recostarla en la suavidad de los pastizales. Su boca traza un camino desde la comisura de sus labios hasta el vientre de la ninfa y sus ojos, fijos en los de su amada, expresan una pasión incontenible en su débil cuerpo humano. Paris conduce su mano hacia el pecho de Anaís y empieza un masaje cadencioso provocando que éste responda instantáneamente endureciéndose entre los inquietos dedos que juegan cariñosamente por los prominentes montes de cálida carne. La muchacha en un éxtasis completo conduce su delicada mano por la mejilla de su amante y tiernamente le levanta la cara sosteniéndola por el fuerte mentón. El joven puede observar los expresivos ojos de aquella criatura y comprendiendo sus deseos se apresta a culminar el momento que los separa el uno del otro. Como en un ritual, los dos cuerpos se van acomodando a la luz de la Luna, acariciados por sus rayos se funden en un beso de amor y mientras el joven sigue obcecado en besar a su hermosa compañera ella aprovecha las circunstancias y acomoda con su mano el viril miembro en la entrada de su virginal santuario. Paris al sentir el contacto con aquella fogosa cueva no puede contener el deseo y bruscamente introduce su ser dentro del delicado cuerpo de su compañera. El tiempo se detiene, el viento calla su canto y las estrellas derraman su luz alrededor de los dos jóvenes ahora convertidos en una sola entidad. Paris, avergonzado por su brusquedad, detiene su incursión dentro del cuerpo de su amada siendo incapaz de atreverse a siquiera mirarla a la cara pero cuando al fin se decide a hacerlo nota con sorpresa que ella le sonríe al tiempo que una lágrima recorre su mejilla producto del dolor de la primera vez. Asombrado el feliz mancebo contempla hipnotizado el bello semblante que ahora lo mira y comienza el característico movimiento del sagrado acto de la entrega de su ser. El delirio, la locura, el amor, el sexo, el deseo, todo se empieza a confundir en una frenética danza de lujuria desenfrenada, mientras, los dos cuerpos se bañan en el sudor y la sangre de un amor naciente.

Lucy parada frente a la ventana observa a ese nuevo ser que ha formado la unión de sus dos amigos, ve como el joven se mueve salvajemente sobre el frágil cuerpo de su compañera y ve como ella disfruta al máximo de aquel acto. De pronto, un relámpago cegador nubla su vista por unos instantes y cuando ésta repentina luz se disuelve Lucy puede distinguir a la romántica pareja en sus tímidos escarceos, pero para su aturdimiento ya no es a Anaís a quien ve siendo poseída por el muchacho sino que ahora la que se encuentra disfrutando de aquél íntimo acto es ella misma. Lucy se puede ver con aquel muchacho en una situación que nunca antes había imaginado, asustada por sus propios deseos inconscientes se aleja aterrada de aquel ventanuco ilusionista. Unos segundos después, recuperando su compostura, Lucy se acerca a la cristalina ventana donde alcanza a divisar a su amiga hablando tranquilamente con el muchacho comprendiendo así que todo ha sido un sueño, una alucinación producto de su joven mente enfebrecida. Apenada, Lucy dirige una última mirada a la pareja para después dejarse caer en la cama avergonzada y temerosa de estos nuevos instintos revelados por su, hasta ahora, imaginación inocente.

Pasados unos quince minutos Lucy se ha logrado calmar y en el ambiente reina un silencio sepulcral cuando se escucha, débilmente, como la puerta se abre lento con la parsimonia delatora de quien trata de no ser escuchado. Lucy se levanta y en el pórtico, a través de unos plateados rayos de luna, ve la estilizada figura de su amiga quien, por su parte, permanece contemplando el rostro de Lucy aún un poco compungido indicándole que algo ha trastornado el sueño de su juvenil amiga.

—Todavía no te has dormido— le dice Anaís a su compañera tras cerrar la puerta y mostrar su sonrisa más amable.

—No podía dormir— responde Lucy tomando su pijama preparándose para dormir. Anaís, siempre sonriendo, imita a Lucy y se pone su pijama.

—Como sólo hay una cama tendremos que compartirla— dice Anaís señalando la cama ocupada por Marina. Lucy se queda en silencio contemplando a su amiga quien comprende que algo le quiere decir —¿Qué tienes? — le pregunta. Lucy siente que no puede hablar, por toda respuesta sólo atina a abrazar a su amiga mientras rompe en un inconsolable llanto. Anaís, enternecida por el gesto de su amiga, le permite acurrucarse entre sus brazos reconfortantes meciéndola en un gesto maternal.

Las dos chicas se encuentran sin decir palabra, sólo el sonido del llanto rompe el silencio reinante en la habitación. Anaís, con su amiga entre los brazos, voltea a ver la cara de ésta y sin explicarse sus motivos suavemente le planta un tierno beso en los labios. Lucy, sorprendida por lo repentino de la acción, torpemente intenta regresarle aquel cálido beso a su nueva amiga. Las dos mujeres se miran afectuosamente a los ojos, en sus miradas se desvelan una a la otra el deseo mutuo, y sin decir palabra se vuelven a fundir en un beso largo mientras sus manos recorren cada oculto recoveco de sus cuerpos delgados. Lentamente se van dejando caer en la cama, sin dejar de besarse, se deshacen del obstáculo que representan los pijamas quedando completamente desnudas junto a una dormida Marina. Los senos de Anaís llaman la atención de Lucy pues son relativamente más grandes que los suyos, así que sin perder tiempo acerca su pequeña boca a ellos y comienza a besarlos para terminar mordisqueando los oscuros pezones. Anaís siente perder el control debido a la magistral caricia de su amiga así que, para no despertar a Marina, opta por morder la almohada, sin embargo sus intentos son inútiles ya que el movimiento producido por sus caricias lascivas logra despertar a la niña de cabello azul.

Marina al principio no sabe como reaccionar al ver cómo Lucy devora los senos de su amiga y cómo Anaís, para devolver el favor recibido, se dedica a jugar con los pechos de su inexperta camarada mientras disfruta del deleite de sus caricias. A final de cuentas el erotismo de la situación logra vencer el pudor de Marina impulsándola a unirse a la íntima fiesta. Anaís, entregada completamente a las carantoñas de Lucy, no se percata del instante en que Marina coloca su mano fría entre sus labios vaginales, pero al momento de sentir la nueva caricia no puede evitar voltear y encontrarse con la mirada ávida de Marina, la cual le hace el ademán de guardar silencio al tiempo que acercándose sigilosamente a Lucy le planta un nuevo beso. Lucy, sorprendida, deja de hacer su trabajo en Anaís y contempla a Marina, quien le sonríe. Al ver que Lucy se ha quedado inmutable Marina coloca su mano sobre la suya guiándola al pecho de Anaís dándole a entender que continué con su fogosa tarea, mientras tanto ella se quita su camisón y empieza a juguetear con el núbil cuerpo de su amiga pelirroja. Anaís no pierde el tiempo con su mano derecha empieza a masturbar a Marina, mientras con la otra mano desata la trenza de Lucy liberando así el largo cabello de esta. Marina acostada junto a Anaís dedica toda su atención al joven cuerpo de Lucy quien, todavía sobre el cuerpo de la rubia, sigue empeñada en devorarle los senos turgentes al tiempo que con sus manos masturba a la guerrera rubia.

Después de un largo rato las tres amigas se cansan de esa posición por lo que deciden cambiarla siendo ahora Marina es el centro de atención mientras las otras dos juegan con ella. Lucy se dedica a masturbarla y Anaís se hace cargo de su lúbrica boca al tiempo que sus manos juegan tiernamente con sus pechos. Lucy se cansa rápido de utilizar su mano por lo que, con curiosidad por conocer el sabor de los jugos de su amiga, decide acercar su rostro para dar una pequeña probada, Marina al sentir la lengua de su amiga inmediatamente enloquece y, lanzando un agudo grito, se desvanece en un orgasmo interminable. Lucy, feliz por haber logrado arrancarle un orgasmo a su amiga, sigue con su actividad, mientras Anaís mete uno de sus senos en la boca de Marina para intentar amortiguar el ruido producido por sus intensos gemidos y, de paso, conseguir un poco de placer para si misma. La decisión pronto da muestras de ser contraproducente pues la chica rubia también empieza a perder la compostura por el trabajo realizado por Marina su momento clímax llega cuando Lucy, sin dejar de atender a Marina, introduce uno de sus finos dedos por el ano de Anaís produciéndole una oleada de placer que explota en un orgasmo salvaje.

Finalmente Anaís y Marina deciden agradecer a su joven amiga así que poniéndola sobre la cama empiezan a lamer su cuerpo virginal lo cual inmediatamente le produce un orgasmo a la sensible Lucy. Las otras dos sorprendidas por la receptibilidad de su amiga se tiran al lado de ella con clara intención de descansar, pero Lucy aun no esta satisfecha colocándose sobre Marina empieza a besarla y a lamerle eróticamente la cara. Anaís, encendida de nuevo ante la sensual escena, se dedica a besar lo que puede de los pechos de sus amigas mientras con sus manos se masturba. Lucy y Marina sin cambiar de posición también se empiezan a masturbar, cada una a la otra. En un momento inesperado Anaís le devuelve el golpe recibido a Lucy hundiéndole su espigado dedo corazón en su apretado ano le provoca inmediatamente otro orgasmo a la niña de cabello bermejo quien instintivamente muerde el áspero pezón de Marina desencadenando una cadena de orgasmos que termina por dejar a las tres ninfas fatigadas y satisfechas. Sin cambiar de posición y habiendo sellado así el inicio de una fortísima e íntima amistad se brindan un afectuoso beso entregándose a los poderosos brazos del dios Morfeo.

De pronto, Lucy despierta de sus recuerdos descubriéndose en su casa cobijada bajo el manto de una inexpugnable oscuridad, afuera la lluvia ha bajado su intensidad y lo único que se puede escuchar son los aullidos de su querido perro. Lucy se levanta, da unos pocos pasos para acercarse a la fría ventana, observa la palidez de la Luna llena y, como si estuviera en un trance, murmura: una amistad, una sola alma, un amor eterno; al tiempo que se escabulle por la ventana alejándose por las desoladas calles de un barrio de ciudad.