NADA DE ESTO ME PERTENECE, LOS PERSONAJES SON DE DISNEY, SOLO ME DIVIERTO ESCRIBIENDO

¡Hola a todo el mundo! Antes que nada ¡un enorme saludo a todos! Hace ya mucho tiempo que no me paso por este fandom y me emociona regresar.

Esta historia es una secuela de mi otro fic llamado "Someone to lean on" el cual terminé de escribir por estas fechas el año pasado. No tengo palabras para describir la emoción y felicidad que sentí por lo mucho que les gustó esa historia. Muchos me preguntaron si haría una secuela, y les dije que no estaba segura, la verdad es que le tengo mucho cariño a Someone to lean on, porque lo escribí en un momento difícil y puse mucho de mí en esa historia, quería que tuviera una secuela digna. El año pasado fue difícil para mí en muchas cosas, y ahora que he tenido un respiro empecé proyectos nuevos, tenía una secuela muy vagamente diseñada en mi mente, pero la historia agarró forma a principios del año y he estado este tiempo puliéndola.

Primero que nada quiero decirles que en esta historia también he puesto mucho de mí, tengo más o menos la mitad bien desarrollada y el desenlace lo sigo terminando. He puesto cariño a este trabajo esperando que lo disfruten tanto como mi fic anterior. Tendrá mucho drama, angustia y momentos tristes, quedan advertidos desde ahora.

Quienes NO han leído Someone to lean on, no puedo hacer un resumen de ese fic en un párrafo, porque pasaron muchísimas cosas, pero sí puedo comentarles los conceptos más importantes a fin de que entiendan esta historia. Por ahora les dejo esto:

Caso Tigerwild: En el inicio de Someone to lean on, Nick y Judy resuelven el caso Tigerwild, el cual consistió en el asesinado de Lori Tigerwild y Tobías Wilkes a manos de Michael Tigerwild (hermano de Lori).

Ley Marital y de Concubinato: casi todo el fic de Someone to lean on transcurre mientras el congreso de Zootopia está trabajando en aprobar una reforma a la Ley Marital y de Concubinato, la cual permitirá a las parejas inter-especie tener los mismos derechos a matrimonio y adopción. La Ley fue polémica.

Mary Topperwerth: es una activista a favor de las parejas inter-especie, que se hace amiga de Judy cuando ella la escolta a sus debates. Mary es una yegua elegante, refinada, bastante culta y rica.

Mark y las hienas: Mark es un cocodrilo mafioso y narcotraficante que domina el mercado del krokodile, sus hienas son al mismo tiempo distribuidoras y sicarios. Es muy peligroso, muy poderoso y al final del fic ni Judy ni Nick tienen idea de cómo encontrarlo.

Krokodile: es una droga bastante cara y adictiva que causó guerras en Zootopia años atrás.

Por ahora es todo, si tienen dudas igualmente se las despejo.

Este fic está fuertemente influenciado por la canción "Counting Stars" de OneRepublic; así como el fic anterior estuvo inspirado en la canción Someone to lean on de Major Lazer.


Capítulo 1

Un jazmín amarillo

I see this life, like a swinging vine

Swing my heart across the line

And in my face is flashing signs

Seek it out and ye' shall find

Old, but I'm not that old

Young, but I'm not that bold

And I don't think the world is sold

I'm just doing what we're told

(Veo esta vida como una vid balanceándose

Que columpia mi corazón de un lado al otro de la línea

Y en mi rostro destellan señales

Búscalas y las encontrarás

Viejo, pero no tan viejo

Joven, pero no tan audaz

no creo que el mundo esté vendido

solo estoy haciendo lo que nos dijeron)

~Counting Stars by One Republic

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Zootopia, 30 años atrás

—¡Rápido!

Iván apuró a su amigo, pero Mark pareció no inmutarse, estaba concentrado pasando de un tubo de ensayo al otro una sustancia extraña. Pegándose más a la pared, Iván escuchó unos pasos apurados, y su corazón se aceleró como si llevara media hora corriendo.

—¡Tenemos que irnos ya!—dijo otra vez, jalando a su amigo del hombro.

—¡Un minuto!—replicó el otro, sin soltar los tubos de ensayo.

—No tenemos un minuto.

Se inclinó y sujetó las dos maletas, cerrando los cierres de golpe y echándoselas al hombro. Mark miró detenidamente la sustancia, que pasó de ser blanca intensa a un blanco cristalino y sonrió con satisfacción. Volteó hacia su amigo, que tenía el rostro crispado del estrés, arrojó los tubos de ensayo en su propio maletín y tiró la mesa con instrumentos de laboratorio, encendiendo antes el mechero. Salieron de ahí con un intenso fuego a sus espaldas y saltaron desde la ventana del corredor a la calle.

—¡Por ahí!—alguien gritó.

Iván y Mark escucharon los golpes de otros animales que saltaron como ellos, siguiéndolos, la caída de dos pisos los destanteó lo suficiente como para perder valiosos segundos, los perseguían pisándoles los talones, pero no cedieron, y aunque sus pulmones parecían a punto de colapsar corrieron como despavoridos por los callejones desérticos del barrio Driko, el cual conocían como la palma de su mano.

Cuando sintieron a sus atacantes algo más lejos dieron vuelta en un callejón y saltaron a un contenedor de basura, que procedieron a cerrar. Soportaron el hedor de la podredumbre mientras escuchaban con la máxima atención posible, pronto detectaron las pisadas de unos animales corriendo.

—No los encuentro—dijo uno.

—Yo tampoco.

—El jefe nos matará por esto.

—Que te mate a ti, tú los perdiste de vista.

—¡Tú dijiste que darían vuelta en aquél callejón!

—Pero yo te seguí porque…

Las voces se fueron alejando, pero ni Mark ni Iván se confiaron. Contaron quince minutos de silencio hasta que se animaron a abrir el contenedor, y respiraron por fin un aire más fresco. Tosieron un poco al salir, cargando con sumo cuidado las maletas que sobrevivieron la persecución, y anduvieron en silencio por el lado oscuro de las calles hasta llegar a un auto.

—Deberíamos bañarnos primero—objetó Iván.

—No, te aseguro que ésta vez lo conseguí.

—¿Tu droga mágica? ¡más te vale!—gritó, encendiendo el auto—¡Casi nos descubren por tu culpa!

—Te aseguro que lo conseguí.

—A ver.

Mark encendió las luces internas del viejo y corroído bocho, enseñándole el tubo de ensayo a su amigo. Los agudos ojos depredadores de Iván analizaron la sustancia a detalle.

—Parece… parece que sí, ¡Mark lo has conseguido!—le abrazó el hombro animado—¡Al fin, años y años de espera…!

—Terminada, lo sé. Pero primero lo primero—Mark sacó su celular de entre las sucias ropas que llevaba puestas, marcando un número de memoria.

—¿Estás seguro de esto? Puede ser muy peligroso.

—Siempre supimos que esto sería peligroso.

—Pero…

Se calló cuando Mark le hizo seña de que la llamada había conectado.

—¿Bueno?... sí, soy Mark… tengo tu pedido especial… a medianoche, claro… precio acordado desde luego… nos vemos Zar.

Los dos amigos se vieron fijamente a los ojos.

—Todo listo—dijo Mark.

Iván asintió, metió primera velocidad, y pisó el acelerador.

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Zootopia, hoy.

La colonia Prados Veraniegos Norte se ubicaba en el Distrito Central de Zootopia, rumbo al Distrito Sabana. Era habitada tanto por presas como depredadores de estaturas bajas y medianas, el fraccionamiento era muy tranquilo a pesar de ser céntrico, con amplias calles y casas de jardines delanteros. Todas las calles rodeaban una plaza central ancha y de pocos árboles, en donde los residentes solían pasear o ejercitarse. Prados Veraniegos Norte limitaba con Prados Veraniegos Sur, con la Avenida Veraniega y con el Centro Comercial Prado.

En la calle Evergreen de Prados Veraniegos Norte, se encontraba la casa 2108, era dos pisos y con un frente ancho, revelando una construcción amplia. El jardín delantero tenía arbustos pegados a la barda, delimitando la zona, y podía verse una hilera de capullos que no tardarían en florecer rodeando la acera que conectaba la barda con la puerta. El césped, a pesar de ser primavera, se veía un opaco, y lo que antes fueron plantas forales estaban empezando a marchitarse. Había figuritas de metal colgando frente a las ventanas de la planta baja, y también macetas pequeñas en los alféizares con plantas pequeñitas, casi imperceptibles. Al lado izquierdo de la puerta, estaba una placa de metal dorado, con el número de la casa y el apellido de sus habitantes abajo en cursiva: Wilde.

No era el único matrimonio inter-especie de la calle Evergreen, pero sí el más famoso, casi todos los vecinos los conocían en persona y veían en televisión los reportes y entrevistas que les hacían. Por la manera tan agradable en que en trataban y lo que vieron en televisión, daban por hecho que se trataba de una pareja completamente feliz.

En parte lo era.

Judy estaba sentada en el sillón de la sala, con la computadora enfrente y hablando por teléfono por el altavoz.

—No mamá—rodó los ojos—No podemos el próximo fin de semana.

—Judy ¡tienes que descansar!

—Cuando Nick termine su caso mamá.

—Él también ocupa unas vacaciones.

—Ma, por favor no insistas. Yo te avisaré cuando podamos ir a visitarlos.

—Si no te presiono no lo haces, y quiero que veas a tus sobrinos.

—Pero los conocí en navidad.

—No, esos eran los hijos de tu hermana Jessica. Me refiero a la camada que tuvo tu hermano Tadeo.

Judy hizo memoria unos segundos.

—¿No se había casado apenas un mes atrás?

—No, ese fue tu hermano Cristián. Tadeo se casó el año pasado.

—Con…

—¡Con Nancy, Jady! Te digo que ocupas venir más acá, nos tienes muy olvidados.

—Lo siento mamá, pero enserio hay mucho trabajo.

—Hija, entiendo que venir aquí te trae recuerdos—el tono de su madre se volvió más serio—Y que lo de tu padre es reciente, pero no puedes evitarnos toda la vida.

Ante la mención de su padre, las orejas de Judy cayeron a su espalda, y su nariz se removió de manera inconsciente.

—Y tus sobrinos son tan monos, es una camada de siete conejitos ¡siete! Y todos son de pelaje blanco como tu abuelo y…

Pero Judy no escuchó a su madre, la imagen de los siete bebés conejitos se contrapuso a la imagen de su padre, y cerró su garganta por unas lágrimas contenidas.

—Mamá, tengo que colgar—le dijo apresurada—Hablamos mañana, besos y saludos.

No esperó a que respondiera antes de colgar, concentrándose lo más que pudo en la pantalla frente a sus ojos. Estaba tecleando un informe, el mismo dichoso informe que llevaba dos meses sin entregar, pero su vista de nubló y antes de ser consciente se descubrió abriendo la carpeta de fotografías, desfilaron frente a ella imágenes de su padre cargándola sobre sus hombros, haciéndola reír.

Su mente divagó de repente y comenzó a sentirse muy desdichada, antes de percatarse el llanto cubría su rostro, se obligó a sí misma a calmarse, respirando hondo un par de veces. Apagó el computador, que tanto daño le hacía, y buscó en qué distraerse, pero pocas cosas le dieron consuelo.

Pensó en Nick, y en que uno de sus fuertes abrazos le vendría muy bien, pero eran las cuatro de la tarde y él seguía en el trabajo. Tardaría una hora y media más en llegar, suponiendo que fuera un día tranquilo. Al recordar a su esposo, Judy se percató que llevaban mucho tiempo distanciados, se estremeció de recordar la razón, pero en un intento por cambiar la rutina se puso de pie y caminó a la cocina.

Llevaban mucho tiempo sin comer en casa, lo notó cuando vio el refrigerador medio vacío, con varios alimentos ya echados a perder. Suspiró agarrando una bolsa de basura, arrojado en ella toda la comida que no servía y limpiando con un trapo los estantes. Tras eso, sacó los sartenes y puso a remojar las verduras, cociéndolas poco después para hacer sopa. Pensando en Nick y que él no era muy adepto a la sopa, buscó rápido en la alacena hasta encontrar los ingredientes para hacer un guiso sencillo "Nick siempre aprecia la comida hecha en casa" pensó, mientras en otra vasija preparaba el estofado, estaba casi a punto de terminar cuando recibió un mensaje de texto.

"Llegaré tarde, no me esperes despierta. Besos".

La energía que sentía se esfumó de su cuerpo, y decaída, apagó las mechas de la estufa. Sin guardar ni limpiar nada, Judy Wilde subió los escalones hasta el segundo piso, abrió la puerta a la derecha, encontrándose con un cuarto pintado de azul que tenía una cuna en la esquina y un colchón individual al centro, se recostó ahí y dejó que la oscuridad la cubriera en sus sueños.

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—¿Wilde?—el zorro se tensó al escuchar la voz de su jefe—¿Por qué no te has ido? Ya son las diez de la noche.

Nick parpadeó, desconcertado, y miró alrededor, todos los escritorios estaban vacíos, su jefe cerraba con llave la puerta de su oficina, con el maletín en la mano.

—Me quedé terminando el informe—respondió con voz cansada.

—Puedes dármelo mañana, debes ir a descansar.

—Sí, tiene razón—Nick estiró la espalda y se recargó en el respaldo del sillón—Apagaré la computadora y me iré.

—Te esperaría, pero tengo algo de prisa. Nos vemos mañana, Nick.

El Jefe Jones se despidió, caminando hacia la puerta de salida, era un leopardo alto y esbelto de ojos azules e inteligencia aguda, dirigía el Distrito Policiaco Número 2 Unidad Sabana de ZPD, donde Nick había sido asignado tres años atrás. Como cualquier otra parte de la enorme metrópoli de Zootopia, el Distrito Sabana era grande, rico y con un crimen relativamente frecuente, similar al de las demás zonas de la ciudad.

Al ser Zootopia una ciudad enorme, con más de veinte millones de habitantes, el departamento policial era complejo y estaba dividido al interior. Cada uno de los distritos que formaban la ciudad contaba con su propia unidad policiaca, todas subordinadas al Alcalde. Tras dos años continuando su labor como detective en el Distrito Central, las presiones debido a la aplicación de la Ley Marital y de Concubinato hicieron que el Jefe Bogo trasladara a Nick con su buen amigo el Jefe Jones. Aunque el cambio se hizo de manera tranquila, Nick tardó un tiempo en acostumbrarse, descubriendo que el Distrito Sabana también podía ser muy interesante.

Nick fue recibido con un fuerte apretón de manos por parte del Jefe Jones y su entera confianza, encontrarse en un ambiente donde era respetado simplemente por ser él le causo gusto y al mismo tiempo confusión. Al ser detective, le asignaron un equipo, el cual estaba formado por dos policías investigadores: Melody Wallace y John Gronburg, con quien pasaba largas tardes de trabajo, a veces amenas, a veces estresantes.

Una semana atrás, llegó el caso del asesinato de una nutria en la colonia Greeceland, aunque la evidencia señalaba como principal sospechoso a su hermano menor, que le debía dinero, no tenían evidencia suficiente para encarcelarlo. Nick y su equipo no querían darse por vencidos, pero el Jefe Jones estaba a nada de declarar el caso nulo y cerrarlo, lo cual sería una injusticia para la pobre viuda de la nutria. Pero esa no era la única razón por la que Nick pasaba horas extra en su trabajo.

Desganado, se puso de pie y apagó las luces de las oficinas, saliendo al estacionamiento para llegar a su auto. El camino de la comisaría a su casa no era largo, y no había tráfico, así que tardó quince minutos en llegar, cuando vio las luces apagadas de la casa no supo si sentirse feliz o triste.

La casa estaba silenciosa y oscura, en la cocina vio dos vasijas con comida ya fría y un montón de ingredientes revueltos sobre la barra. Sin muchas ganas, limpió la cocina y guardó la comida en el refrigerador, subiendo los escalones hasta su habitación, no se sorprendió de encontrarla vacía. Con movimientos mecánicos abrió la puerta que cruzaba el pasillo, y sin ver el rededor, cargó a Judy en sus brazos llevándola a la cama de su alcoba, donde la arropó sin ver en ningún momento su rostro, sabía que estuvo llorando y no quería en absoluto corroborarlo.

Se metió al baño, donde perdió el tiempo bajo un chorro de agua caliente, se puso el pijama y apagó las luces, recostándose él mismo en la cama sin sentirse en ninguna manera cómodo, pero el cansancio le permitió dormirse.

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En la mañana, Nick se levantó de la cama y se encerró en el baño sin voltear a ver si Judy estaba despierta o dormida. Se demoró el mayor tiempo posible, salió ya vestido y buscó entre sus cosas los papeles que ocuparía aquél día en la oficina. Bajó los escalones, estremeciéndose cuando le llegó el olor de comida que provenía de la cocina.

—Buenos días—dijo Judy, sin voltear a verlo y con voz baja.

—Buenos días—respondió.

Se quedó de pie en la entrada de la cocina, con las patas en los bolsillos y expresión desconfiada. Parecía un extraño en su propia casa. Judy sirvió la comida y la colocó en la barra de la cocina, sirviendo café, jugo y pan tostado.

—¿No vas a desayunar?—preguntó, viéndolo con la ceja alzada.

Nick vio el plato con la comida recién hecha, tenía una expresión ecuánime en su rostro cuando respondió.

—Sí.

Se lavó las patas y se sentó a comer.

El incómodo silencio les hizo comer a bocanadas apuradas. En un arranque de valentías, tras darle un pesado sorbo al café, Nick miró el rostro de Judy, tenía grandes ojeras y los ojos rojos, pero no se aventuró a preguntarle la razón, supuso que lloró o que se despertó en la madrugada, no sería nada extraño en esos días.

Nada era ya extraño en esos días.

Judy estaba vestida con el pijama, y se veía casi enferma, pero ella no prestaba atención a su condición, lo que veía era el estado de cansancio y tensión que tenía Nick, no se veía cómodo comiendo con ella, de hecho, nunca se veía cómodo estando cerca de ella. A esas alturas, no sabía si sentía dolor o tristeza, o ambas cosas, o quizá ya nada. El tiempo hacía verdaderas jugarretas con los sentimientos.

—¿quieres más café?—preguntó.

—No, gracias

Como el silencio seguía incómodo, Judy pensaba en cómo iniciar una conversación, pero no tenía la más remota idea de qué preguntarle. Al final, se fue por lo fácil.

—¿Te gustó la comida?

—Sí, gracias.

—Y… ¿qué cuenta el trabajo?

—Lo de siempre—se encogió de hombros—Tú lo sabes muy bien.

Las orejas de Judy se tensaron, pero Nick no lo notó.

—Sí, es cierto.

De un sorbo, Nick terminó su jugo y se puso de pie, dejando los trastes sucios en el lavaplatos.

—Yo los lavo—dijo ella, para evitar que se quedara más tiempo.

—Está bien.

Se inclinó hacia ella y le besó la frente, en un gesto rápido, habitual, carente de cariño.

—Nos vemos más tarde, cuídate.

Con un maletín en mano, Nick salió de la casa, Judy escuchó poco después el sonido del motor alejándose hacia el Distrito Sabana.

Se quedó sola, en una cocina que se le hacía muy grande, con comida ya fría en su plato, preguntándose en qué momento las cosas llegaron a ese punto.

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Judy no sabía por qué estaba ahí.

Tras lavar los platos y limpiar la cocina, le llegó un sentimiento de total angustia, la casa era enorme y comenzaba a sofocarla. Ella se encontraba completamente sola, sentada en los escalones, con una habitación en la segunda planta que se burlaba de ella y sombras de días felices que se habían ido para no volver. Hiperventiló hasta que ya no pudo más y agarró las llaves de su coche, su olvidado coche lleno de polvo que estaba resguardado en la cochera desde hace meses. El motor rugió al encenderse, pero ella no se detuvo y terminó en el centro de la ciudad, estacionándose sin ponerle dinero al parquímetro y caminando casi sin rumbo por las plazas.

Sus pies la llevaron inconscientemente a la central de trenes, el primer lugar que conoció de Zootopia cuando llegó tantos años atrás como una idealista policía recién graduada de la academia. Estaba igual a como la recordaba, pero el letrero de Gazelle ahora mostraba su más reciente éxito, una canción que Judy no había escuchado.

Todo se veía tan vivo y colorido… tan ajeno a ella.

Sin entender bien por qué, su pecho se oprimió, hiperventiló otra vez y sintió que todo a su alrededor se volvía oscuro.

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Nick estaba en la sala de espera del hospital, con el rostro hundido en sus patas y la espalda tan encorvada que daba la impresión de quebrarse en cualquier momento. Esto era ya demasiado. Era el tercer ataque de ansiedad que Judy tenía en dos meses, y cada uno era peor que el anterior.

En su primer ataque, mientras hacia la comida tarareando con expresión relajada, Judy de repente gritó como si alguien hubiera encajado un cuchillo en su pecho, y se inclinó jadeando fortísimo. Nick intentó ayudarla, pero ella daba manotazos al aire, su respiración agitada y su lenguaje corporal daba la impresión de que intentaba no ahogarse en el aire. Cuando se desmayó, Nick ya la había subido a jalones al auto, llevándola al hospital en menos de cinco minutos. Físicamente estaba bien, pero mentalmente había sufrido un colapso.

Su segundo ataque ocurrió tres semanas después del primero, todo parecía estar mejorando, Judy sonreía más y se notaba menos tensa. Incluso consideraba regresar a la estación de policía. Pero ese plan no fue posible cuando, al salir al jardín con su material de jardinería, Judy terminó cortando desde la raíz una de sus plantas favoritas, para luego romper, destrozar y arrancar cada rama, hoja y pétalo que tuviera, en un arranque de furia tal que asustó a su vecina. Judy no se desmayó en esa ocasión, pero quedó tan mentalmente aturdida, que sus vecinos debieron llamar a Nick, porque no podían hacer que reaccionara.

Nick aún recordaba haber llegado muerto del susto por su esposa, y encontrarla sentada en el escalón de la entrada, con los grandes ojos mirando los restos de su planta destrozada, las orejas caídas y expresión ausente. Dos vecinas la llamaban, la acariciaban e intentaban hacerle reaccionar sin éxito. Parecía una estatua. Nick se sentó a su lado y, medio hora después, ella se echó a llorar sobre su pecho, la consoló lo mejor que pudo hasta que consiguió meterla a la cama.

Y ahora estaba ahí, en la sala de espera del hospital, esperando que una enfermera o un doctor saliera y le dijeran con rostro sombrío la peor de las noticias. Cuando llamaron a su trabajo, diciéndole que su esposa había sido hospitalizada luego de desvanecerse en plena calle, pensó que quizá esa era la última llamada, el último aviso, el ultimátum del destino. Su dolorido corazón, desgastada mente y enfermo cuerpo colapsarían pronto, igual que ella, y entonces ¿qué sería de ellos?

Miró el reloj que colgaba del techo, eran las tres de la madrugada y aún no tenía noticia de Judy. Se paró y caminó al baño, donde se echó agua al rostro para mantenerse despierto. Veinte minutos después, una enfermera lo llamó, en su rostro había una sonrisa amable, pero Nick no se confiaba de ese gesto.

—Su esposa está mucho mejor, señor Wilde—le dijo—Le administraron unos calmantes y surtieron efecto de inmediato. El doctor me dijo que puede pasar a verla, si lo desea.

—Sí, por favor.

Vio a Judy recostada en la cama, con rostro sereno, durmiendo plácidamente, quizá el más tranquilo de los sueños que llevaba teniendo en meses. Nick se sentó a su lado y le agarró la pata, recostándose también en la cama, con el sonido de su respiración sonando cual canción de cuna.

La enferma no los molestó, cerró las persianas y la puerta, dejándolos solos.

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Judy se sentía como una niña, tenía una manta cubriéndole los hombros y la mirada de cría regañada. Nick no le había dicho nada, ni siquiera parecía querer reprocharle algo, pero estaba cansado, ojeroso y su aspecto decrépito parecía gritarle "¡Mira lo que has hecho!".

Como en los anteriores colapsos, Judy recordaba pocas cosas, como una ansiedad insoportable, taquicardia, dificultad para respirar y la sensación de que su entorno se esfumaba como sombra y humo. Cuando despertó en el hospital, quiso llorar del coraje ¿es que no podía controlarse? Pero se contuvo. Nick estaba a su lado, durmiendo en una posición incómoda, y supo que el pobrecillo debió estar cuidándola toda la madrugada. Lo contempló dormir y se sintió desdichada, porque sabía que él no era feliz.

Nick despertó, le besó la frente en un gesto de amor inocente y protector, y después le dijo que iría por los doctores. Le hicieron una revisión más, le recomendaron un psicólogo, y la dieron de alta para mediodía. Ya vestida, dejó que Nick le pusiera esa manta color rosa en los hombros, y se dejó guiar como una niñita hacia el auto.

No dijeron absolutamente nada, y no supo si eso le dolió o le molestó. En su primer ataque, Nick estaba tan alterado que intercambió regaños con frases de aliento; en su segundo ataque Nick la consoló mimoso, pero después el cansancio le hizo distanciarse. Ahora era evidente que el zorro no sabía cómo actuar.

Estacionó el auto afuera de la cochera, en el lugar donde debería estar el auto de Judy.

—¿Recuerdas dónde dejaste tu auto?—preguntó Nick.

—Creo… algún lugar en el centro.

Asintió, estiró una pata hacia ella con la palma extendida.

—Dame las llaves, lo buscaré más tarde.

Buscó las llaves en su bolsa, y se las dio. Bajaron del auto en silencio, y al entrar a la casa, una atmósfera de tensión amenazaba con explotar. Temiendo que las cosas se salieran de control, Nick le dijo que buscaría su coche, y que regresaría con la cena, para que ella descansara.

Al verlo marchar, Judy no supo qué más hacer. Sentía que su propia casa era la de un extraño. En la sala podía estar algo a gusto, pero cuando miraba la cocina, las escaleras, las habitaciones de arriba… el escalofrío la hizo ponerse de pie y, sin pensarlo mucho, salió al patio.

El patio era grande, en otro tiempo estaba muy cuidado. Al lado de la puerta Nick había construido un pequeño gabinete de madera barnizada, donde Judy ponía todos sus artículos de jardinería. Como había crecido en la granja, la idea de ver un pedazo de césped sin flores o sin cuidar le parecía horrorosa. Al salir, vio que el desgastado gabinete no había sido pintado ni barnizado en mucho tiempo, y la temporada de lluvias empezaba a estropear la madera. Los tornillos rechinaron al abrir la portezuela, y sacó las empolvadas espátulas, guantes y tijeras de jardín.

Miró a detenimiento los guantes de jardín por varios minutos, recordaba su primer par, había sido confeccionado por su madre, y ella le bordó una zanahoria con ojos alegres y saltones. Como si fuera el recuerdo de alguien más, Judy vio a la conejita de seis años ponerse los guantes y seguir a sus padres rumbo a la granja familiar, donde sus hermanos mayores estaban trabajando, esperando a que se uniera a ellos.

Su corazón dio un salto, y el pecho se oprimió, pero Judy no dejó que esa sensación perdura. Se mantuvo fuerte y se puso los dos guantes, con movimientos lentos y cuidadosos, viendo cómo embonaban en sus patas. Los guantes, desgastados y viejos, parecían vibrar de emoción al saber que serían usados.

Miró al patio por primera vez en dos meses, y no lo reconoció. El sendero de piedrecitas, delimitado por pequeñas florecillas, estaba invadido por malas hierbas y hojas secas. El césped estaba amarillento en unas partes, y en otras las hierbas crecían hasta treinta centímetros, consecuencia de las lluvias. El alto árbol al fondo sombreaba un puñado de capullos marchitos. Las macetas de julietas que había colgado bajo las ventanas, para que cubrieran la pared, estaban tan largas que comenzaban a echar raíces en la tierra. La pequeña huerta, delimitada por bardas de madera altas, tenía su cosecha de zanahorias y tomates malograda. Sus geranios, mimosas, rosales y lavandas, que habían sido colocados estratégicamente al final del sendero para que sus diferentes alturas armonizaran el jardín del patio, estaban algunos marchitos y otros crecidos de maneras irregulares, invadiendo el espacio de otras plantas.

Judy sabía que descuidar un jardín una sola semana suponía un mes de trabajos perdidos, pero no había sido consciente de cuánto tiempo dejó solas a sus plantas. Como los arbustos del jardín delantero eran más sencillos de cuidar, las regadas frecuentes de Nick habían permitido que no se dejara caer tanto (aunque, si no intervenía pronto, luciría como el patio en menos de un mes). Sus ojos se llenaron de lágrimas al contemplar las plantas que murieron ahogadas por la temporada de lluvia, y las que seguían con vida parecían salvajes rebelándose contra alguna inexistente autoridad.

Las plantas tenían un muy desarrollado sentir que Judy, al haber crecido entre ellas, conocía muy bien. Era evidente que todo el patio sollozaba por sentirse abandonado. Con las tijeras en una mano, y la pala en otra, se armó de valor y dejó atrás sus penas. Abrió la huerta, que tenía unos tres metros cuadrados, y arrancó desde la raíz todas las plantas, echándolas en una bolsa de basura grande. No había nada rescatable. Limpió la tierra lo mejor que pudo, y después procedió a cortar el césped, permitiéndole encontrar más rápido las malas hierbas y arrancarlas también de raíz.

Cortó la cortina de julietas, dejado que las plantas llegaran al ras del suelo, y procedió a arrancar las pocas partes que se estaban internando en el césped. No se había percatado que llevaba dos horas de extenuante trabajo, que sudaba y estaba cansada, con la espalda dolorida, seguía trabajando porque por primera vez en dos meses sentía que estaba haciendo algo muy bien.

Con simpleza campesina, la mente de Judy encontró consuelo ayudando a las plantas. Veía en ese patio, deteriorado y descuidado, mucho de sí misma, y mientras arrancaba las plantas de raíz arrancaba también sentimientos pesados de su mente; era un proceso que llevaba haciendo inconscientemente desde que era niña, y seguía brindándole excelentes resultados.

Lo más tedioso fue quitar todas las malas hierbas que se hacían espacio entre las piedrecitas del sendero, pero cuando estuvo ya limpio, sonrió satisfecha de su esfuerzo. Sólo quedaban las flores, mismas que dejó al final porque eran las que más le dolían, al verlas su corazón se oprimió de nuevo, pero así como había sido fuerte al ponerse los guantes, continuó siendo fuerte y caminó al fondo de su patio.

Quitó las plantas marchitas, y podó las plantas que seguían vivas, quitándoles todas las hojas secas y ramas opacas. Una vez podadas todas las plantas, pudo ver los enormes huecos que dejaron las que perecieron, y lo pequeñas que estaban las que sobrevivieron. Había dos geranios, cuando ella plantó cinco; tres rosales de los diez que compró; una mimosa de las cinco que delimitaban el jardincito, y dos lavandas pequeñitas de las siete que, altas y orgullosas, custodiaban la barda.

Se inclinó para acariciar las mimosas, éstas respondieron a su tacto contrayéndose, como era lo habitual. Pero Judy sintió que escapaban de su tacto. Sus ojos se llenaron de lágrimas ¿por qué había descuidado tanto su amado jardín? Más bien… ¿por qué se había descuidado tanto a sí misma?

Sollozó tenuemente, haciendo una lista mental de todo lo que debía comprar. Semillas para la huerta, al menos diez plantas florales nuevas, líquido para plagas (agradecía que al menos ninguna de las plantas tuviera plaga) y mucho fertilizante. Arrojó las últimas plantas muertas a la bolsa de basura, y cuando todo estuvo ya limpio, la notó.

Escondida entre los geranios, una flor de jazmín se mantenía abierta, contra todo pronóstico, a pesar del escaso espacio. La planta era pequeña, y tenía sólo dos capullos más, pequeñitos. Eran flores amarillas, lo cual le pareció extraño, porque los jazmines suelen ser blancos. Con cuidado, Judy se quitó los guantes y acarició la suavidad de terciopelo que tenían esos pétalos amarillos, y lo recordó.

Su padre la había mandado el jazmín por correo, en una cajita donde también había fertilizante y una carta diciéndole cómo cuidarlo –como si no le hubiera enseñado cuando era niña– como regalo de cumpleaños, cinco meses atrás. En ese tiempo era sólo un brote, y Judy lo plantó entre los geranios y rosales, cuidándolo con cariño hasta que… hasta que…

—Hasta que papá murió—dijo en voz baja.

Al decirlo, su pecho y su mente parecieron dejar caer una pesada carga, y la opresión desapareció al fin. Era la primera vez que decía esas palabras.

En ese jazmín, vio a su padre, por primera vez en los dos terribles meses que llevaba muerto. Y en esa florecilla, pequeña y diferente, se vio a sí misma, floreciendo a pesar de la adversidad.

La flor fue el indicio que su subconsciente llevaba mucho tiempo buscando, aquel dulce llamado de la vida para regresar y entender que le esperaban cosas buenas. Pero tras ese alivio, su mente entendió que su padre se marchó para no volver, así como las tantas plantas en la bolsa de basura, que desaparecían para siempre del mundo.

Inclinada frente a las flores, Judy lloró, pero ésta vez no lo hizo por el coraje o por los sentimientos contenidos. Lloró por su padre muerto, y por la comprensión que al fin tenía de la situación que la rodeaba.

Nick regresó a la casa, encontró el auto de Judy tras una hora y media de búsqueda y después compró la cena en un restaurante que frecuentaban antes. Se asustó cuando vio las luces de la casa apagadas, pues ya estaba anocheciendo. Dejó la comida en la mesa del comedor, y buscó a Judy por todas las habitaciones, sin rastro de ella, desde la alcoba principal pudo verla en el patio, y sin pensar corrió ahí.

Se asombró de ver, con la poca luz del sol que aún había, el césped cortado, el sendero arreglado, el huerto limpio y las julietas podadas. Nick nunca fue bueno con las plantas, además las semanas pasadas pasaba muy poco tiempo en casa como para interesarse en el patio, que siempre había sido el santuario de Judy.

Hablando de Judy, ella estaba inclinada frente a las flores, y parecía temblar.

"Por favor, que no sea otro colapso" rezó en su mente.

—¿Judy?

Ella lo miró, estaba llorando –otra vez– pero se veía distinta. En otras ocasiones, su mente parecía distante, ahora de verdad parecía ella misma. Lo miró y se abrazó a él como un náufrago se aferra a un salvavidas.

—Mi papá murió—dijo, con una mezcla de dolor y resignación—Nick, papá murió.

Él la abrazó, sorprendido, porque ni siquiera en el funeral su esposa pronunció esas palabras.

—Ya, ya, zanahorias… él está en un lugar mejor.

—Murió, ¿y qué he hecho yo? Estar como un fantasma… Nick perdóname ¡lo siento mucho!

No respondió, sólo acarició su cabeza.

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Nick estaba sentado en la mesa del comedor, con un café enfrente y muchos pensamientos confundiéndolo. Judy había cenado tranquila, y el ambiente por primera vez se sintió normal entre ellos, luego le besó la mejilla y le deseó buenas noches, la escuchó darse un baño antes de dormir.

Él se hizo un café como excusa para permanecer abajo y darle algo de espacio, miró un rato el patio, sorprendido por todo el trabajo que ella solita realizó en una tarde, y de lo terapéutico que había sido. En los dos meses que llevaba Stu Hopps muerto, esa fue la primera noche en que Judy se vio más normal.

Intentaba ser paciente, intentaba comprenderla, él también perdió a sus padres ¡y de pequeño! Se enfrentó a ese dolor y a la soledad desde la adolescencia, marcándolo con tanta profundidad que fue un delincuente durante años. Era normal que Judy se sintiera tan triste por la muerte de su padre, y más por lo repentina que fue.

Aún recordaba aquella tarde, cuando Judy llegó a su oficina y con aprehensión le dijo que su padre estaba muerto. No enfermo, no hospitalizado: muerto. Su mamá la llamó al trabajo. Stu Hopps estaba trabajando en los cultivos de moras, como siempre, cuando un infarto fulminante lo dejó en el suelo, muerto en cuestión de segundos, sin darle tiempo a sus hijos (los que estaban trabajando con él) ni de cargarlo a la hamaca, o meterlo en la casa, o llamar a una ambulancia.

El doctor dijo que para Stu fue como si se desmayara, como haberse dormido en el trabajo, pero ésta vez no despertaría. No había indicio alguno de que sufriera. Pero el susto que dejó en sus hijos, y el dolor de toda su familia… ese era un sufrimiento distinto que todos los Hopps habían intentado soportar a su manera.

Judy, que tenía en su mente la imagen de su sonriente padre jugando con todos los nietos en navidad, estuvo en shock desde que recibió la noticia hasta… bueno, quizá hasta esa misma tarde. Lloró en el funeral, y trató de consolar torpemente a su madre, pero cuando regresaron a Zootopia algo la trastornó. El Jefe Bogo le dijo que no regresara a la comisaría hasta que se sintiera completamente mejor, y Judy se encerró en la alcoba, teniendo de repente los colapsos nerviosos y una actitud de miedo, ausencia y torpeza a todas horas.

Sin poder hacer nada, Nick se mantuvo a su lado, primero con afectuosa comprensión, después con preocupación y al final, con una resignada apatía. Nada de lo que hacía parecía surtir efecto, el duelo era interno, era algo que solamente Judy podía resolver, y mientras su esposo tenía que mirar cómo se lastimaba tanto, descuidándose al colmo de haber sido dos veces hospitalizada, por no dejarse ayudar.

Se sentía herido y desplazado, y aunque le alegró muchísimo que Judy diera ese enorme paso adelante, había sentimientos encontrados. Era evidente que el duelo de Judy apenas estaba empezando como tal. Según el libro que le regaló Rei, Judy había alternado las fases de negación y de ira que suelen tener el proceso de duelo. Si ese mentado libro estaba en lo cierto, entonces seguía la fase de negociación, y sólo el cielo sabía cuánto tiempo estaría en esa fase.

¡Con un cuerno, no podía seguir pensando de esa manera tan negativa! El café ya estaba frío, así que Nick lo tiró y lavó la taza. Si seguía siendo tan condescendiente consigo mismo llegaría el punto en que él también ocuparía un libro de psicología o peor aún, una terapia, para comportarse.

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Bufete de abogados "Lawrence & Asociados"

Eran las 12: 21 de la madrugada, pero Sasha seguía en su cubículo, no quería irse ahora que tenía tan valiosa pista. A sus veintitrés años de edad, faltándole solo un año para graduarse como abogada en el prestigioso Colegio Superior de Leyes de la Universidad de Zootopia, Sasha era consciente que ayudarle a su jefe ganando ese caso cerraría con broche de oro su currículum, abriéndole un futuro brillante tras la graduación.

La justicia corría por sus venas, o al menos eso le decía su padre, y considerando la pasión que sentía cada vez que acudía a un juzgado no tenía más remedio que darle la razón. Sasha ni siquiera lo pensó dos veces antes de entrar al Colegio Superior de Leyes, y aprendía tan rápido que, en su último año escolar, fue aceptada para una pasantía muy especial en el selecto bufete "Lawrence & Asociados" uno de los más prestigiados, y caros, en toda la ciudad.

Fue asignada al Lic. Pumalez, uno de los mejores abogados de la firma, y quien estaba a cargo de un caso muy complicado. Para tal reunió a un comité de dos abogados más y tres pasantes, que lo mismo llevaban el café como leían y entregaban los tediosos reportes de la firma, aprendiendo mientras escuchaban y leían.

Sasha llevaba los cafés y las donas de una oficina a otra, oyendo con muchísima atención, apuntando en una libretita todas las dudas que tenía, trabajando en la biblioteca o en su pequeño cubículo compartido para que sus reportes fueran los mejores. Pero ésta vez había llegado más lejos: encontró una pista que, si era bien trabajada, podría nombrar al cliente inocente.

La hora de salida eran las 9:00 de la noche, pero ahí seguía ella, trabajando. El Lic. Pumalez le había pedido a última hora que no se fuera sin terminar el reporte final, para el cual tuvo que releer todos los anteriores reportes, y eso la dejó hasta casi las 11:00. Vio la oficina vaciarse, los focos apagarse, y el cansado conserje le dejó la llave del piso para que cerrara al marcharse. Como ya era tarde, y teniendo la llave en mano, Sasha pensó que terminar su investigación particular de una vez por todas era la mejor de las ideas.

Tecleaba rápido en la computadora, gracias a su experiencia, tenía los audífonos puestos porque detestaba el silencio absoluto. Tarareaba en voz baja la canción "Who is it?" de Michael Jackson, uno de sus artistas favoritos. Fue ese tararea el que no la dejó escuchar la puerta del servicio abrirse, ni ver la sombra que se movía por el pasillo hacia ella.

Pero en el monitor de su computadora pudo ver a un encapuchado atrás de ella, actuando por puro instinto, cambió rápidamente la canción en su lista de reproducción ("Por favor, que los detectives tengan cerebro" pensó) y con el impulso de la adrenalina, se levantó de un salto.

—¡No!—gritó, tropezándose con la silla para alejarse del malhechor—¡Ayuda, por favor, ayuda!

Su garganta se desgarró, pero el edificio, vacío desde las 11:00, fue el único testigo de cómo aquél encapuchado saltó sobre la hermosa yegua, Sasha forcejó, pero en eso otra sombra (¿cómo no se dio cuenta de que eran dos?) emergió detrás de ella y la sostuvo con muchísima fuerza. La amordazaron y, sin perder tiempo, sacaron una navaja portátil, con la cual cortaron sus dos muñecas.

—¡Bastardos, malditos! ¡Los veré en el infierno! ¡Ahhhh!—gritó, cuando le golpearon la cabeza atontándola y dejándola al lado del escritorio.

Uno se quedó encima de ella, impidiendo que se moviera mientras la sangre manchaba el suelo. El otro fue a la computadora, metió un USB para copiar todos los documentos del CPU y después borró las carpetas de información confidencial. Dejó las redes sociales y otras carpetas triviales abiertas, para no levantar más sospechas.

Ambos se quedaron ahí, de pie, hasta que Sasha perdió la conciencia, sabiendo que ya no despertaría. Dejaron una nota sobre el teclado del computador, y salieron con sigilo.

En la oscuridad de la madrugada, la yegua yacía respirando en los últimos minutos de su vida, totalmente inconsciente, sobre un enorme charco de sangre, las luces apagadas, y el reproductor de música de la computadora repitiendo, una y otra vez, la canción Smooth Criminal.


Eso ha sido todo por ahora ¿les gustó? ¿creen que tenga potencial?

La canción "Smooth criminal" también es de Michael Jakcson.

Sé que las cosas parecen un poco escuetas por ahora, pero les garantizo que irán adoptando mucha más forma, el siguiente capítulo está casi listo y no demoraré mucho en subirlo. Acepto cualquier sugerencia y respondo todas las dudas que tengan. Mil gracias por leer y darle una oportunidad a esta historia ¡nos leemos!