Desearía ser fuerte como las personas que la rodean. No, no es una debilucha, ni huye de sus problemas, pero últimamente los recuerdos de épocas que solían parecer lejanas le duelen más que nunca, y no puede entender bien el porqué.

Si solo pudiese ver claramente las imágenes efímeras que nublan su pensamiento sería capaz de seguir adelante, y deshacerse del sentimiento de ahogo constante que la aprisiona día y noche.

La italiana piensa todo esto mientras está recostada bajo la escasa protección de un árbol a la entrada de su casa. Observa las hojas balancearse impulsadas por la brisa de la tarde, y algo dentro de su pecho parece apretarse.

Recuerda de pronto su niñez, cuando era una piccola ragazza en casa de Austria. Aunque más que una niña, siempre era confundida con un niño, por sus formas inquietas y poco femeninas. Siempre tenía que ser curada de los raspones y los moretones que sus andanzas dejaban.

Sonrió con algo de nostalgia, antes de que su expresión se volviera de dolor, al dar con la fuente de su tristeza.

Aquellas manos pequeñas, y gentiles que curaban sus heridas, los ojos azules y grandes que observaban cada movimiento de la desgarbada italiana con preocupación. El rostro pálido e infantil, y el cabello rubio que enmarcaba perfectamente los constantes sonrojos que la italiana le producía.

Desearía poder recordar mejor aquella imagen, pero los años la habían menguado, ahora solo eran destellos cortos de la persona a la que alguna vez había amado con su alma entera.

Cubrió sus ojos con su antebrazo y trató de esbozar una sonrisa, que terminó como una mueca, susurrando suavemente el nombre de su primer amor.