Páginas en blanco – Jim Mizuhara

Pareja: Kai & Max.

Contenido: Yaoi, Lemon, AU.

Disclaimer: Ya saben.

Observaciones Generales: Cualquier semejanza con Junjou o Gravitation es eso: apenas una semejanza. Espero y les agrade esta entrega. Siéntanse libres de comentar.


"¿Cuántas realidades no son ficciones veladas, y cuántas ficciones, arquetipos de una realidad desesperada por emerger?"


La inspiración fallaba y eso era deprimente. Mirar el techo, las paredes, afuera por la ventana y de nuevo al techo no estaba ayudando demasiado, sentía una vaga sensación de ansiedad. Volvió a su sillón, miró reflexivamente la pantalla del portátil y contrajo los labios. Suspiró, pasándose los dedos por el cabello, levantó los pies sobre la mesa, así como siempre le habían dicho que no debería hacer, pero no importaba, era su departamento. Tenía que solucionar el problema, y era mejor que lo hiciera antes que...

Tocó el teléfono. Insistentemente, una, dos, tres veces, el interlocutor del otro lado de la línea no cejaría tan fácilmente en su intento. Kai levantó el auricular.

- ¡Kai! ¡Por fin atiendes ese maldito teléfono! Quiero ver ese texto para...

Kai colgó sin decir una palabra en el auricular. El aparato tocó nuevamente.

- ¡Déjate de bromas, Hiwatari! Sabes bien que si no atiendes ese teléfono vas a...

El auricular cayó pesadamente sobre el gancho. Nuevos timbrazos.

- ¡Kai Hiwatari, deja ya de ser hijo de...!

Hiwatari estiró el cable del enchufe y desconectó el aparato. No lo hallarían tan pronto, estaba listo para huir. Cogió apresuradamente su chaqueta colgada en el sillón, se puso al hombro y abrió la puerta para salir a toda prisa. Hubiera conseguido si no tropezaba en el zaguán con cierto pelirrojo.

- ¿Crees que no sé tus movimientos, Hiwatari? ¿Pensabas que no sabía que, luego de no atender, huirías? - le espetó el pelirrojo.

- Ivanov, no tenía idea de que venías. Lastimosamente, tendré que ir al mercado, se me terminaron los cigarrillos – dijo Kai, caminando y pasando por encima de Ivanov.

- ¡Demonios, esto es el colmo de la hipocresía! Hiwatari, yo sé que tú no fumas y esto es una excusa barata para no recibirme.

- En realidad, comencé a fumar ayer. Así que hablamos después.

Yuriy lo sujetó contra la pared, apretándole de los hombros. Le dirigió una mirada asesina.

- Kai, si no valieras millones para nuestra compañía editorial, juro que te mataba sin contemplaciones, eres de lo peor cuando se trata de trabajar.

- Es toda una declaración impregnada de ternura, Yuriy, pero no podrá ser – contestó Kai en tono sarcástico – no dejaré que hagas eso sin que yo reaccione. Además, como ya debes saber, y sé que puedes leerme los pensamientos... el texto está listo.

Yuriy lo soltó, llevándose las manos a la boca por la sorpresa. Eso era inaudito.

- ¿Me hablas en serio, Kai? ¿Finalmente, por primera vez, has... terminado?

- Ciertamente. Apenas faltan algunas correcciones ortográficas y de estilo y luego te envío el resultado del trabajo. Apenas aguarda que te envíe un correo electrónico.

- Ciertamente me estás mintiendo, Hiwatari. Si era así, ¿por qué estabas huyendo tan apresuradamente? - cuestionó el pelirrojo, intrigado.

- Más te vale que creas en mi palabra – repuso Kai, muy seguro de sí – hasta el miércoles te lo envío.

- Miércoles, no, Hiwatari, ¡necesito ese texto para el lunes! - gimió Yuriy, llevándose las manos a la cabeza – esa gente está presionándome hace dos semanas para imprimir el nuevo libro y tú no haces cuestión de entregar.

- Bueno, entonces el lunes – atañó Kai – estamos combinados.

- ¿Y qué hay de los otros textos? - inquirió Yuriy.

- ¿Qué otros textos? - preguntó Kai.

- ¡Maldita sea! ¿Me vas a decir que no estás trabajando en ningún otro texto para después de publicar este?

- ¡Oh! Claro que estoy trabajando en eso. Arduamente. Tengo cinco textos iniciados – mintió Kai.

- Ojalá y sea cierto – dijo Yuriy, arreglándose el saco del traje – no pienses que la fama y el dinero te durarán mucho si continuas así.

- Si nada resulta, podrías darme alojamiento y comida en tu casa, ¿no? - repuso Kai con una sonrisa pervertida, al tiempo en que acariciaba el mentón del pelirrojo.

- Eres un tarado, Kai – contestó Ivanov, quien súbitamente quedó sonrojado – no sostendría un trasto como tú en mi casa. Lo máximo que podría hacer por ti es recomendarte a una editora de revistas pornográficas.

- Tienes que admitirlo, Yuriy, tú también lees mis libros, ¿o no?

- Los leo en plan profesional – puntualizó Yuriy – tengo que enterarme si no has escrito sandeces como cierta vez ya has hecho.

- Si no fueras tan maldito, Ivanov, hubieras dejado pasar aquellas dos páginas del texto del libro anterior para que se publicara – mencionó Kai, al tiempo que le guiñaba un ojo.

- ¿Para que luego Kuznetzov se enterara que él aparecía en ese libro manteniendo relaciones sexuales incestuosas con una persona del mismo sexo? Realmente no sé en qué estabas pensando cuando escribiste eso – dijo el pelirrojo, bastante molesto.

- Pensé que sería divertido – replicó Kai, apoyándose contra la pared – tal vez te ayudara a conseguir un nuevo empleo. Cuando Bryan se enterara...

- Quién necesita de enemigos cuando se tiene a alguien como tú por cerca, ¿no? - repuso Yuriy desdeñosamente – de no cuidarme serías capaz de meter un explosivo en los cajones de mi mesa.

- Ve a visitar a tus otros esclavos – dijo Kai, dándose vuelta y regresando a su departamento – tienes que adularlos un poco para que produzcan algo. Ya has hecho tu parte aquí, ¿o quieres que te ofrezca un café?

- Me vas a ofrecer... ¿un café?

- Sí, ahí tienes – dijo Kai, hizo un rápido movimiento y sacó una moneda de su bolsillo, lo arrojó a los pies de Yuriy, en un metálico tintineo – en la esquina de la cuadra hay una máquina, coge una lata. Es por mi cuenta – concluyó. Le guiñó un ojo y cerró la puerta.

El pelirrojo quedó contemplando la brillante moneda a sus pies y sonrió. Meneó la cabeza y cogió la moneda. "Tan típico de tu carácter, Hiwatari", pensó. No necesitaba ser un genio para saber que a Kai le faltaban unas veinte páginas para terminar el texto y que todo era una mentira. Practicaban ese teatro todas las veces que había que concluir una obra, era de praxis. Esta vez no fue diferente.

Kai apoyó la cabeza contra la puerta. Su mudo suspiro lo trajo a la realidad: Debía hacer algo desde ya. ¿Por qué estaba siendo tan difícil? Había escrito una docena de libros con el mismo tema y no tenía nada de complicado. Escribía casi de modo instintivo y automático, lo que hacía se vendía como agua al salir en las librerías, pero ahora no tenía la más remota idea de cómo rematar este libro nuevo. Necesitaba inspiración, y sólo conseguiría saliendo de la celda-departamento donde vivía en reclusión casi ermitaña. Había semanas que casi no salía de casa, miraba con desconfianza el exterior a través de las persianas que siempre estaban cerradas hacia la calle, a veces solía escuchar murmuraciones en la acera, conjeturas de transeúntes que se preguntaban unos a otros si ahí viviría el famoso escritor Kai Hiwatari.

Comenzó como una tontería entre amigos, un secreto revelado sin querer, luego se puso más serio y comenzaron a hablar de dinero. Cuando sus palabras e ideas se vendieron, y su nombre adquirió un débil resplandor dorado que lo hacía atractivo a empresas editoriales, percibió que estaba irreversiblemente atrapado, comenzó a ser citado en revistas literarias. No tuvo tiempo siquiera de adoptar un seudónimo que lo protegiera de las hordas enfurecidas de fans, el cepo había caído antes que se diera cuenta. Ahora escribir no era más un lujo, era una apremiante necesidad, tanto de él como de todos aquellos que erguían las manos para mantenerlo allá arriba. ¡Cómo quería despedirse de ese sórdido mundo de escritores de obras con contenido adulto! Pero no conseguía, los cheques que caían todas las semanas presentaban números que lo vencían toda vez que se proponía abandonar la cosa.

¿Y los cócteles de presentación de sus nuevas obras? Venían muchos invitados. Su misantropía exacerbada lo hacía frecuentar tales festividades una hora, a lo sumo, antes de escabullirse sin avisar a nadie. Lo hacía por dinero, siempre por el maldito dinero. No era honorable para él, de ningún modo, estar en ese círculo. Pero de ello también dependía las ventas, necesitaba mostrar la cara con cierta periodicidad y, obviamente, dar entrevistas. ¡Entrevistas! Esa gente sabía hasta el color de su ropa interior aquél día. Precisamente él, el estudiante gris y sin ningún atractivo que pasó toda la enseñanza media en las sombras, de repente se convirtió en el segundo asunto de los canales televisivos, apenas después del pronóstico del tiempo. Hozaron su pasado y su presente con maestría, apenas conseguía vivir en paz unos meses en un departamento antes de mudarse a otro, en secreto, para que no lo perturbaran tanto. Era algo desagradable encontrarse con fanáticos intentando atacar desde el ascensor del edificio, por no decir lo que podía encontrarse afuera.

Se dirigió hacia la cocina, puso agua a hervir en el micro-ondas y cogió el frasco de café. Encendió distraídamente la televisión, pasaba un programa de chismes... y estaban hablando de él. Cansados de hablar de sus obras, ahora estaban divagando sobre cuáles serían sus relaciones amorosas. Apagó a toda prisa el aparato. Llevó el café hasta la pequeña sala que le servía de oficina y miró por la ventana.

Entre la hojarasca barrida por el viento otoñal, la gente iba y venía, sin rostros, sin emociones, a destinos desconocidos. No muy lejos había una librería, y desde su ventana podía ver el movimiento de la misma, saturada de gente ávida por comprar su último libro publicado. Hiwatari enarcó un poco las cejas, podía divisar grupos de estudiantes arremolinándose en el establecimiento, cosa que en teoría no debía suceder ya que sus obras debían ser destinadas apenas a mayores de edad. Pero en el fondo sabía que todos eran así, él también lo había sido en su época: ¿Cuál es el adolescente que no va detrás de lo prohibido, del secreto a voces que es la literatura para adultos? En su adolescencia había visto más cosas que sus antepasados en toda su vida (y fue ahí que comenzó el torbellino de su vida literaria), sus amigos intercambiaban de modo febril tales cosas, como moneda de trueque en una edad que los valores son diferentes y lo que importa es ver lo nunca visto y dejarse llevar por sensaciones nunca antes experimentadas.

El presente sin reglas, el pasado lleno de traumas y el futuro incierto hacía con que fuera una persona fría y desconfiada, y cuanto más la gente se preguntaba con quién él se estaba relacionando (al final de cuentas, es así como la gente famosa hace, ¿no?) menos ganas sentía de conversar siquiera con las personas. Su antigua amistad con Ivanov le permitía decir algunas cosas más subidas de tono, pero no pasaba del plan profesional o meramente de las manías que ambos habían adquirido con el transcurso de sus vidas. Yuriy era tan opuesto a él... salía a las cinco de su trabajo y salía a algún lugar, tal vez un restaurante o a una representación teatral, quizás con alguien esperándole. Sentía un poco de envidia del pelirrojo, Hiwatari podría tener toda la vida social que quisiera y, sin embargo, lo evitaba como si se tratara de una maldición.

"Consíguete alguien" era la frase que más escuchaba de Yuriy, cuando estaba especialmente poco productivo "o te consigues alguien en serio, o llamamos a alguien y le pagamos. Lo que sea, pero mueve esas manos y haz algo que se venda". Cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la pared: ¿Quién querría relacionarse con él que no fuera por su fama o su dinero? El mundo estaba lleno de oportunistas y alpinistas sociales, todos dispuestos a cualquier cosa con tal de aparecer a su lado con un título más o menos íntimo. Sus pensamientos tomaron rumbo errático, miró de nuevo al grupo de estudiantes que se agolpaba en la librería, con una vaga nostalgia de tiempos pasados.