Disclaimer: La historia de Inuyasha es propiedad exclusiva de Rumiko Takahashi.
Yoki senu yoru (Noche inesperada)
El repicar de las copas de vino tinto aunado con la decoración del lugar, hacía que la atmósfera se volviera tan embriagante. Y no está de más decir, que las máscaras de estilo veneciano que portaban los invitados daba un tinte de elegancia al recinto.
No cabía en sí misma del porqué había aceptado la invitación de reemplazo de parte de su amiga, a un evento tan glamuroso. Encontrarse en el distrito de Ginza era toda una novedad, y al mismo tiempo una ironía ante sus ideas sobre la clase elitista japonesa.
"A veces la rutina hace estragos hasta las mentes más benevolentes, provocando que el alma se desgarre con cada roce de una máscara de efímera imprudencia."
Absuelta de tal contradicción, se refugió en lo más recóndito del sitio, para pasar desapercibida entre el sinfín de gente. Poco a poco, las horas iban transcurriendo sin alguna mejoría ante su situación. Sólo esperaría unos cuantos minutos, y se retiraría sin el más mínimo ruido.
Un poco antes de comenzar el evento, afuera de éste, con gran ímpetu habían sido devorados cajetillas enteras de cigarrillos entre un grupo selecto de empresarios. Entre los cuales, sobresalía uno de ellos dada su magnanimidad y altivez, las cuales persuadían hasta al más acaudalado ejecutivo a retirarse de su presencia. Pero esta noche era distinto. Estaba absorto entre sus pensamientos y harto de tanta palabrería entre sus interlocutores. De una manera u otra, se liberó de ellos con una parca despedida, y desapareció entre la multitud.
De pronto, la noche se desligo de su monotonía, cuando en la entrada del recinto se vislumbró la silueta de un caballero, que al no tener colocada una máscara; la sutileza de sus facciones se convirtió en un dilatador de pupilas femeninas.
Poco a poco se corrompían tus creencias sobre la gente adinerada ante la aparición de este personaje misterioso. Además, te sentiste tan vulnerable como las demás damas presentes. Y entre tu sopor, no hallaste en ti lo que siguió a continuación.
Cada paso que emitías infundía rebeldía, y uno a uno los prejuicios eran burlados con singular maestría. Por consiguiente, le ofreciste tu mano al enigmático caballero que desde la entrada de aquel recinto, te cautivó al punto de llevarte a un orgasmo mental.
Lo más absurdo de aquello, era el hecho que dirigieras la situación con total sobriedad. Pero, un leve roce de esos largos y blanquecinos dedos te adentro a la realidad de un golpe; sin embargo, te zafaste inmediatamente y diste media vuelta. Estabas a punto de arrepentirte, cuando de pronto el agarre de aquella persona te hizo sentir como la sangre se aglomeraba en el vaivén de ese excitante juego. Ibas a escaparte nuevamente, pero él te desafío con su mirar. En milésimas de segundos, empezó a rozar su dedo índice sobre tus labios y a susurrar unas cuantas cosas a tu oído. Un torrente de lujuria se desbordó en el instante que escuchaste su voz tan varonil.
La necesidad de ser devorada por aquellos ojos dorados era inevitable. Una ráfaga de viento te sacó de tus cabales, para azotarte nuevamente a la perdición cuando unas hebras de su cabello blanco, se removían en esa sombría velada. En cuanto a su esencia, era un alicante que trastornaba tus sentidos.
Un par de horas antes había advertido algo inusual entre los comensales. Entonces, al adentrarse al lugar donde se esparcía tanta soberbia e hipocresía, deslumbró dónde provenía lo insólito de aquella velada. Acto seguido, una sonrisa se cernió en sus labios.
Sin hacerse esperar, dio alcance con sus afiladas manos con las de una joven de cabello tan negro como el ébano, el cuál le llegaba un poco arriba de la cintura, y unos ojos esmeraldas. Éstos estaban ocultos por una máscara plateada cincelada con pequeños surcos blancos y adornada del lado derecho con unas cuantas plumas, que le daban un aire de distinción a su rostro.
Por otro lado, su ingenuidad e incomodidad al hallarse en un evento así, fue el detonante de su curiosidad, la cual necesitaba ser saciado antes de cambiar de idea.
Tenías la certeza de que ella escaparía, puesto que intuías que dada su timidez, ella no podía creer tan inexorable escena. Como lo habías previsto, inmediatamente ella se zafó de tu agarre, pero tú no se lo ibas a permitir. Volviste a entrelazar tu mano contra la suya, y la desafiaste con sólo una mirada.
Finalmente, con sólo delinear la comisura de sus labios y recitar unas cuantas palabras a su oído, ella se estremeció al instante.
Esta noche, indudablemente algo iba a cambiar la perspectiva entre estos dos desconocidos.
