Disclaimer: Todo el universo de Harry Potter pertenece a J. K. Rowling

Pareja: Sirius Black & James Potter.

Beta: Kristy SR


Este fic participa en el reto anual "Long Story 4.0" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black


Prólogo

Sirius se llevó a los labios la copa, con un gesto elegante que no acaba de cuadrar con su aspecto; y sonrió de manera desafiante a su madre apenas tragó el líquido.

Él siempre había sido un rebelde y aquella noche no podría ser la excepción; se suponía que la fiesta al principio de las vacaciones de verano era un evento más bien banal, pero en esa ocasión Walburga buscaba una jovencita con quien desposar a Sirius. Los tiempos se volvían difíciles y ella quería tener la seguridad de que contaba con un nieto que perdurará la sangre Black. Había comprado una costosa túnica de gala para que su hijo mayor usará durante la velada, sin embargo, este se empeñó en vestir un atuendo digno de un muggle —una camiseta descolorida debajo de una chaqueta de cuero, un par de jeans raídos y sus inseparables botas de piel de dragón—; además, ella logró cortarle el pelo un par de días atrás, y ahora el muchacho volvía a traer su larga cabellera. Walburga sentía que el rostro le ardía de la vergüenza, aunque su expresión seguía siendo tan imperturbable como la de una estatua de piedra.

De todas formas, las invitadas de la fiesta seguían posando sus ojos en el joven con una mezcla de anhelo y desaprobación. La mujer negó ligeramente con la cabeza, y decidió que esta vez Sirius no se saldría con la suya. Se acercó a Cassandra Yaxley, y la encantadora chica que suponía que debía de ser su hija.

Sirius, muy por el contrario, había decidido que no se comprometería. Y él siempre hacía lo que quería, nadie podía obligarlo a nada. Caminó con paso decidido hasta su madre, mientras se preguntaba cuántos puntos más le quitaría a su persona si decidía encender un cigarrillo muggle en una estancia llena de idiotas sangre pura; o sí mejor esperaba a que su madre tuviera a la indicada y le escupía el humo en la cara…

Estaba a punto de saludar a las mujeres, cuando su madre se giró, le dedicó una mirada de advertencia y volvió la atención a sus acompañantes.

—Has llegado en el momento oportuno, Sirius —soltó su madre en un tono amable perfectamente ensayado—. Te presentó a la señora Cassandra Yaxley y a su hija Sophie. Es una muchachita encantadora, ¿no crees?

Sirius miró a la joven concienzudamente, provocando el sonrojo de la chica.

—No, no lo creo —repuso, para sorpresa de las presentes—. Tiene la nariz muy grande, los ojos muy juntos, está plana y no me gustan las pelirrojas —añadió con desinterés, y se apartó.

Walburga prorrumpió en disculpas apenas había dado un par de pasos, alegando que tal vez estaba borracho y no sabía lo que decía. Sin embargo, eso no apaciguó la furia de las mujeres.

En ese momento Sirius encontró la figura de su padre, rodeado de funcionarios del ministerio y, las que supuso eran, sus hijas o esposas. Se acercó sin pensarlo dos veces.

—Sirius, muchacho, tu padre nos ha hablado mucho de ti —dijo a modo de saludo un mago de edad avanzada, mientras le daba un par de palmadas en la espalda.

—Aunque no nos había dicho que eras tan guapo —agregó una bruja joven, con una sonrisa coqueta bailando en su rostro.

—¡Hannah! —le reprendió alguien del grupo.

—Oh, me halagas —respondió Sirius, fingiendo haberse avergonzado—, pero no lo creo. Si te fijas bien estoy un poco bizco, y rangueo ligeramente cuando camino. Supongo que es por eso de la endogamia; ya sabes, como mis padres son…

—Basta, Sirius —cortó Orion.

—Yo sólo decía la verdad. No es bueno mentirle a señoritas tan lindas —dijo, fingiendo que la veía a ella. mientras sus ojos estaban fijos en la persona a su lado.

La muchacha pareció realmente incómoda, soltó un par de palabras sin sentido y se alejó del círculo.

—Es una pena, me había gustado realmente. —La burla debajo de la oración sólo llegó a oídos de Orion, que no supo cómo sentirse cuando Sirius dio media vuelta y comenzó a caminar arrastrando una de las piernas. Suspiró e hizo un amago de sonrisa: ninguna de las chicas presentes querría ser desposada por su, reciente bizco y cojo, hijo.

Sirius esperó a alejarse lo suficiente para volver a caminar con normalidad; esto estaba siendo más divertido de lo que se había imaginado al principio de la velada. Decidido a arruinarlo todo por completo, buscó a Regulus entre la multitud, y se decidió a encender uno de los cigarrillos que llevaba consigo.

—Sí, el siguiente curso iré a Durmstrang. El idiota de Dumbledore no sabe apreciar mi potencial —decía su hermano cuando lo encontró.

—Oh, vaya, y yo que creía que tenía que ver con que te acusaran de acoso.

Las mejillas de Regulus se encendieron ligeramente y apretó los puños. Se suponía que era un secreto, no que en verdad se hubiera acostado con la tal Emmelin, se hubiera asustado y, para evitar escándalos, se cambiaba de colegio.

—No sé a qué te refieres.

—¿Quieres que te lo explique? Apuesto que tus amiguitos están muy interesados en saberlo —dijo sonriendo de manera socarrona.

—Vete —escupió el menor, entrecerrando los ojos—. ¿No tienes que ir a liarte con alguien o algo?

Los muchachos que acompañaban a Regulus los miraban expectantes, preparados para separarlos si se necesitaba.

—¿Y desperdiciar este tiempo de calidad contigo? Ni hablar. —Le dio una calada a su cigarro y se acercó lo suficiente a su hermano para escupirle el humo en la cara.

Las mejillas de Regulus enrojecieron por la ira y ni siquiera se lo pensó dos veces antes de empujarlo.

—Aleja ese asqueroso humo de mí —gruño, sacando la varita de la bolsa de la túnica.

—¿Qué dices? —Hizo un gesto condescendiente con la mano y le dio otra calada al cigarro.

—En eso te equivocas, nada puede ser más sucio y asqueroso que ese amigo tuyo. ¿Cómo se llama? Ah, sí… Remus.

Sirius sabía perfectamente que sólo lo decía para provocarlo, y funcionó bastante bien, porque soltó el cigarro y estrelló su puño en el perfecto rostro de su hermano. ¿Quién necesitaba una varita si podía darle una paliza como Merlín manda?

Regulus trató de defenderse, pero no era lo suficiente grande ni fuerte para hacerle daño de verdad: los años jugando Quidditch le habían dado una condición que el menor no tenía. Al final, entre todos los muchachos lograron separarlos.

Un silencio sepulcral cubrió la estancia cuando Walburga y Orion se apresuraron a ir hacia ellos. La mujer corrió a observar los daños hechos a su hijo menor y luego, ante la atenta mirada de todos salió del salón de fiestas. Orion se apresuró a coger a Sirius del brazo para salir detrás de su esposa.

Apenas salieron del salón cuando la mujer se volvió y le plantó una cachetada que le hizo morderse un labio y que le saliera sangre. Orion le soltó, le miraba con ira contenida.

—No entiendo qué pasa contigo ¿no puedes comportarte ni una sola vez? Siempre te hemos dado todo lo que has querido e incluso más… —dijo Walburga con un tono frío—. ¿Esta es tu manera de agradecernos?

Sirius no respondió, sólo levantó la vista al firmamento y apretó la mandíbula.

—Estoy harta. Ya no voy a soportar ni una más. Vas a entrar y…

—No, ya no voy a soportar nada más —gruñó Sirius, y les miró desafiante—. Me voy.

Por un segundo la máscara de Walburga se descolocó y un asomo de dolor se notó en su expresión, pero sólo duró un segundo, luego recompuso su mueca de frialdad y entró en el salón. Sirius hizo amago de seguirla, para ir por sus cosas; sin embargo, la mano de su padre agarrando con rudeza su hombro lo detuvo.

—Si te vas a ir, lo harás con lo que traes puesto porque esta ya no es tu casa.

Ante toda respuesta, Sirius se soltó del agarre y comenzó a caminar dejando todo atrás, con una fuerte opresión en el pecho, pero bastante decidido. Ya sabía a dónde ir.