A China le gustan las cosas lindas. Tiernas. Adorables. Kawai. La mayoría de cosas que integran este grupo son animales. Desde pequeños gatitos hasta grandes jirafas. Yao adora los animales. Sobre todo si son lindos. Sobre todo si son pandas, por supuesto. Pero eso ya se sabe.
Sí, Yao siente debilidad por ese tipo de cosas. También tiene debilidad por cierto ruso. Pero de un modo bastante diferente.
La puerta del hogar de la vieja nación se abre de repente. China se voltea, alarmado. Se trata de Iván.
El albino sonríe. El castaño intenta hacer lo mismo, aunque lo logra de forma un poco forzada. No termina de gustarle la idea de que el euroasiático entre a su casa así como si nada. Y lo peor, de esa misma forma, podía hacer que sus defensas flaquearan completamente, y no precisamente en el terreno militar.
Rusia avanza hasta estar frente a frente con China, muy cerca, invadiendo el espacio personal del asiático. Rodea al más bajo con sus brazos. El asiático se estremece un poco, pero a pesar de quejarse, el ruso no hace caso. Después de un par de protestas, el chino se deja hacer.
Iván deposita un beso en la mejilla de Yao. El de ojos miel se muerde la lengua y le lanza una mirada de reproche. El más alto hace como que no ve nada, y ésta vez le da un pequeño beso en los labios. Y a China se le suben los colores a la cara.
El más joven deja ver su típica sonrisa, mientras le susurra algo en el oído.
-¿Cuándo serás uno con Rusia, da~?
El rojo en el rostro del asiático aumenta.
Sí, Rusia era un psicópata, acosador de naciones y aterrador. Pero también podía ser muy tierno y cariñoso si se lo proponía.
Iván era como un gran y adorable oso de peluche. Yao lo sabía, y a pesar de los defectos que pudiera tener, lo amaba.
