¡Hola! Este es un fic que se me ocurrió mientras me hacía un par de preguntas locas sobre Digimon Tamers, esperando el bus una madrugada lluviosa. (sí, las 6 de la mañana se considera de madrugada para mi) Si estás leyendo esto, es porque te gusta el Ryoki y si estás leyendo esta historia en particular, quiere decir que o tu alerta en fanfiction es de lo mejor, o eres de los que han esperado que por fin me dignara a retomar mis proyectos inconclusos o tal vez, eres un curioso muy afortunado.
Sé
que fue hace cuatro años que comencé esta loca andanza, y
que a más de uno, la espera debió frustar. Realmente no
culparía a los que optaron por dimitir y pensar mal de mí;
sin embargo sé que los que son escritores o tienen este hobby,
sabrán lo que es esto. Cuando las cosas dejan de ser un juego,
y de pronto tienes deberes y responsabilidades y tus pasiones se
dividen y de pronto no sabes cómo continuar lo que dejaste en
el pasado. De alguna forma, las experiencias que pasé estos
últimos años me han servido para reflexionar sobre mis
escritos, las ideas que he querido expresar, la forma de ver ciertas
cosas. Las razones por las que pude abandonar algo que había
estado marchando de maravilla y gozaba de tanta aceptación
como lo fue esta historia, La jaula de cristal.
Esto había
comenzado como una idea loca "¿qué pasaría si
Rika tuviera un impedimento, y al mismo tiempo fuera poseedora de una
fuerza excepcional y peligrosa?" Todo era emocionante, lleno de
suspenso; sin embargo llegué a un punto al escribir los
capítulos avanzados en el que me vi atrapada "esto no tiene
sentido" me decía. Rika y el resto de los personajes
clamaban a gritos un desarrollo más complejo. La historia
debía ser retomada y dotada de un giro diferente. Eso fue lo
que me impulsó a realizar la famosa revisión en la que
desaparecí al llegar al capitulo 3 al caer en un bloqueo
creativo y cuestionamientos que fluctuarían bastante tiempo.
Dudé de mi propia capacidad muchas veces y aún lo hago
dada mi mala costumbre de no creer en mi; sin embargo, he decidido
volver y terminar lo que una vez comencé. Espero que la Jaula
te guste y más aún ahora, que por fin le doy su
revisada. Muchas gracias a los que pacientemente confiaron en que
volvería.
Digimon no me pertenece, le pertenece a Akiyoshi Hongo
Los fragmentos de "Un mundo feliz" no me pertenecen, los escribió originalmente Aldous Huxley
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La jaula de cristal
Por Lince
Capítulo 1: La chica de ojos violetas
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"La enorme pieza del piso bajo estaba orientada al norte. A pesar del calor de afuera y de la temperatura casi tropical del interior, sólo una luz cruda, pálida e invernal, filtrábase a través de los cristales buscando con avidez algunos ensabanados cuerpos yacentes, algún trozo de carne descolorida, producto de disecciones académicas; pero sólo hallaba cristal y níquel y las pulidas y frías porcelanas del laboratorio. Invierno respondía a invierno..."
–Aldous Huxley, Un mundo feliz–
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Ryo Akiyama bostezó mientras terminaba de instalar todas sus cosas en su nueva habitación y la recorría de arriba abajo con una mirada satisfecha. Había llegado por fin esa mañana a Shinjuku oeste, y aunque su padre estaba muy feliz por la mudanza y el cambio de aires (cosas que le permitirían al señor Akiyama explayarse más en sus obras artísticas), al joven de veinte años esto no le había entusiasmado ni un poco, ya que Ryo había tenido que despedirse de todos sus viejos amigos y ahora tenía que empezar de nuevo, desde cero y en un lugar diferente... Y estaba bien que recién iniciaban las vacaciones de verano y que tendría una gran oportunidad de hacer nuevos amigos; pero es que Shinjuku le parecía un lugar tan distinto de Fukuoka, que no imaginaba qué tanto podría hacer para entretenerse ahí.
–Las fabulosas desventajas de que tu padre sea un pintor que se bloquea fácilmente. –susurró Ryo para sí, mientras acomodaba el último libro de su pequeña biblioteca personal y tamborileaba un par de veces sobre el lomo de pasta dura de aquella novela de ciencia ficción, cuyo título parecía estar escrito con letras de niños: "Un mundo feliz", se leía. El chico torció los labios en una sonrisa como si recordara algo interesante de aquel libro; tal vez podría volver a leerlo por las noches como solía hacerlo en su hogar anterior. La trama de esa historia le parecía tan descabellada, y de cierta forma tan perturbadora que de algún modo siempre lograba engancharlo y hacerlo reflexionar sobre su verdadero significado. ¿Sería posible caer en algo tan retorcido? Tardó un poco en responderse. Tal vez... Luego, como volviendo a la realidad, se apartó un par de reacios cabellos castaños, que acostumbraban caer siempre sobre su amplia frente morena, y salió de la habitación, dejando ahí dentro todavía algunos vestigios de cajas de mudanza y trozos de cinta adhesiva.
Ryo bajó las escaleras a saltos y cayó firmemente en el vestíbulo, cerca de donde su padre parecía tratar de decidir qué lugar debía de tener el privilegio de albergar a su sillón viejo y predilecto de color marrón.
–¡El procedimiento Bokanowsky! –gritó Ryo, haciendo ademanes de estar hablando frente a un auditorio. El señor Akiyama giró los ojos. Ryo continuó recitando, ignorando la cara paterna. –¡Uno de los más grandes instrumentos de la estabilidad social!–comenzó a señalar sus dedos uno a uno como si contara. –¡Hombres y mujeres en serie, en grupos uniformes¡resueltos por Gammas en serie, Deltas uniformes, Epsilones invariables¡millones de gemelos idénticos, el principio de la producción en masa aplicado por fin a la biología! –Ryo hizo una especie de ovación y luego comenzó a hacer reverencias ante su público invisible. El señor Akiyama meneó la cabeza.
–¿Otra vez con el mundo feliz? –el hombre se rascó la barbilla sin afeitar. –Hijo, deberías conseguir libros nuevos... no sé, quizá de otro tipo. Creo que ya tienes la cabeza llena de demasiadas disparatadas. –dijo, moviendo el sillón un poco hacia la izquierda y sentándose en él. –¡por fin, perfecto! –soltó acomodándose mejor. –este rincón es lo suficientemente artístico como para tomar una siesta inspiradora.
–Ya, cuando dijiste que necesitabas un cambio, pensé que te referías a una campiña o a un lugar más tranquilo¡no Shinjuku!... ¿De veras crees que un sitio como este puede ser inspirador? –soltó Ryo, sonriendo incrédulamente.
El señor Akiyama se enderezó abruptamente.
–¡Pero claro que sí! –repuso el padre indignado. –¡Lo que pasa es que no ves con la vista del artista! Hay muchas cosas afuera que la gente suele ignorar y que solo los más duchos consiguen apreciar perfectamente. –pronunció señalándose el ojo derecho. –Por eso, verdaderos creadores habemos tan pocos y el medio de la producción de arte se llena de tanto tipo que dice ver cosas que no existen. ¡Es cuestión de mirar aquello que los demás no notan! Aquello que suele esconderse de las miradas que no merecen apreciarlo. ¡Ahí está la verdadera belleza, hijo! En eso que buscamos y que sólo se presenta ante nuestros ojos... –el hombre se palmeó la frente. –¡Pero qué iluminación! –se levantó de un salto. –¡Tengo que recordar eso! –salió de la habitación y se lanzó sobre una pila de cajas semiabiertas. –¿Dónde dejé mi bitácora? –murmuró revolviendo en el interior de la más cercana, mientras lanzaba por los aires varios pinceles y brochas que cayeron en desorden sobre la alfombra. –¡Caray!
Ryo se guardó las manos en los bolsillos y se encogió de hombros.
–Nunca te capto muy bien tus divagaciones subversivas de todas formas. –susurró Ryo, mirando a su izquierda hacia la mesa de centro de donde levantó un pequeño cuaderno negro; golpeteó con él el hombro de su padre y le entregó el artículo como si eso fuera algo que ocurriera muy frecuentemente entre ambos. –Saldré un rato. –informó el chico, de forma aburrida. –Regreso para la cena, no olvides que te toca a ti esta noche... –caminó hacia la puerta de entrada y se detuvo de golpe. –¡Ah! y por Dios, que esta vez sea algo diferente a la sopa instantánea. No me importa lo que diga la etiqueta, esa cosa no es más que cartón en tiras... –arqueó las cejas. –¿pa, si me estás oyendo, verdad?
–Ajá. –respondió el señor Akiyama, garabateando en su cuadernillo abierto. –Ahora resulta que me desprecias el cartón que te ha nutrido durante años... –respondió mientras hacía un ademán de estar dolido. –¡Qué hijo tan malagradecido!
Ryo giró sus ojos azules, meneando la cabeza y riéndose por lo bajo; abrió la puerta y salió hacia la tarde calurosa que lo recibía en su primer día en Shinjuku. Ya fuera miró las callejuelas que se extendían ante su vista, todas divididas en perfectas y limpias cuadrículas. Una gran cantidad de tiendas se alargaban hasta perderse de vista (la mayoría tiendas locales), la gente iba y venía alegremente haciendo compras, los niños se divertían y correteaban por ahí, liberados de los deberes escolares. Ryo suspiró. Soplaba un apacible aire veraniego y era como si Shinjuku oeste le pidiera a gritos al castaño que lo explorara a la perfección. El joven se encogió de hombros.
–Obedezco. –susurró dibujando una sonrisa entusiasmada.
Ryo enfiló hacia el sur mientras veía de reojo las tiendas y comenzaba a memorizarse el nombre de las calles que pasaba a ritmo lento. Torció hacia el oeste, donde se detuvo un rato a ver los edificios de condominios que se erguían en esas formas tan peculiarmente talladas con aire de modernidad, como solía decirle su padre. Siguió caminando unos veinte minutos, hasta que llegó a una enorme zona verde donde jugaban algunos niños.
–Hey, creo que encontré un parque de mi medida. –murmuró Ryo pasando por entre los niños y adentrándose entre el follaje, con el firme propósito de sondear el lugar a la perfección.
Anduvo algunos minutos hasta que llegó a un sitio en donde ya no había gente y ahí se sentó en una banca a respirar el aire fresco mientras miraba el agua de un pequeño lago que se encontraba por ahí. Era un claro verdaderamente apacible y alejado de las miradas curiosas de los turistas que recorrían la zona comercial de la ciudad, y de ese mismo parque, eso era un hecho (y algo curioso, por cierto) como si ese sitio fuera secreto o se mantuviera oculto por alguna razón desconocida o de hecho tal vez conocida por el resto de los transeúntes, que ni siquiera se atrevían a acercarse. Ryo se emocionó ligeramente¡Tal vez este sitio en particular oculte algún tipo de leyenda urbana macabra, genial! Se sujetó la barbilla. memorando para mí: investigar luego. Fuera de eso, el parque era tan bonito, que Ryo pensó que era una suerte que se encontrara tan cerca de su nuevo hogar. El chico se preguntaba qué otros lugares interesantes encontraría para divertirse. Y entonces, la vio.
Una muchacha pelirroja de unos dieciséis años salía de entre los arbustos, su cabello estaba recogido en una erizada cola de caballo, llevaba unos jeans negros y una blusa negra con mangas color morado oscuro, varias pulseras de plata y guantes de cuero negro, una cadena blanca prendida en su bolsillo derecho, y zapatos de casco de metal; traía unos audífonos puestos, y al parecer estaba guardando algo en un bolsillo que le prendía de un cinturón grueso que le rodeaba la cintura. Ryo se quedó un momento boquiabierto, solo mirándola... ¡Qué chica! pensó él, recorriéndola de arriba abajo con la mirada absorta. ¡Que perfecta es! concluyó después de admirar su talle, su porte y su elegancia casi antinatural. Definitivamente tenía que hablarle y mínimo sonsacarle su número telefónico. ¡Que chica! se repitió hipnotizado.
Ryo se levantó de un salto y se encaminó hacia donde estaba la muchacha sacudiéndose algunas hojas de la ropa.
–Eh, oye, disculpa... –la llamó Ryo.
La chica se quitó los audífonos y miró a Ryo con sorpresa.
El joven Akiyama sonrió al ver el hermoso brillo púrpura que poseían los ojos de la pálida joven. Luego sacudió la cabeza para salir de su ensueño.
–Uh... ¿podrías decirme cómo se llama este lugar? –preguntó Ryo sonriente. –Es que soy nuevo por aquí y no conozco nada todavía...
La pelirroja lo miró valorativamente como no creyéndole, arqueando una ceja desconfiada. Luego, con una mano, movió sus dedos.
Ryo arqueó las cejas.
–¿Qué haces?... –cuestionó este.
La muchacha meneó la cabeza y suspiró. Se encogió de hombros, luego con el pulgar señaló los arbustos que estaban detrás de ella. Le sonrió a Ryo, y haciendo una señal de despedida, comenzó a alejarse del chico.
Ryo parpadeó y la alcanzó de nuevo.
–Oye, espera¿Cómo te llamas? –preguntó Ryo, sin querer darse por vencido con la pelirroja.
La chica no respondió.
–¿Por qué no me dices nada? –dijo él. –¿Es qué acaso soy tan molesto? –susurró, mostrando una sonrisa blanca y amigabe.
La pelirroja no respondió, y siguió caminando; aunque sonriendo ligeramente.
Ryo se rascó la nuca y resopló.
–Hey. ¿Qué pasa¿Es que te comió la lengua el gato? –bromeó.
La joven se detuvo de golpe y Ryo frunció el entrecejo extrañado. ¿Qué dije? se preguntó nerviosamente, mientras le miraba la tensa espalda. De pronto la muchacha se giró y lo miró a él, con rabia, como si hubiera pronunciado algo imperdonable. Apretó los puños, entonces sus ojos brillaron intensamente y de repente pareció como sí una gran ráfaga de viento surgiera de la misma pelirroja, como si hubiera desatado un vendaval con su simple pensamiento. Ella levantó su mano y apuntó al castaño con su dedo índice de manera suficiente. Ryo se estremeció en su sitio cuando una fuerza extraña lo empujó hacia atrás y lo despegó del suelo con una violenta bofetada que no fue capaz de percibir. El joven apretó los dientes, tratando de aferrarse al asfalto con las puntas de sus tenis; pero esa energía lo presionó y lo envió con velocidad a estrellarse contra un árbol cercano, del cual golpeó el grueso tronco, cayendo despatarradamente al piso después.
La chica cerró los ojos y suspiró, y entonces el viento se detuvo. Ella se colocó sus audífonos, subió el volumen de su música y sin prestar el menor interés en Ryo, se alejó del lugar con las manos en los bolsillos.
Ryo la miró perplejo desde donde estaba y se frotó el brazo mientras la veía alejarse. Meneó la cabeza para quitarse las hojas que habían caído sobre su cabello.
–¿Qué rayos fue eso? –se preguntó sorprendido.
–Eso fue una sacudida al estilo de Rika. –le contestó una voz a su espalda.
–¿Eh? –Ryo volteó de inmediato y se topo cara a cara con un sonriente muchacho de ojos color carmesí y cabello castaño que sostenía bajo el brazo un cuaderno de dibujo y que acababa de salir de entre los arbustos por los que la chica había salido también.
–¡Hola! –saludó entusiasmado el muchacho mientras le tendía la mano a Ryo. –Mi nombre es Takato Matsuki; ¡Mucho gusto!
–Eh, mucho gusto. –respondió Ryo con rapidez estrechando la mano de Takato. –Yo soy Ryo Akiyama.
–¿No eres de por aquí, verdad? –preguntó Matsuki mientras ayudaba a Ryo a ponerse de pie.
–N-no, recién me mudé de Fukuoka. –explicó Akiyama todavía algo sorprendido.
–Ah, ya veo. ¿Y en donde vives ahora? –preguntó Takato.
Ryo arqueó las cejas y se rascó la nuca.
–Mmmh como al noreste de aquí, subiendo por la zona mercante.
–¿De veras¡Yo vivo en esa zona! Mís padres tienen una panadería. –sonrió Takato. –Podría decirse que somos casi vecinos, Akiyama. Cuenta conmigo si quieres conocer el barrio.
–Es bueno saber que sí hay personas normales en este lugar. –murmuró Ryo, frotándose de nuevo el brazo. –¿Tú sabes cuál es el problema de esa pelirroja extraña?
Takato dejó de sonreír y meneó la cabeza.
–N-no… –respondió Takato mientras miraba nerviosamente hacia todas partes.
–¿Qué pasa? –inquirió Ryo, notando su comportamiento.
–Es que… no hablamos de eso… –murmuró Takato.
–¿Por qué? –insistió Ryo.
–Por…que... no se puede. –terminó Takato desviando la mirada.
Ryo se pasó la mano por la nuca y resopló.
–No comprendo. –murmuró.
Takato miró de nuevo hacia todas partes y le hizo a Ryo una seña de que lo siguiera. El chico de ojos azules se encogió de hombros y comenzó a caminar detrás de Matsuki pasando por los arbustos e internándose un poco más en el parque. Takato lo condujo hacia una especie de refugio de piedra y se sentó en el suelo de cemento, indicándole que también hiciera lo mismo. Ryo seguía sin entender nada, pero aún así obedeció.
–Mira Akiyama. –comenzó a decir Takato quedamente. –Ya sé que tú eres nuevo en este lugar y sientes curiosidad por lo que pasó. Pero te recomiendo que no te entrometas.
–¿En qué? –balbuceó Ryo mientras pensaba en lo que había ocurrido y preguntándose por qué el joven Matsuki seguía llamándolo "Akiyama".
Takato guardó silencio.
–Quieres decir… –susurró Ryo reflexionando un poco. –…¿Qué ella lo hizo?
El chico asintió lentamente y resopló.
–Ella era Rika Nonaka, la conozco desde que teníamos como once años... –explicó Takato. Se encogió de hombros. –Te pido disculpas por lo que hizo. Ella es muy buena persona, pero… a veces no puede controlar su mal genio. Creo que hiciste algo que la sacó de sus casillas.
–¿Yo? –soltó Ryo acaloradamente. –¡Pero si no hice más que tratar de entablar una conversación con ella! –resopló indignado.
Al escuchar eso, Takato tronó los dedos y se sonrió un poco.
–¡Ah! He ahí el problema. –dijo Takato cruzándose de brazos. –Verás Akiyama. Es que Rika no puede hablar. No puedes tener una conversación con ella si no sabes el lenguaje de señas. Supongo que trató de decírtelo, pero es que ella es muy poco paciente. –comentó Takato girando los ojos. –Recuerdo que a mí me lanzó hacia aquel arenero cuando recién la conocí, porque yo me había burlado de ella al pensar que lo que hacía era un juego. –señaló el castaño, apuntando hacia un gran montículo de arena cerca suyo que parecía abandonado.
Ryo parpadeó sorprendido.
–Uh… supongo que lo que hacía era la respuesta a lo que le había preguntado. –Ryo se golpeó la frente. –¡Soy un tonto¿Cómo no me di cuenta?
–Nah, no importa. –comentó Takato. –Después hablaré con ella y aclararé todo, no te preocupes. Agradece que no te enviara a volar más alto, o al lago. Eso habría sido más embarazoso –se sonrió el chico.
Ryo sacudió la cabeza y miró a Takato con fijeza.
–Takato¿Qué fue lo que me hizo? –preguntó Ryo con intriga.
–No sabría como explicártelo. –el chico meneó la cabeza. –Nosotros tratamos de no tocar ese tema, no hablamos sobre sus "habilidades"
–¿Sus habilidades? Te refieres a lo que hizo hace unos momentos.
Takato asintió con la cabeza.
–Digamos que mover cosas no es lo único que Rika puede hacer, Akiyama. Ella tiene "otros dones", pero son peligrosos. Hace un año murió un amigo nuestro, te lo digo en serio. Por eso no debes involucrarte, podrías correr peligro si te mezclas con nosotros.
Ryo se preguntó qué era todo ese aire de misterio que envolvía a la chica Nonaka. Pensó en qué tanto sabía Takato y en qué tanto le podía decir este al respecto. Ambos permanecieron en silencio unos momentos. De pronto, Takato se puso de pie.
–Bueno, Akiyama, es hora de que yo vuelva a mi casa. Mi mamá se molesta mucho cuando no la ayudo a atender el negocio. –comentó Takato sacudiéndose el polvo de los pantalones.
Ryo se levantó también y decidió emprender el viaje de regreso junto con el chico Matsuki.
–Oye, Takato; ¿sabes si esa chica tiene algún interés en especial? –le preguntó de pronto.
Takato se sonrió y recogió su libreta de dibujo.
–Sí, Akiyama. –respondió Takato tranquilamente. –Las cartas. Ella adora jugar a las cartas de Digimon, precisamente eso hacíamos hace unos momentos.
Ryo se sonrió, él era muy bueno jugando con las cartas de Digimon, y se preguntó si tendría la oportunidad de jugar con la pelirroja algún día.
Takato pareció adivinar sus pensamientos, porque chasqueó la lengua y meneó la cabeza.
–Ni lo pienses Akiyama, ella es muy buena.
Ryo se sorprendió un poco ante el comentario de Takato, pero después se sonrió y continuó caminando junto a su nuevo amigo. Durante algunos minutos conversaron sobre digicartas, videojuegos, música, y demás; hasta que llegaron a la zona mercante y se detuvieron en el local que pertenecía a los padres de Matsuki.
–Bueno, Akiyama. Debo decir que ha sido un placer conocerte. –dijo Takato estrechando la mano de Ryo nuevamente. –No dudes en buscarme si te metes en problemas¿eh?
–Eso haré, Takato. –respondió Ryo.
Takato estaba a punto de cruzar las puertas del establecimiento, cuando Ryo lo llamó nuevamente.
–¡Eh, Takato! –llamó Ryo en un susurro. –¿Podrías enseñarme?
Takato arqueó las cejas.
–¿Qué? –preguntó este.
–El lenguaje de señas. –respondió Ryo sonriendo ligeramente.
Takato lo pensó un momento, se rascó la nuca, y luego sonrió y levantó su pulgar.
–Cuenta con ello, Ryo. –Contestó Takato.
Ryo parpadeó varias veces.
–¿Ahora sí me llamas por mi nombre?
Takato se encogió de hombros.
–Sí, porque quieres ser un amigo sincero. –explicó alegremente, luego se ensombreció su rostro y se tornó serio. –Pero te advierto que es verdad todo lo que te he dicho. –susurró.
–Entiendo. –soltó Ryo rápidamente.
Takato se dio la vuelta y abrió la puerta del local.
–Mañana voy a ver a Rika en el parque, si quieres puedes acompañarme y entre los dos podemos tratar de arreglar su malentendido de hoy. –comentó él casualmente.
–Me parece buena idea. –respondió Ryo.
–Te veo mañana entonces. –acordó Takato como cerrando un trato, luego sonrió ligeramente rascándose la mejilla. –Por cierto... se llamaba Chuo.
–¿Eh? –soltó Ryo de manera confundida.
–El parque. –le dijo. –se llamaba Chuo.
Ryo se encogió de hombros.
–Ya lo sabía. –contestó el castaño sin inmutarse.
–Lo imaginé. –sonrió Takato meneando ligeramente la cabeza. –Nos vemos Ryo... –susurró desapareciendo tras la puerta del establecimiento iluminado.
Ryo se despidió y siguió caminando hacia su casa con muchas preguntas en su mente. Sonrió un poco. Parecía ser que después de todo, Shinjuku no iba a ser un lugar tan aburrido como él creía. Me pregunto si es que acabo de toparme conmi propia inspiración... reflexionó algo aturdido. Levantó la vista hacia el cielo ya oscuro, y se percató de un edificio grande y moderno que se veía a lo lejos. El chico silbó impresionado.
–Las famosas oficinas de gobierno... –se guardó las manos en las bolsas, mientras escudriñaba el edificio de arriba a abajo. –Ese lugar sí que se ve impresionante…
Dejando que todos los sucesos del día flotaran en el aire, Ryo decidió marcharse a su casa y reflexionar sobre ellos en otro momento en el que sintiera menos hambre.
–Sólo espero que mi viejo no haya vuelto a recurrir a su ramen barato. –susurró Ryo para sí mismo, mientras enfilaba el camino hacia su nuevo hogar.
- - -
Al mismo tiempo, al este del parque Chuo, y cerca de la estación de trenes de la línea Yamanote. La chica de los ojos de color violeta se dirigía con calma a una residencia de aspecto antiguo y bien conservado. Lentamente abrió la enorme puerta negra que protegía el bardado de la propiedad, y entró. Recorrió el camino de un extenso y bien cuidado jardín y deslizó la puerta de entrada a la casa. Se quitó los zapatos y los dejó en el recibidor, mientras caminaba en calcetines con pesadumbre hacia la sala, donde probablemente encontraría a los miembros que quedaban de su única familia.
Y no se equivocó, pues Rumiko, su madre, mujer alta y de larga cabellera rubia, poseedora de unos penetrantes ojos color amatista, veía la televisión y cambiaba los canales con algo de fastidio; mientras que Seiko, la abuela, mujer madura y de cabello corto cenizo, leía tranquilamente una revista en el sofá; sus amables orbes color púrpura (que recorrían las líneas de un artículo sobre un nuevo programa de conversación en red), se alzaron de súbito y se clavaron en la figura de la muchacha pelirroja que las miraba en la estancia. Seiko le sonrió afectuosamente.
–Hola Rika, te esperábamos para cenar. –dijo la abuela. –¿Tienes hambre, cariño?
Al oír eso, Rika asintió y sonrió también; luego miró a su madre y soltó una risita.
Rumiko comenzaba a reírse a carcajada suelta de un reportaje de televisión en el que criticaban el más reciente vestuario que había tenido que modelar. Si bien era cierto que la colección no era de lo más espectacular, aún así, le habían pagado muy bien por usarla; así que a la mujer el comentario le hacía gracia. De pronto miró a Rika y soltó una risita también.
–¿Qué te parece, eh? –preguntó Rumiko con incredulidad.
Rika movió sus manos: "¡Vaya estupidez!", le dijo.
Rumiko soltó una carcajada y apagó la televisión.
–Sí, tienes razón. –replicó Rumiko y miró los pies de su hija. –Rika¿Otra vez en calcetines por la casa¿qué no sabes el trabajo que cuesta mantenerlos limpios?
Rika soltó una risita.
–"Sí, una taza de jabón y veinte minutos en la lavadora."
–Ok, tú ganas esta vez. –resopló Rumiko girando los ojos y dirigiéndose hacia la cocina a ayudar a su madre, mientras Rika preparaba la mesa. –Hoy la abuela hizo guisado y yo me encargué del arroz¿sabes?
Rika se relamió y respondió en señas.
–"Gracias por advertirme, comeré solo el guisado."
–ja, ja, ja, qué graciosa. –respondió Rumiko sarcásticamente mientras servía el té.
–Bueno, ya basta. –las reprendió Seiko. –¿Y cómo te fue Rika¿Te divertiste en el parque? –preguntó la mujer mientras le servía arroz a su nieta.
Rika comenzó a mover sus manos y le explicó sonriente a su abuela cómo había derrotado a Takato con las cartas esa tarde.
Rumiko bebió su té esbozando una sonrisa, y Seiko meneó la cabeza mientras se sentaba a la mesa.
–Parece que Takato nunca puede ganarte en ese juego¿eh? –comentó Seiko. –¿No será que necesitas ya un nuevo contrincante?
Rika negó con la cabeza y le aclaró a su abuela que eso no era necesario.
La pelirroja se entristeció un poco por alguna razón. Luego pensó en el chico torpe que había conocido en el parque, y suspiró.
No soportaría la idea de pasar por algo semejante otra vez.
Rumiko notó la cara pensativa de su hija y dejó su taza de té sobre la mesa.
–Es poco probable que suceda de nuevo, lo sabes; además, fue completamente accidental. –murmuró la joven rubia.
Rika asintió con tristeza y después de unos momentos se levantó de la mesa explicando que había perdido el apetito y que se sentía cansada.
–Rika¿está todo bien? –preguntó Seiko dubitativa mirando a su pálida nieta a los ojos con algo de preocupación.
La chica sólo asintió y se dirigió a su habitación.
Cuando las dos mujeres se quedaron solas, Rumiko suspiró.
–Esto no puede seguir así, mamá. –susurró. –Me preocupa que ahora sus ataques estén sucediendo con tanta frecuencia. Sé que le digo a diario que todo está bien, pero aún así no estoy muy convencida de que se haya eliminado ese... –desvió la mirada como si le incomodara terminar la frase. –problema.
Seiko meneó la cabeza y se cruzó de brazos.
–Me temo que realmente nadie lo sabe con certeza, hija. –susurró cansadamente. –Tal vez sería buena idea comentárselo a Jyaniu¿no crees?, después de todo, él conoce a la perfección el inicio de ese comportamiento, o al menos lo ha visto antes... –tamborileó sobre la mesa con sus delgados dedos. –Aún así, creo que las cosas no cambiarán a menos de que Rika logre controlar su temperamento. –dijo de manera terminante. –El joven Matsuki me ha contado que Rika usa sus poderes sin pensar en las consecuencias.
Rumiko pareció sorprenderse por aquella declaración.
–¡Pero sabe que no debe hacerlo! –soltó preocupada, recogiéndose un mechón ondulado tras la oreja. –¡Ellos podrían encontrarla! ...además... –la mujer bajó la mirada. –Sabe que es peligroso.
–Esa niña se parece demasiado a su padre... es demasiado testaruda. –comentó Seiko mientas meneaba la cabeza.
Rumiko estuvo a punto de asentir ante esa afirmación, más un sonido extraño llamó su atención. Se escuchaba como si golpearan madera.
–¡Rika! –gritó Rumiko, levantándose de su asiento al mismo tiempo que su madre y dirigiéndose ambas a toda velocidad al cuarto de la pelirroja.
Al llegar a escasos pasos de la habitación, las dos mujeres se detuvieron de golpe y parecieron respirar hondo como si trataran de armarse de un valor necesario para correr la puerta y atravesar al otro lado. Su actitud era como la de alguien obligado a entrar en la jaula de un tigre hambriento y rabioso, pero aún así, Rumiko alargó la mano y deslizó el panel de madera lentamente (asintiendo nerviosamente ante los susurros que su madre le dirigía con el fin de que no actuara con demasiada brusquedad.) La puerta abierta dio lugar a la visión de una pelirroja que se sujetaba la cabeza y jadeaba dolorosamente, mientras que varios muebles y cosas se levantaban de sus lugares y se estrellaban directo a la pared. Seiko y Rumiko ahogaron un grito, y se tiraron al suelo cuando una mesilla salió disparada hacia ellas y cayó con estrépito por el pasillo. La abuela se alejó de la puerta y prefirió refugiarse tras el muro, mientras que Rumiko alzó la vista desde su sitio con el corazón acelerado, buscando a su hija rápidamente con la mirada. Rika se tambaleaba en una esquina, mientras se sujetaba muy fuerte la muñeca, casi haciéndose daño. Negaba incesantemente con la cabeza.
–¡Rika, no, detente! –suplicó Rumiko, levantándose precipitadamente tratando de acercarse a su hija.
La pelirroja miró a su madre con los ojos extrañamente iluminados y levantó sus manos, las cuales comenzaban a presentar un tenue fulgor de color azul brillante en las puntas de los largos dedos. Rika cerró los puños y apretó los dientes, el sudor le fluía a chorros y le goteaba por el mentón como si se encontrara en una especie de sauna, como si se encontrara levantando algo muy pesado después de haber corrido una maratón. Volvió a tambalearse, pues comenzaba a dolerle el corazón terriblemente, así que apoyó las manos en sus rodillas mientras jabeaba y alcanzaba a distinguir de reojo que su madre se acercaba a su lado cautelosamente. Rika se hizo hacia atrás, haciendo movimientos negativos hasta que chocó con la pared y se recargó en ésta resoplando agotadamente, cabizbaja, sujetándose de nuevo la muñeca tan fuerte como sus dedos se lo permitían, hasta que de golpe, los ojos se le nublaron y su cuerpo se negó a responderle. Fue como si algo le desconectara la sinapsis nerviosa. La presión de su articulación sujeta dejó de ejercerse en aquel cuerpo, aparentemente inconsciente.
Rumiko se estremeció en su sitio. Casi podría jurar que escuchaba cómo su hija maldecía hacía sus adentros, derrotada. Se hizo entonces un silencio sepulcral en el cuarto de la joven, quién se dedicó sólo a respirar quedamente un rato en una esquina, mientras su madre y abuela aguardaban expectantes, como si esperaran que una explosión fuera a producirse en cualquier momento.
Rumiko cerró los puños, negando débilmente con la cabeza.
"Y se elevó tanto, que sus alas se rompieron, haciéndole caer..."
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–¡Aaaaaaaargh¡papá¡te dije que nada de sopa instantánea!
Ryo señalaba acusadoramente un viejo platón humeante lleno de fideos aguados, que esperaba ser engullido cerca de su habitual puesto en aquella mesilla cuadrada, que su padre y él solían llevar a todas partes cada que se cambiaban de casa.
–¿Qué quieres? –replicó el señor Akiyama zarandeando sus palillos en ademán sermoneador. –Si tuviera un hijo que se quedara a ayudarme en la cocina, en lugar de escaparse para andar de callejero, cenaríamos decentemente de vez en cuando.
El castaño giró los ojos y se sentó en su silla, separando sus palillos.
–Sabes a la perfección que los dos somos un desastre para la cocina. –comentó Ryo, sorbiendo una buena cantidad de ramen. –Por lo que daría igual si te ayudara o no. –arqueó las cejas y le dio un buen trago a su refresco. Miró a su padre de reojo. –Aunque sí podríamos hacer la lucha por comprar sopa más sabrosa, esta sabe como a papel.
Los dos Akiyama se miraron inexpresivamente.
–Bueno, si te vas a seguir quejando, podrías conseguirte un trabajo de verdad en el que sí te pagaran lo que se debe. –comentó agriamente el señor Akiyama.
Ryo giró los ojos nuevamente.
–Ya, papá. –soltó el muchacho. –sabes que las clases de karate que daba en Fukuoka eran de pura onda para ayudar a que los niños aprendieran a defenderse; además, si quieres, estas vacaciones puedo buscar algo de medio tiempo.
–Deberías. –asintió el señor Akiyama. –Ya estás lo suficientemente grande como para que me sigas bajando dinero así como así.
–Ok, ok. Ya veré qué hago. –Ryo sonrió ligeramente y sorbió algo del caldo amargo de su sopa. –Oye, conocí a una chava muy interesante hace rato que andaba deambulando por el parque Chuo...
El señor Akiyama picoteó un trozo de brócoli que continuamente se escapaba de sus palillos.
–¿Ah, si? –gruñó él, al atraparlo finalmente. –¿Una chava real que te hizo caso? –bromeó.
–¡Papá! –soltó Ryo de forma indignada. –Si empiezas con esas, mejor ni te digo.
–Bueno, ya. –se sonrió el señor Akiyama. –¿Y cómo es la chavita?
–Pues... –divagó el castaño. –Es una pelirroja, alta, de cabello largo y bonito, se ve algo pálida, pero me imagino que eso ha de ser normal entre las chicas que son tan delgadas; tiene la pinta de rockerilla, me enteré por un vecino, que se llama Rika Nonaka y debo decirte que tiene los ojos más espectaculares que he visto en mi vida... pero sólo la vi un momento porque no tuve oportunidad de platicar con ella... parece ser que no puede hablar más que en señas.
El señor Akiyama miró a su hijo de reojo.
–Cuánta información para haber echado solo un vistazo en la muchacha. ¿Te clavaste a primera vista, eh? –susurró burlonamente.
Ryo se frotó el brazo que se había golpeado cuando la misteriosa pelirroja lo había sometido con su poder y asintió ligeramente con la cabeza.
–Más bien, creo que algo de ella, fue lo que me impactó. –sonrió.
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Rumiko miraba fijamente a su hija, inerte en aquel rincón en el que estaba, desde el cual parecía refugiarse o esperar... Todo se había vuelto silencio.
Y de pronto, la muchacha alzó la cabeza abruptamente mostrando esos ojos resplandecientes, que parecían arder con un fuego producido por un interior incandescente. Cerró los puños cuando un viento muy fuerte comenzó a generarse alrededor suyo, presionándolo con su mano derecha y dirigiéndolo hacia las paredes que retumbaron como si trataran de contener a un feroz tornado desatado. Rika dio un paso desafiante hacia el frente, alargando su dedo índice, apuntando siempre hacia el pecho de su madre, al momento en que sus labios se curvaron en una sonrisa extraña e insolente. Rumiko retrocedió ligeramente, cómo si su hija le apuntara con un arma.
–R-Rika, piénsalo bien, hija. –balbuceó la mujer, tratando de permanecer firme. –¿En verdad es lo que quieres?
La joven se limitó a sonreír, mientras estiraba su pulgar lentamente.
–¡No, Rika! –gritó Seiko sólidamente al entrar de súbito a la habitación e interponerse entre su nieta y Rumiko.
La pelirroja enseñó los dientes, furiosa, más casi de inmediato, Rika se estremeció de golpe y pareció reaccionar, respiró pesadamente y se tambaleó, casi cayendo al suelo cuando todo el caos se detuvo. Sus ojos dejaron de brillar y la luz azul desapareció de sus manos. La chica miró alrededor, y posando los ojos en su aterrada madre, sollozó y se echó a llorar en sus brazos. Sabía lo que había estado a punto de suceder.
Rumiko la estrechó con fuerza y trató de confortarla.
–Shhh, ya, ya, todo está bien. Tranquila. –Susurró la mujer acariciando la espalda de su hija.
Rika sollozó y meneó su cabeza, derramando más lágrimas en el hombro de Rumiko. Seiko presenciaba la escena con tristeza, y suspiró aliviada al ver que todo había terminado.
Rumiko miró a su hija a los ojos y esbozó una pequeña sonrisa.
–¿Qué te parece si mejor nos ponemos a limpiar todo este desorden? –preguntó, mientras guiñaba un ojo y puntualizaba a todos los objetos, cuadros y libros que se hallaban esparcidos por doquier en una montaña que quedaba como testigo del caos ya finalizado.
Rika limpió sus lágrimas y asintió sonriendo ligeramente; sin embargo, de pronto se tambaleó y cayó de rodillas al suelo jadeando, apretando los dientes y presionándose el pecho con fuerza. Rumiko de inmediato se arrodilló junto a la chica y le dio a beber el líquido de un frasco pequeño que Seiko había sacado con rapidez de su delantal.
Después de unos momentos, Rika se tranquilizó y le sonrió débilmente a su madre mientras perdía el conocimiento en su regazo.
La mujer acarició el cabello de su hija, besó su frente y comenzó a llorar quedamente mientras Seiko la miraba de forma comprensiva.
–Otra vez...–sollozó Rumiko aferrando a su pelirroja. –¿Por qué mamá?...¿Por qué?
Seiko se sentó junto a su afligida hija y la rodeó con un brazo.
–No podemos asegurar nada. Parece ser que ahora ocurre más que antes... –reflexionó ésta con tristeza. –Es como si tratara de prevenirnos... –frunció el entrecejo. –Vamos a tener que ser muy fuertes a partir de este momento para poder soportar a Rika.
Rumiko limpió sus lágrimas y asintió con determinación.
–Lo sé mamá. No voy a permitir que ocurra de nuevo. –susurró Rumiko mirando a su hija dormida. –No lo haré.
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En una habitación oscura y recubierta de metal, un hombre de traje negro y gafas oscuras jugaba con un encendedor de plata mientras leía las señales que se mostraban en un monitor.
–Desconecten el sistema. –ordenó.
Dos chicas de traje blanco que tecleaban incesantemente una serie de instrucciones, dejaron de hacerlo. Una de ellas se quitó el visor que llevaba puesto.
–Jefe Yamaki, de nuevo registramos una lectura que sobrepasó los niveles normales de una manera alarmante. –Pronunció la mujer de cabello largo y color caoba, sorprendida. –¿Qué significa?
El hombre se levantó de su asiento y miró una gran maquinaria que se encontraba frente a él.
–Significa Reika, que entonces sí logró sobrevivir. –razonó con simpleza.
Las dos mujeres miraron a Yamaki, desconcertadas.
–Pero ¿Cómo? –preguntó Megumi, la mujer de cabello corto y rubio, que miró a su compañera de reojo, igual de sorprendida.
–No lo sé. –respondió el nombrado Yamaki, quitándose las gafas, al clavar en la pantalla sus ojos celestes. –Pero ese error no debe repetirse… –apretó su puño.
–No debe volver a suceder...
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Continuará...
