Capítulo 1

El inicio de un abismo.

La noche cálida de verano caía sobre una de las mansiones más elegantes y lujosas de la ciudad, donde se encontraban celebrando el compromiso de dos familias de gran importancia para el país. Muchos de los presentes estaban realmente contentos por aquella unión, a otros no les agradaba tanto la idea.

Aquel compromiso involucraba a uno de los hombres más acreditados de toda la ciudad y, ¿Por qué no decirlo? Del país. Él tenía éxito en todo lo que se proponía y gozaba de una fortuna grandísima. Tenía una personalidad enigmática y misteriosa, que lo hacía lucir sumamente atractivo ante los ojos de cualquiera. Su nombre: Uchiha Madara.

Todos los invitados de esa noche le hacían honor a la palabra elegante. Los caballeros vestían smokings que seguramente les habían costado un ojo de la cara, y las damas lucían finos vestidos de noche algo escotados. Se veían los kimonos caer con gracia por los cuerpos de la mayoría de los donceles; otros tantos, llevaban trajes. Ahí había uno en especial. Era un pequeño pelirrojo, que llevaba puesto un kimono majestuoso de color vino con tonalidades negras, luciendo muy hermoso en su cuerpo. Sabaku No Gaara tenía la piel tan pálida, que casi parecía de porcelana; unos cabellos coloreados de un hermosa tonalidad roja, y facciones bastante finas, al igual que su delgada figura. Sus ojos, de un profundo color aguamarina, eran delineados por unas curiosas ojeras obscuras a causa del insomnio crónico que padecía. Él estaba esperando a que su padre y futuro suegro hicieran el compromiso formal para poder conocer a aquel que sería su acompañante por el resto de su vida.

Miró a su padre charlar con un hombre de alta edad, y sintió una fuerte punzada en el pecho. Sabía perfectamente que toda su vida había sido educado sólo para servir a Uchiha Madara, cumplirle todos sus caprichos y deseos como lo haría una buena esposa. Nunca le permitieron tener amigos, ni algún tipo de interacción con el mundo exterior, tanto así, que ni siquiera podía salir de la mansión Sabaku. Ahí adentro fue entrenado para todo: Lavar, cocinar, planchar, coser; todo lo que un buen esposo desearía. También le habían dicho que tenía que obedecer a su marido en todo lo que le pidiera en la cama, así fuera asqueroso, doloroso o humillante. Él debía complacerlo en todo.

El pelirrojo estaba tan sumido en sus pensamientos hasta que un codazo de su hermana mayor le picó las costillas y lo hizo reaccionar. Aquella rubia de cuatro coletas era la única con la que se llevaba bien, pues su padre nunca lo había querido y simplemente lo veía como aquello que reforzaría el lazo entre los Uchiha y los Sabaku. De su hermano mayor, ni hablar.

Dio un suspiro largo, dirigiéndose a donde su padre, y cuando llegó, sintió que su mundo se detuvo por completo, pues a lado de Tadashi se encontraba aquella persona con la que compartiría el resto de su vida. Gaara siempre había dicho que el amor a primera vista no existía, pero esas palabras se enterraron a diez metros bajo tierra cuando lo vio. Porque frente a sus ojos se mostraba un hombre apuesto, con una sensualidad embriagante y unos ojos profundos que simplemente robaron su corazón.

Algunos de los presentes, tanto donceles como mujeres, no dudaban en crítica al pelirrojo: Que le faltaba clase, que era muy bajo, que sus curvas no eran las menores, que era muy insípido. Estos, claro, eran los envidiosos. Otros decían que el muchacho era muy lindo; perfecto para el joven heredero de los Uchihas.

En cuanto sus miradas se cruzaron, su compromiso se volvió legítimo. Ahora sólo tenían que esperar al día de la boda, donde por fin, después de quince años de espera, serían marido y doncel.

Los ojos de Madara miraban gustosos a su joven prometido. Realmente era lo más hermoso que había visto en toda su vida. Contempló aquellas pálidas mejillas sonrojadas y de pronto recordó la primera vez que vio a Gaara, cuando era un bebé. Y tal vez haya sido sólo por un capricho suyo, le pidió a los padres del pelirrojo que no tuviera contacto con nadie hasta que él lo hiciera su esposo.

— ¿Me podría dejar un momento a solas con él?— preguntó el pelinegro tranquilamente, sin quitarle los ojos de encima al pelirrojo.

Después de que Tadashi asintiera y se retirara a saludar a los demás invitados, Madara tomó de la mano al pequeño y se lo llevó caminando por los pasillos de la mansión. Pronto llegaron su habitación.

—Entra— le ordenó el mayor con seriedad. Gaara no pudo evitar sonrojarse ligeramente y simplemente obedeció.

Madara cerró la puerta tras de él.

—Desnúdate.

Aquella mirada del color de la noche saboreaba al menor lujuriosamente.

— ¿Perdón?— Gaara arqueó una ceja.

—Desnúdate, ¿Que no entiendes? Es una orden— la voz del azabache comenzaba escupía las palabras mordazmente.

—S-Sí, sí sé lo que implica desnudarme, señor, pero, ¿Para qué quiere que lo haga?

El Uchiha frunció el ceño y arrugó la nariz.

— ¿Que no te enseñaron a respetarme?— habló autoritariamente — Tienes que obedecerme en todo, y lo que yo quiero es que te desnudes para poder follarte ahora mismo.

Gaara tragó saliva sonoramente y evadió la mirada del mayor.

— P-Pero yo sólo tengo quince años, y para la boda faltan dos años— dijo con temor, sin atreverse a mirar a Madara a los ojos. ¿Qué era eso que lo hacía amarlo y temerle a la vez?

—No me importa, tú vas a ser mi marido y tampoco importa si es ahora. Quiero hacerte de mi propiedad ya.

Pasaron los segundos...

El azabache se acercó lentamente hacia Gaara y le soltó una bofetada que resonó por todo el lugar, provocando que la mejilla del pelirrojo adquiriera un color rojizo.

— ¿¡Lo vas a hacer o quieres que te vuelva golpear!?

¿Qué más le quedaba? Después de todo era su deber obedecerlo...

Con lentitud, Gaara dejó que aquel costoso kimono se deslizara delicadamente por su cuerpo hasta caer al suelo. Cubrió su desnudez con sus brazos y bajó la mirada.

Madara lo tomó del brazo con brusquedad, arrastrándolo hasta la cama. Lo aventó y miró gustoso como el menor rebotó en el colchón, soltando quejidos ahogados y mirándolo con miedo.

El azabache se puso en frente de él y se bajó los pantalones dejando al descubierto su enorme miembro duro y erecto.

—Chúpalo

Gaara lo miró con sus ojos temblorosos y tragó saliva. Quería acercarse y obedecer al mayor, pero su cuerpo se había quedado paralizado; simplemente no podía moverse.

Después de cinco segundos, Madara gruñó arrugando la nariz y jaló fuertemente los cabellos del menor para hacerlo quedar frente a él.

—Te he dicho que lo chupes... ¡Obedéceme como la puta que eres!

Su mano aún seguía forzando los cabellos de Gaara, y comenzó a restregar su pene contra la boca del menor, quien hacía todo lo posible para no abrir la boca. No era que no se sintiera atraído por Madara, sólo era... Que no se esperaba que el mayor lo fuera a tratar de esa manera.

— ¡Obedéceme puta!— le escuchó decir. Cerró sus ojos fuertemente y se obligó a obedecer. Apenas y sus labios se separaron medio centímetro, sintió el enorme pene de Madara invadir su boca de una estocada. Comenzó a mover su lengua alrededor del miembro, tratando de complacer al mayor, y se obligaba a retener las lágrimas que amenazaban con bañar su rostro.

— ¿Verdad que sí te está gustando, mi puta? Mira, ya hasta la tienes parada—se burló entre gemidos, mirando con lujuria como el miembro del menor re restregaba contra su abdomen.

Empezó a hacer más rápidas las estocadas, y un placer macabro lo inundaba cuando sentía su miembro meterse hasta la garganta del pelirrojo. ¡Cómo le encantaba aquel doncel! Era tan sumiso, la timidez con la que su lengua acariciaba su miembro lo volvía loco.

Gimió audiblemente cuando el semen se escapó de su pene, y le lanzó una mirada furiosa cuando miró un poco de su esencia escurrir del labio del pelirrojo.

—Trágatelo todo— ordenó.

Gaara abrió levemente sus ojos cristalinos y se llevó la mano a la comisura de sus labios para meterse a la boca el semen que se le escurría. Finalmente terminó por tragárselo todo, sintiendo como aquel liquido actuaba como acido sobre su garganta y lo obligaba a toser con el miembro del otro aún en su boca.

Madara lo retiró y sin aviso tomó al pelirrojo de la barbilla, acercándolo a él con brusquedad para besarlo. Sus labios atacaban los del menor salvajemente, sin ningún tipo se sentimiento reflejado. Invadía su cavidad sin importarle que el pelirrojo no se acostumbrara al contacto. Estaba desesperado por probar un poco de su propia esencia desde los labios del menor. Era delicioso.

Cuando se separaron, Madara lo miró a los ojos... Simplemente, se quedó cautivado por era llorosa mirada aguamarina que mostraba temor, tristeza; y que increíblemente hacía un hermoso contraste con sus mejillas ardientes.

El Uchiha lo agarró nuevamente de los cabellos y lo tiró sobre la cama, haciendo que el menor soltara un quejido de dolor.

—Cállate, te va a gustar.

Se acomodó sobre él, apretó sus caderas y se relamió los labios lujuriosamente al mirar la rosa entrada virgen del pelirrojo.

Y sin más aviso, lo penetró.

Gaara gritó al sentir el grueso miembro recorrer su interior, rompiendo sus estrechas paredes, raspándolas en el intento y provocar que la sangre saliera de su entrada. Las embestidas comenzaron a hacerse desgarradoras; el pene tocaba su próstata con cada estocada, robándose los gemidos que tanto trataba de reprimir.

—Gime. Gime como la puta barata que eres— habló excitado Madara, inundándose en un placer embriagante.

Gaara obedeció. Abandonó los potentes gemidos de su boca, haciendo que Madara aumentara la intensidad de las embestidas. Aquello estaba haciendo que el azabache perdiera la cabeza. De veras que ese pelirrojo lo llenaba en todos aspectos. Le encantaba verlo sometido por él, que cumpliera todas sus órdenes sin quejarse aunque eso implicara que se humillara a sí mismo. Nadie nunca lo había hecho sentirse de esa manera; ni siquiera Mei.

Se terminó corriendo en el interior del doncel, y nuevamente el semen actuó como un ácido ardiente dentro de las entrañas de Gaara, haciendo que el pelirrojo soltara un grito de placer y manchara su abdomen de su propia escénica.

Madara salió de su interior y se puso sus pantalones.

—Vístete.

El pelirrojo se levantó tratando de ignorar el dolor que le destruía el trasero. Perdió el equilibrio y cayó al piso. Su prometido le miro soberbia mente mientras lo esperaba para que ambos salieran juntos. Se levantó y se puso el kimono para salir junto al azabache.

—Ni te atrevas a decir nada, ¿entendiste? Esto es cosa entre nosotros dos.

De vuelta en la fiesta, Gaara trataba de ignorar el dolor de su entrada. Seguramente la sangre aún escurría de su entrepierna. Mientras, el azabache saludaba a todos con los que se cruzaba, con una sonrisa cálida adornando su rostro y a Gaara colgando de su brazo.

—Él es mi prometido, se llama Sabaku No Gaara— dijo tranquilamente a sus sobrinos —. Gaara, ellos son mis sobrinos: Itachi y Sasuke Uchiha.

El primero, era un muchacho atractivo, de unos diecisiete años de edad. Unas finas marcas se extendían desde cada lado de su nariz, que lo hacían lucir como una comadreja. El chico miró al pelirrojo con asco y simplemente se volteó hacia otro lado.

Gaara tragó saliva, restándole importancia al asunto.

De pronto, sus ojos aguamarina se toparon con la hermosa sonrisa que le dedicaba el menor de los hermanos, Sasuke Uchiha.

Igualmente, le restó importancia; lo que hizo que el azabache menor sintiera una fuerte punzada en el corazón.

—Con esas caderas no va a procrear ningún hijo— comentó Fugaku Uchiha, padre de Itachi y Sasuke. Mientras, su esposa, Mikoto, simplemente se mantenía en silencio.

Gaara no se sentía bien. Había pasado un mes y medio desde la fiesta de compromiso y realmente se sentía como una mierda. No comía, todo le daba asco, vomitaba frecuentemente y no tenía ganas de nada.

De pronto, sospechó lo peor y le dijo a su padre que tenía deseos de ver a Madara.

A los pocos días, el Uchiha llegó a la mansión de los Sabaku.

—Bien, me mandaste llamar, ¿Es que tanto deseas que te coja?— dijo el mayor al entrar a la habitación del taheño.

—No. Lo que yo quiero decir es que sospecho es que estoy...

— Estas... ¿Qué?— habló fastidiado el otro al ver que Gaara se había quedado callado.

El pelirrojo no dijo nada, sólo bajo la mirada. No sabía qué palabras usar.

—Mmm, ya veo. Entonces piensas que estas embarazado, ¿no? Pues vamos a salir de dudas ahora mismo.

Gaara abrió los ojos como platos.

— Pero... ¿Cómo?

—Fácil, vas a salir conmigo— dijo el mayor tomando a Gaara de la mano, sacándolo de su habitación.

Madara lo sacó también de la mansión, después de decirle a su futuro suegro que saldría con él unas horas. Metió a Gaara en su auto y comenzó a conducir.

Nadie dijo nada durante el trayecto. Gaara miraba por la ventana con una expresión nula mientras Madara mantenía la mirada fija en el camino. Finalmente, llegaron al hospital más lujoso de la cuidad.

El dueño, Uzumaki Nagato, era uno de los mejores amigos de Madara, y él personalmente se encargó de atender a Gaara. Después de unas dolorosas muestras de sangre y varios estudios, el Uzumaki confirmó que en efecto, Gaara esperaba un bebé, pues el ultrasonido que le realizó indicó que tenía más o menos un mes y medio de gestación.

—Vaya, entonces sí estás embarazado. Pero eso es un problema para mí, aún no estamos casados y algo así sólo mancharía mi reputación. Así que vamos a solucionarlo, pequeño— habló el de ojos color negro, a lo que Gaara arqueó una ceja y lo miró confuso.

— ¿Cómo?— preguntó curiosamente.

Madara soltó una risita.

—Pues muy fácil, vamos hacer que abortes, ahora mismo— confesó ensanchando una cínica sonrisa.

— ¿¡Qué!? ¡No! No puedes, Uchiha-sama; es nuestro hijo— habló el pelirrojo aterrado, sintiendo que le arrebataban lo único bueno que le había pasado en la vida.

Madara suspiró.

—Sí, sé que es mi hijo, pero ahora no está en mis planes embarazarte— contestó cruzándose de brazos.

Entonces Nagato entró con una camilla, acompañado de una joven enfermera. Gaara trató de resistirse y pataleó todo lo que pudo, pidiendo por favor, que no le quitaran a su hijo. Pero lo sedaron, lo subieron a la camilla y perdió la conciencia.

— ¿Ya le dio la pastilla, Nagato-san?— preguntó la enfermera mientras preparaban todo para el aborto.

—Sí, ya está comenzando a sangrar; es hora.

Dentro de aquel quirófano se encontraba Gaara, sedado y acostado boca abajo, a punto de perder lo único que creyó, le podría traer un poco de felicidad a su vida.

Nagato tomó aquella herramienta puntiaguda y la acercó al ano de Gaara.

Tres horas después. Una vida que ni siquiera había llegado a nacer fue arrebatada... Un pequeño que nunca miró la luz del día y un padre con el corazón destrozado.

Gaara desvió la mirada de la sonrisa retorcida que le dedicaba Madara, y dejó que las lágrimas mancharan su rostro.

Aquella noche lloró... Lloró mucho.