Bueno, esta vez me he decidido por algo más normal como un LuNa, la verdad es que no sé si el resumen está bien escrito pero, la historia promete mucho. Espero que os guste porque es un UA y además no voy a poder evitar poner un poco de OC, porque es bastante difícil ya que hay muchos personajes y no sé como manejarlos a todos.
Advierto que todo el fic es en primera persona narrado por Nami. Es difícil escribir así, pero me acostumbraré. También quiero deciros que el fic está ambientado un poco en lo antiguo o así y además que tiene un toque religioso cuando Nami está con cierta persona que ya conoceréis. Esta historia se me ocurrió mientras veía una película parecida a este fic por la tarde. Y en cuanto acabó me decidí a escribirla, y a cambiar muchas cosas, ya que la peli era solo parecida, nada de lo que escribo tiene casi semejanza alguna con la película.
Espero que me salga bien, ahora sí os dejo con el primer cap de mi nuevo fic.
Bueno, ya sabéis: One Piece no me pertenece, es de un tal Eiichiro Oda; un genio, el tío.
ஐ ¿DESTINO O ELECCIÓN? ஐ
CAPÍTULO 1. PRIMERA IMPRESIÓN
TENÍA entonces sólo veintiún años, y por eso quizá me sentí tan decepcionada cuando supe que mi destino era un pueblo. Yo siempre había soñado con una escuela tan diferente... La veía moderna, bien instalada, alegre... Pera la vida es así.
-Ni siquiera viene el nombre del pueblo en enciclopedia. Debe de ser una birria -dijo mi hermana Nojiko, dejando así mi moral por los suelos.
Mi madre, como siempre, me animó.
-El sitio es lo de menos. Lo importante es que te sientas a gusto, y que la gente te quiera... Para ser feliz, ¿qué más da que el lugar sea grande o chico?
Pero yo pensaba de muy diferente manera. Creía que para mandarme a un sitio así, no era necesario que me hicieran un examen tan duro, ni aquel curioso test, que dio como resultado que yo me encontraba plenamente capacitada para dirigir una escuela de ciento setenta niños.
Si tan bien lo hice todo que incluso merecí la felicitación del tribunal, ¿por qué ahora me daban una escuela en un pueblo tan pequeño? ¿Cuántos alumnos tendría? ¿Tal vez nueve?
Debí hacer estas reflexiones en voz alta, porque Nojiko se rió.
-El trabajo te dejará agotada, pero no te preocupes. A ti siempre te ha gustado hacer mapas y los ratos libres puedes dedicarlos a eso. Sería buenísimo que salieras de casa como maestra rural y volvieras con un de geografía bajo el brazo, ¿no te parece?
Pero yo no estaba para bromas. El pueblecito aquel se me había atragantado, y estaba segura de que iba a ser algo horrible.
Lo noté en cuanto llegué a la estación y localicé el autobús rojo y azul, sin duda nada contemporáneo, lleno de viajeros, y con el techo repleto de cestas, escobas, un cochecito de bebé, enormes farcos de plantas, un colchón y montones de cajas de cartón atadas con cuerdas.
Pregunté a una mujer si aquél era el bus que iba a Zuzumiko, con la esperanza de que me dijera que no, pero me contestó afirmativamente, en un intervalo de su discusión con el cobrador que pretendía subirle a la baca una enorme maleta atada con cuerda de esparto, a la que ella se aferraba como si en ello le fuera la vida.
-Que sí, Kuro... Que te digo que sí... -decía, creyéndose graciosísima y haciendo señas a su robusto chiquillo, que se había sentado cómodamente con los pies en el otro asiendo, para que le ayudara a colocar debajo la preciosa maleta.
Me quedé en pie en aquel pasillo horrendo y esperé resignada a que el autobús se pusiera en marcha, si es que aún andaba aquel trasto... Y anduvo, claro. Yo soy así de desgraciada.
Y me despedí entonces de mi agradable vida de chica de ciudad. Lo último que vi de ella fue la sonrisa de mi madre Bellemere, que agitaba la mano, y sus ojos llenos de lágrimas. Sentí un nudo en la garganta y apreté los puños con fuerza.
Muy cerca de mí, la dueña de la maleta explicaba a todo el que quisiera escucharla que no dejaba nunca el equipaje arriba porque sabía de una que, por confiada, le había robado un abrigo que valía buenos berries.
El autobús trotaba ya entre una alarmante nube de humo. Una mujer que llevaba una cesta con dos gallinas me dijo que me sentara y me ofreció un pedazo de asiento en el que sólo cabía una pierna.
Fue un consuelo para mi soledad, y se lo agradecí mucho, quedando así aprisionada entre la cesta y una chica de mi edad, bastante mona, pero que tenía pinta de empezar a marearse.
En el asiento delantero un chico, con la frente llena de mercromina, gritaba desesperadamente para que su madre le diera no se qué que llevaba en el bolso, y un niño de meses completó el cuadro haciéndose pis. ¡Pues vaya un balance!
El autobús, más que rodar, brincaba y yo procuraba encogerme por no aterrizar encima de las gallinas o sobre la chica, que debía ya estar fatal, la pobre.
¡Uf, y qué calor tan sofocante! Entre una cosa y otra, yo estaba hecha polvo.
Cada vez que veía un pueblo bonito, deseaba que fuera el mío, pero no tuve suerte. El autobús paraba, sí, pero siempre era para recoger a más viajeros que entraban como podían, quedándose de pie por el estrecho pasillo.
-¿A sí que sube usted hacia Zuzumiko? -dijo la de las gallinas, después de contar por tercera vez el dinero que llevaba en el monedero.
-Si, señora -contesté con una voz tan triste que el mismo Herodes se hubiera enternecido.
Uno de los chicos que iba de pie me lanzó una mirada curiosa, que abarcaba toda mi anatomía, y yo noté que me ponía colorada como un tomate, y que mi frente y mis manos estaban húmedas.
Otro pueblo... Otro... Otro...
El calor era cada vez mayor, y yo ya no podía parar. Lo curioso es que nadie se quejaba. Aquella gente aceptaba todas aquellas incomodidades con extraña filosofía... O es que eran sólo figuraciones mías?
Ofrecí mi fragmento de asiento a una mujer que subió con un niño en brazos, y yo me quedé instalada entre una cesta de dos tapas y las barras metálicas que separan el asiento del conductor. ¿Cuándo llegaríamos? Sentí horror, porque por primera vez en la vida me estaba mareando en aquel autobús cochambroso de cerradas curvas, y cuanto más lo pensaba peor me iba sintiendo, y más fuerte me atacaba la antipatía por aquel dichoso pueblo...
El señor de la derecha tenía una mano vendada y olía a sala de espera de hospital... ¡Huy, qué malísima estaba!
-¿Qué a sido ahora, Sushumuto? -gritó un anciano que sólo tenía un ojo.
¿Se puede pedir mayor pesadilla para un solo viaje?
-Un desvío de la sierra -suspiró el de la venda, lanzándome una bocanada que apestaba a vino y ajo.
Cerré los ojos y me tambaleé.
-¿Se marea, eh? -me dijo con simpatía un hombre de la primera fila, levantando los ojos de su periódico, pero sin hacer siquiera ademán de ofrecerme asiento.
-¡Cuidado, que me vas a aplastar la fruta! -exclamó con resentimiento la dueña de la cesta, que se iba incrustando por momentos en mis costados.
-¡Perdón! -grité desesperada y próxima a darme un ataque de nervios. Me agarré muy fuerte a las barras niqueladas, y cerré los ojos, deseando con toda mi alma morirme cuanto antes.
Comprendía que la cosa no era para tanto. Incluso me sorprendió de mi misma mi desesperación, porque casi siempre he sido una persona serena. Pero entonces, no sé por qué, tenía ganas de gritar o de pegar a alguien... Me parecía que me había metido en un manicomio. Toda aquella gente que me rodeaba tenía que estar loca para tener tan buen humor, yendo a un sitio como debía de ser aquél.
Sentí como una niebla a mi alrededor, y solo oía confusamente la cháchara de los viajeros.
-El chico de los Minamoto, que dice que deja el módulo. ¡Verás lo contento que estará el padre! Y mira que el año que viene ya lo terminaba.
-¿Yo con Shisu? ¡Tú estas loco! Habrás entendido mal... Pues mira que a mí gustarme Shisu... ¡A buena hora!
-El hijo entra ahora en quintas (o sea, que tiene quince años), y la chica, que tiene diecinueve, va a casarse a Elleg el año que viene.
-No dejes de ir a pastar, Okimaru. Te digo que esas ovejas te van a dar mucho.
-¿Pero no decía usted que iba a Zuzumiko? -dijo una voz a mi lado.
Abrí los ojos sobresaltada. Era la mujer de las dos gallinas, que ahora se reía sin ningún disimulo.
Todos los viajeros se había apartado para dejarme pasar, y los que también se iban a este pueblo ya se había bajado, y al verme allí sola me hizo sentirme la más pueblerina de todos.
Bajé dando traspiés. Nunca en la vida me había sentido tan desgraciada. La mujer de la maleta azul coronó mi día incrustándomela en la cintura al pasar. No lloré sólo porque me daba vergüenza.
Miré a mi alrededor desorientada. Todos mis compañeros de viaje iban desapareciendo por caminos y atajos, bien cargados con sus cestos, y allí sólo quedaba yo, junto a la cuneta de la carretera, sin saber qué hacer. Comenzaba a oscurecer.
Un hombre venía hacia mí, y no sé por qué, pero estuve tentada de echar a correr. Era altísimo y desgarbado, pero visto de cerca no tenía nada de amenazador, así que interiormente me sentí muy aliviada. Decidí pedirle que me indicara el camino del pueblo.
-¿Ha venido usted en el bus de Coconut? -me preguntó.
-Sí. Sí señor.
-¿Y no sabe usted casualmente si en el bus venía la maestra?
-Yo soy la maestra -le dije como en un sueño.
SI, YO era la maestra, y estaba ahora aquí, mientras mis amigas paseaban o estaban en el cine.
-Pero... ¿usted es la maestra? ¿La maestra que viene para Zuzumiko?
-Sí.
-¡Pues parece usted muy joven para ser la maestra! Bueno... ¡Qué le vamos a hacer...! Yo soy Usopp, el amo de la casa donde vivirá usted.
-Mucho gusto -dije, tendiéndole la mano y tratando de olvidar aquel ¡Qué le vamos a hacer! Hubiera dado cualquier cosa por poder volverme a casa.
Miró mi mano un momento, y al fin se decidió a estrecharla con la misma prevención con que tocaría un cartucho de dinamita.
-Bueno -dijo tímidamente- pues, ya está usted en Zuzumiko. Cuando guste, vamos para casa.
Cogí la maleta, porque Usopp no hizo un gesto de ayudarme. Después de todo, como ni siquiera se había quitado la boina (bastante ajustada a su pelo afro) para saludarme, tampoco lo esperaba.
Daba unos pasos kilométricos, así que, como ya he dicho mil veces, cada vez me sentía más cansada, cargada con la maleta y el bolso. Lo único que deseaba era despertar si estaba soñando, o morir si estaba despierta.
¡A buen lugar he venido a parar!, pensaba angustiada, mirando un grupo de casas que parecían estar lejísimos. Lo primero que tendré que hacer es enseñar educación a los niños, porque es evidente que no la recibirán de sus padre... de unos padres que son incapaces de sentir compasión para ceder su sitio a una chica mareada, o de llevarle la maleta hasta el pueblo.
Sin embargo, Usopp no parecía darse cuenta de mi estado de ánimo, y seguí tragando leguas con aquellas piernas largas. No hablaba nada, por supuesto.
Al fin llegamos al pueblo, donde sólo vi un par de chiquillos curiosos, que me miraban encaramados a la tapia de una huerta. Cuando les sonreí corrieron a esconderse dentro de la casa.
Paramos ante un edificio parecido a un gallinero ruinoso. Sólo tenía una planta, y su aspecto era tristón.
-Ahí está la escuela -dijo mi guía.
-¿La... La escue...la? -contesté con voz tan débil que yo me misma me di pena.
Pero Usopp no lo advirtió. No le importaba nada lo que a mi pudiera pasarme. En mi vida he tropezado con mayor falta de sensibilidad. Lo único que se le había ocurrido había sido llevarme a la escuela ante todo. Se ve que le pareció lo más adecuado para mi condición de maestra.
Estaba en un llano, y la primera impresión que recibí al entrar en ella no la olvidaré jamás. En el centro mismo de la clase había dos hermosos ratones que comían algo afanosamente.
-¡Así que es que se lo comen! ¡Se lo comen y nada! -exclamó Usopp con desconsuelo- mi mujer ha puesto azúcar envenenado, pero se ve que les gusta, y no los mata.
Cerré los ojos, y para evitar un ataque de histeria apreté los puños. Ni siquiera quise preguntar si había muchos ratones en la escuela.
Fue en ese mismo momento cuando decidí estar allí únicamente un curso, pedir la excedencia y aguardar un destino mejor. Todavía dudaba si sería capaz de resistir allí nueve meses. Seguramente sería superior a mis ya escasas fuerzas.
Lancé una rápida ojeada a la clase y quedé desolada. Las paredes eran del más triste y descolorido color azul, y la bombilla, demasiado pequeña, quedaba aprisionada dentro de una bola de cristal, también azul, dando una tonalidad mortecina.
El techo era todo un poema de huellas de goteras. Empecé a imaginar una escuela poblada de niños azules y amenizaba la lección por el clic, cloc del agua de la lluvia en el suelo.
Hubiera gritado de buena gana.
¡Y para traerme aquí me habían hecho un test de cuatrocientas sesenta y cinco preguntas!
La mesa de la maestra, sobre una tarima que crujía al pisar, era lo más decente de la clase, aunque con un exagerado brillo por el enorme derroche de cera aplicada a toda su superficie. Encima había un tintero de cristal cuadrado y grandote y dos manguillos con plumillas, instrumentos que yo no había visto desde mi niñez y que, naturalmente, ya que resulta que en Zuzumiko todavía existían... En un ángulo, una hermosa esfera terrestre salpicada de tinta y con gran profusión de huellas dactilares.
Cerré los ojos para que no se me notara que los tenía llenos de lágrimas.
-¡Bueno! Pues ya he visto usted la escuela -dijo Usopp alegremente, levantando del suelo una silla que tenía una pata atada con una cuerda.
-Sí. Ya la he visto -contesté, saliendo más que deprisa de aquel antro.
Y otra vez volví a seguir a aquel hombre, que andaba tan deprisa. Menos mal que llegamos en seguida.
Si no hubiese sido por mi terrible depresión, hubiera sabido apreciar mejor aquella casa, que iba a ser mi hogar a partir de aquel momento. Era grande, grata, acogedora, con las esquinas y ventanas bordeadas de piedra gris, y allá en lo alto, un balcón de gruesos barrotes de madera, lleno de macetas flores. Unas hojas verdes de racimos de moscatel se aferraban a las paredes. Me parece que sentí que me gustaba.
-¡Hala! ¡Que ya tenemos aquí a la señorita maestra! -gritó Usopp al entrar.
Casi al momento se abrió la puerta de la cocina y apareció una ancianita en el umbral. Tenía el pelo blanco como la nieve y vestida de forma juvenil a pesar de su edad, abría los brazos en señal de bienvenida.
Siempre que recuerdo mi llegada a aquella casa, la veo como si estuviera frente a mí, en aquella entrada escasamente iluminada, destacando en la penumbra su cabello blanco, como si fuera un gigantesco merengue.
Tras ella iba la esposa de Usopp con un niño en brazos, que escondió presuroso la cara en el hombre materno en cuanto traté de hacerlo una caricia. Entramos en la gran cocina, donde competían en abundancia el humo y las moscas. De buena gana hubiera pedido que me llevaran a mi habitación, pero no me atreví.
Sin preguntarme si me apetecía o no, me pusieron delante una taza de chocolate, que tampoco me atreví a rechazar. Todavía siento náuseas al recordarlo.
Sin poder vencer mi tristeza, comí todo lo que quisieron.
Era tan grande mi tristeza, que ni siquiera traté de sonreír a aquella niña que parecía tan simpática. Era rubia, con saludables colores en las mejillas, la hija mayor de mis patronos, y ella misma me condujo al dormitorio. Con mejor voluntad que su padre, intentó subir la maleta, pero como pesaba mucho, lo hizo su madre. Ella tuvo que contentarse con el bolso.
El cuarto, aunque amueblado un poco a lo rey sargento, me hizo muy buena impresión. Lo mié con buenos ojos.
La cama, de hierro, era muy alta y tenía puesta una magnífica colcha de ganchillo. El espejo del antiguo lavabo era tan borroso que apenas reflejaba mi imagen... Menos mal que yo entonces no estaba de humor para presumir. Se veía también que lo habían blanqueado recientemente, porque olía a pintura e insecticida. Eso último se había derrochado a manos llenas. No quedaba una sola mosca. Puse la maleta sobre la cama y la abrí. Comencé a colgar la ropa en el armario sin ninguna ilusión.
Total... no sé ni para qué saco mis cosas... Si consigo quedarme hasta Navidad, me consideraré una heroína.
Salí al balcón, que resultó ser precisamente el de las macetas. Esto me hizo pensar en que quizá era la mejor habitación de la casa. El hecho de que me la hubieran dado a mí me avergonzó. Empecé a conmoverme.
Una moto se acerca rápida. Se fue haciendo más visible y paró junto a la casa. Era un hombre vestido de oscuro con chupa, botas de cuero y todo, aunque debajo del casco protector se veía una melena rubia imponente y llevaba unas gafas de seguridad, que, dejando la moto en la puerta, entró en la casa.
Cuando volví a la habitación, oí su voz justamente debajo de mí. Hablaba con los dueños de la casa, y como el suelo era de madera y los techos carecía de cielo raso, se oí perfectamente la conversación.
-Descuide usted, señora Kaya -decía el de la moto- me arreglaré perfectamente. Lo único importante, que es la ropa y la comida, usted me lo seguirá haciendo, como hasta ahora.
-Que me cosa que se tenga usted que ir -contestó Usopp- no sé... Parece como si lo despacháramos.
-¡No, no, que va, por Dios; no exageremos! ¡Cualquiera diría que me voy...! Sólo dormiré en mi casa, y no le den más vueltas. Lo esencial es que ya tenemos maestra, ¿no?
-Sí... Pero mire que es... Siendo tantos en el pueblo, que nadie la quiera tener en su casa...
-¡Déjelo, hombre! Todo el mundo tiene sus problemas, y después de todo, no tiene tanta importancia. Ya está todo solucionado. Y bueno... ¿cómo es la chica? ¿Les ha hecho buena impresión?
MIRÉ mi habitación desolada. Acababa de comprender que aquel hombre, quien quiera que fuese, la había ocupado anteriormente. Que ningún vecino del pueblo me había querido tener hospedada en su casa. Y que él se había marchado de allí para dejarme en su sitio.
-¡Eso! ¡Encima mal recibida! -suspiré llena de una enorme lástima hacia mí misma- ¿Eh? ¿Y ahora que estarán diciendo de mí?
-Muy joven, una chiquilla -decía la mujer- me parece muy buena chica.
-Dice bien ésta en lo de joven, y además bastante "esmirriada"... No sé, no sé como llevará la escuela.
-¡Valiente escuela! -exclamé en voz alta, despachada- estamos a finales de septiembre... Tendré que sufrir tres meses... ¿Por qué se me ocurriría a mí hace magisterio? ¡Y además, sin necesidad de venir a trabajar a sitios como éste!
Unos golpecitos en la puerta me volvieron a la realidad. Era la niña de las trenzas rubias, que me dijo, muy sonriente, que podía bajar a cenar.
La sola idea de bajar, de cenar, de enfrentarme con aquella gente y con aquel pueblo me ponía enferma, pero no dije que no. Tenía que demostrarles desde ahora que no era una niña, que valía mucho, que era una excelente maestra cargada de sobresalientes, matrículas y felicitaciones, que había respondido correctamente a un test dificilísimo y que estaba capacitada para dirigir competentemente una escuela de ciento setenta y seis niños. ¡Vaya que sí!
Me cambié de ropa a toda prisa. Me vestí falda y blusa negra, me recogí el pelo en un austero moño, y regresé a la habitación cuando estaba ya en la escalera para calzarme zapatos de tacones altos.
Mi imagen a través del espejo me hubiera hecho lanzar una buena carcajada. Estaba hecha una birria, y más bien parecía una niña vestida con la ropa de su madre que una simple maestra, que es lo que yo era. Pero, desgraciadamente, aquel espejo era una nulidad como tal.
Me estaban esperando ya sentados a la mesa, y me sentí avergonzada de ello. El hombre de la moto se presentó como el cura del pueblo, y después de estrecharme la mano, se encaró conmigo.
No parecía guardarme el menor rencor por haberlo echado de su cuarto. Pero, lo que son las cosas, tampoco me cayó bien. Y es que claro, ¿por qué se tenía que reír de mí?
Ya empezó por burlarse de mi nombre. Dijo que a ver de dónde lo había sacado, porque él no lo había oído nunca.
-Seguramente habrá multitud de cosas que usted no ha oído nunca -contesté agria. Se me estaban pegando ya los modos del pueblo, no había duda.
Para cuando sacaron el queso, ya le tenía una rabia terrible.
-Vamos a ver qué nos cuenta ahora nuestra maestra -seguía machacón, mirándome con su cara de mono, y segurísimo de hacer gracia- es que a mí me encanta hablar con chicas de la capital, para ver cómo piensan.
Pero la chica de la capital no estaba dispuesta a hacer el indio para complacerle. Procuré, no obstante, que no se me notara el asco que ya le tenía. Al fin y al cabo, como diría mamá, era un ministro del Señor.
Me fui a la cama completamente aturdida. Aquella familia con la que ahora tenía que vivir era tan diferente de la mía... No teníamos nada en común.
Apoyé mi frente calenturienta en el cristal del balcón y traté de atravesar con mis ojos la oscuridad. Nada... No se veía nada. Únicamente una luz lejana, que parecía hacerme burla, y el ladrido de un perro.
-¡Dios mío! -suspiré- ¿Es posible que aquí se pueda vivir toda una vida? En esta oscuridad, en este silencio... ¡Si es casi inhumano!
Me tapé la cara con la sábana. Me sentía muy sola. La puerta se abrió suavemente y alguien se acercó a mi cama.
-Traigo agua para el lavabo.
En la oscuridad apenas se veía una sombra, pero el cabello blanco de Kureha me pareció como la luna serena en la noche.
-Verás lo bien que estarás con nosotros -me dijo cariñosa.
Fue la primera cosas dulce que me dijeron allí. Agradecida, me senté en la cama y alargué impulsivamente mis brazos alrededor de su cuello. Mi mejilla rozó su encorvado hombro.
De repente, me sentía mucho mejor.
-Sí... Estoy segura. Buenas noches... Buenas noches, abuela.
Continuará...
Buenooo... ya he terminado mi primer capítulo de este LuNa, espero que os haya gustado porque me ha costado un poco hace este capítulo, ya que no puedo evitar poner OC en el fic.
¿Sabéis ya quien es el cura? Espero que sí, y lo hayáis averiguado, pero que si no caéis lo mencionaré en el próximo cap. Y si no mandadme un review y ya lo contestaré.
Quería aclarar una palabra que a salido "esmirriada", significa que está muy seca o sea que es delgada para su gusto, porque los de pueblo suelen estar más regordetes o comer más por la costumbre y porque plantan muchas hortalizas y crían ganado.
Espero que si os ha gustado que me enviéis un REVIEW. Y no me voy a pasar con el límite de tiempo para subir caps, tranquilos que no va a pasar con mi otro fic Las cosas pasan por algo, que no subo en mucho tiempo, este fic JURO que subiré cada dos semanas y en MIÉRCOLES, ya que es largete y cuesta escribir con otros tres fics en línea y con este cuatro XD
Nos leemos^^
Fatima-swan
