¡Hola! Bien, a las chicas que este verano siguieron "Me cuesta tanto olvidarte" quizás el título de este nuevo fic les va a sonar porque ya comenté que estaba empezando a escribirlo, por desgracia, mi mente hizo cortocircuito y se me han colado algunas historias más entre ellos, pero por fortuna, aqui estamos al fin. Es un drarry, espero que a mis chicas fans de esta pareja les guste, en especial a xonyaa, kawaiigirl, dany de criss, adriana11, AnnaS y Bea1617 y el resto de las que me acompañáis en cada nueva aventura.
Va a ser una historia con una extensión parecida a Premio Anual o Me Cuesta tanto Olvidarte, unos 9 o 10 capítulos, centrada en ellos y espero que con un tono diferente a Aprendiendo a Vivir, así vamos alternando. Como siempre, ya sabeis, no dejo historias a medias, por ahora habrá actualización los jueves, pero no descarto pasar a hacerlo más seguido, y como siempre, ya sabéis, vuestras opiniones son siempre muy bienvenidas. Un beso y vamos a ello!
Disclaimer: Harry Potter y su mundo pertenecen a J.K. Rowling y Warner Brothers. No se infligen los derechos de copyright de forma intencionada.
Título: En tus Manos
Pairing: Harry Potter & Draco Malfoy
Rating: NC-17.
Resumen: Harry Potter, el auror estrella del Ministerio, sufre un sin fin de lesiones provocadas por su escasa cautela en el trabajo. Draco Malfoy que lucha por convertirse en un medimago de prestigio, es la única opción que Harry tiene para recuperarse. Cuando se reencuentran el deseo estalla entre ellos . ¿Conseguirá Harry que Draco se ponga en sus manos? Hay heridas que van más allá de lo físico y ambos descubrirán que son los adecuados para sanarse el uno al otro.
Notas y Advertencias: Este fic se mantiene en el canon hasta el sexto libro, el resto es por completo diferente. Habrá escenas de sexo explícito, tanto hetero como homosexual y lenguaje adulto. Si alguna de éstas cosas te incomoda, por favor no leas.
Beta: HermioneDrake y RoHoshi
Para mí todavía no eres más que una persona semejante a cien mil personas. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que una persona, semejante a cien mil personas. Pero, si me conoces, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo.
(Saint Exupèry)
I
El dolor estalló en su frente como un latigazo, tan rápido y ardiente que no le dio tiempo a pensar, sólo a sentir. A la jaqueca se le unieron unas terribles náuseas que le hicieron retorcerse en la cama como si estuviera siendo poseído por algún espíritu demoníaco. Joder, aquello era como tener al cabrón de Voldemort hurgando de nuevo en su cerebro. A gatas, ya que dudaba que la rodilla le sostuviese, se arrastró como pudo hasta el baño. Diez largos minutos después aún seguía intentando vaciar un estómago ya completamente hueco y vacío. ¿Dónde estaba aquel puñetero elfo? Iba a morir con la cabeza dentro de la taza del wc y no había nadie que le ayudase, mierda, vaya final para el Salvador del Mundo Mágico, ahogado en su propio vómito.
—¡Kreacher! —Lo que había pretendido que sonase como un rugido fue apenas algo más fuerte que un maullido. Sollozando, sintiéndose miserable y quejumbroso, se arrastró de nuevo hasta al lecho, pensando seriamente que la posibilidad de escupir el hígado era más factible de lo que parecía a priori—. ¡Kreacher!
—No va a venir —aclaró una voz con acento divertido.
Bizqueando —Sus gafas estaban en algún lugar indeterminado que su cerebro embotado era incapaz de recordar—, notó como se le revolvía el estómago de nuevo. ¿Se había acostado con alguien en medio de una de sus borracheras... otra vez? Un escalofrío le recorrió la espalda al recordar al último de los que había pasado por su cama. Merlín, lo peor no es que fuera un tío, aunque jamás se había planteado joder con hombres, lo peor era que había sido Dean Thomas y, desde ese día, Seamus se había convertido en su peor pesadilla. Maldito alcohol, iba a dejarlo... mañana. Lo juraba, palabra de mago.
—Harry, levanta tu flaco culo del suelo y espabila.
Empezó a temblar. Oh, Merlín santo, dime que no me he acostado con Ron, por favor, por favor, lo juro, no beberé mi media gota, desde ya, oh, Dios, Hermione me cortará los huevos...
—Y ni lo pienses —añadió la voz, con evidente regocijo—. No me van los rabos y ni aunque me fuesen, jamás sueñes que haría algo contigo, eres mi hermano, compadre, con lo de Dean ya hemos tragado bastante mierda.
Gracias a Dios por las pequeñas mercedes, estaba tan aliviado por la información que la mención del innombrable le resbaló por completo. Exhausto, se dejó caer entre las sábanas arrugadas y con olor a sudor. Sintió un nuevo acceso de arcadas, pero sabía que no tenía nada que echar, así que se encogió y esperó a que aquello se detuviese. Estaba casi inconsciente de nuevo, vagando en un mundo lleno de sombras y voces apagadas. Le latían la rodilla y el muslo, pero, por extraño que pareciese, era un dolor casi imperceptible en comparación con el malestar de la cabeza o aquella cosa en su estómago; puto vodka, con lo bien que entraba y qué mal cuerpo le había dejado.
Cuando volvió a abrir los ojos estaba solo. Puso los pies sobre el suelo e hizo una mueca; con un Accio, tuvo la varita en la palma aún temblorosa. La muleta llegó a su mano derecha y cojeando, con la cabeza todavía dándole vueltas, se dirigió al baño. El reflejo que le devolvió el espejo le dejó un poco espantado. Su pelo nunca había sido un modelo de perfección, pero ahora, largo, desgreñado y sospechaba que sucio, tenía todo el aspecto de un nido de pájaros, literalmente. Le asaltaron serias dudas de que debajo de todo eso no hubiese alguna madriguera de doxies campando a sus anchas. Se tocó la barba de varios días y examinó las venas rojas que plagaban la esclerótica irritada. Sus iris parecían más verdes y claros que nunca. Las ojeras de un enfermizo tono violeta hablaban de noches en vela. Merlín, había perdido aún más peso desde el accidente y la camiseta negra sólo acentuaba lo muy delgado que estaba. Parecía un inferi. Gruñó. Vaya mierda de Héroe. Se rascó la cabeza mientras esperaba a que la bañera se llenase de agua. Si incluso había dejado de salir en la portada de Corazón de Bruja, las juergas y continuos líos de faldas habían pasado de ser un escándalo a convertirse en agua pasada, tan comunes que a nadie parecía interesarle. Ser un puñetero juguete roto tenía sus ventajas. Eso decían, al menos; Harry se debatía entre el desaliento y la rabia, ellos habían inventado la mitad de lo que publicaban y, así y todo, le juzgaban. Claro hasta que llegó el jodido Seamus y su historia del novio despechado, eso sí que les interesó. Maldita sea. Asqueado, apartó aquello de su mente, una vez más, y se metió en el líquido perfumado con un suspiro de alivio.
Tras afeitarse y bañarse con agua tan caliente que su piel quedó casi escaldada, se sintió lo bastante limpio y humano como para examinar su reflejo sin espantarse. El dormitorio estaba recogido y la ropa pulcramente colocada en el armario; vistiendo un chándal y una sudadera se aventuró por el largo pasillo que conducía a la cocina. Anochecía e iba por la segunda taza de sopa cuando escuchó la red flú conectarse en la sala de estar. Kreacher había desaparecido hasta que le volviese a llamar; como siempre, almorzaba y cenaba solo, a no ser que alguno de los chicos se dejase caer por allí. No sabía si de verdad le apetecía recibir a nadie, pero intentó poner la mejor cara posible.
—¡En la cocina! —gritó; con una mueca, recordó demasiado tarde que arrastraba una resaca importante y que, por algún motivo, no tenía a mano pociones que sirviesen para solucionar su problema. ¿Ya se le había acabado la provisión que compró días atrás?
Ron y Hermione venían cargados con un par de bolsas con algo que tenía toda la pinta de ser comida casera, por el intenso aroma, apostaba que era el guiso de pollo de Molly.
—Harry, ¿qué tal estás? —El escueto saludo le tranquilizó, bien parecía que esa pesadilla en la que Ron estaba horas atrás en su cuarto era producto de la borrachera, porque si aquello hubiese pasado de verdad, Hermione no estaría tan calmada, eso fijo. El alivio circuló por sus venas, provocando que sonriese en respuesta al gesto de Ron, que levantó una mano al verle.
—Gracias, Mione, estoy mejor... —La chica le observó con atención antes de levantar el brazo y darle una contundente palmada en la nuca, casi sintió cómo las pocas neuronas que el alcohol había dejado vivas gritaban su angustia—. ¡Au! ¿Qué coño te pasa?
—¿Estoy mejor? —repitió con sorna, paseando irritada por las baldosas de barro de la cocina. ¿Desde cuando su amiga se había hecho adicta a aquellos tacones? Los secos chasquidos estaban clavándose como puñales en su frente, Santa Condenación—. ¿Estoy mejor... Harry?
—¿Qué...? Mierda era verdad... ¿no? —masculló observando la sonrisita de Ron que parecía hacer serios esfuerzos para contener una carcajada—. Oye, sí, bebí demasiado, pero tengo veintiocho años, ¡no creo que tengas que... regañarme como si fuese un preescolar!
—¿De veras? —retó; cruzando los brazos sobre el pecho, miró alrededor de la bonita cocina con algo parecido a la desesperación, como si intentase contener la ira, la frustración y la preocupación, todo a la vez, pero Mione era así; se calmó, si no tenía algo sobre lo que pensar y desvelarse no sería ella misma. Él lo tenía todo bajo control, sólo estaba aburrido y bueno... a veces se le iba la mano con las juergas, sólo eso.
—No es tu problema, ¿vale? —Se apartó de la dirección de aquella peligrosa mano, recordando el puñetazo que le destrozó la nariz a Malfoy en tercero, joder, ahora hasta le daba pena el pobre diablo, sí que tenía una buena derecha.
—¡Sí lo es! Anoche nos llamaron desde el Pociones y Pasiones porque estabas prácticamente sin sentido. ¡Pociones y Pasiones! ¿Un burdel, de verdad necesitas de eso? ¡Y sí, es nuestro problema! ¡Lo haces nuestro problema porque te queremos!
La vergüenza le hizo esconder el rostro entre las manos, ¿cómo explicarle que desde que se había acostado con Dean —está bien había sido una simple mamada pero eso era sólo un detalle—, le había embargado una terrible incertidumbre acerca de... todo? Su vida había sido perfecta, o todo lo perfecta que podía llegar a ser tratándose de él. Había ido a aquel club con la estúpida idea de follar con una tía, sin que se supiese, y comprobar... ¿qué? Merlín, ¿había algo más patético que empezar a tener dudas acerca de su sexualidad con casi treinta años? Era consciente que, desde su accidente, estaba un poco descontrolado, pero la mayoría de lo que publicaban aquellos malditos periódicos era mentira. Levantó la cabeza y miró al frente. Que Ron no estuviese comiendo, sino pendiente de las palabras de su mujer, sólo hacía la situación aún más extraña y peor, casi irreal, su amigo pelirrojo siempre tenía hambre. Igual, pensó esperanzado, aquello era una pesadilla, ¿había algo peor que Granger descubriese que había solicitado cita en una casa... de...? Joder, estaba muerto, tan muerto como Voldemort o más.
—Hemos pensado algo, Harry —carraspeó Weasley, su enorme mano se perdió entre los mechones rojos, que llevaba tan largos como en cuarto. Por un segundo se ensimismó observando la suavidad de aquel cabello...La idea de que Ron le parecía un tipo atractivo le descompuso. Cerró los ojos con fuerza, repitiéndose lo muy patético que era. Enfermo, estás enfermo... enfermo... estás enfermo Potter...
—¿Habéis pensado...? —graznó.
—Necesitas empezar a pensar en recuperarte Harry y hemos encontrado el mejor lugar para que lo hagas —anunció—, irás al Centro Terapéutico Holistic Magic Health. He investigado y, a pesar de que aún es poco conocido, es el que mejores resultado obtiene entre sus pacientes —expuso Hermione con calma. El nombre le puso en guardia. ¿Holistic Magic Health? Cormac había comentado algo hacía unos meses sobre ese sitio en el cuartel de aurores... pero nadie le hizo ni puñetero caso, es decir, era Cormac, nunca decía nada que mereciese la pena escuchar. ¿No? A Harry le parecía recordar que el rubio había dado algún detalle más, pero no acababa de precisar lo que era, algo que en su momento le pareció interesante. Pocos días después sufrió aquel percance y el resto quedó en un segundo plano.
—Ni de puta coña, ¿me entiendes? —masculló de mal humor—, he pasado meses tomando todo tipo de pociones y haciendo ejercicios y nada ha servido, ya oíste al medimago de San Mungo, no saben la causa del dolor, no pueden conseguir que el músculo deje de tener espasmos involuntarios, así que no hay nada que hacer. Estoy hasta los huevos de sentirme o embotado por las mierdas esas o cabreado, ¡porque tengo casi veintinueve años y soy un jodido lisiado! ¡No!
—¡Oye! —exclamó Ron al fin, obligándolo a mirarle—. No le hables así a Herms, ¿vale? Ya está bien, córtate un poco, tío. Estás mal, te pasó lo de Ginny. —Se detuvo ante el bufido de Harry, su ex y la estúpida excusa que le había dado para dejarle no le preocupaban, ya no al menos, a fin de cuentas la pelirroja había sido bastante más perceptiva de lo que jamás hubiese creído—. Y luego, al poco tiempo, lo de la pierna, pero joder, no es el fin del mundo, aún puedes hacer lo que te apetezca. No estás acabado, ¡sólo eres un puñetero cabezota que no permite consejos!
Se levantó con esfuerzo, consciente de las punzadas que le impedían enderezarse de verdad, pero tenía que largarse de allí.
—No me toques más la moral, Ron, por favor. Primero de todo, te aclaro que lo de Ginny —remarcó con sorna— es agua pasada, ahora somos amigos y lo sabes, así que déjate de inventar historias. —Salió cojeando de la cocina, camino del salón, donde ocupó el asiento más cercano para luego cerrar los ojos. Sólo quería dormir y no pensar en que tenía que volver a empezar de nuevo. Otra vez. En que estaba más cabreado que un hipogrifo y sumamente cansado de darle vueltas a lo que iba a hacer, ahora que ser auror era historia, porque prefería convertirse en squib antes que pasarse la vida tras un escritorio revisando los casos de otros.
—Irás. Es la mejor, trata tanto enfermedades mágicas como muggles, necesitas descartar todas las posibilidades y si eso no funciona… bien... —Hermione, con las manos en las caderas, le miró sin pizca de compasión en sus ojos castaños—, si no funciona, aprenderás a vivir con ello. Ahora vuelve y vamos a cenar. Y no te lo estoy pidiendo.
Con aquellas botas de vértigo, y él descalzo, eran casi de la misma estatura. Ron, desde el umbral, les observaba con una sonrisa forzada. Les conocía demasiado bien, por nada del mundo iba a meterse entre una Granger decidida y un Harry empecinado; con un encogimiento de hombros, les dejó solos, él tenía hambre y el pollo olía de muerte. Adoraba a su chica pero cocinar no era lo suyo y añoraba el guiso de pollo de su madre con tanta fuerza que le dolía. Les dejaría fulminarse con la mirada diez minutos más hasta que Harry cediese, con la resaca que debía tener —lo de esconder las pociones para la resaca era cosa de Herm, que a veces era demasiado Slyhterin para su gusto—, le garantizaban que su pobre amigo no tenía nada que hacer. Además, la verdad es que lo de Harry ya le preocupaba bastante, una cosa era cogerse una cogorza y otra llevar semanas sin querer que nadie le visitase siquiera.
—No tengo demasiada hambre, Hermione —se quejó en son de derrota mientras se encaminaban a la cocina, tras cinco de los diez minutos vaticinados por Ron.
—Comerás —le aseguró, tomándole del codo para ayudarle a moverse—, y si vuelvo a tener que recogerte de un burdel, Harry James Potter, voy a ocuparme personalmente de que tus testículos se conviertan del tamaño exacto de tu cautela, o sea, no vas a poder usarlos para nada útil y si crees que no hay hechizos para eso te recuerdo que puedo inventarlos.
Se detuvo frente a la mesa repleta. Pollo, verduras y pan recién hecho, todo ello regado con zumo de calabaza. A su pesar, tenía que reconocer que le apetecía más que la sopa de Kreacher.
—Yo que tú la escucharía, compadre —se rió Ron, con la boca ya llena de lo que parecían patatas fritas—. Es eso o aguantarla en este plan hasta que cedas, y sabes que no se cansará de darte razones.
Con algo semejante al alivio calentándole el pecho, se sentó a cenar. Era bueno tenerles a los dos, eran su familia y por unas semanas había olvidado lo afortunado que era, no estaba solo a pesar de todo.
—No voy a hacerlo, Granger —afirmó con rotundidad, apartando la gruesa carpeta con la mano. Estaba en su despacho y miraba a la pareja sentada enfrente, entre ellos las tazas de té servidas por mera cortesía permanecían intactas. Merlín, el Weasley parecía aún más alto que la última vez que le vio. ¿Había algún gen pelirrojo que les hiciese a todos tan tremendamente enormes? ¿Siempre había tenido aquel pelo tan... interesante? Arqueó una ceja y apartó el inconveniente pensamiento con un escalofrío, aquel idiota se parecía demasiado a su hermano mayor.
—Malfoy, por favor, eres su última opción, necesita que al menos le hagas un reconocimiento. Eres el mejor y lo sabes. —Hermione empujó de nuevo el dossier hasta el antiguo Slytherin—. Se lo debes.
Cerró los ojos y se frotó el puente de la nariz mientras dejaba la pluma sobre el secante. Sí, se lo debía y, de hecho, el reto de sanar al héroe era bastante incentivo por sí mismo como para interesarle. Haber aceptado la ayuda de aquellos tres y, por extensión, de la Orden del Fénix durante el último año de la guerra era lo que le había mantenido con vida. Eso no cambiaba el hecho de que seguía considerándoles una panda de bobos redomados, eso sí, unos tontos muy poderosos, en especial el que faltaba del Trío Dorado. Entrecerró los párpados y suspiró cansado. Tenía el deber moral de hacerlo y si se había negado era por hacerles rabiar un rato, joder, tenía tan pocas distracciones que a veces le parecía que en lugar de sanador era monje.
Derrotado, tiró de la carpeta y la abrió. Había una enorme cantidad de documentos, tanto de San Mungo como de un buen número de especialistas muggles. Todo bastante desordenado y por lo que veía, algunos de los folios estaban incluso manchados. Le resultó muy obvio que aquello no había sido recopilado por la meticulosa Granger, lo que quería decir que la bruja se las había apañado para sustraerle aquellos papeles al propio dueño. Aún era capaz de recordar a la perfección el desastre que era el moreno en las clases que compartían en Hogwarts y la capacidad de hacer lo que le daba la gana con él de su mejor amiga, que no parecía tener ningún recato en dejar claro que la idea de acudir a él era sólo de ella. Se negó a sentirse insultado porque a pesar de lo desesperado de la situación, Potty no hubiese considerado siquiera que él estudiase su caso, maldita sea, tenía capacidad de enfadarle incluso sin hacer nada. Nada bueno iba a salir de esto, casi podía jurarlo, pero aunque sólo fuese por molestar se comportaría más amable que nunca, que por él no fuese, si aquí había un lerdo, ese no era Draco Malfoy.
—Leeré esto, Granger —aceptó con la voz neutra que siempre adoptaba cuando tenía que tratar con algún paciente—, te aseguro que lo analizaré a fondo y luego enviaré a Potter una cita por lechuza, ¿te parece eso bien? —acabó con sorna.
—Mejor mándamela a mí Draco —pidió la joven, ruborizada, incómoda por primera vez en lo que llevaban de tarde. Tomó un sorbito de té antes de dejar de nuevo la taza—. Bueno... Harry... ya sabes cómo es cuando se trata de ti.
El bufido nada elegante de Weasley le hizo arquear una ceja, ¿Habían vuelto al sexto año y no se había dado cuenta? Joder, no, aquello no iba a ser una buena idea.
—Granger... —empezó, rogando por encontrar paciencia de donde no la había; estaba muy harto, aquel no estaba siendo un buen día y la cita con la parejita de Gryffindors no estaba ayudando demasiado a mejorarlo—, si Potter no está de acuerdo con que yo o alguien de mi equipo le trate, difícilmente cooperará o querrá intentar nada de lo que pueda llegar a proponerle, si es que hay algo que pueda hacer por él. ¿Eres consciente de eso? Esto no servirá de nada y me hará perder un tiempo muy valioso del que no dispongo.
—Vendrá y te escuchará —aseveró. La joven le miró de frente, con los ojos oscuros llenos de una encendida decisión. Un desagradable sentimiento de respeto le hizo examinar al Weasley con nuevos ojos, había que tenerlos bien puestos para vivir con una mujer así.
—Está bien, te la enviaré a ti, pero quiero que sea él quien me responda —aceptó. Aquello era un error, estaba seguro. Potter y él... bastaba con decir que eran agua y aceite, y ni eso se acercaba a explicar lo que en realidad eran el uno para el otro—. Sin embargo, debo advertiros una vez más que no puedo ofreceros una respuesta definitiva hasta que le vea y le explore.
Draco sacó el pergamino y empezó a anotar sus primeras impresiones tras leer el dossier acerca del caso 073180HJP. Mientras pudiese iba a mantener aquello en secreto y lo primero había sido eliminar mediante un conjuro el dichoso nombrecito de todos los documentos. Envió un memo a su secretaria para que, antes de acabar la jornada, avisase a la cocina de la clínica para que le subiesen la cena. En principio no tenían apenas pacientes que pasasen allí la noche, al menos no por largas temporadas, pero alguno de los trabajadores que procedían de lugares tan dispares como la India, Japón o Estados Unidos, preferían tener allí disponible una habitación y comida caliente antes de alquilar algo en Londres, donde tanto la parte muggle como la mágica eran extremadamente caras; Draco les ajustaba el sueldo y, de esa forma, ninguno de ellos salía perdiendo.
—Draco, buenas tardes. —Theodore Nott, su abogado y gerente, tocó en la puerta mientras esperaba. Vestido con una túnica sencilla, parecía aún más delgado de lo que ya era en la escuela. Percepción que desapareció al desprenderse de la ropa formal y quedarse en ropa de calle.
—Buenas tardes, Theo. —Apartó los útiles y los ocultó con un pergamino limpio. Hasta que no tuviese una idea de cómo abordar el asunto, no iba a dejar que nadie supiese de la posibilidad que tenían de ayudar al Salvador; aquello podría ser el espaldarazo que necesitaban, porque, a pesar de que la lealtad de Draco y sus padres, ambos asesinados por mortífagos en la batalla del dos de mayo, había quedado clara, la sombra de la duda siempre había perseguido al mago desde que todo el asunto de los juicios concluyese. Tanto así que el Ministerio había acabado por requisar la totalidad de la fortuna del apellido Malfoy, por considerar a Lucius como prófugo tras haber huido de Azkaban. Por fortuna, Narcisa había dejado una bien provista una bóveda a nombre de Draco, que no habían podido tocar. Puñeteros usureros; pagar sus estudios en Suiza, porque en San Mungo no habían querido admitirle, y dar los primeros pasos con la clínica le había dejado casi en números rojos.
—¿Empezamos? —preguntó su amigo, con rostro adusto y algo cansado. Todos estaban así, Draco sabía que el esfuerzo no sólo era suyo, lo que le mantenía aún más en vilo si cabía. Tenían que hacer funcionar el Centro, ya no solo era porque su futuro profesional dependía de eso, la situación se había transformado en una cuestión de orgullo.
—Sí, espera un minuto, avisaré para que junto con la cena nos suban té, ¿con leche, verdad? —asintió resignado. El trabajo siempre era lo primero. Desde que tenía dieciocho y enterró a su madre en un cementerio cualquiera de Londres, porque ni siquiera pudo acceder a la cripta de los Malfoy, había sido una de sus máximas. Tenía demasiadas responsabilidades a sus espaldas como para permitirse descuidos. Theo era uno de los pocos amigos que había eludido las filas de Voldemort y Azkaban, pero, como Draco, le habían expropiado la mayoría de los bienes familiares. De nuevo pensó con rencor en aquel injusto sistema que permitía tratar con semejante dureza a unos adolescentes. Nott había sido tan coaccionado por su padre como él mismo para tomar la marca, al igual que la mayoría de los estudiantes de su casa. A veces, y a pesar de que le debía la vida, sentía rencor incluso por Severus Snape, que había puesto por encima de todo la misión del Elegido, dejándoles equivocarse sin mover un solo dedo, a sabiendas de que muchos en Slytherin, entre los que se incluía, le veían como una figura paterna. Alguien debería haberles tendido una mano a tiempo, haberles hecho recapacitar, darles una oportunidad de escapar al destino que sus familias les imponían. La frase de aquel viejo, "por un bien mayor", aún le producía nauseas y, pese a todos los errores, tenía que agradecerle a la Orden la posibilidad de estar allí, sano y salvo, así que tampoco podía despotricar, algunos, como Pansy, Goyle y la mayor de los Greengrass, ni siquiera habían sobrevivido.
Después de dos semanas de consultas con el resto de los especialistas que formaban parte de la plantilla —desde Derek, el nutrimago, hasta Sybill, que no era sólo sanadora sino experta en trastornos del sueño—, Draco lo tenía todo prácticamente dispuesto; ahora sólo esperaba y necesitaba que el paciente apareciese y colaborase. Miró a su alrededor, habían acondicionado una de las habitaciones más exclusivas y completas de las que tenían disponibles. La magia era estupenda, pensó, observando a su alrededor el minucioso trabajo que habían realizado los elfos. La cama de tamaño extra grande, con cabecero de metal forjado en Irlanda, las paredes enteladas con seda de un delicado tono celeste, que aportaba un toque de serenidad, el resto de muebles y el suelo estaban realizados en maderas claras. Los tapizados del mullido sofá de dos plazas y la colcha eran del más refinado byssus que conservaba su tono natural, de un cálido color champán, contrastando y suavizando la frialdad del azul de la pared y cortinas...
Agachándose, tocó la superficie de la pequeña piscina, aquél era el mejor detalle de la suite, el paciente podría hacer sus ejercicios y recibir los tratamientos en la más absoluta intimidad, sin necesidad de usar las instalaciones comunes. Cuando había pensado en la Clínica, su idea había sido poder ofrecer un tratamiento integral y personalizado al detalle, que en San Mungo no brindaban, y casi podía jurar que si algo buscaría el Niño que sobrevivió sería un hechizo de confidencialidad cómo el que ellos proveían a todos sus pacientes
Torció el gesto y con la varita subió un par de grados el agua. Sí, allí podrían dar lo que aquellos medicuchos no podían ni soñar. Recordó su consternación cuando le comunicaron la muerte de su padre sólo unas pocas horas después tras la batalla, ni siquiera pudo enterrarle de forma correcta. Su madre había sido otro cantar; victima de una maldición desconocida, su cuerpo había caído en un extraño coma del que nadie pudo sacarla jamás. Aquellos meses viéndola morir sin que nadie en el mundo le prestase la más mínima atención —al fin y al cabo era una simpatizante de los mortífagos— habían marcado muchas de sus decisiones y, a veces, el recuerdo aún le provocaba pesadillas. Maldición, por muy equivocada que Narcissa hubiese estado, no merecía haber acabado de aquella forma tan miserable.
—Bien, Potter, vamos a ver qué podemos hacer por ti. —Se negó a aceptar que aquel pellizco que tenía alojado en la boca del estómago era porque al fin, tras casi diez años, iba a volver a verle. A pesar de que ya no eran enemigos, el moreno había sido incluso más reacio a aceptar su cambio de bando que Ron Weasley. Aún recordaba la frialdad de sus ojos verdes siguiéndole cuando los de la Orden le instalaron en uno de los cuartuchos más mugrientos de Grimmauld Place, con la intención de mantenerle alejado y a salvo de los que le buscaban para matarle. Entregar información a cambio de su seguridad, de forma paradójica, casi le cuesta la vida.
Se atusó el cabello, que llevaba muy corto en la nuca y algo más largo en el frente, se estudió las manos —esas que en unos minutos iban a tocarle— y dobló los dedos mientras caminaba hasta su despacho. La escueta respuesta de Potter había llegado tres días atrás: «Si, allí estaré». Chasqueó la lengua, era obvio que el Gryffindor no había cambiado, seguía siendo un maleducado santurrón que se consideraba mejor que él por el simple hecho de haber sido sorteado en aquella estúpida casa. Bien, haría lo que pudiese por curarle y, si todo salía bien, el idiota hablaría de forma favorable de sus servicios, eso bastaría para atraer a todos aquellos snobs a los que una vez se sintió orgulloso de pertenecer, si sanaban a Potter pagarían lo que fuese por obtener lo mismo que el Héroe. Y él estaría allí para sacarle provecho.
Y en el próximo...
—Potter, mírame. —Draco estaba a su altura, cerca, tanto que Harry fue capaz de ver que aquellos ojos eran grises, grises por completo, limpios y sin mácula, rodeados de pestañas doradas algo más oscuras que su cabello, tan cerca que su aliento tibio le rozó la piel sudada, refrescándola, tan cerca que distinguió el brillo delicado de su barba rubia, tan cerca que, a pesar del dolor, se encontró fantaseando con la posibilidad de estirarse y rozar esa boca de labios llenos—. Aquí no vas a ser un puñetero héroe, ¿me has oído? Tengo que explorarte y para eso no es necesario que lo sufras. Así que... adiós.
Antes de verle cerrar los ojos, le escuchó musitar un apagado «jódete, Malfoy» que le provocó un ataque de risa nada profesional.
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