CAPÍTULO 1

EL BALCÓN

Uno, dos, tres...

Ella sabía perfectamente lo que implicaba esto. Lo sabía desde que vio las doce puertas por primera vez.

Cuatro, cinco, seis...

"Ya no hay vuelta atrás", se decía una y otra vez. Aún temía la idea de dejar atrás su vida, pero ya no era momento para echarse atrás.

Siete, ocho, nueve...

Eran muchos efectos. La ansiedad le estaba matando.

Diez, once, doce...

A lo mejor no era tan grave como se lo imaginaba. Era cuestión de tener mente más abierta ante el asunto.

Trece, catorce, quince...

Uno a uno iba dejando los huevos en el suelo. Los sacaba del pecho como desde una ventana y los colocaba sobre la superficie del lobby delicadamente. Había encontrado cada uno de estos en las profundidades de sus sueños con bastante trabajo.

La idea de abandonarlos ahí así sin más le parecía un poco... desgarradora.

Dieciseis, diecisiete, dieciocho...

Ah, qué efectos más extraños y bizarros eran estos. Ya no recordaba la procedencia de la mayoría de estos. Seguramente muchos de ellos provenían de recuerdos dolorosos.

Diecinueve, veinte, veintiuno...

De repente, le llegó un pensamiento inesperado. ¿De verdad no había otra salida? ¿De verdad la muerte era la solución a sus problemas?

Veintidos, veintitres...

No, esto no debería terminar así. No es lo correcto. Pero entonces, observó el último efecto...

El efecto cuchillo.

No se había puesto a pensar en eso antes, pero... ¿qué significaba para ella la muerte? Lo pensó por un momento, pero no pudo descubrirlo. Había matado a tanta gente y... cosas en sus sueños, pero nunca se puso a pensar seriamente por qué lo hacía. ¿Se estaba desquitando por lo ocurrido en el pasado? ¿Era acaso algún tipo de rabieta mortal? ¿Emociones y pensamientos que nunca salieron a flote mientras estaba despierta?

No estaba segura, pero sí sabía que llegado a este punto, no era más que un hábito que se daba de forma natural.

"La muerte no significa nada para mi", se dijo a si misma, entonces colocó el último huevo en el suelo.

Veinticuatro.

Los coloridos huevos adornaban el centro del lobby imaginario al que tantas veces había acudido para viajar entre sueños.

Los observó por un momento, como despidiéndose de ellos por última vez. Luego levantó la mirada y observó a su alrededor. Las doce puertas estaban ahí, como siempre, con ese imponente aspecto que traía recuerdos algo nostálgicos de los mundos a los que conectaban.

Puso la mano sobre su mejilla con la punta de sus dedos y se pellizcó bruscamente.

Madotsuki despertó del sueño y se levantó de la cama hacia su pequeño escritorio.

La última nota en el diario.

Escribió cómo consiguió su último efecto y cómo fue dejando uno tras otro de estos. Al final sólo escribió "ADIÓS", y cerró el diario de los sueños.

Se dirigió hacia el balcón. No quiso ver más esa habitación, por lo que se apresuró a salir.

El aire frío de la mañana le golpeó en su cara como un látigo. Cerró suavemente la puerta de vidrio, y al voltearse vió la pequeña escalera que yacía apoyada al barandal del balcón.

Casi sintió como si hubiera aparecido ahí de repente, pero sabía perfectamente que ella misma lo colocó ahí la noche anterior, sabiendo lo último que iba a hacer en el mundo de los sueños.

Subió los pequeños tres escalones y se inclinó para mirar hacia abajo. Los cuatro pisos inferiores se veían tan lejanos y la calle parecía lúgubre. No había nadie ni nada cerca, eso era importante. Titubeó por un instante, pero luego se recordó que la muerte no significaba nada para ella. Sólo quería desaparecer esa existencia inútil y que el mundo la olvidara.

Tomó aire, se paró derecha y saltó del balcón hacia lo desconocido.

No era demasiado alto, pero le pareció que la caída duró una eternidad. El aire sacudía sus trenzas violentamente hacía arriba. Cerró los ojos y en menos de un segundo sintió un horrible dolor en el torso y las piernas, pero inmediatamente después, absolutamente nada.


Oscuridad.

Todo era oscuridad.

Y silencio.

Un silencio adornecedor.

Era tan agradable.

No podía sentir sus manos. No podía sentir su cuerpo. Estaba como adormecida. "¿Dónde estoy?, se preguntó de forma somnolienta.

Este no es el mundo de los sueños. Nunca estuve aquí. Es sólo oscuridad. Una oscuridad inquietante. Pero muy relajadora. No sentía nada, era como seguir soñando.

"Pero este no es un sueño, o sí?"

Entonces lo recordó. Ella saltó de su balcón no hace mucho.

"¿Entonces estoy muerta? Qué raro se siente."

Sentía como su ser flotaba en medio de una nada infinita. Era tan relajante. "Entonces, ¿qué pasará ahora?", se preguntó.

El silencio era ensordecedor, pero muy placentero. A la distancia llegó a ver dos de esos extraños seres en forma de campana que veía en sus sueños. Tintineaban suavente mientras ella se alejaba hasta que ya no los oía. No pudo recordar otra cosa que no fuera de sus sueños en ese momento. Tantas cosas que había vivido, tantas experiencias. Habían cosas que le desagradaban, habían cosas que le gustaban.

Para ella, todo eso le parecía más real que la vida real. Pero esto no era como en sus sueños, era mucho más tranquilizante. Sintió una paz interior tremenda y se la pasó flotando en el mundo oscuro como polvo que se deja llevar por el viento, sin preocupaciones.

De repente empezó a sentir un ligero cosquilleo en el brazo.

Un momento, ¿brazo? Pero ya había abandonado su forma física, ¿no es así?

De a poco empezó a sentir su pecho, sus piernas, su cabeza, todo estaba volviendo a ella lentamente.

Pero de pronto, sintió en todo su cuerpo un dolor extremo e insoportable. Gritó con todas sus fuerzas, en lo que el mundo oscuro se desvaneció paulatinamente y pudo ver unas luces intensas que la enceguecían sin piedad, un techo extraño de un color pastel y cinco figuras imponentes y sombrías inclinadas hacía ella.

Pudo escuchar su propia voz al gritar. Estaba genuinamente asustada de encontrar algo tan horrible después de un sueño tan apacible. Eso y el hecho de volver a sentir su cuerpo, pero de una forma tan maltrecha y lesionada, le dieron una sorpresa tal que no pudo callarse por nada.

No podía mover ni un músculo, lo que la dejó más aterrada que nunca. Una de las figuras se alejó rápidamente y se acercó de nuevo con un objeto que resplandecía con la luz.

Tomó el brazo de Madotsuki, le inyectó algo con la jeringa y al cabo de unos pocos segundos, notó que su voz se apagaba, dejó de sentir su cuerpo una vez más y volvió a esa extraña penumbra.