I Hate Everything about You
Dicen que no hay mal que por bien no venga… ¿Se aplicará el dicho a este peculiar caso?
Capítulo Uno:
Era mi primer día de clases. Hacía mucho frío y estaba muy nublado. A pesar de que era primavera, las mañanas en esa ciudad siempre me han parecido muy frías, y las recuerdo si, por que antes yo solía vivir aquí mismo, a pocas calles de una maravillosa primaria. Perdonen si parezco algo amargado, pero me pasó algo terrible: me mudé otra vez. Verán, desde que tengo diez años he cambiado de casa alternando un tiempo considerable de doce meses. Mis padres se divorciaron y como los dos querían vivir conmigo llegaron al simple acuerdo de una custodia compartida. Así, de enero a diciembre de un año estaba con mi madre y de enero a diciembre del año siguiente con mi padre. Créanme que al principio las cosas eran fáciles. Cambiaba de colegio y cada cierto tiempo veía a los amigos que abandonaba. Ellos no me olvidaban ni yo a ellos, ese había sido el trato.
—Detesto las mañanas –maldije por lo bajo mientras me abrazaba a mí mismo. Mi cuerpo nunca ha soportado muy bien las temperaturas muy bajas y sufría constantes desmayos por eso—. Debí salir más abrigado.
Ahora, continuando con lo que les decía antes, al principio era sencillo, nada complicado y sin muchos traumas emocionales hasta que él apareció. Un ingeniero químico que nadaba en su propio dinero se presentó un día en la casa de mi madre con un ramo de flores y una pequeña caja forrada de gamuza. Yo tenía once, y para mi corta edad y bajo entendimiento, sabía que eso no podía significar nada bueno. A los tres meses, yo, estaba vestido de esmoquin blanco con corbatín negro y entraba a la sala principal del Registro Civil, para contemplar fijamente, absorto en mis pensamientos como mi madre se casaba con otro hombre. Lo peor del caso es que dos semanas después estaban haciendo maletas para marcharnos a un país lejano fuera de Japón, pero en el acuerdo de custodia no se podía salir de los límites de la ciudad con el custodiado. Me alejaron de mi madre y desde allí he vivido con mi padre.
Yo sé que se preguntan si eso tiene algo de malo. Puedes ver a tu madre cuando ella te visite Podrás ir en navidad y en año nuevo a verla allá, en Suiza Pero no se pudo. Cuando se cumplió el año que se suponía yo debía vivir con mi madre, papá habló con las autoridades para que le permitieran sacarme de Japón y llevarme a América. Sí, así fue. En mi cumpleaños número trece enfilaba hacia una nueva casa y hacia en nuevo colegio en San Francisco. El año siguiente nos mudamos a Kansas; el que siguió, a Oklahoma; y ahora, después de tres años de no haber visto a ninguna de las personas que conocí en Nagoya y en Tokio (por que esas fueron las dos ciudades que frecuenté hasta el matrimonio de mi madre) regreso con la cabeza abajo, rezando por no encontrarme a nadie. Explicarles mi repentina desaparición abriría viejas heridas que no estoy dispuesto a tolerar nuevamente.
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Aquel colegio era enorme. Había escuchado de lo colosal de sus proporciones pero nunca me había imaginado una cosa como esa. La secundaria Konoha, ubicada en el centro mismo de Tokio ocupaba nada más y nada menos que cinco cuadras de distancia en sus cuatro lados. Un alto muro de ladrillos rojos lo separaba de la calle dejando ver únicamente a puerta principal, disimulada tras la reja de entrada a los jardines. "Un colegio exclusivo para ricos" había dicho mi padre mientras me explicaba como llegar a mi destino. Y pues sí, era un colegio para ricos. Mi padre mientras vivió en los Estados Unidos desarrolló un proyecto científico basado en algo acerca de la arqueología que innovó la manera de examinar huesos y reliquias enterradas bajo capas de piedra. Cuando presentó el proyecto a los directores de la
facultad de Arqueología de Harvard, lo enviaron de regreso a Japón para que mejorara el funcionamiento de su descubrimiento con la tecnología de punta que tienen los laboratorios aquí. Unos meses después las cámaras de resonancia y el escáner digitalizado de cientos de metros bajo tierra recorrían muchas facultades del mundo facilitando a los arqueólogos de renombre y a los aficionados busca tesoros la manera de encontrar algo enterrado si tenían la suficiente cantidad de dinero para pagar por esas máquinas. La cosa es que somos ricos desde entonces y yo nunca he tenido que preocuparme de que me falte algo. Es más, tengo demasiadas cosas.
Me acerqué a la puerta y ésta estaba cerrada, entonces recordé que mi padre me entregó una tarjeta que me permitiría pasar a esa fortaleza blindada con los más básicos sistemas de seguridad. Me saqué la tarjeta del bolsillo y se la mostré al portero.
—Uzumaki Naruto ¿Eh? –me dijo revisando que todos los datos fuesen correctos—. Los nuevos tienen que esperar el toque de la campana en el salón 301. Segunda puerta al final del pasillo azul.
— ¿Pasillo azul? –pregunté confundido
—En las intercesiones de los pasillos hay unos letreros que confirman su nombre y una flecha que indica la dirección donde debes ir.
—Muchas gracias.
Tomé la tarjeta que me entregaba de vuelta y entré a paso firme en el colegio. La reja de fierro se había abierto dándome paso libre a lo que por un segundo confundí con las planicies del campo. El pasto del jardín era de un verde esmeralda inverosímil al igual que el color del agua de la pileta erguida a un costado del camino. Había muchos bancos y mesas dispuestas por todo el lugar, como si no quisieran que sus alumnos usaran el suelo como asiento. Respiré profundo como suelo hacerlo cuando estoy asustado y la puerta principal se abrió.
Dentro las cosas se veían más normales: hileras de pasillos interconectados con puertas a ambos lados y tres tramos de escaleras para llegar a los pisos superiores. Parado donde estaba busqué el letrero que me indicó el portero y cuando lo encontré seguí la flecha que apuntaba la dirección. Las puertas a mis costados tenían números pero ninguna era la 301; recordé entonces que había mencionado el final del pasillo y corrí sin fijarme en lo que me esperaba adelante. De un momento a otro estaba boca arriba en el suelo con un dolor horrible en la espalda y en la base de la cabeza. Choqué de frente con un muchacho pelirrojo de lívidos ojos verdes que me miraba con una mueca entre desconcierto y molestia.
Me levanté despacio y pedí disculpas.
—No me fijé por donde iba –dije lentamente acariciando mi cabeza—. Lo siento.
No me respondió. Continuaba mirándome fijo pero su expresión era distinta, como de reconocimiento. Me extrañaba mucho su manera de mirarme hasta que separó los labios, hasta entonces perfectamente cerrados para decirme algo que no pude creer.
—Uzumaki… Naruto ¿Verdad? –me preguntó con un tono seco que se me hacía bastante familiar. El chico se acercó un poco y examinó con detenimiento mi rostro—. No puedo equivocarme, eres tú.
— ¡Imposible! –susurré en voz baja. Ahora que lo veía de cerca pude comprobar de golpe que yo conocía a ese muchacho mejor que a mí mismo. Era mi mejor amigo en la primaria de Tokio, Gaara Kishimoto—. ¡Gaara-kun!
Esas dos palabras accionaron una sonrisa que no había visto en tres años y me llevaron a mi infancia cuando jugaba en el patio de una primaria nada parecida a ese lugar en los años que mis padres todavía estaban casados. Lo abracé lo más fuerte que pude tratando transmitirle mi felicidad de volver a verlo ya que las palabras no eran suficientes para expresar mi alegría. Cuando me separé de él vi el rótulo que colgaba de la puerta Salón 301. Eso significaba que el era nuevo también.
— ¿Cuándo llegaste? –me preguntó entrando al salón
—Hace una semana –dije con entusiasmo—. No puedo creer que estés aquí.
—Yo tampoco. Mi padre es de verdad un hombre extraño; sus descubrimientos en el campo de la petroquímica son impresionantes y todavía se niega a mostrarlos a sus jefes. No lo comprendo.
—Aún sigues hablando como caballero, ¿Es que acaso nunca cambiarás?
—Eso es posible, muy posible.
En el tiempo que tuvimos desde que entramos al salón hasta que tocó la campana le conté a Gaara un poco de las cosas que había vivido en las tres ciudades distintas. No fue mucho, ya que veinte minutos no son suficientes para contarle a alguien tres años de vida perfectamente detallados, pero fue suficiente como para dejar las cosas en claro y calmar un poco la curiosidad de la que padecíamos. Unos momentos después del cese de la campana, una mujer de cabello negro y un hombre de pelo blanco entraron a nuestro salón. Esa mujer, nuestra profesora, se adelantó un poco para poder presentarse ante los cinco nuevos alumnos que cursarían quinto año. Nos sonrió a todos antes de hablar.
—Mi nombre es Mitarashi Anko –se presentó balanceándose un poco sobre sus pies—. Y el hombre junto a mí es Hatake Kakashi; seremos sus titulares este año y queríamos conocerlos antes de que pudieran pasar a los salones oficiales. Pues bueno, ¡Bienvenidos!
—Como ya les dijo Anko, soy Hatake Kakashi –habló el peli blanco con una voz un tanto ronca, como si hubiese estado hablando por más de una hora antes de ir a vernos—. Como son muy pocos sortearemos sus paralelos. Dos se irán conmigo y tres se irán con Anko –señaló una pecera que reposaba sobre la mesa—. Ahora pasarán al frente y tomarán un papel. Nuestros nombres están escritos allí.
"Anko" nos había tocado a Gaara y a mí junto con una muchacha de cabello negro largo y ojos opalinos. Era hermosa pero a leguas se notaba que era muy tímida, tal vez en exceso. Siguiendo a la profesora Mitarashi por los pasillos me di cuenta de lo grande que era ese lugar: habían muchos salones y casilleros empotrados en las paredes como las escuelas estadounidenses. También, en algunos pasillos específicos denominados 'Pasillos de Oro" se alzaban imponentes estantería repletas de premios y menciones de honor por su buena forma de enseñanza. Definitivamente la secundaria Konoha era un lugar de renombre y no valía la pena manchar su honor.
Salimos del pasillo verde y entramos al rojo donde estaban los paralelos A y B de quinto y sexto curso. Desde donde estábamos se podía escuchar con claridad el murmullo de mis futuros compañeros salir amortiguado por el resquicio de la puerta. Me froté las manos intentando calentarlas un poco para calmar mi nerviosismo y entramos después de la profesora.
Esos salones eran los más raros que había visto. Las mesas eran largas, un poco curvas y se elevaban hacia arriba en hileras perfectas. Desde abajo se podía comparar el lugar donde ellos
estaban parados como un pequeño escenario en un auditorio o un teatro. La primera fila de la mitad estaba vacía con tres asientos dispuestos. Gaara, la pelinegra y yo nos sentamos allí por órdenes de Mitarashi (para obviar la palabra profesora) y esperamos a que ella dijera algo.
—Ustedes tres –nos señaló—. Preséntense ante la clase.
La pelinegra, tímida y todo, se puso de pie despacio y sin mirar al frente se presentó con voz temblorosa pero alta.
—Hinata… Hyuuga.
—Cosas que te gusten y que no –pidió Mitarashi—. Vamos muchacha.
—Etto…
La cara se le tiñó de carmesí y se sentó de golpe con los brazos cruzados en el pecho y los ojos apretados para intentar calmar la vergüenza. Gaara fue el siguiente.
—Gaara Kishimoto –dijo firmemente—. Me gustan los libros y detesto a los fanfarrones.
Volvió a sentarse y llegó mi turno. Me puse de pie y tras tragar saliva al menos unas cuatro veces intentando humedecer mi garganta que se había secado inexplicablemente miré hacia el frente y hablé.
—Uzumaki Naruto –dije—. Me gusta la música, el ramen y odio a las personas arrogantes.
—Serán buenos amigos –señaló al pelirrojo junto a mí—. Muy bien, ya que las presentaciones pertinentes han sido realizadas creo que podemos comenzar con la…
Se interrumpió de repente mirando fijamente a la puerta. Un muchacho de cabello azabache piel pálida y afilados ojos negros entró caminando parsimoniosamente al salón como si no notara a la maestra que estaba junto a él.
—Uchiha Sasuke –dijo Anko secamente—. Yo no soy Kakashi, y si yo no llego tarde a clases mis alumnos no deben hacerlo tampoco. Tu justificación.
—Me levanté tarde –respondió resueltamente. Ese es el tipo de personas que detesto. Miras sobre el hombro, creyéndose importantes—. Pregúntele a mi padre.
—Lo haré, eso no lo dudes.
Siguió al tal Sasuke con la mirada hasta que ocupó el único puesto vacío en el aula. Una fila más arriba, justo detrás de mí.
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El primer periodo de clases fue el más extenuante de ese bloque. Para mi suerte la campana que anunciaba el receso acababa de sonar, y Gaara, Hinata (quién se nos había unido) y yo, caminábamos rumbo al jardín intentando ubicar la salida entre todos esos enredos de pasillos nombrados. Tras un rato de buscar dimos con el pasillo azul principal por el que se accedía al colegio. Enfilamos por ahí y salimos al jardín, el mismo que había confundido con las planicies campestres.
— ¿Dónde nos sentamos? –Preguntó Hinata observando las sillas y mesas—. Hay mucho de donde escoger.
—El árbol de allí.
Apunté a un cerezo florecido bajo el cual había una mesa y tres sillas. Caminamos hasta allí lo más rápido posible, evitando así que alguien nos robara el puesto. Sacamos nuestros almuerzos y los devoramos como si no hubiésemos comido en meses. El uso continuo del cerebro en las clases activa inevitablemente el aparato digestivo que pide a gritos algo de comer para poder recuperar la energía gastada en el proceso del pensamiento.
Sorprendentemente había dejado de hacer frío, siendo este reemplazado por una cálida brisa típica de los mediados de primavera. Para mí eso constataba un alivio, pues como les había dicho antes, los climas fríos y el frío en todo su significado me causaba daño. Terminé antes que los otros dos, y aprovechando eso me puse a contemplar a los alumnos que se divertían y conversaban en el patio a mí alrededor. Pude identificar a mis compañeros de inmediato por la banda de color rojo que llevaban en el brazo izquierdo. Esa era la manera de identificar a la cantidad de gente que había allí sin necesidad de aprenderse los nombres de cada uno. Por un momento, mientras recorría el jardín con la mirada, mis ojos azul eléctrico se cruzaron por no más de un instante con unos orbes negros y afilados. Intenté sonreírle, pero algo en la fría expresión de su rostro no me lo permitió.
— ¿Naruto-kun? –dijo Hinata tras de mí. Volteé a verla y dejé de lado el rostro de, si mal no recuerdo, Uchiha Sasuke—. ¿Estás bien?
—Sí –mentí. Debo admitir que lo frío de su mirada no me gustó. Desde que soy pequeño he podido comprender como es una persona con sólo mirarla, y lo que comprendí al ver esos ojos negros fue resentimiento y pena. Mi curiosidad es uno de los móviles de mi vida, si no fuera por ella no haría absolutamente nada por sacarme las dudas de la cabeza— ¿Qué nos toca después del receso?
—Dos horas de deportes –dijo Gaara—. Y luego la salida.
—Pero no tenemos los uniformes –dijo Hinata—- No podemos hace clase sin ellos.
—Nos los entregarán en el salón.
La campana tocó y nos dirigimos a las canchas traseras.
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Para serles más que sincero, los deportes no son mi fuerte pero tampoco son mi debilidad. Prefiero el deporte más sabio del mundo que es el tocar la guitarra y componer canciones, pues es a eso a lo que dedico la mayor parte de mi tiempo. Me gustaría ser cantante cuando crezca pero no es un negocio seguro. Tu fama puede acabarse de la misma manera como empezó. Mientras mis amigos y yo caminábamos a la puerta principal para esperar a la salida pensaba en la cantidad de deberes que teníamos por hacer cuando choqué con alguien por segunda vez. Al levantar la mirada Sasuke Uchiha me contemplaba de arriba abajo y luego se alejó sin más. Recogí mis cosas y salí caminando del colegio muy molesto. La campana había tocado.
