Disclaimer: Nanatsu no Taizai pertenece a Susuki Nabaka.

Extensión: 621 palabras.

Notas: Y aquí vengo yo para completar al trío caracol publicando un mismo día de la misma pareja. Y es que WHY?! Yo que era medianamente feliz con que Diane lo recordara y ahora esto, la vida simplemente no puede hacer feliz a King y eso es tan injusto ;_;

Y bueno, dada la situación yo vomite palabras y salió esto, debía desahogar mis feels. Es todo.

Advertencias: Leves spoilers.

.


Un poco más.


Y es que la quiere, con cada parte de su ser que ha vivido incontables siglos —y cada siglo la ha querido—, y la quiere con cada gramo y cada centímetro cúbico de él, la quiere todo lo que puede quererla.

Y si no la quiere más, si no la ama todavía más, es porque ya no halla que destrozar en el proceso.

Porque la ha querido los incontables siglos que extrañarla le ha quemado el pecho, y la ha querido todos los años que su presencia le ha incinerado el alma, y la quiere desde que sus risas le daban vida a sus células hasta cuando su ignorancia mató todo lo de él que podía morir.

—ese halo de esperanza al ver y añorar un «Harlequin» que no, no llega—.

La ama todo lo que puede amarla aunque casi todas sus sonrisas hayan sido para alguien más y él siempre quedase como la sombra del rincón. Y aún así la quiere, porque solo con su sonrisa el puede ser feliz.

—coge esa sonrisa, la hace migajas y se las traga para no morir de hambre porque nunca, nunca obtiene nada más.

Y aunque ella lo mire y él no sea nadie, o sea King —solo King, sin un «Harlequin» impreso de antaño y amor— la ama con todo lo que puede, cada fragmento del destrozado espíritu que le ha quedado con los años. E incluso conserva el suficiente masoquismo para anhelar vivir solo con tal de amarla un día más, tenerla a su lado aunque nunca sonría para él.

Podría considerar ilimitado su amor si aún le quedase algo de sí que romper en el proceso de amarla tan incondicionalmente —no necesita que ella lo ame, que lo aprecie, siquiera que lo recuerde— nada más le basta con amarla por amor a ella y a sus palabras cargadas de anhelo.

Quiero que tú me ames por siempre.

Y es un sí eterno a esa proposición, por los siglos de los siglos.

—aunque se rompa en el proceso y sea más amor hacia ella que él, él en sí.

Porque la ama, y el amor es incondicional, y no pide ni exige ni ruega nada a cambio, porque es desinteresado y no conoce de egoísmo, porque da y no pide. Si dice amarla, amarla de verdad y con todo él, ¿de qué otra forma podría ser, entonces, que no fuera aquella? Esa que da y da sin siquiera rogar migajas, conformándose con estas y marchitándose en el proceso de anhelar en silencio.

—e incluso la ama lo suficiente para reprochar anhelar algo de ella cuando solo quiere que sea, sea feliz.

Así que la oye, el doloroso y cortante «¿quién eres tú?». No es Harlequin, ni siquiera es King, es peor.

—un extraño.

Y aún así forma una sonrisa que no sabe de dónde ha salido —todo el amor que le tiene—, le sonríe porque no importa —no importa nada—, si ella es feliz está bien, ¿no?

Y es que King la ama tanto que aunque despedace todo de él en el proceso de ver su felicidad eterna la quiere otro poco más por el simple hecho de que la ama.

—y entonces la sonrisa le dice que aún puede quererla un poco más, más que ayer y siempre.

Porque la quiere con cada parte de sí y entonces todo es ella, no él, su felicidad se sobrepone a todo y aunque sufra incontables años y siglos no le importa porque ella es ella. Y su sonrisa le basta para ser —falsamente— feliz.

—y entonces destroza otro poco su alma en señal inequívoca de que aún no la ama lo suficiente.

Aún puede amarla más, aunque duela.