Hasta aquí una primer historia que escribí hace ya bastante años. Los personajes de SS no me pertenecen son propiedad del Maestro Masami Kurumada.
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En las lejanas tierras de Jamir
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Le miró curioso…desde que le conociese no había reparado en observarle detenidamente, sabia que era diferente a cualquiera que hasta el momento conociera y desde su llegada a aquellas heladas tierras no había hecho otra cosa que no implicara molestarlo. Le divertía aquella expresión de enojo que minutos mas tarde era sustituida por una nueva expresión de de llanto en aquel tierno rostro.
Desde que llegase a aquel lugar en su rutina cotidiana no resaltaban mas actividades que las humanamente fisiológicas y el entrenamiento rutinario…sin embargo una nueva actividad figuraba por sobre todas estas…molestar al pequeño aprendiz de aries.
Observó en silencio el ir y venir del chico que en esos momentos se encontraba ordenando aquella habitación.
-¡ Manigoldo!, si no piensas ayudarme mejor piérdete; le escuchó decir molesto.
- ¡Ahh!, los hombres no hacen eso…¡es cosa de chicas!, dijo el mayor en tono sarcástico con toda la intención de cabrear al mas joven. Echo sus brazos tras su nuca y subió los pies a la mesa para acomodarse mejor sobre la silla de madera. El menor por su parte hizo todo lo humanamente posible por contenerse ante aquel comentario de su compañero, si bien era cierto de nada le serviría comenzar una discusión con él a sabiendas de que saldría perdiendo como solía suceder siempre.
-¡Oye Yuzu, sírveme agua!...tengo sed; se mofó nuevamente el mayor. Pero al no ver respuesta alguna por parte del menor comprendió que esta vez no le seguiría el juego.
-¡ Baja los pies de la mesa o ya sabes que sucederá si mi maestro te encuentra ahí!
-¡Bahh!...sabes que el vejete no esta no esta y que no volverá hasta pasado mañana. El menor terminó de ordenar la pequeña cocina y sin mirar siquiera a aquel entrometido muchacho salió de esta con intención de no regresar.
-¡Valla! , ahora si que esta raro, se dijo para si mismo.
Horas mas tarde se encontraba fuera entrenando como era costumbre. Sus húmedos cabellos se pegaban a su rostro y gruesas gotas de sudor resbalaban por su rostro lo mismo que por su espalda y torso. Dio unas últimas patadas al aire y se desplomó sobre el suelo aspirando rápidas bocanadas de aire. Estaba agotado y no haría el mas mínimo intento por moverse de aquel lugar; sus músculos los sentía calientes y rígidos por los agotantes entrenamientos con aquel anciano ahora ausente…y a estas alturas sabiéndose libre de ellos aunque temporalmente, experimentaba aquella placentera sensación de descanso. De pronto sintió como un húmedo y refrescante paño retiraba el exceso de sudor de su rostro, abrió los ojos los ojos y se encontró con aquella almendrada mirada. Le sostuvo la mirada curioso para después dirigirle una pícara sonrisa, sí, sentía nuevamente la necesidad de incomodar a aquel niño, no dejaría pasar la oportunidad, ansiaba ver algún gracioso gesto dibujarse en aquel apacible rostro.
-Shion, le llamo por su nombre, cosa que nunca hacia.
-¿Qué quieres? dijo con algo de desgano apartando su mirada incómoda por aquella sínica sonrisa.
-Shion…¿sabias que en toda mi vida en el Santuario había visto ojos como los tuyos…dijo en un tono tan sincero que ni siquiera él mismo se creía aquellas palabras, lo cierto era que lo había sentido y asi lo había dicho…no se trataba de un comentario que tuviera un origen desdeñoso e hiriente, por un momento se sintió incomodo por ello, se reprocho a si mismo, ¿ por que rayos había dicho aquello?, ¿ porque de su boca habían escapado aquellos pensamientos?, y entre confundido y curioso espero paciente la reacción del menor. El pequeño lo miro incrédulo, sin poder ocultar aquel sonrosado rubor que ahora se hacia presente en sus blancas mejillas.
-E…¿en verdad?, ¿ porque lo dices?, el menor bajo la mirada tratando inútilmente de ocultar aquella reacción. Aquella imagen que el mayor tenia frente a si, era sin duda encantadora, a pesar de que Shion era simplemente un niñato y que claro el mismo aun lo era todavía, le pareció que aquella reacción presente ahora en la piel marfileña de su compañero era cautivadora, en pocas palabras, resultaba adorable aquella ingenuidad y dulce inocencia. Quizo decirle que sus ojos almendrados eran únicos…hermosos. Pero nuevamente en su interior se avolcó aquella sensación de vergüenza de dejar al descubierto a un sensible Manigoldo, así que surgió esa necesidad de ocultar aquellos bellos pensamientos. Nuevamente era traicionado por su ilógica razón reprimiendo sus sentimientos y sacando a flote al siempre hiriente Manigoldo.
Sintió como sus labios involuntariamente se movían dejando escapar una nueva ofensa, arruinando aquel momento en el que después de tantos agravios encausados en contra de aquel niño había logrado sincerarse por primera vez.
-¡Si!, en mi vida había visto ojos asi!...ojos tan femeninos, jejeje, en el Santuario hay caballeros que poseen ojos realmente hermosos pero no caen en ese concepto. Inmediatamente la reacción del mas joven se hizo presente y en respuesta arrojo con gran fuerza el paño empapado sobre la cara del mayor.
-¿Qué te he hecho para que me trates así?, replicó el menor al borde de las lagrimas.
-¡Por favor!...¡Como eres tonto!, siempre caes niño, ¿ cuando aprenderas?.
Shion se seco las lagrimas molesto y avergonzado, pues en efecto, ¿ en que momento había considerado que Manigoldo hablara en serio. Se incorporo y se dirigió al interior de la torre dejándole ahí tirado. Manigoldo se incorporó sosteniendo aquel paño, estrujándolo molesto entre sus manos. Estaba molesto consigo pues siempre que tenia la oportunidad de sincerarse con alguien y finalmente tener la oportunidad de encontrar un verdadero amigo y poder disfrutar libremente de ese sentimiento de fraternidad del que el no era participe, terminaba arruinándolo todo, alejando a todos, fastidiando a todos…quedándose nuevamente solo.
-¿Ocurre algo mocoso?, aquel anciano le sorprendió con aquella pregunta, le miro de reojo temiendo le reprendiera y en consecuencia le castigase por su evidente abstracción. Aquel viejo era temible, aun cuando no se le hiciera enojar, solía mostrar siempre una horrible actitud de indiferencia hacia todo y todos, además que su forma de decir las cosas era tan fría como el hielo que recubría aquellas tierras y seca como el asfixiante clima del desierto…sin duda era completamente diferente al siempre amable y cariñoso Sage. De pronto su mente jugó haciendo una inconciente comparación entre ambos gemelos de cáncer: mientras la mirada de Sage era compasiva y cálida, la de aquel viejo era penetrante y fría; mientras el rostro de Sage lucia siempre amable, el de aquel anciano lucia endurecido: mientras la voz de Sage era calma y suave la de aquel viejo era golpeada y seca; y mientras la voz de Sage era amable y paciente, la de aquel hombre era autoritaria y cortante.
-¡Maldito mocoso!. Te hice una pregunta!, nueva mente aquella tajante voz le saco de sus cavilaciones.
-¡ Si hay algo que no tolere es la distracción durante los entrenamientos!, le reprendió el anciano al no recibir una respuesta de su parte. Le vio tomar entre sus manos aquel látigo de acero forrado en cuero curtido que solía utilizar para ejecutar los castigos durante los entrenamientos. De repente sintió como su cuerpo era paralizado por aquella poderosa telequinesis, al tiempo que el primer azote era acertado sin ningún miramiento; sintió como una sensación ardorosa y punzante quedaba impresa en su espalda cada vez que el látigo se despegaba de esta. Quizo liberarse, pero por mas intentos que hizo no logro moverse siquiera un poco.
-¡Maldito viejo!, dijo para sus adentros, deseando por un momento estar en Santuario, con su viejo, que a pesar de sus continuas irreverencias y travesuras jamás se había atrevido a castigarle de alguna forma física. Cuando hubo estado satisfecho aquel anciano, le libero, no sin antes comunicarle las indicaciones para el entrenamiento del dia siguiente.
-¡ Maldito viejo!, escupió con desprecio, levantándose penosamente del suelo donde minutos antes fuera castigado. Camino hacia dentro de la torre ahogando quejidos mudos en su reseca garganta. No se percato de aquel par de ojos que le observaban en la penumbra de aquel recinto, subir difícilmente las escaleras que llevaban a sus habitaciones, razón por la cual se permitió esbozar una salta de maldiciones acompañadas de evidentes gesticulaciones de dolor. Abrió la puerta de su habitación y se encontró con que un pequeño intruso cuyo aroma conocía muy bien le miraba entrar pesadamente.
-¿Qué haces aquí niña?, le insultó como era costumbre. El menor se acercó hacia el mas grande y en un susurro casi audible le expuso la razón.
-Debe dolerte mucho…yo solo quería ayudar. Pero, ¿Qué podría hacer un mocoso novato como él, se rió a carcajada abierta inclinándose hacia el menor empujándole la frente con sus dedos índice y medio.
-¡Claro que me duele!...pero que puede hacer un mocoso como tú. El menor se acercó aun mas hacia él acortando la distancia entre ambos, acto seguido le tomo por una mano y lo condujo hacia el catre. Lo hizo sentarse sobre este, al tiempo que posaba sus pequeñas y finas manos sobre la espalda desnuda del mayor. Logro percibir que una extraña sensación de calor y alivio le embargaba los nervios y así como por arte de magia aquella molesta sensación de escozor y ardor desaparecía.
-¿Qué fue eso mocoso?, le intercepto curioso.
-Es..es la capacidad de sanar, respondió tímidamente.
-Esa si que no me la sabía, le respondió con algo de sarcasmo.
-Es producto de mi entrenamiento como futuro caballero de aries. Manigoldo observo como una leve y tierna sonrisa se dejo entre ver en aquel joven rostro, aquello le incomodó, pues le hacia sentir confundido además de experimentar sensaciones extrañas en su cuerpo.
-Pues ya estoy bien, es hora de descansar…¡Ahora fuera de aquí Yuzu!, anda, vamos, fuera, fuera. Era obvio, el menor esperaba alguna muestra de agradecimiento por parte de aquel testarudo aprendiz de caballero, sin embargo nada de aquello sucedió. Por el contrario, aquel sínico muchacho se echo en el catre dándole la espalda decidido a no continuar con aquella charla. Cuando se hubo marchado el canceriano nuevamente se incorporo sobre el catre recargando su espalda ya sana sobre la dura pared. Por unos momentos pensó que era afortunado al haber sido acogido bajo la tutela de aquel amable anciano y no por el viejo Hakurei…mas de pronto un sentimiento de culpa se hizo presente en su interior…siempre se había creído no ser merecedor de ninguna forma de cariño; entonces deseó estar lejos, lejos de esa torre, lejos de esas tierras, nuevamente cerca de su admirable maestro; mas al pensar en todo aquello una descarga le recorrió los nervios, estrujándole el pecho…recordó al pequeño de cabellos rubios…eso, irse y dejar Jamir hubiera significado quizá no seguir mas en su cercanía y en su compañía. Tampoco pudo evitar el sentir pena por aquel pequeño, pues a pesar de ser aspirante a caballero le parecía un ser en extremo sensible y frágil, y el hecho de que tuviera a Hakurei como tutor representaba una completa incongruencia. Y quizá el hecho de de que él fuera alumno de Sage también representaba una gran incongruencia. -En verdad…no lo merezco, maestro. Susurro a la nada en completa oscuridad.
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Continuara...
