- Alfred, ya son tres los muertos que han aparecido con esa pista encima, y contando… Estoy seguro de que los homicidios seguirán ocurriendo.
- Señor Díaz, ¿no cree usted que si el asesino fuera El Guasón lo habría descubierto ya?
- Estoy seguro de que el maldito es el culpable.
- ¿Pero cómo podría matar sin siquiera hacer un movimiento, y a la distancia?
- Estoy consciente de que está encerrado en el Asilo Arkham, ¿pero quién más podría colocar una carta de comodín junto a los cuerpos sin vida, sino una mente tan siniestra como la suya?
- Entiendo que… - hizo una pausa, volteó a observar la pantalla donde figuraban las cámaras de seguridad de la ciudad - ¡Mire, señor! – señaló con énfasis.
Lo que la cámara estaba registrando era a una silueta maniatando a una joven muchacha, para luego darle tantos golpes en su cabeza como para causarle la muerte. Batman no llegó a tiempo. Una vez más, un muerto y un naipe, una carta de comodín.
De vuelta en la mansión Díaz.
- Señor, lamento lo sucedido hoy. Sé que usted hizo todo lo posible para…
- Detente, Albert. Por ahora, detente. Debo relajar mi mente, abrir mi pensamiento para poder deducir la verdad luego. Creo que optaré por visitar un restaurante, sí, un restaurante… aquel que inauguré el mes pasado, ¿recuerda?, el de la comida tailandesa.
- Sí, señor, lo recuerdo. Es buena idea: una mente relajada definitivamente piensa mejor.
Esa misma noche, horas más tarde, Bruno Díaz se encontraba acabando su postre, situado en una mesa de mantel blanco a un lado de una gran ventana, otorgándole una enorme vista de toda Ciudad Gótica, en caso de que sea necesario acudir aunque se halle en un momento de descanso. Lo fue. De pronto, la batiseñal se hizo presente en el estrellado firmamento.
Gordon había recibido un naipe por correspondencia. No solo la carta de comodín se encontraba dentro del sobre, sino también una cerilla y un soldadito de plástico. Batman enseguida captó el misterioso mensaje y, sin emitir palabra ni dejar rastro, se apresuró al volante del Batimóvil hasta llegar a la única tienda de juguetes circundante. Adentro, un niño pecoso en el suelo, ¡y en llamas! En lo que Batman tardó en derribar la puerta, que no tomó más de diez segundos, la criatura se carbonizó. Un naipe cercano a él yacía. Nuevamente lo había hecho.
Se oyó un ruido, como si alguien hubiese presionado un oso de peluche. Batman dio un giro inmediato y notó la presencia de alguien más ahí dentro. Persiguió a la silueta oculta tras el muro próximo, dando un recorrido por todo el negocio, derribando cual juguete se interponía en la persecución. Fuera del local, el sujeto ya casi había logrado escapar, pero la velocidad del Batimóvil fue aún mayor.
- ¡Te tengo! El Guasón, tal y como lo imaginé.
- ¡Te equivocas, murciélago! – respondió el supuesto Guasón en una irritante, aguda y femenina voz.
En ese momento, el Caballero de la noche notó que ese rostro no era más que una máscara de látex. Se apresuró a quitársela para conocer la verdadera identidad.
- ¡¿Harley Quinn?!
- ¡Sí! Soy yo, rata voladora. Ahora llévame a Arkham, ¿si? – propuso con una gran e intimidante sonrisa.
- No… No me digas que tú…
- Sí, hice todo por mi Caramelito, – sus ojos se iluminaron de amor - ¡exijo ser llevada al Asilo junto a él!
- Si mal no recuerdo, tú deberías estar haciendo trabajo comunitario.
- El trabajo comunitario es algo tonto. Yo quiero estar cerca de mi Sr. G, Batman.
El héroe revoleó la mirada hacia arriba y un lado, suspiró, y con resignación pronunció:
- Bien. Definitivamente, creo poder afirmar que nunca uno sabrá con qué lo sorprenderá Gótica.
