"Es sólo un medio hermano. Un bastardo sin madre."
Mil y una veces Sansa enunció esas palabras enfrente de Jon, con toda la gracia con que ese insulto tan verdadero se podría decir. Las recordó a los que comentaron que no sabían que Ned Stark tuviera cuatro hijos; a los que señalaron lo mucho que se parecía Jon a su padre.
Sansa no supo nunca que el corazón de Jon se marchitaba como rosa azul en un verano dorniense, cada que la escuchaba decir esas palabras malditas. Y no era porque no le alegrara ser solo su medio hermano.
Porque los sentimientos que tiene no son para regalarse a hermanas.
Esos sueños que lo despiertan jadeante no deben ser protagonizados por hermanas.
A menos que seas un Targaryen, pero Jon no lo es.
Él es un Nieve, como Sansa se empeña en recordárselo al mundo.
Y fue en medio de la nieve cuando lo supo.
Ella estaba agitada por correr detrás de Arya, una bola de nieve en su mano y sus mejillas sonrosadas por la emoción, la alegría.
"¡No vas a escapar, diablilla!" le gritó a su hermana, arrojando la bola y golpeando a su hermano Robb en su lugar.
Fue ese momento en el que Jon se enamoró, pero nunca dijo nada. Nadie lo supo, y ahora Sansa estaba casada (¡con un Lannister!) y perdida ante Poniente después de asesinar al Rey. Él, en el Muro, con la sangre hirviendo mientras corría desde su cuerpo hasta caer sobre la nieve.
De alguna manera, todo termina en Nieve.
No sé por qué nunca puedo hacer felices a los enamorados de Sansa, pero espero hacer feliz a Ludmi con esto, que de hecho debió ser publicado en diciembre como parte del Reto Especial de Navidad del foro "Alas Negras, Palabras Negras".
Los personajes son de George R. R. Martin, el abuelito malévolo.
