Buenas tardes, hoy y después de no mucho tiempo traigo el primer capitulo de la segunda parte de "conexión Sagrada" y espero que esta continuación sea de su agrado como el fanfic anterior.
Esta historia habla más sobre el Shin-jin, su origen, sus misterios y sus constantes enfrentamientos con el Makaioshin. Además se entenderá mucho mejor todo lo que no haya sido comprendido a lo largo de la historia anterior.
Gracias a una estimada lectora se conocerá más sobre Zamasu, quien es, que es, y que lo llevó a transformarse en lo que es o fue actualmente. Recuerdo que comencé a escribir esta segunda parte, antes de finalizar el capitulo 20 del primer fanfic, trataba de explicar un poco mejor la situación de Zamasu, y después una querida lectora me sugirió hacer algo parecido como con Shin y reconozco que fue una idea genial porque así pude empezar acomodar este rompe cabezas que invente. Entendí que la mejor manera de acomodar esta historia era empezar por conocer a Zamasu, quien por así decirlo ha quedado con muchos misterios y un pasado desconocido que aún está sin resolver, y el, al igual que Shin son los protagonistas de esta ocurrencia.
En esta segunda parte, también se verá la inquietud que comenzará a movilizar a los Kaioshines y dioses destructores porque ellos tendrán un papel muy importante, así también como lo tendrán los ángeles y hasta el mismísimo creador Zeno sama.
Me tome el atrevimiento de ponerles nombres a los Kaioshines que utilizo en la historia como por ejemplo (el sagrado supremo del planeta kai-shin)
Son personajes que no están en la serie pero que invente para poder escribir este delirio mío Jajaja
También verán otros nombres con los cual identifico lugares y que se verán a lo largo de la historia. Todos ellos son de procedencia japonesa y abreviados por mi, es decir, que si no encaja la abreviación con la palabra japonés es porque la escritora no sabia que más inventar o porque no encontró la abreviación real jajajaja
Dirigido a toda aquellos que no conocieron la primera parte de la historia: Está es la continuación de conexión Sagrada, y para comprender mejor esta historia que a su vez trae una leyenda es necesario tener en cuenta los capítulos del fanfic anterior.
Quisiera recordar que esta historia es yaoi, y sé que en la anterior no se ha visto de ello, pero en esta si se verá, aunque eso no me preocupa realmente porque en lo que a mi respecta el amor no lleva géneros, pero también debo advertir que tendrá capítulos en los que serán bastante fuertes y solo espero no herir la sensibilidad de nadie ya que no es mi intención hacerlo.
La mejor forma de entender este desvarío es mirar con los ojos del corazón.
Este es un capitulo denso para quienes desean saber mucho más de los personajes principales, pero les aseguro que vale la pena leer cada línea porque en ella hay palabras claves para comprender mucho mejor los siguientes capítulos.
Una vez mas gracias a todas esas personas que se toman el tiempo para leer. Tengas Buenos días
Conexión Sagrada y El libro de Crystal
Capítulo 1
Destino
Aquellos días en el planeta kai-shin habían cambiado. Para Koro, un Shin-jin nacido hace más de 10 mil años, la tierra no era diferente, mejor o peor… y pese a que sabía cual era su origen (kaiju) nunca dejó de buscar información de los Shin-jin en sus propios libros escritos por los más antiguos. Sabía que los Shin-jins no eran los únicos poseedores de su historia y que desde los tiempos remotos los elfos habían escrito varias cosas sobre ellos, sin embargo todo eso parecía ser un cuento porque jamás se había encontrado algo escrito por estos, solo había unas cuantas hojas viejas en la que alguno que otro shinjin se había encargado de escribir.
Cuenta la vieja leyenda que en aquellos tiempos cuando el primer Shin-jin cayó del árbol sagrado, fueron los elfos quienes lo recibieron y cuidaron de el hasta que tuviera la capacidad para valerse por si mismo. Pero Koro, que era un Shin-jin escéptico, sin la necesidad aferrarse a ninguna creencia, se preguntaba cómo era posible que naciera de un gigantesco árbol; un manzano, y que además daba un fruto lo suficientemente grande para que allí entrase un ser vivo de 42 centímetros o más… o tal vez menos. Y esas no eran todas las dudas de Koro el jardinero, además el hombre estaba obsesionado con buscar información de los elfos, porque si estos cuidaron del primer shinjin existente entonces también sabían sobre el misterio que escondía el árbol.
Lastima que ese primer hombre que piso el planeta ya no existía… pensaba el jardinero Koro, porque de ser así todas sus dudas serían aclaradas… aunque tal vez no, porque lo más seguro es que otra nueva duda lo invadiría. El deseo por tener conocimiento había llevado a Koro a pasar horas y horas leyendo mientras regaba el jardín, había robado libros que no le eran permitidos para poder saber un poco más de su procedencia, o descendencia ¡Lo que fuera! No obstante, allí no había más de lo que sabía.
A pocos metros donde terminaban los Surcos de Rosales, se encontraba la enorme muralla que separaba la zona habitada del bosque de Jikan, lugar que estaba totalmente deshabitado y prohibido desde tiempo casi indefinidos; era tanto el tiempo, que las versiones de porque NO se podía pasar habían sido distorsionadas por las añejas lenguas. El bosque Jikan era la única incógnita que jamás podría resolver por si mismo y a través de su propia experiencia, no existía historia de aquel bosque que no sonará tenebrosa o sangrienta, y pese a que solo era una leyenda, como la de los elfos, Koro no se atrevía a entrar allí y sus compañeros tampoco…por eso dejo a un lado la loca idea de cruzar la muralla, ahora solo era una muralla.
…
En el planeta kai-shin la primavera se había asomado mucho antes de lo indicado en el calendario Shin-jin. los primero brotes se veían en cada arbusto, en cada planta, incluso los árboles que rodeaban el castillo por allí a lo lejos tenían un inmenso deseo de florecer; casi desesperado.
Cualquiera diría que el jardinero Koro tendría mucho trabajo por hacer, no obstante, en primer lugar se encontraban los rosales que un antiguo Shin-jin había creado. Si mal no recordaba, su nombre era Nichi, y se decía que este fue el creador de varias especies de plantas que hoy abundaban en el universo. Fue un gran hombre, pensaba Koro cada vez que regaba alguna de sus majestuosas creaciones. En ciertas ocasiones el jardinero pensaba:
-¿algún día creare algo tan maravillosos como para que mi nombre sea inmortalizado y luego me recuerden en cada planta o árbol? -.
Pero luego pensaba que tal vez ese pensamiento era demasiado egocéntrico para el, un hombrecito que solo buscaba pasar desapercibido… sin embargo, koro tenía sueños más grandes que crear una planta y ser reconocido por una bola de Shin-jins, su sueño era tan grande e irreal como los elfos y los duendes. Este sueño era tan grande que solo podía ser visualizado con los ojos de la mente en un profundo sueño despierto, porque ni siquiera podía soñar dormido…. Eso era cosa de los mortales, como también era cosa de los mortales reproducirse, tener hijos, descendientes…
Allí, se remontaba el sueño del jardinero Koro; ser un padre, tener un hijo, darle valores y ser importante por ello… por eso era un sueño imposible, tan imposible como conocer al creador del árbol Sagrado, o conocer que había del otro lado de la muralla… de todas formas, nada era más importante para Koro que ser un padre, y fue por eso que en cada atardecer cuando terminaban sus labores el hombre visitaba el gigantesco árbol Kaiju y oraba a este para que le concediera un niño o una niña… daba igual el género siempre y cuando fuera un hijo de el.
Su sueño, era el responsable de que fuera considerado como un loco por el resto de su raza, ese sueño de tener un hijo lo había llevado a aislarse del resto, porque era mejor conservar su deseo que ser aceptado. Por eso no desistía y hoy sería un día más en el que tomaría asiento frente al árbol y le conversaría.
Mientras caminaba no podía evita pensar que si el árbol le concediera un hijo ¿Cómo lo llamaría?
Su nombre era Koro porque sus compañero decían que tenía un gran corazón, y el nombre Koro en su idioma era una abreviación de corazón… en fin… Si el árbol le concediera su deseo tendría que pensar en un buen nombre, aunque tal vez recibiría un nombre cuando fuera mayor…quien sabe… los Shin-jin tampoco utilizaban nombres, a excepción de unos pocos.
Cuando vio que había llegado frente al árbol Kai-ju ya habían pasado varios segundos… 25 quizás, pero… de todas formas, antes de que pensara en algo, en sus ojos se reflejaron la veloz caída de un fruto.
La caída de esa manzana roja había sido amortiguada por las hojas secas que yacían en los alrededores del árbol. Los ojos del jardinero no podían salir de su asombro y mucho menos dejar de pensar que "eso" era el fruto de todas sus plegarias y las horas de ayuno que había soportado durante casi un año seguro de que ese era su niño o niña, y quien le dijera lo contrario estaría despreciando y blasfemando hacia la voluntad se kaiju.
El hombre tomó la manzana para contemplarla más de cerca, estaba embelesado con aquel brillo en el cual podía verse reflejado. Era la manzana más roja que jamás había visto, o quizás exageraba… pero sus ojos lo veían así.
Rebozado de alegría y felicidad, koro agradeció de rodillas frente al árbol por tan gratificante bendición.
Desde ese preciso instante, el verdoso jardinero de abundante barba y considerable sobrepeso, pudo llegar a creer en algo, la magia, y su imprescindible forma de actuar. Quien quiera podía llamarlo milagro o tal vez casualidad, pero para el, todo era producto de haber sido escuchado por la infinita energía de su creación.
Aún faltaba para que el pequeño rompiera la cáscara, y probablemente tardaría un par de horas mas, o quizás días, así que Koro, pensó que lo mejor seria llevarlo a su habitación y evitar que el niño conociera el frescor primaveral del anochecer.
El hombre corrió todo lo que pudo por el apedreado camino que lo conducía al templo, cargando su enorme peso sumado a lo kilos de aquella manzana. Se encontraba excitado, ansioso, nervios y eufórico, pero muy en el fondo de su corazón sabía que todo ese revuelo de sentimientos se manifestaban al saber que alguien podría quitarle al niño. Y es que este no era tonto, y sabía que más allá de que el niño fuera producto de su deseo el resto de los habitantes no pensaría lo mismo, más bien, este sería un shinjin del montón que seguramente debería tomar todo el conocimiento posible si quería ser algo en la vida… un dios creador por ejemplo.
Un antiguo Kaioshin, viejo, y que seguramente ya le había dado de comer a 24 millones de gusanos, solía decir:
-Ten cuidado con lo piensas y como lo piensas, tu eres parte de este universo, eres parte de su mente y su inocencia no tiene lugar para el sentido del humor-. -Si le das importancia a ese pensamiento lo convertirás en una energía tan intensa que acabarás por traerlo a la realidad-
Lo más seguro es que ese kaioshin era el viejo más brillante del planeta, y el conocedor del gran chiste cósmico. Ahora podría decir que tenia razón, porque sus pensamientos sólo iban directo a no ser descubierto y si había algo peor que ser descubierto, era ser descubierto por el sagrado Kaioshin.
El Kaio de exuberante peso y enormes anteojos noto la cercanía del jardinero, e inevitablemente también pudo visualizar la manzana que traía cargando entre sus brazos. No podía evitar sonreír al ver que nuevamente habían sido bendecidos por la gracia de kaiju y tampoco podía faltar su agraciado comentario:
-¡Oh! Que alegría-. -debemos llevarlo a la sala de control-.
Pero Koro desde el inicio no estaba de acuerdo, tampoco había reparado en saludar al superior. Sus ojos disparaban fugaces miradas inconscientes en el intento de querer huir y el sudor en su frente lo dejaba expuesto a que el gordo hiciera lo que más temía, de cualquier forma su padecer no iba a callar sus palabras y con toda su visible alteración respondió:
-Verá sagrado kaio-. -Este fruto me fue concedido gracias a mis oraciones-
El sagrado kaio o el también llamado kaio Ima, frunció el ceño confundido y en su boca se dibujo una leve mueca parecido a una sonrisa. No es que fuera chistoso lo que el jardinero decía, pero ya había oído acerca de ese sueño por parte del hombre, y lo que nunca imagino es que su locura ahora quedará tan expuesta como para asegurar que ese niñito era su hijo. Tal vez el hombre lo odiaría de por vida cuando terminase de escucharlo, pero estaba dentro de su protocolo decir esas palabras:
-Lo siento Koro-. -No es posible que el árbol le haya concedido un hijo-. -Nosotros los Shin-jins no tenemos hijos y nuestro único padre es el celestial kaiju-.
-¡Oh! Pero lo que usted no sabe es que kaiju puede escuchar-. -¡Está vivo! El respira, escucha, siente-. -¡Es un milagro!-. Dijo el jardinero eufórico y nervioso.
El sagrado Kaio haciendo un gesto de negación y ya más serio respondió:
-No, no-. -Disculpe Koro pero debe entregarme ese fruto-. -Debemos asegurarnos de que esta en excelente estado de salud y que su energía esta totalmente limpia-.
-¿Limpia? ¡Ja! -. Dijo con una sonrisa aún nerviosa. -Puedo sentir la energía de este pequeño y le aseguro que es sana-. -Mi señor kaiju no me obsequiaría!un niño dañado y mucho menos enfermo-.
Para el sagrado Kaio que carecía de paciencia, la negación del jardinero empezaba a ponerlo incómodo, además el hombre había cambiado repentinamente mostrándose esquivo y azogado, incapaz de comprender que no había tal deseo cumplido y que ese no era su hijo. Temía que el pobre hombre finalmente rompiera el fino velo que separa la locura de la cordura, y que tuviera el desagrado de conocer al primer Shin-jin que rompiese con las leyes de su raza. Su planeta no tenía un lugar específico para los Shin-jin locos, y la locura tampoco era considerada como maldad por lo que sería poco correcto mandarlo al mundo de los demonios… ¿Qué haría ahora? Pensó el hombre antes de cargar su comentario con un tono mucho más duro:
-Bien, pero usted está equivocado y ese niño no es su hijo-. -Entrégueme el fruto y vuelva a su trabajo-.
Koro apretó el fruto en un gesto de tensión y respondió:
-No voy a entregarle a este niño-. -es mío y le daré cobijo en mi habitación-. -Cuando nazca lo llevare a un control para que usted esté más tranquilo y luego vivirá conmigo-. -Creo que tengo derecho a exigir una pequeña casa en la aldea Shakai que está detrás del castillo y de esa forma podré tener privacidad-.
-¡Oh jojo! No-. Respondió el sagrado kaio. -entrégueme el fruto ahora señor-. -No tengo deseos de lidiar con usted o armar un escandalo-. -…además… considero que usted necesita hablar con un viejo supremo que trata la psicología Shinjin y lo mas acertado será que tenga un charla con el-.
Por primera vez el jardinero sintió lo que era la ira, y podía decirse que en sus 10 mil años jamás había experimentado un sentimiento tan irritante y latoso como ese. Nunca estuvo interesado en los rumores que merodeaban por el templo, en los que hablaban de su locura, pero enviarlo a ser tratado por un kaioshin especializado era algo más agresivo. Sin duda, toda la aldea estaría al corriente de aquel loco que deseaba tener un niño… pensó.
Koro estaba nervioso y temeroso de que le arrebataran su pequeño, e incluso en un solo segundo había tenido el tiempo para pensar que si no conservaba al niñito y cuidaba de el este no soportaría su estadía en el universo. El hombre interpretó aquel pequeño y fugaz pensamiento como una visión que le era revelada para que no cediera a entregar al niño ¡claro que no! No quería entregar aquel fruto que había implorando durante tanto tiempo, y ahora también podía visualizar lo lejos que estaba su sueño de ser un auténtico padre…. Quizás estaba obsesionado, pero esa obsesión no le hacía daño a nadie, por el contrario, eran los demás quienes parecían sentirse dañados por el simple hecho de que kaiju le concediera un deseo.
Tal vez todo ese mar de pensamientos fue lo que impulsaba al hombre a correr hacia el único lugar donde jamás pisarán los estúpidos shinjines creyentes de cuentos de hadas. La muralla que separaba el mundo "ideal" del bosque Jikan, y daba igual si moría del otro lado devorado por alguna bestia fantástica o vaya a saber que cosa, pero moriría con sus ideales y la enorme satisfacción de que había luchado por cumplir sus sueños.
No muy lejos, el sagrado supremo comenzaba a gritar en un llamado a los Kaioshines protectores del planeta y por consiguiente sus ayudantes. Koro sabía que muy pronto tendría el desagrado de ser perseguido como un ladrón por sus propios compañeros, quienes estaban a años luz de comprender que no todo era como ellos creían y pensaban y que tal vez la bondad de kaiju era mucho más poderosa que la de sus hijos.
Si fuera un poco más delgado, quizás ya hubiera llegado a aquella muralla, pensó… o tal vez si tuviera las habilidades poderosas de quien lo perseguían ya se encontraría a salvo del otro lado, no obstante, el tiempo para saltar hacia el otro lado no le sería concedido… y pronto se encontró justo en frente de la muralla. La respiración del hombre se detuvo por un segundo al estar justo en frente de la gloriosa salida, y un extraña sensación de estar haciendo lo correcto lo invadió, sin embargo fue demasiado tarde para que pudiera cruzar.
En esa peculiar sensación Koro había quedado suspendido, y no estaba inconsciente como para no notar que ya le habían quitado el fruto de sus manos y que también estaba siendo sostenido por 3 kaioshines o tal vez más… sólo había quedado inmóvil... Sus sueños se habían desvanecido sólo en cuestión de segundos que para el fueron eternos, porque eterna sería la desolación de padecería cada día de su vida al recordar que jamás podría criar a su niño. Lo más seguro es que por haber querido proteger sus ideales sería desterrado como un Makaioshin, ahora sería calificado como malvado cuando en realidad solo estaba profundamente conectado con kaiju y este lo había premiado…
Que cruel que es la vida pensó el hombre angustiado; escuchando muy desde el fondo como el cascarón de la manzana empezaba a quebrarse haciendo el auténtico sonido de una rama seca cuando es partida. En ese lejano murmullo Koro viró hacia el Kaio que sostenía el fruto ahora roto en varios pedazos, y en su cara se dibujaba el gesto de sorpresa de solo notar los pequeñitos dedos verde pálido de aquellos pies que golpearon con fuerza para liberarse, y para cuando quiso descansar de su asombro el bebé había lanzado el primer llanto. En ese glorioso alarido Koro recobró su postura y grito:
-¡Es mi hijo!-. -¡El árbol me lo concedió!-.
Pero aún así no había sido oído por sus compañeros, quienes lo sostenían como si este fuera a escapar o correr desesperado.
Para el sagrado supremo Kaio el hombre había sobrepasado la locura trayéndola consigo a la realidad de todos, y por primera vez en sus miles de años debía tomar la decisión de alejarlo del resto de los habitantes. No sabia con exactitud si aquella locura era contagiosa, pero si lo era, tarde o temprano perjudicaría a toda la masa.
Después de millones y millones de años, se veía obligado a tener que utilizar el antiguo y oscuro hueco donde los Makaioshin eran encerrados. Las mazmorras Itai, un oscuro y espantos lugar plagado de calabozos subterráneos, donde la luz del sol no llegaba a iluminar, donde los gritos morían ahogados haciendo eco por los laberínticos pasillos.
-A las mazmorras…- Dijo el sagrado hombre sonando por demás cabizbajo y preocupado.
Los Kaioshines no opusieron resistencia a las ordenes de su superior, y tampoco lo hizo el jardinero, en aquel momento solo quería mantener la mirada fija en el niñito y llevarlo grabado como un recuerdo. Sus últimas palabras fueron la afirmación de ser el padre del niño y nunca más volvería a decir una sola palabra, su silencio sería tan repugnante como el oscuro y sucio lugar en el cual seria su tumba.
Sin querer, Koro se había inmortalizado y ahora sería reconocido, tal vez no había creado grandes arbustos y árboles coloridos, pero seria el recuerdo eterno de un Shin-jin que enloqueció por haber soñado con ser padre.
…
El regreso de majin boo y el despertar del dios destructor
En una mañana fría y tal vez la ultima de la temporada de otoño, Kibito dejaba las dos tazas de té en la pequeña mesa rosada del jardín con el propósito de desayunar en compañía del supremo Kaioshin. Esto seria posible si Shin finalmente notase que el oscuro líquido había llegado, pero su sueño era mas profundo que la necesidad de tomar el té, y su cabeza estaba totalmente pegada a la rosada madera.
El asistente intento despertar a Shin pero antes de que lo hiciera ambos lo habían sentido. Era la energía de babidi, y había salido de su oscuro agujero con el solo propósito de despertar a Majin bo.
Así fue como el supremo Shin despertaba bruscamente para comprobar que su peor pesadilla estaba a punto de abrir las profundas heridas del pasado.
Esta vez majin boo despertaría en un planeta llamado tierra, ya que babidi buscaba a los seres humanos que habían derrotado a Cell porque ellos poseían la energía suficiente para que sus planes se llevarán acabo, y así sucedió… Majin boo había despertado.
Para Shin no había sido fácil llegar a los humanos, porque Kibito estaba totalmente negado a que fuera a la tierra, pero aun así lo hizo, pues el asistente no tenía derecho a contradecir a un superior.
Como dios creador de cada forma de vida que habitaba en cada galaxia y sistema solar; su misión era proteger al universo y su objetivo era detener a babidi antes de que despertará a Majin boo, porque a diferencia de Cel que había sido creado por un humano, este era un monstruo creado por la magia oscura de bibidi. Sin embargo y pese a la mejor voluntad del dios creador, su poder no era suficiente para acabar con ese demonio. Entendía que como dios creador estaba lejos de proteger a la tierra si tampoco podía protegerse a sí mismo. La impotencia llevo al joven supremo a sentirse inservible durante todo el tiempo que majin boo había estado con vida.
Las creaciones de los Kaioshines adquirieron más poder que ellos mismos, y Shin en cierta forma estaba agradecido de que así sea. Los humanos Goku y vegeta junto con otras diferentes especies de humanos habían logrado ponerle fin a Majin boo.
La paz reino nuevamente en el universo y el antiguo Kaioshin de quince generaciones atrás había sido liberado de la espada Z, también había sido de gran ayuda, pues este contaba con grandiosas habilidades.
Gracias al viejito, Shin había terminado fusionado con su asistente. Había sido algo inesperado porque tanto el joven supremo como Kibito no tenían idea de que eso sucedería y lo que al principio era divertido, pronto se había tornado aburrido, además de un problema.
Shin Empezaba a necesitar su espacio, si bien Kibito no predominaba en ese nuevo cuerpo, el supremo sentía la necesidad de una individualidad, porque ya no era uno si no dos. Estaba seguro que Kibito sentía lo mismo, y que si tuviera la oportunidad también elegiría volver a ser un individuo. Así fue como Kibitoshin decidió acudir a la ayuda de las esferas del dragón para separarse.
Como algo positivo de parte del joven supremo, podía decirse que había adquirido la experiencia y el conocimiento de un hombre de 10 mil años; todas sus lecturas, sus conocimientos, sus recuerdos y hasta las mañas a la hora de cocinar, y tal vez Kibito había aprendido a plantar tulipanes.
El último año había sido un tanto caótico y esto se remontaba al despertar del dios destructor. Tal vez si hubiera despertado para realizar sus labores estaría bien, pero por el contrario sólo despertó para buscar al super saiyajin dios del que tanto le había hablado el oráculo, ya que según el pez, Bills pelearía con alguien que iba a ponerlo en aprietos… y allí fue gato mañoso a buscar riña, y podría decirse que no destruyó a los terrestres porque era de su conveniencia, pues ¿Dónde encontraría tanta comida deliciosa que lo satisfaga? La existencia de otras especies era indiscutible, sin embargo no había mejor comida que la creada por los terrestres , o al menos eso pensaba Bills.
Tiempo después, el joven Shin junto con el Elder y su asistente, presenciaron el torneo de los hermanos destructores, quienes a raíz de una apuesta entre ellos, se disputaban el cambio de universos (por comida) como si estuvieran hablando de caramelos.
Fue así como Shin comprendió cuando Kibito decía que los humanos eran estúpidos y que en ciertas ocasiones accedían a diversas situaciones sin medir las consecuencias. Pero por otro lado el jovencito sabía muy bien como eran los dioses destructores y si tenían que obligar a los humanos a pelear, lo harían. También comprendía porque Kibito siempre dijo que los dioses destructores utilizaban a los humanos como fichas en su juego y que a ellos no les importaba cuantas especies puedan morir, pero a decir verdad Shin no estaba muy interesado en las jugarretas de los dioses destructores, y en los últimos años su corazón se había vuelto más y más inquieto.
…
El rincón del éste
En los últimos días, en la región del éste, donde nacía una gran cascada, se encontraba el supremo Shin sentado en una roca. Había elegido ese lugar porque era solitario, sin otra forma de vida parlante que pudiera interrumpir sus pensamientos. No es que le desagrade la compañía, pero en los últimos tiempo y desde que el anciano maestro de 15 generaciones había hecho aparición, no había podido pensar con claridad.
Era un hombre bueno y amable, pero terco, algo irascible también, y esto de alguna manera llegaba a molestar al joven supremo quien estaba acostumbrado a vivir solo con su asistente. Para Kibito tampoco había sido sencillo llevarse bien con el Elder, porque este trataba a Shin como un niño tonto que no entendía nada. Era cierto que el joven carecía de información, pero también era cierto que era solo un joven y que como Kaioshin aún debía aprender muchas cosas.
Parecía que solo Kibito era capaz de entender lo que le sucedía, y esto no era ninguna novedad, porque al haber estado fusionados el hombre mayor tuvo la oportunidad de saber cómo llegaba a pensar en varias ocasiones…
De vez en cuando el joven Shin suspiraba de cansancio, su mente era un caos al igual que su corazón, y aunque desconocía el porque de esa inquietud no dejaba de pensar que tal vez algo le estaba faltando o que algo estaba olvidando, pero lo peor era que tampoco lograba conciliar el sueño. Había intentado hablar con su asistente pero este parecía estar mas cerrado que el culo de un muñeco.
-Kibito, creo que sufro depresión-
Comentó el jovencito una vez, que como respuesta sólo obtuvo un: -Mira hacia dentro-
¡Que mierda! Menuda respuesta para un muchachito de 1009 años que estaba completamente perdido y no precisamente perdido en forma física. Se suponía que Kibito tenía que darle cobijo y sin embargo el hombre hasta había dejado de mimarlo por así decirlo, porque ya no intentaba hacer que este fuera por el camino más fácil o al menos le decía "cuidado" ¡Nono!. El hombre había cambiado considerablemente con Shin. Muchas cosas habían cambiado en esos último 9 años, y el también lo había hecho; para bien o para mal, y tal vez su mayor problema era la resistencia al cambió.
Volvía a suspirar cansado de solo pensar que ni siquiera alcanzaba a entenderse, y así era como dejaba de escribir en su cuaderno. Para eso había ido hasta la cascada, no sólo para estar consigo sino para escribir todo lo que sucedía a su alrededor como lo había hecho desde que tenía memoria.
De un solo movimiento con su mano derecha hizo desaparecer el cuaderno y fue entonces cuando vio una especie de luz blanca bajar hasta adentrarse en la cascada. Tal vez pensaría que estaba loco, pero había visto algo extraño, tampoco que es no estuviera acostumbrado a ver cosas extrañas… y ahora que se lo pensaba mejor ¿Desde cuando una luz era mas extraña que un gnomo creador de universos?... pero ese era otro tema.
Estaba decidido a ir en aquella dirección y para ello tendría que bajar de las rocas, estaba de más decir que podría haber volado pero Shin al parecer adoraba las aventuras así que sólo bajo con cuidado hasta tocar el cristalino río en el que podía verse con claridad las preciosas y coloridas piedras gastadas por la corriente.
Jamás había ido en aquella dirección, pero si había pasado horas mirando la cascada, esta le inspiraba tranquilidad, no obstante, desconocía totalmente que detrás de esa cascada se escondía una oscura cueva. Con su mirada extraña y algo dudosa decidió mojarse un poco y entrar en ella. Era una cueva húmeda, con pequeñas grietas de donde caían algunas gotas de agua provenientes del río, y gracias a la luz que todavía podía colarse por la caída de agua pudo visualizar que no se encontraba sólo.
Una enorme bandada de aves azules había allí, y se atrevía a pensar que allí dentro había más de una bandada… tal vez. Sus ojos se abrieron sorprendidos ante aquella majestuosidad sin poder evitar dejar escapar un susurro para si:
-Aquí es donde estaban…-.
Allí es donde de encontraban las aves que años atrás habían huido de su jardín, en pequeños nidos que habían construido en los huecos de aquellas paredes mojadas. Recordó entonces, aquel episodio de tantos años atrás cuando esas aves aparecieron muertas junto con sus tulipanes. El temor de encontrase nuevamente con la escena de un jardín estropeado con aves muertas se llevó su voluntad de volver a plantar algo y darle color al sagrado planeta.
La bandada de Dacnis Azul parecían observar al supremo Shin, quien aún se mantenía inmóvil por el miedo a que en un solo movimiento estas terminarán por huir de su escondite. Era raro verlas a todas allí reunidas y no por estar juntas precisamente, si no porque esas aves solían buscar zonas arboladas y no la oscuridad y humedad de una cueva.
Para Shin, lo mejor seria abandonar el hogar que estas habían construido, quien sabe el motivo por el cual estaban allí pero lo mas seguro es que estaban protegiéndose ya que de otra forma no andarían escondidas. Hizo varios pasos hacia tras con cautela e intentado dirigirse a la salida, fue entonces que notó como una de las aves; tal vez la más adulta de aquel grupo volaba en descenso en dirección de un objeto que no podía llegar a visualizar. A diferencia de las otras, este bello ejemplar parecía no temer al supremo del éste, ya que ni bien se había posado sobre el objeto comenzó a recitar un agudo silbido típico de ella.
Una especie de alegría brotó desde adentro del muchacho, porque casi había olvidado la forma en que solían cantar bajo el árbol de su jardín, pero lo importante era que esta parecía llamarlo y a decir verdad el joven supremo no sabia si avanzar o retroceder.
Dio una mirada al resto de las aves mientras se decidía a avanzar sólo un paso, si luego de aquel movimiento estas no salían alocadas de aquella cueva entonces caminaría hasta llegar al objeto. Sus pasos eran cortos y pausados, sonando lo más silencioso posible ¿Podía ser más silencioso? Pensó, pues claro, y fue por eso que se quitó las botas antes de continuar. Seguramente cuando el Elder lo viera con su elegante traje mojado, sucio y ahora sin calzados, le diría que es un muchachito tarado e inconsciente… ¡Pero que importaba! Ya estaba a escasos centímetros del ave y del objeto.
De un solo salto, el Dacnis abandono el lugar quedando a un lado de eso que aún era desconocido para Shin, el ave torció su cabeza varias veces para después dar algunos picotazos al objeto, el cual sonaba como a madera, hueca tal vez porque podía escuchar el eco dentro de eso, y como todo parecía una invitación a que tomara aquello, sin pensarlo mucho más así lo hizo. Era una pequeña caja de madera, blanca, con algunos detalles dorados y al costado tenía una pequeña cuerda.
El bullicio de las aves logró exaltar al joven supremo, que cubría su cabeza al ver como estas huían hacia la salida para poco después quedarse completamente solo. Salió de allí lo más rápido que pudo con la caja en sus manos, dejando atrás también la cascada para volver cerca del templo.
A lo lejos, el anciano de 15 generaciones tomaba el té como cada tarde mientras Kibito observaba desde lejos a su superior. Había notado que el supremo estaba desaparecido desde hacía rato y supuso que tal vez el jovencito buscaba estar solo, por eso ni siquiera se atrevió a molestarlo, aunque no le faltaban ganas, porque Shin desde hacía tiempo había cambiado mucho…
Conocía a Shin como la palma de su mano, ya no tenía dudas, si antes pensó que lo conocía; esa fusión sólo sirvió para comprobar cuanto. Tal vez, algo más vio en ese jovencito, la sensación que sintió cuando pertenecían a un solo cuerpo aún estaba allí con el, la energía con la que estuvo complementado no era cualquier energía, esta era fuerte, potente, arrasadora, aquella energía lo había penetrado como una enorme ola que rompe en casi en la orilla del mar . Shin ahora, pasaba a ser mucho más importante ¡y si es que podía ser más importante para ese hombre!
Un sabor desconocido pero al mismo tiempo familiar había quedado en Kibito, y también había entendido que Shin tal vez no pertenecía a este mundo… esa energía era mucho más alta que la de cualquier otro ser vivo, esa energía podía sincronizar perfectamente con el todo si así lo quisiera. Aún así, estaba seguro de que Shin no lo sabía, el, ni siquiera tenía idea de quien era, que era o que hacía aquí. Esas eran las razones por las que el hombre mayor callaba cuando el supremo decía estar depresivo, pues no sabia por donde empezar para solucionar algo que el mismo podía resolver mirando hacia adentro, porque sentía que no había palabras para explicarle lo que alguna vez vio y sintió en esa fusión.
Pero Kibito no se había quedado con los brazos cruzados, y la intención de ayudar a su superior eran desesperadas, tanto así que en los tiempos actuales solía desaparecer en las mañanas buscando a alguien que pudiera hablarle de asuntos "esotéricos" por así decirlo o algún tema conocido sobre seres de otros planos… así y con esos ojos era como Kibito empezó a ver a Shin.
-Mmm… Es como un niño-.-Mira como trae el atuendo- dijo el supremo anciano.
Kibito hizo una leve sonrisa y respondió:
-Aún es muy joven…-.
-¡Ah! Yo a su edad solía estudiar y este muchachito es un perezoso, escribir no le dará conocimiento-.
Sin embargo, tal vez Shin obtenía conocimiento a través de su propia experiencia, el joven era una especie de escéptico cuando se trataba de creer en algo que no había visto u oído ¡Mejor dicho! Todo lo que sus sentidos le permitiesen experimentar. De todos modos eso no lo hacía un perezoso.
Cuando Shin ya estaba próximo a llegar, el anciano pregunto:
-Esa ropa estropeada debe tener un motivo para quedar así-.
-Es que encontré esto dentro de la cascada-. Dijo el joven
-¿Dentro de la cascada?-. Respondió Kibito confuso. -No recuerdo una cueva allí-.
-Yo tampoco-.-Pero no importa porque allí adentro encontré esto-. Respondió estirando sus manos hacia Kibito.
El hombre tomó la caja al instante para revisarla, volteándola varias veces de un lado al otro y recorriendo cada punta hasta llegar a la cuerda. -Es una caja musical, tal vez de algún antepasado- término diciendo.
El Elder saco de sus manos unos pequeños anteojos y se los colocó rápidamente para luego hablar:
-Déjame ver eso-.
Tomó la caja y repitió la misma acción que Kibito diciendo:
-No recuerdo que los antepasados míos tuvieran algo igual o parecido-.
-Quizás es mas antigua que usted-. Respondió Shin tomando asiento al frente del anciano.
-Es posible-. -Pero debería estar un poco más averiada.-
El Elder giro la cuerda varias veces con la intención de escuchar algún sonido o alguna melodía conocida, y pese a que la pequeña cuerda había comenzado a girar, de la caja no salía ningún sonido.
-Está averiada-. Dijo el anciano rápidamente.
-Si es cierto, tal vez tiene muchos años-.
La mirada del joven Shin quedó suspendida en el objeto mientras Kibito intercambiaba palabras con el anciano. Podía escuchar el murmullo de esos dos, pero mas fuerte era la sensación de sentirse no muy alejado de aquella caja. Rápidamente el joven hablo interrumpido aquellos dos:
-Será un bonito adorno…-. Dijo Shin tomando la caja de las manos del Elder.
Al instante, se levantó de la silla casi a los tropiezos, con las miradas de los dos hombres añejos clavados en su figura, o más bien intentando interpretar esa actitud tan repentina, y como si fuera poco el muchacho salió disparado de la escena con una premura totalmente injustificable. Como si le hubieran dado el regaño de su vida y solo buscará un lugar para esconderse… Era raro el comportamiento del muchachito, y eso sin duda hacia que Kibito tuviera más prisa en ayudar a su superior.
…
Foja cero
Los libros que se encontraban en los estantes más alto, cayeron sobre la cabeza de un jovencito aprendiz que intentaba acomodarlos. Tenían que estar en el orden indicado, tal cual su maestro le había dicho o de otra forma no conseguiría volver a tomarlos prestados; esa era la primera condición, y Zamas como buen aprendiz obediente cumplía con esa tarea. Tampoco es que era algo difícil de realizar, aunque le parecía una tontería acomodarlos ya que si dirigía su vista detrás de él en los siguientes estantes, podía notar con claridad que aquellos libros ni siquiera estaban en orden alfabético.
-Viejo caprichoso- Pensaba cada vez que tenía que acomodar esos libros, pero debía hacerlo porque al fin y al cabo de todo ello podía sacar ventaja.
En el final del pasillo que formaban los largos estantes, se encontraba el anciano Gowasu con una pluma y un tintero, tal vez escribiendo algún tipo de poema, o quien sabe. En varias oportunidades sólo alzaba su vista en dirección a su aprendiz para comprobar que este ponía en orden todas sus reliquias… es decir, sus libros.
Al observarlo, podía notar que Zamasu disfrutaba mucho más de la lectura que de los entrenamientos, y aun así, poseía una fuerza increíble por tratarse de un Shin-jin de fruto común, pero este a veces se negaba a entrenar a base de golpes, y con el tiempo acepto que Zamasu tenía curiosidad por saber o tal vez buscaba distracción… por otro lado, se sentía agradable saber que tenia un alumno inteligente y que además era rápido en cuanto aprendizaje.
El hombre bajo sus anteojos haciendo una leve sonrisa al visualizar que dos o tres libros más caían nuevamente en la cabeza Zamasu, e inevitablemente tampoco paso desapercibida aquella palabrota que escucho a lo lejos:
-Mierda-
Pero no podía ser perfecto, y aunque le había dicho en varias oportunidades que cuidará su vocabulario, Zamasu siempre terminaba por decir alguna barbaridad, como también terminaba por disculparse al menos cuatro o cinco veces y una sexta por si no lo habían escuchado. ¡Pero que más podría pedir! Al fin y al cabo el jovencito hacia todo lo posible para no blasfemar, y prefería eso antes de aventara algún objeto como lo había hecho hacia unos años atrás; dos años si mal no recordaba, pero lo que si recordaba era como su mejor florero volaba por los aires después de discutir sobre el porque no podía dormir en la habitación que tenia ventana.
Y allí es cuando el pobre anciano se ensombrecía al recordar ese episodio, porque si bien Zamas no recordaba nada de lo sucedido en los últimos años, este siempre tenía el leve temor de que de repente le volviera algún recuerdo, y no deseaba eso, de ninguna manera, no después de todo el calvario que había pasado con su aprendiz. Además, el hombre deseaba protegerlo a como de lugar de cualquier cosa que pudiera perjudicarlo.
Zamasu ordenó el ultimo libro en su lugar y rápidamente bajo por las escalerillas hasta tocar el suelo. Tomó unos cuantos libros de los primeros estantes, para luego caminar hasta su maestro esbozando una sonrisa y diciendo:
-Ya termine de ordenar-.- Me llevare estos-.
Gowas dio una fugaz mirada a los libros y respondió sorprendido:
-¡Oh! Leerás alquimia volumen 1-.
-Si-. -Luego se lo regreso-.
-De acuerdo-. -Solo procura no romperlo, ese libro me lo regalo un antiguo supremo antes de morir-. Dijo con una sonrisa mientras su mirada se tornaba algo pensativa. – Aún recuerdo… que el día que me fue concedido me dijo: Debes tener en cuenta 3 palabras antes de leerlo: Lo conocido, lo desconocido y lo incognoscible. Porque de otra forma nunca lo entenderás-.
Zamas volvió a sonreír y respondió:
-Lo tendré en cuenta-.
-claro que si-. Dijo volviendo a su escritura.
Los magníficos ojos grises dieron una fugaz mirada a los inmensos estantes que estaban detrás del escritorio de su maestro. La segunda condición para leer hasta el cansancio, eran no incluir los libros que estaban detrás de su escritorio, por momentos sus pies mostraban un ligero movimiento nervioso golpeando el talón contra el suelo y la mitad de su labio inferior era mordido por sus dientes para detener aquel impulso de sacar sin permiso alguno de esos libros o bien volver a entrar en las constantes preguntas de: ¿Por qué no puedo tocar eso? ¡Cómo si fuera un niño! No era un niño, claro que no, a esas alturas ya era un joven de 1004 años y próximo a cumplir los 1005, pero sus preguntas y su afán por no tener límites eran como las de un crío.
Para el viejo Gowasu todo ese acontecimiento en el cuerpo de su aprendiz no pasaba desapercibido, podía escuchar el talón del pie golpeando levemente el suelo, y hasta podía sentir la desesperación de Zamas por hablar. Hizo una pequeña y apenas leve sonrisa mientras escribía sus últimas líneas y dijo:
-dilo ... -.
Zamasu transformó aquel nerviosismo en un gesto decepcionado, pero que al mismo tiempo resultaba gracioso para el viejo que ya ahora estaba mirándolo de manera burlona.
-¿Por qué no puedo leer aquellos?-.
-Porque era la condición-.
-Pero ¿Por qué?-. Respondió el insistente muchacho.
-Porque estos libros son sagrados-.
El joven mofó mirando en dirección al techo mientras sostenía los libros en sus manos. ¿Libros sagrados? ¿A que juega el mundo? Pensó…
-Solo son libros…- Respondió en un tono entre molesto y angustiado.
-Lo son-. -Y puedo asegurarte que ninguno de estos es tan interesante como lo que tienes a tus espaldas y en tus manos-. -échale un vistazo a todos ellos primero y un día podrás leer estos de aquí y veras que no es tan interesante como tu crees-.
-No es justo…-. Dijo en un susurro tomando asiento frente a su maestro.
El hombre mayor pensó un momento al tiempo que cerraba el tintero y dijo:
-Esos libros son sagrados, porque contienen información que solo un kaioshin puede leer ¿Entiendes?-.
Zamasu fijo la mirada en el anciano, parpadeando varias veces y mostrándose un poco decepcionado, porque ahora tenía más claro el porque no podía tocarlos… y aun así, le resultaba estúpido. Una estupidez creada por alguien tan estúpido como la regla impuesta, porque si estaban allí se suponía que eran para leer y ya.
-Si maestro-. Respondió el joven intentado hacer una sonrisa.
-Que bueno-. -Ahora ve por un té-. Respondió sonriendo.
-claro-. Respondió el joven retirándose y llevándose los libros.
El hombre dio un largo suspiro al tiempo que cerraba sus ojos cansados, recordando que aún tenía la carta en sus manos y que debía buscar alguna cinta entre los cajones para que pudiera atar el rollo de papel que debía enviar al sagrado supremo por algunos asuntos, no tardó mucho en encontrar uno y ahora sólo faltaba enviar esa carta por el buzón universal. Seguramente en unos cuantos días obtendría respuesta, pero antes de enviar la carta daría una mirada a su alumno para comprobar que estaba preparando ese delicioso te y así también podría saber su estado de ánimo.
Aún aplicaba la vieja receta de la abuela, porque si había algo misterioso en todo lo sucedido a lo largo de esos años, es que ni siquiera la bruja y su magia habían logrado quitar esa molesta habilidad de Zamasu para ocultarse detrás de un muro.
¡Es inquebrantable!Decía el viejo dentro de su mente cada vez que intentaba invadirlo, pero no era una invasión malvada, claro que no, solo que al viejo le urgía vigilar a su alumno desde cerca, tan cerca como para ver que había dentro de esa mente y ese corazón…
Camino hasta la cocina visualizando a Zamasu que se encontraba sirviendo el té en la pequeña mesita.
-sirve una taza para ti, hoy me harás compañía-. Dijo el anciano pasando rápidamente y continuando su camino por el pasillo
-Si maestro-.
Mientras esperaba, el joven le daría unas cuantas ojeadas al libro, al menos para saber de qué trataba. La palabra alquimia venía desde tiempos muy lejanos, y no pertenecía a este universo de eso estaba seguro, esa escritura no era ni similar a las de este mundo, pues ahora que se lo pensaba mejor, los humanos del universo 10 apenas estaban entendiendo que una piedra no se come… (exageradamente)
Según lo que tenia entendido la alquimia era la química antigua que estudiaba el poder de transformar metal en oro principalmente. Pero Zamasu sabía que traía otro significado.
Al leer los primeros párrafos recordó lo que su maestro le había dicho antes de comenzar con la lectura, tener en cuenta las palabras, desconocido, conocido e incognoscible. Pero ¿Qué tenía que ver la alquimia con esas palabras?
Sus pensamiento fueron interrumpidos al notar la presencia del anciano dentro la habitación y antes de que el hombre pudiera decir algo, el jovencito se adelanto:
-Creo que voy a elegir otro libro, no estoy interesado en este-.
El viejo hizo una mueca con su boca mientras meditaba esa oración y respondió:
-Bueno… puedes elegir otro si quieres…-. -…pero… ¿Cómo sabes que no estas interesado?-.
-Porque no quiero saber como transformar el metal en oro-.
-¡Oh! Jajaja-. -Entiendo… pero allí no leerás sobre esa alquimia más bien sabrás cual es la verdadera-.
-Mmm… ¿Cuál es la verdadera alquimia?-. Pregunto rápidamente
-Lee el libro-. Respondió el anciano con una sonrisa.
El joven mofó audiblemente y respondió:
-Oh… supremo Gowas…-.
-¡No seas perezoso!-. Dijo fingiendo molestia. -Si quieres saber debes leer-
Zamas dejo escapar un suspiro, miro el libro un par de veces y hablo nuevamente.
-De acuerdo…-.
Gowasu rápidamente le dedico una leve sonrisa, y poco después se dispuso a dar el primer sorbo al té. Una sonrisa más amplia se dibujo en los labios del hombre al sentir el sabor de ese líquido, y como lo suponía, su corazón era un mar tranquilo, las olas ni siquiera rompían en la orilla, no había ninguna señal de miedo, dolor u oscuridad…
-Está excelente-.- Y tu corazón está limpio-. Respondió segundos después.
-Gracias maestro-. Dijo obsequiando una sonrisa.
El resto de la tarde terminaría con naturalidad y disfrutando del te. Las horas pasaron rápido y la noche cayó en un abrir y cerrar de ojos. Para cuando había oscurecido y las estrellas chispeaban en el cielo, Zamas se dedicó a preparar algo que pudiera comer su maestro y así ir a descansar no sin antes comenzar a leer alguno de esos libros, aunque tal vez comenzaría por el de Alquimia, pero no estaba decidido.
-Puedes ir a descansar si así lo deseas-. -Mañana iremos a los acantilados del sur-. Dijo el anciano.
-Si-. Respondió Zamasu con una pequeña sonrisa. -Con su permiso-.
Dejo la bandeja vacía en la mesa para luego encaminarse por el pasillo que lo llevaría hasta su habitación. Ese rostro claro y feliz comenzaba a tornarse algo más opaco ahora que estaba a solas,dejando en él recuerdo la sonrisa que había mantenido el resto del día. Su respiración empezaba a agitarse en cada paso que daba conforme aumentaba la velocidad. Su habitación quedaba en el fondo del largo pasillo, y aun podía recordar que su maestro lo puso allí, pero ese no era su destino ahora. El refugio más seguro siempre había sido la habitación que daba al éste, aquella habitación que había sido cerrada con llaves especiales y candados, ese cuadrado hueco y vacío que lo puso en peligro llevándolo a perder la honestidad. En todos esos años el hombre jamás sospecho que le había robado las llaves y había creado con sus habilidades unas iguales.
Abrió la puerta con dificultad, tembloroso y mostrándose desesperado por entrar allí. Había olvidado que su maestro aún estaba cenando y que no debía hacer demasiado ruido. Cuando pudo abrir la puerta entró lo más rápido que pudo quedando en completa oscuridad… podía escucharse su respiración agitada, hasta podría decirse que estaba sollozando…
Prendió una pequeña vela casi llegando a su final, ahora podía verse un poco más de aquella habitación vacía y con la única ventana cerrada, su rostro apenas era iluminado por la tenue luz y en sus claros ojos podía dibujarse la pequeña llama, también podían notarse las lágrimas al borde de sus ojos pugnando para no salir.
Desabrochó el botón de su traje a toda velocidad dejando que sus manos viajarán rápidamente a su cintura y así quitarse la cinta turquesa y su delantal, luego quito su camisa negra dejando al descubierto toda la parte superior de su cuerpo.
El joven se encontraba batallando en la búsqueda de algo que seguramente había dejado en el suelo, y que no podía ser visto con esa débil iluminación que la vela ofrecía, pero por fortuna sus dedos localizaron el objeto haciendo que estos sangraran un poco. El delgado cuerpo del joven finalmente se dejó caer hasta sentir la pared fría sobre su espalda, y llevando la afilada hoja hasta su cadera… El primer gesto de dolor, se dejó ver en Zamasu que ahora miraba al oscuro techo con sus ojos totalmente abiertos, perdiendo involuntaria mente aquellas lágrimas que buscaban deslizarse por sus mejillas, su boca dejaba escapar un leve gemido mientras su cuerpo empezaba a relajarse.
Continuará…
