Capítulo 1: Incertidumbre
Kioto, Japón. 2018.
Las caricias desprendían calor corporal a borbotones, aumentando la temperatura en la habitación donde dos amantes hacían caso omiso a la realidad para saciar sus deseos. Se apreciaba el desespero en cada toque; los jadeos constantes rompían cualquier barrera de cordura. Tumbados en la cama y con apenas su ropa interior encima, la pareja disfrutaba del placer que le otorgaba su media naranja, rogándole a todos los dioses existentes que ese momento durara para siempre.
—¡Tsunade-sama! ¡Tsunade-sama! ¡La necesitan en el recibidor!
Un suspiro emanó de sus bocas cuando escucharon el interminable golpe a la puerta del apartamento y la voz exasperante de la secretaria aclamando por la dueña del edificio, obligándolos a culminar su frenesí.
—Inoportuna como siempre— murmuró el hombre. La oji miel lo rodeó con sus brazos, negándose a separarse el uno del otro.
—Que grite un rato más, no debe de ser tan urgente— compartieron una sonrisa cómplice y continuaron con su faena, sin importarles el ruido que generaba la molesta voz de Shizune.
Mientras arriba algunos gozaban de las mieles del sexo, abajo una impaciente familia intentaba excusar la demora de la anfitriona del lugar. En sus frentes una venita marcada indicaba el humor de perros que portaban; las maldiciones contra la humanidad entera no se hicieron esperar. A exceptuar de una tierna jovencita de no más de 20 años, quien miraba asustada el humillante barullo que armaban sus lazos de sangre.
—Neji-san, Hizashi-san... cálmense por favor, de seguro no tardan en llegar— sus ruegos apacibles fueron pasados por alto, y no supo que más hacer debido a la vergüenza. Movía sus pies, nerviosa, suplicando que nadie escuchara los gritos de su tío y su primo.
—Voy a degollar al idiota de Jiraiya apenas lo vea, lo juro— el mayor de los tres caminaba sin saber a dónde ir. Su paciencia, que no era mucha, estaba por sobrepasar el máximo. Y de pasar eso, hace poco había visto un bonito jarrón que se vería genial roto en mil pedazos.
De las escaleras emergió una imponente mujer de mediana edad, con unos despampanantes ojos miel y cabellera rubia, junto con un hombre visualmente de más años y un pintoresco maquillaje de color rojo. Ambos tenían una sonrisa pícara y la respiración entrecortada, que contrastaba con la expresión apenada de la pelinegra que bajaba atrás de ellos. Al ver a los Hyuga, desparramados en el sillón y con una mueca de enfado, los dos amantes tragaron en seco, imaginándose la perorata que se vendría a continuación.
—¡Le dije que era importante, Tsunade-sama!
—Cierra el pico, Shizune— gruñó la rubia. Se le había olvidado por completo que los Hyuga llegarían hoy a la ciudad.
—¡Hizashi, amigo, cuánto tiempo sin vernos! —exclamó Jiraiya, caminando hasta los malhumorados azabaches— Mira no más esas arrugas, los años no llegan por si solos.
Apenas llegó a destino, el famoso Hizashi lo recibió con un amigable puño en el hombro como escarmiento por tanta espera. Y por imbécil, también. Tsunade se acercó a ellos apenas supo todo en calma, y con una sonrisa de disculpas, saludó a la familia. Hizashi les devolvió con dificultad la sonrisa, estaba agotado y la mueca socarrona de Jiraiya sólo lo ponía de peor actitud.
—Te odio. — murmuró el veterano. Sus ojos reflejaban rencor, sin embargo, un suspiro salió de su boca debido al cansancio acumulado de tantas horas de viaje—Pero ahora no tengo ganas ni de hablar. Los presento: Hinata, mi sobrina, y Neji, mi hijo. Niños, ellos son Tsunade y Jiraiya: unos malditos irresponsables que no han cambiado un tris desde que los conocí en el jardín de infantes.
Esperándose tal presentación promovida por el resentimiento de tenerlo más de una hora en espera, los dos adultos estrecharon la mano de los jóvenes que recién conocían.
—Un gusto conocerlos, chicos. La de allá es Shizune, mi secretaria y la encargada de solucionar los problemas pequeños que presenten durante su estadía— la muchacha, detrás del recibidor, sonrió emocionada. Durante mucho tiempo no tuvieron huéspedes nuevos, y la llegada de los Hyuga hacía las cosas más interesantes.
—¡Llámenme cuando me necesiten! —exclamó.
—Créanme, no querrán llamarla nunca. Es un grano en el culo— susurró Jiraiya.
Tsunade le propinó un buen golpe por ensuciar el nombre de su disciplinada empleada, aunque en el fondo pensara exactamente lo mismo. La pareja cogió un par de maletas y, notando la fatiga que estos demostraban, comenzaron a subir escaleras arriba para guiarlos hasta su nuevo hogar.
—Apartamento 302 —repitió Hinata consternada ante la explicación de Tsunade. Le resultaba todavía poco creíble su mudanza de Suna... allí había dejado todo lo que alguna vez consideró valioso: su novio Sasori, unos pocos amigos verdaderos y a la terca de su hermana Hanabi, quien, haciendo honor de su actitud rebelde, se negó a dar un solo paso fuera de ese pueblo recóndito y hogareño que la recibió con los brazos abiertos.
El único en escucharla fue Neji. Con una careta lastimera y maltrecha, estiró su brazo para abrazar a Hinata, en un vano intento de consolarla. Incluso él esperaba despertar mañana en su cómoda casa vieja, burlándose de que aquello no era nada más que una horrible pesadilla.
—En total hay ocho apartamentos. Cada uno cuenta con la comodidad de dos habitaciones, un baño, una cocina y una sala.—llegaron pronto al tercer piso, pasando de largo una puerta llena de calcomanías de armas de todo tipo, con la curiosidad a flor de piel por saber quién residiría allí— Disfruten de su primer día en Kioto, cuando estén de mejor ánimo les presentaré a sus nuevos vecinos— anunció la rubia con cierta duda respecto a lo último, que la familia no ignoró.
Tsunade le entregó las llaves a Hizashi, y se marchó junto con Jiraiya después de jurarle al mayor de los Hyuga que más adelante saldrían a recordar viejos tiempos en una discoteca de la zona. Los tres entraron al recinto, admirando la simpleza y comodidad del lugar. Sin embargo, al tocar el piso con sus pies ya descalzos los tres estuvieron de acuerdo con algo: aquel apartamento distaba mucho de sentirse como un hogar.
—Será por poco tiempo, muchachos— comentó Hizashi al sentir la tensión en el cuarto. Aunque, lamentablemente, no estaba muy seguro de su afirmación. Y el hecho de que tuvieran que marcharse de su pueblo natal debido a su trabajo, lo carcomía por dentro. Más cuando esto les impedía ser feliz en plenitud.
—Extraño Suna— sollozó Hinata. Las palabras fluyeron por sí solas, y a pesar de no querer herir los sentimientos de su tío, sus emociones eran algo que brotaban por cuenta propia.
—Todos, Hinata-sama. Sin embargo, Kioto también merece una oportunidad, ¿no? —mencionó Neji. Los tres asintieron, esperando que la amarga despedida fuera poco a poco aplacándose de sus memorias.
Decidieron irse a dormir. Tenían que despejar sus mentes, descansar... después de levantarse conocerían a las personas que serían sus vecinos por tiempo indefinido, y a juzgar por la cara de Tsunade cuando se los dijo, de seguro que alguna que otra sorpresa habría por ahí. Y un Hyuga sin dormir bien era sinónimo de problemas.
Cada uno pensaba en cosas diferentes al tener la cabeza en la almohada. Hizashi maquinaba en su mente para que sus queridos retoños no pasaran tanto tiempo lejos de Suna, Hinata pensaba en cuanto quería a Sasori y Hanabi, a quienes anteriormente había llamado, y Neji recordaba el aroma a pino que desprendía el mirador al que siempre iba cuando se sentía solo. Con millones de cosas en sus pensamientos, y el deseo de que todo volviera a la normalidad, durmieron hasta el otro día. Eso sí, anhelando no despertar nunca.
8:50 am
Un golpe insistente en la puerta despertó de a poco a los bellos durmientes Hyuga, que sin sopesar todo al principio se miraron confundidos por un largo tiempo. Los gritos que venían del pasillo los apresuró a abrir la puerta, y los tres azabaches se encontraron en la sala en menos de un chasquido para calmar el ajetreo más temprano que tarde.
—¿Quién cojones es a esta hora? —preguntó Neji al aire. Hinata alzó los hombros, un poco ansiosa por saber quién estaba detrás del pedazo de madera. La incertidumbre la estaba matando.
Hizashi advirtió que iba a abrir la puerta, y un silencio sepulcral dio paso a la situación. Con una ceja encorvada y mucha curiosidad, quitó el pestillo de la puerta. Y en cuanto se escuchó el click, una muchedumbre de gente invadió el apartamento de los oji perlados con un regalo en cada mano.
Un rubio dio un paso al frente con un pastel de chocolate y una sonrisa en la cara.
—¡Bienvenidos al edificio Konoha, familia Hyuga!
