Disclaimer: No nací en Estados Unidos, y como el inglés no es mi lengua de origen, saben perfectamente lo que significa :D
Claim: Jane/Leah.
Advertencias: Femslash, no me hago responsable por futuros traumas, lol.
Notas: Luego de meses en stand by, al fin pude Cafesitodeldia, que lo pidió en LOL. Lamento la tardanza, Anna.
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What They Are
Un golpe seco, y otro árbol cae en aque bosque siempre húmedo. La espalda cobriza de la Quileute se rasguña, y varias astillas de madera quedan en su piel (las remeras de algodón fino no eran buenas para ellos, y menos en aquel momento). Cae al suelo, con manos y rodillas contra el colchón de hierbas verdes, mientras jadea en busca del oxígeno que necesita.
La figura, pequeña, oscura y extremadamente peligrosa, que tiene frente suyo, sólo sonríe tras esa capa de humo casi negro. Y Leah se cabrea.
Salta en su dirección, aún sin transformarse. Craso error al pensar que para atacar a esa pequeña vampiro no necesitaba cambiar de forma; Jane no era cualquier vampiro.
Nuevamente cae de bruces al suelo, esta vez sin siquiera llegar a tocarla; Jane le sonreía, con esa sonrisa de querubín que sólo utiliza cuando le apetece torturar a alguien, y se deleita con los gritos mal disimulados de la Quileute.
Termina, cuando Leah deja de gritar incorporándose y Jane borra su sonrisa, para acercarse con esos pasos gráciles que estilizan su figura de niña y la hacen parecerse mayor a lo que técnicamente es, allí termina el dolor.
Leah entonces se agazapa, testaruda en acabar a la Volturi en su forma humana. Para cuando pestañea, la inmortal se encuentra cerca suyo, demasiado cerca como para considerarlo algo normal en una lucha improvizada, y se las arregla para arrinconarla contra un árbol, sin escapatoria. Como un gato arrinconando a su ratón del día. Jane era la cazadora y Leah la cazada en aquellos momentos.
Leah se sacude e intenta escapar, pero las manos de Jane aprietan con fuerza y no sueltan, sin importarle si lastiman, sonriente al ver el dolor en el rostro de la Quileute otra vez (y esta vez no es a causa de su talento). Leah insulta, amenza y gruñe. Cabecea, se sacude y vibra peligrosamente, pero por algún motivo, no encuentra la concentración suficiente para transformarse. Jane está tremendamente encantada con todo aquello. Tanto, que no teme susurrarle amenazas implícitas con los labios pegados a uno de sus oídos, enviándole escalofríos por todo el cuerpo de la loba. Siguiendo luego la línea de su mandíbula con la lengua, dejando un camino húmedo que a Leah le vuelve loca. Chocando con sus labios abruptamente, sin miramientos ni cuidados, dando paso a un beso que no es beso; algo bruto, salvaje y violento. Las manos se cuelan por entre las ropas, los gemidos mueren en la boca de la otra y la lujuria desplaza a la competitividad y el instinto de lucha y supervivencia.
Cambian los papeles entonces, y es Leah quien caza a su presa, besando y marcando su lugar, impregnando su aroma en su piel de granito y moviéndose con la fiereza lobuna que la caracteriza.
Las dos son fuertes y no tienen por qué cuidar a la otra; no hay límites, no hay respeto y mucho menos delicadeza típica de las mujeres. Ellas son más que mujeres, y los jueguecillos comunes ya no les sirven para nada.
El árbol se astilla y la colcha de hojas se hunde bajo el peso de Jane, mientras Leah se entretiene con sus labios, inventando juegos nuevos que exploran, y sus manos recorren su cuerpo sin pedir permiso. Así eran ellas, rebeldes, sin respetar nada, quitando sin dar. Y eso no cambiaría, nunca.
