Nota: Este fic es continuación de "El Inicio". Pero no es indispensable haberlo leído previamente.


Prólogo: Una llamada en la noche.


Spock y Uhura

Caía la noche en las costas del ecuador. La temperatura aún era elevada a pesar de que el astro rey estaba ocultándose. Uhura suspiró complacida ante la agradable sensación: tumbada en una hamaca, los últimos rayos del sol bañaban su piel mientras el calor de Spock la envolvía protectoramente. El Vulcano estaba recostado a su lado, abrazándola, y emitiendo un sonido similar a un ronroneo ya que Uhura estaba acariciándole la cabeza. La primera vez que Uhura había escuchado aquel sonido se sobresaltó, pero Spock le explicó que parte de sus ancestros procedían de una especie ligada a los felinos, y que por ello su caja torácica era capaz de resonar en aquel peculiar sonido. Uhura adoraba aquel ronroneo, lo amaba con locura pues significaba que su pareja estaba tranquila y relajada, algo que a pesar de la aparente fachada del Vulcano no siempre pasaba.

Durante el último año la Enterprise había realizado misiones de forma continua por lo que, tras un último mes realmente complicado, la flota había premiado a la tripulación con once días de descanso. La primera semana Uhura había dividido su tiempo visitando a su familia y a la de Spock en nueva Vulcano. Ahora ambos disfrutaban de su segundo día a solas en unas merecidas vacaciones privadas.

Sin darse cuenta estrechó con más fuerza a Spock contra su pecho. El primer oficial besó la piel de su hombro.

–Me agrada cuando tu cariño se vuelve férreo.

–Apenas es una caricia para ti– rió Uhura.

–Pero me agrada.

Uhura intensificó las caricias y el ronroneó fue más audible.

–A mi me agradas tú– dijo la mujer buscando la mirada del Vulcano– Me agradas en todas tus facetas.

Durante largos segundos se contemplaron, perdiéndose el uno en la mirada del otro, hasta que acercaron sus rostros para besarse. Sus labios estaban a punto de tocarse cuando el intercomunicador de Spock comenzó a sonar.

–Vaya– musitó el vulcano.

La mujer estaba a punto de retenerle para evitar que se alejase de ella cuando su propio intercomunicador sonó. Volvieron a cruzar sus miradas, pero esta vez en una muda conversación: si estaban buscándoles a ambos algo estaba sucediendo con la Enterprise.


Sulu

Rodeado por sus amigos de la flota, Sulu estaba disfrutando de una deliciosa, y grasienta, cena en uno de sus locales favoritos de San Francisco. Había regresado apenas unas horas atrás después de visitar a su familia y compartir con ellos una larga semana, por lo que ahora sólo quería divertirse, relajarse y disfrutar del poco tiempo que aún tenía antes de regresar al puerto.

–¿Y cómo es estar en la Enterprise?– le preguntó Mark, uno de los tenientes de la USS-Sittak.

–Es cómo cualquier nave– dijo Sulu, mas su sonrisa le delató– pero mucho mejor. Siempre hay algo interesante que hacer, vamos de un lado a otro en misiones extrañas y complejas, pero el ambiente a bordo es muy bueno.

–¿Sabes que eres la envidia de todos nosotros?– le aseguró Marie, una joven orionita–. Servir en la Enterprise es todo un logro. No hay cadete, incluso oficial, que no quiera ser destinado a la Enterprise.

–Algo bueno tenía que tener servir en la nave más cargada de trabajo– rió Sulu.

Ese fue el momento en el que su comunicador decidió sonar. El piloto abrió la comunicación, escuchó atentamente, y colgó.

–Tengo que irme, me requieren en el muelle.

Mark alzó su cerveza hacia él y rió.

–Algo malo tenía que tener el servir a bordo de la nave más importante.

Todos rieron y, con un último trago, despidieron a su amigo.


Chekov

Alguien le zarandeaba. Al segundo intento Chekov abrió los ojos para encontrarse con el rostro amable de su madre tendiéndole su comunicador que parpadeaba furiosamente.

–Alfiriz Chekov al habla– musitó al intercomunicador aún adormilado.

La llamada duró apenas un minuto pero cuando colgó su madre le acarició el cabello dedicándole una compasiva mirada.

¿Tienes que partir?– le preguntó en ruso.

Sí, hay una emergencia. Mi transporte ya está de camino.

Avisaré a papá y a los pequeños para que te despidan.

No es necesario mamá. No merece la pena que les despiertes para esto.

Tonterías– dijo ella con una repentina seriedad–. Recibirte y despedirte siempre será lo más importante para nosotros.

Dejándose abrazar por la sensación de cariño que siempre emanaba de su madre, Chekov asintió antes de salir de su cama para comenzar a preparar su bolsa.

Scotty

–¿Mil créditos? No puede ser.

El extraterrestre frente a Scotty emitió una serie de graznidos que hicieron al ingeniero resoplar.

–Vamos hombre, ¡Hasta una botella de whisky romulano me saldría más barata!

Tras la barra, el extraterrestre pareció intercambiar alguna información con su compañero antes de volver a mirar a Scotty y hablarle.

–¿Ahora setecientos? ¡Entonces querías estafarme antes!

Tomándolo por la camisa, el extraterrestre comenzó a gruñir antes de soltar una especie de carcajada y dejar a Scotty en el suelo.

–Malditos ataritas– siseó Scotty sacando varios billetes de su cartera pero sonriendo–. Ponme una caja pues. Este bourbon será muy apreciado por un buen médico que conozco.

Los extraterrestres, al cargo de una licoreria, comenzaron a preparar su pedido que constaba de más de una docena de cajas y un par de botellas sueltas.

Scotty observaba un vino francés cuando su comunicador vibró. Lo miró con cara de asco pero, finalmente, descolgó.

–¿Sí? Sí, soy yo. Ajá– posó la botella de vino–. ¿Cómo? ¿Ahora? Bueno, de acuerdo pero… No, no, no, no hace falta ningún transporte– hizo un gesto a los dependientes para que se diesen prisa–. Yo mismo llegaré a San Francisco en veinte minutos, ¡pero nada de transportes!

Colgó y soltó un largo suspiro. Miró la pila de cajas que ya comenzaba a formarse a un lado del mostrador y volvió a suspirar.

–A ver cómo meto todo esto en la nave antes de veinte minutos.


McCoy

–No quiero ir a dormir.

–Pero Joanna.

–No quiero.

–Es la hora de que los niños vayan a descansar si quieren tener fuerzas para pasar el nuevo día jugando.

Aunque ya era de noche, en la casa de McCoy la actividad era frenética: Joanna se negaba a ir a la cama y el trataba por todos los medios de conseguirlo mientras su hermana se reía de él.

–En vez de reírte podrías ayudarme– se quejó el hombre–. Siempre me hacéis lo mismo.

Las risas de su hermana aumentaron. Bones iba a soltar una sarta de improperios cuando su comunicador sonó. Miró el aparato con el ceño fruncido y lo descolgó.

–McCoy al habla– sin dejar de mirar a Joanna, que ahora saltaba sobre su cama, el médico escuchaba con atención la comunicación que le llegaba desde el otro lado de la línea hasta que finalmente colgó.

–¿Qué sucede?– le preguntó su hermana llegando hasta él y tomándolo suavemente del brazo.

–Era el almirante Pike, toda la tripulación del USS-Enterprise debe embarcar de inmediato. Están enviándonos transportes– un zumbido comenzó a escucharse fuera de la casa. McCoy miró hacia una de las ventanas y divisó en el cielo varias luces acercándose–. Ahí debe estar el mío.

–No te preocupes– se apresuró a decir la mujer–. Yo me quedaré con Joanna y se la llevaré a Jocelyn.

Bones suspiró, pero acercó a su hermana y dejó un beso sobre sus cabellos castaños.

–Gracias– miró hacia su hija pero esta ya estaba junto a él–. Cariño, tengo que irme. Me han llamado antes de tiempo y…

–No te preocupes papá. Sé que vas a ayudar a otras personas y a cuidar de sus planetas– se abrazó a sus piernas y le miró con una radiante sonrisa–. Y ya verás cómo lo haces también como me cuidas a mi.

La emoción de McCoy apretó con tanta fuerza su corazón que el médico creyó posible que fuese a sufrir un infarto allí mismo. Conteniendo sus lágrimas, ante las enternecedoras palabras de su hija, se arrodilló y la abrazó.

–Te echaré mucho de menos Jojo.

–Y yo a ti, papi– se separaron para mirarse.

–Se buena, haz caso a tu tía y a tu madre.

–Lo haré papá.

–Y cuídate mucho, te llamaré cada dos días.

–Sí papá. Tú también tienes que cuidarte, y cuida del tío Jim, siempre suele acabar metido en algún lío.

La advertencia de Joanna hizo que Bones soltase una carcajada antes de volver a abrazarla.

–Lo haré tesoro, lo haré.

En quince minutos Bones estaba subiendo a un helicóptero aferrado a su equipaje de mano. Al entrar en el habitáculo de pasajeros vio a Uhura y a Shock.

–Buenas noches– dijo sentándose frente a ellos y abrochándose su cinturón–. Veo que la flota aprovecha los transportes.

–Nos pillabas de paso– le dijo Uhura–. ¿Qué tal has estado?

–Bien hasta que me han sacado del permiso a patadas, ¿qué ha pasado?

–No lo sabemos– contestó Spock–. La teniente y yo fuimos avisados hace una hora de que debíamos reincorporarnos al servicio.

El helicóptero comenzó a ascender y McCoy se aferró con fuerza a su arnés.

–¿El capitán sabe algo de esto?– inquirió Uhura.

–Dudo que alguien haya podido hablar con el capitán– siseó McCoy más pendiente de las oscilaciones del transporte que de sus acompañantes.

–¿Por qué?

–Por qué su paradero se clasificó en el mismo instante en el que nos separamos al llegar a la Tierra.

–Entonces…

–Tendremos que ir a por él.