Los personajes no me pertenecen.
A LA MUERTE LE GUSTA
MORDER
Pasaron dos semanas desde la última vez que probó sangre. Su cuerpo, aunque hecho de barros y huesos, parecía pedírselo con ahínco. La sed le quebraba esa falsa garganta, y su humor no había hecho sino empeorar. Las cosas estaban mal. Muy mal. No había nada que pudiera hacer para remediar los errores del pasado, ni para evitar estar donde estaba en ese momento. Morir solo estaba en sus planes a largo plazo, tenía metas más importantes e inmediatas. Solo tenía que contenerse hasta que finalmente pudiera arder en el infierno. Por desgracia, algunas personas eran presas muy fáciles. Demasiado fáciles.
Y ella tenía tanta sed...
[ Día I » Sangre]
Lo que sangra
No era la primera vez que la veía, pues la había observado cuando estaba con el pulgoso y con Kagome, muchas otras veces y solamente de lejos, sin recaer verdaderamente en su presencia, tal vez demasiado obnubilado con la que nunca sería más que una amiga o un amor del pasado. No, no era la primera vez que la veía. Solo que esta vez la veía de verdad. Sí era la primera vez que la oía maldecir, escupir al suelo y pisotear con sus delicados pies humanos la grava bajo su peso. A Kōga no le pareció algo propio de una sacerdotisa, pero no hizo el menor caso al respecto. Había cosas peores.
Cosas peores de las que estaba volviéndose cómplice sin siquiera planteárselo.
Salió de entre los árboles que lo ocultaban de la vista y la observó con una ceja en alto, mientras ella se giraba a verlo con un grácil movimiento. Tenía el largo cabello negro suelto, sin una sola onda, un mar negro y en calma. La brisa de la tarde hacía que bailara lentamente a su alrededor. Había mucha verdad en todo lo que decían: tenía un parecido muy grande con su bella Kagome, pero las diferencias eran tan atroces, tan evidentes, que no merecían comparación alguna. Era un insulto incluso pensarlo.
—¿Qué necesitas? —masculló ella, mirándolo ceñuda. Se irguió cuan alta era y le observó con recelo, preguntándose qué debería hacer a continuación. Se sentía tan descuidada y estúpida en ese momento. Intentó retomar su sangre fría, la calma, todo lo que la caracterizaba para llevar adelante lo que sea que tuviera hacer. No tenía ganas de matar al aliado de Inuyasha y encontrarse problemas gratis, pero, si debía hacerlo, lo haría. Había cosas que eran mejor mantener en el más completo secreto, aunque en verdad no lo fuera en absoluto.
Kōga dirigió la vista del pálido rostro de la sacerdotisa al cadáver que descansaba a sus pies, con las mejillas hundidas, las cuencas de sus ojos vacías, la piel marchita y esa falta de vida que resultaba por demás chocante. No para él, estaba ya muy acostumbrado a los muertos, e incluso había sido causante de muchísimas desgracias. Pero no dejaba de resultar desagradable a la vista. Kikyō, con una sombra de culpa en sus ojos oscuros, también dirigió la vista al aldeano y volvió luego a enfocarla en el demonio lobo.
¿Cuánto tiempo de vida le quedaría por entrometido? Sería mejor no dejar pasar más los segundos.
—Has matado a ese hombre.
La voz de Kōga sonó tan grave como se había imaginado que sería, y sus palabras directas le causaron cierta gracia y repulsión. Le observaba con el rostro duro, con una curiosidad inusual. Resultaba peligroso el modo en que su mirada se clavaba en ella, el modo en que su boca se movía al hablar, el modo en que las venas se marcaban en su masculino cuello. Peligroso para él, supuso Kikyō. Porque no había peligro alguno para ella. Ni siquiera Naraku era un peligro. No estaba segura de que existiera alguien que pudiera acabar con su no-vida.
—Y me he bebido hasta la última gota de su sangre —agregó ella entonces, sin cambiar de expresión—. Eso ya lo sabes. ¿Qué es lo que quieres, demonio?
Kōga soltó una risa. Caminó a paso desgarbado a su alrededor, como un lobo hambriento jugando con la comida. Eso le sacó un suspiro de cansancio a Kikyō. Los demonios perros se comportaban como perros; los demonio lobos, como lobos. Resultaba un tanto irritante pensar que trataba con personas, y luego resultaban no ser más que un animal. Siempre era lo mismo. Tratar con mentes básicas y pensamientos extraños, con impulsos salvajes e instintivos. Era predecible. Y aburrido.
—Sabía que no eras humana desde que te vi. Que estabas...
—Muerta. Lo estoy.
Kōga asintió, deteniéndose finalmente frente a ella. Puso sus brazos en jarra, y Kikyō notó sin dificultad cómo se marcaban aún más sus abdominales. Se obligó mentalmente a no pensar que dentro de ese cuerpo musculoso corría mucha sangre, no quería pensar en cómo sabría en su boca. ¿Sería muy diferente a la de los humanos? ¿O sería como comer un poco de carne cruda?
—Y... ¿te dedicas a matar de esta manera?
Kikyō apretó los dientes. Que alguien de esa calaña le estuviera haciendo ese tipo de preguntas y con ese tono era algo que no permitiría, si bien su actuar había sido deplorable, porque, lamentablemente, ella también solo actuaba bajo impulsos naturales. Ella también no era más que un animal, un animal maldito. Pero tenía su orgullo, su porte y su poder. Y sobre todo, tenía una imagen que cuidar.
—¿Qué es lo que quieres?
Kōga le sonrió, mostrando sus blancos dientes. Su piel morena contrastaba enormemente con la nívea piel de la sacerdotisa. Kikyō se detestó un poco más por no haber sido capaz de cuidar de su entorno, de no haber sido capaz de sentir su presencia cuando aún estaba a salvo de miradas indiscretas, cuando podría haber hecho algo para ocultar su delito.
—Tú ya no eres humana, ¿verdad?
Kikyō no dijo nada. Se fijó por si acaso su inmaculado hakui tenía manchas de aquel preciado líquido vital. Por suerte no era así; ya tenía mucha práctica al respecto, después de todo. ¿A cuántos humanos había acorralado en algún lugar perdido del bosque? ¿A cuántos revoltosos había tenido que contener? ¿Cuántos gritos había tenido que acallar? Se acomodó el obi con paciencia, que se había corrido un poco del lugar en la lucha contra el pobre aldeano. No tenía idea de lo que estaba haciendo, dejando que le hablara así, que se sintiera en el derecho.
No tenía idea de porqué estaba dejando que aquello pasara. Debía acabar con la amenaza y ya. Tal vez toda esa falta de acción se debía a que era la primera vez que la encontraban en falta. Y era distinto enfrentarse a un demonio —aunque podría vencerlo sin problemas— que a algún humano que se encontrara por error en el lugar. Era aún más distinto enfrentarse a alguien conocido, a alguien conocido para alguien más.
Había hecho daño matando a un aldeano, pero haría más daño si mataba a un aliado de Inuyasha. Se reconfortó pensando que esa era la causa.
—Nunca creí que pudieras ser este tipo de criatura.
La voz de Kōga sonaba curiosa. Kikyō se imaginó brevemente cómo hubiera sonado la voz de Inuyasha si hubiese sido él quien la hubiera encontrado en esa situación. Torturada, asustada, mustia,... ¿cuál sería su tono de voz? Tal vez, el tono de voz no sería lo que partiera el corazón que no tenía en su pecho, sino la mirada dorada perturbada, el hilo de sus pensamientos, el hecho de que se negara a tocarle, a tomarle de la mano y dejarle sentir ese calor tan propio de él, que nunca había podido olvidar, ni siquiera habiendo pasado por una muerte violenta. Sacudió esos pensamientos de su mente con un movimiento de cabeza.
No quería pensar ni por un momento la reacción de Inuyasha cuando finalmente decidiera aceptar lo obvio.
—Si no necesitas nada, puedes irte —masculló. No tenía ánimos de pelear. Capaz lo único que buscaba era que ese secreto saliera a la luz, ¿no? Dejando escapar a la única persona viva que sabía cómo era. Capaz estaba buscando el desprecio de Inuyasha y los suyos, para finalmente dejar de interponerse en una historia que no la quería como protagonista. Capaz simplemente se odiaba demasiado.
Kōga le sonrió, pero ella sólo llegó a percibir lejanamente el ruido de su respiración, incluso apenas el sonido de su boca al curvarse. Mientras se debatía en qué hacer con el cuerpo del aldeano, y otra vez ponía en tela de juicio si acaso era prudente dejar ir o matar al lobo (si era muy tarde para un ataque directo, podría usar sus flechas y acabar de inmediato con su vida), Kōga se alejó a paso lento por donde había venido. Esta vez, Kikyō pudo sentir cómo se iba alejando, a diferencia de cuando se acercó a ella en primer lugar.
Dejarlo ir... eso era lo que estaba haciendo. Incluso le había invitado a irse, de manera cortés y sin ganas de nada más. Con todas las precauciones que había tomado para que ni siquiera Naraku notara su condición, había sido lo bastante estúpida como para bajar la guardia durante su almuerzo inesperado. Podría haber sido Inuyasha quien cruzara la línea de árboles, asustado por el olor a sangre y su propio aroma a barro y huesos, a muerte. Y ella no habría podido hacer nada más que verlo traicionado otra vez.
Había sido muy descuidada,... ¿y aún así lo iba a dejar ir? Sí, eso estaba haciendo. Como si nada importara. Estaba permitiéndose compartir esa oscura parte de sí con una persona que bien podría arruinarle la relación con una de las pocas personas que amaba. Tal vez Kaede sí pudiera perdonarle. Le había perdonado mucho ya, ¿qué hacía otro error en toda esa historia?
—¿Ellos ya lo saben? —preguntó él, con una mano apoyada tranquilamente en la corteza dura de un árbol, mirándola por sobre su hombro.
—No.
Kikyō le dirigió una mirada significativa y Kōga asintió en respuesta. Sobraban las palabras. Estaba confiando en ese condenado demonio como si alguna vez le hubiera dado pruebas de merecer su confianza. Y todo, ¿por qué? ¿Por el tono de su voz? ¿Por cómo la veía? ¿Por esa sonrisa despreocupada al encontrarse frente a una asesina? ¿U otra vez todo se reducía a cuanto resentimiento para consigo misma tenía?
—Ya nos veremos,... sacerdotisa.
Kikyō respiró hondo luego y bajó la mirada al cuerpo para seguir con su trabajo. Había unas pequeñas gotas de sangre esparcidas por el verde pasto, siguiendo la dirección de aquellos ojos que miraban sin ver lo que alguna vez había corrido con ferocidad justo dentro de él. Eso mismo que le alimentaba y saciaba un poco esa sed atroz que apenas le dejaba vivir con tranquilidad.
Observó aquellos ojos vacíos, los que ella misma había drenado de brillo, y rezó por su alma, en completo silencio. Rezó porque ese alma encontrara el camino a la paz, lo deseó de corazón, incapaz de reconocer aquello que aún era humano en ella.
Nota:
¡Hola! ¡Tanto tiempo! Seguramente ya me extrañaban (?), y si no es así, no importa.
Este fic me hace mucha ilusión. Lo tengo planeado desde hace MILENIOS (bueno, no tanto), así que es una alegría inmensa finalmente publicarlo. Como dice el sumario, con este estoy participando de la actividad del foro ¡Siéntate!: Reyes de la Noche, una actividad de vampiros. ¿Quién no los ama? (?)
Espero que hayan disfrutado del primer capítulo. Serán diez, y habrá publicaciones diarias. :)
¡Nos leemos mañana!
Mor.
