Disclaimer:
-Resident
Evil y sus personajes correspondientes son propiedad de Capcom.
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conceptos del RPG Werewolf son propiedad de White Wolf Games.
Nota.- Las compañías utilizadas en esta historia, así como sus ubicaciones, empleados y funciones son sólo elementos para aportar más realismo a la trama. En ningún momento pretendo calumniar a nadie.
"Réquiem de una Banshea"
Por: Galdor Ciryatan
CAPÍTULO 1.- La Espera
Cuando alguien se propone algo no puede simplemente despertar un día y decidir no cumplirlo. Si el destino planea elevarte sobre sus hombros o llevarte entre sus pies, lo cumple, y lo cumple formidablemente, como sólo los grandes.
Leon Kennedy, todo lo que lo componía, lo que era, lo que fue y lo que llegaría a ser, habían quedado de acuerdo en una proposición unánime y sin precedentes: Esperar… Especialmente para una persona como él, eso era algo muy difícil; no era alguien que se sentara a ver si las cosas se resolvían solas; no. Leon procuraba resolverlas él. Pero cuando lo que quieres arreglar está fuera de tu alcance humano y de tu comprensión, no puedes más que hacerte a un lado a riesgo de que el problema te pisotee. Por eso para él era tan tremendamente difícil la espera.
La persona a la que Leon quería y por la cual aguardaba no podía ser ayudada por recursos humanos, y como él tenía la manía de ayudar a los demás…el corazón le daba un vuelco al recordar que ella estaba sola.
Ahora le pesaba tanto ser humano… La raza supuestamente dominante del planeta… Patrañas. Un humano no podía inmiscuirse en asuntos del hado, no podía concebir el número de razas con las que convivía a diario y tildaba de 'mitológicas', no podía jugar con la vida o con la muerte sin que las cosas salieran mal o se le escaparan de las manos (para prueba: Raccoon, Leon lo sabía bien) y un humano no podía ayudar a una mestiza hija de una raza maldecida… Y esto último era lo que más le pesaba de pertenecer a la raza que había inventado y probado la bomba atómica y el T-Virus.
.-.-.-.
La noche se metió en todos los rincones y, a pesar del helado cierzo que hacía, Leon abrió la ventana de la habitación. Esperaba quizás que alguien entrara por ella, de orejas puntiagudas y pelaje blanco, alguna marca negra en éste.
Luego de ponerse algo cómodo para dormir, apagó la luz y se metió en la cama. Entonces, ella entró por la ventana, de un salto subió a la cabecera de la cama y, al notarla, Leon alargó un brazo hacia ella y le acarició el cuello.
La gata maulló y buscó el contacto de Leon bajo su oreja…
Kennedy había encontrado al animalito en cuestión hacía cosa de una semana o más. Ese día caminaba por el parque y la gata estaba sobre la rama de un árbol; al parecer no podía bajar, Leon le ayudó y se simpatizaron. La gata no tenía identificación y él decidió quedársela aunque no todas las noches volvía a casa.
Según Leon, le recordaba vagamente a quien esperaba, pero la realidad era otra.
Kennedy le volvió a acariciar el cuello y la gata bajó de la cama hacia su cama: el piso. Luego, una ráfaga de aire se coló por la ventana y sacudió las cortinas.
— Ya sé por qué hoy sí regresó— se dijo a sí mismo el rubio y se levantó para cerrar la ventana—… Hace frío.
Tenía puesta una camisa de franela, manga corta y colores tierra a cuadros, pero su carencia momentánea de pantalones le hacía sentir el helado viento más frío de lo que en realidad era.
Como de costumbre, la ventana se atoró (lo curioso es que lo hacía sólo al intentar cerrarla, nunca para abrirla). El de cabello rubio cenizo forcejeó por los treinta centímetros que la separaban del marco. Mil y una veces había pensado en arreglarla pero, esa noche, se alegró de no haberlo hecho; de lo contrario (si la ventana se hubiera deslizado hasta el marco inferior como era debido), habría aplastado la espalda de la exaltada gata blanca que brincó hacia fuera. Medio segundo antes, Leon la escuchó maullar asustada y, para cuando se dio cuenta, ella ya saltaba hacia fuera con el pelo erizado y los músculos tensos como alambres. Cierto que era un segundo piso y por un instante Leon ya la veía resbalar de la cornisa (para lo que en realidad faltó muy poco), mas la gata, en medio de su conmocionada huida, salvó el pellejo aferrándose a la cornisa con las uñas y echó a andar por ésta con pasos ágiles.
Antes de que Leon pudiera siquiera intentar un esbozo de sonrisa por la curiosa y maniática actitud de su nueva mascota, el sentido común lo puso en alerta y empezó a pincharle el cerebro con preguntas nada necias… Preguntas cuerdas, como por ejemplo ¿qué había causado esa reacción en el cuadrúpedo y bigotón animalito? Porque no creía que la gata se hubiera fugado de forma tan espontánea sólo para ir al baño; no, algo debía de haberla asustado. ¿Y era que acaso 'eso' seguía ahí?
Pero saltando a una pregunta más importante y que le erizó a Leon los vellos de la nuca… ¿Cómo es que el frío que sentía a sus espaldas parecía ser más helado que el viento que entraba por la ventana? ¿Cómo era posible, eh? Y no iba a tragarse el cuento de que había olvidado quitarse los pantalones de la parte de enfrente, de eso nada, porque cuando se giró en redondo casi hubiera podido jurar que la habitación a oscuras estaba helada como la parte de su nevera donde guardaba el helado. La sensación de aire estancado, denso y frío le acarició el rostro. Kennedy desconfió de él porque hacía medio minuto su habitación estaba tibia y oteó el lugar con las pupilas dilatadas.
Afuera, la lámpara de la esquina de la cuadra comenzó a titilar y el rubio apretó el puño derecho dándose cuenta de que, siempre, las cosas pueden ponerse más oscuras de lo que ya están. Los matices más amarillos y grises del cuarto morían y revivían con el prender y apagar de la lámpara que agonizaba. El techo era el que más gustosamente se oscurecía por completo y la sombra de la cortina y del rubio parado ante la ventana le hacían compañía. No es que el contraste fuese demasiado — las cosas que no estaba "oscuras" en realidad eran "más oscuras" —, pero cuando uno está atento puede ver hasta las motas de polvo que danzan en el aire.
De repente la lámpara de la esquina se apagó definitivamente, murió y le negó a Kennedy tinieblas más amenas. Entonces el frío se le antojó más nítido y las sombras más negras de lo que casualmente deberían ser.
Permaneció de pie, descalzo, dando la espalda a la ventana entreabierta y cada vez convenciéndose mejor de que el exterior no parecía tan helado como la ensombrecida habitación de la que ahora desconfiaba.
Quizás estaba algo paranoico, sí, pero la vida así lo había 'criado'. Además, si entre las sombras no había nada, si la gata sólo había salido al baño y si la lámpara había fallado por una coincidencia circunstancial, significaba que su termómetro le estaba fallando… Pero…podía ser posible, ¿o no? tal vez el frío —el supuesto 'frío'— que creía sentir ante sí era nada más producto de su imaginación. Además, los últimos meses había sido algo estresantes por cortesía de su trabajo. ¿No era posible que el cansancio y la presión ocasional le estuvieran poniendo en alerta por una falsa alarma?
No había nada en su habitación, nada asustó a la gata, ésta salió al baño y punto. Y la lámpara de la esquina… Seguro había un apagón.
Kennedy se giró sobre sus talones y apartó la cortina de la ventana. Cuando viera que afuera todo estaba en penumbras, comprobaría lo del apagón y se sentiría más cuerdo, olvidaría a la gata y todo lo demás y se pondría a dormir como un bebé. Sencillo…a no ser porque no había ningún apagón.
Las luces del parque a unas cuadras estaban ahí, encendidas como cada noche, y en la acera de enfrente no faltaba esa peculiar luz amarilla que distorsiona los colores reales de las cosas. Únicamente la lámpara que estaba en la esquina de la residencia Kennedy había muerto; no bañaba la casa con su luz ni alargaba los brazos para alcanzar la habitación de Leon Scott y ayudarle a matar unas cuantas sombras siniestras en su techo.
El rubio de ojos verdes comenzó a girarse de nuevo, ahora sin dudar en lo más mínimo que el frío era real y estaba ahí, vivo; lo sintió acariciar su cuello, sus piernas y su rostro como seda helada y quisquillosa aún antes de encarar por completo a la habitación.
Y para contribuir en buena manera a su paranoia y erizarle otra vez los vellos de la nuca…escuchó algo… Provenía de la puerta de la recámara y fue nítido y resuelto. En cierta medida le asustó. No alcanzó a mirar a la puerta mientras lo oía pero le hizo darse vuelta más deprisa (inútilmente).
Había alguien más en la casa, hubiera podido jurarlo por la vida de todos lo novatos que entrenaba; era verdad. Y lo sabía a ciencia cierta porque lo que escuchó fue una voz…
— Si te anima… Tienes razón — pronunció en un tono claro para luego callar.
Leon jamás había escuchado esa voz antes, o al menos eso creía. Pero el punto en definitiva es que no estaba solo, y ya que no conocía la susodicha voz era buen momento para dejar que toda alarma de su cerebro empezara a sonar y, más importante, hacer algo al respecto.
Cuando Leon miró a la oscura boca de lobo que suponía era la puerta de su habitación, la voz acababa de callar y una sombra amorfa y azabache atravesaba el pasillo frente a la única recamara habitada de la casa. Nada más fue un momento, unos segundo en que el extraño e indeseable visitante pareció caminar entre la lobreguez del pasillo despreocupadamente, como si Leon no estuviera mirando. Es más, ni siquiera daba la impresión de que la frase que pronunció hubiera sido dirigida a él porque el aludido no le encontró sentido ni girándola al revés. Así pues, tal vez el intruso no había reparado en la presencia del rubio, hablaba con algún acompañante o, simplemente, gustaba de los soliloquios.
De cualquier manera, no volvió a pronunciar palabra esa sombra; su voz aterciopelada y embriagante de mujer (porque 'el intruso' era fémina en realidad) no volvió a vagar hasta los oídos de Kennedy, se apagó por completo para que la lámpara de la esquina pudiera revivir en el instante en que terminó de cruzar frente a la puerta —o cuando menos esa impresión le dio al rubio.
Como fuera, no alcanzó a ver nada; ni el talón siquiera de una persona, mucho menos una espalda, ni el listón de una cola de caballo o el cabello ondulando en el aire saliendo de su campo de visión enmarcado por el umbral, no fue testigo de algún pliegue de ropa arrastrado por el cuerpo que cubría o de una mano acariciando el marco de madera para luego desaparecer, no vio un rostro ni unos labios pronunciar palabra, no vio nada en absoluto… Pero, en su opinión, eso no significaba nada. Cabía la posibilidad de que hubiera imagina la sombra, correcto, pero la voz fue real y ajena, desconocida. Lo sabía porque, generalmente, cuando uno piensa no se saca voces de la manga; son todas la propia, las de los amigos y conocidos… Bueno, eso cuando uno está moderadamente bien de la cabeza, y muy a su pesar Leon se contaba entre ellos.
Por otro lado, al rubio le pareció que por más embriagadora que le resultara la voz, no podía referirse a nada bueno y le aseguraba que esa noche, como muchas otras últimamente, no dormiría tranquilo; no es que fuese demasiado nervioso (para lo que le había tocado vivir), pero escuchar voces fuera de la cabeza y no ver rostros ni labios moverse, a cualquiera perturba.
Un segundo y Leon se aclaró la mente: Había alguien en la casa, ¡correcto, con un demonio!, ¿qué hacer? En definitiva, la respuesta no era dejarle pasear por el lugar.
El de cabello rubio cenizo caminó hacia el frente con paso firme, tenía las pupilas dilatadas y esa expresión seria con un deje de expectativa que a cualquiera encantaría.
En cierta forma, Leon nunca había dejado de ser un novato. Raccoon se encargó de tatuar con dolor esa etapa de su carrera —por no decir de su vida— para que jamás la olvidara. Y ahora, trabajando en Delphi, entrenando cadetes, neófitos en todo aspecto, no podría nunca dejar de percibir familiar esa sensación de sorpresa, curiosidad y excitación inherente a las situaciones nuevas. Nunca.
Quizás no lo sentía igual que hacía años, pero conocía la sensación de cabo a rabo. A veces era parte de su trabajo, otra, un recuerdo lejano envuelto en horror o un gesto en la cara de sus cadetes. Como fuere, lo acompañaba, y hoy era un día así.
.-. Lejos de ahí .-.
Alamogordo no era precisamente la octava maravilla del mundo: Tenía esas peculiaridades escabrosas de las ciudades chicas, un desierto como paisaje dominante que era más bien olvidable, y aunque estaba cerca del trinity site y a veces algún lugareño podía poseer un trozo de lo que cualquier niño juraría que era Kriptonita verdadera, su megapantalla y su museo de la NASA no lo sacaban de lo común. Ah, pero claro, tampoco su Whataburger ni su Pizza Hot lo hacían. Lo que lograba desencasillar ligeramente a Alamogordo de la cotidianidad de una ciudad pequeña en medio del desierto era Acteck.
La compañía no se limitaba a las tabletas digitales, los teclados, los dispositivos de almacenamiento, los ratones o demás curiosidades para adornar una PC; no desde hacía tiempo, no desde que muchas compañías fabricantes de lo-que-fuera se habían reinventado y renacido sin dejar el cascarón que ahora las protegía.
Para muestra basta un botón: Umbrella, una de las primeras en reinventarse y que aprendió a manejar sus dos caras hasta que se extinguió.
Pero aún así muchas empresas en pos de sobrevivir, de darle un plus a sus actividades y de no quedarse atrás en la moda de las 'compañías multifuncionales', seguían en pie y dando su lucha.
Acteck no sólo fabricaba y comerciaba con Hardware…también con Software y Peopleware: Con personas, con ideas, con mentes, con información y con todo lo que se cruzara en su mirada. Cada avance, cada descubrimiento, catástrofe y acontecimiento era motivo de interés para Acteck. En sus paradigmas, todo era utilizable y reutilizable.
Apretemos otro botón: Albert Wesker. El hombre había tenido que soportar una severa reclusión en el sótano más profundo de Delphi (literalmente) pero Acteck lo había liberado —cuestión que provocó la guerra entre ambas compañías.
Y ahora Wesker casi era una de sus cartas fuertes; Acteck tenía pleno conocimiento de ello y lo aprovechaba; Wesker, a su vez, lo sabía pero le tenía sin cuidado. Era uno más en las filas de reclutados, recibía órdenes como todos, portaba un uniforme idéntico al de los demás…y lo único que le importaba era él mismo. ¿Qué diferencia hacía Delphi o Acteck? Estaba libre, era lo que contaba, y el nombre y las intenciones de la compañía que le hubiera ayudado a lograrlo eran meros complementos circunstanciales. Le habría importado un comino si tuviera que ponerse bermudas color verde bosque porque los de UPS lo sacaron de Delphi.
Estaba afuera, caminado por los pasillos de un Acteck en Alamogordo con la despreocupación de quien no ha cometido pecado alguno en su vida. Llevaba gafas oscuras, por supuesto, a pesar de que la luz del sol no tocaba nunca aquel sitio. Estaba bajo tierra como toda cuestión que el ser humano desea alejar de la vista del curioso. Y es que cada puerta del pasillo en particular por el que Wesker caminaba encerraba el tipo de cosas que dejan sin aliento, que le quitan el buen renombre a cualquier compañía y que hacen dudar de la existencia de un Dios justo…
.-. De regreso con Kennedy .-.
Leon pensó que no encontraría nada…pero eso no le impidió voltear la casa boca arriba. Había oído esa voz claramente, nadie le haría cambiar de opinión respecto a eso; y la tarea de revisar cada una de las habitaciones meticulosamente dio inicio de inmediato. En parte tenía su justificación, no era nada más la alucinación de una voz, había razones profundas… Acteck y Delphi estaban en guerra. A Leon no le sorprendería saber que algún agente de Acteck le había hecho una visita nocturna; después de todo, ya lo habían intentado un par de veces antes con otros. ¿Para qué? Era algo que no sabía —porque sólo habían "intentado"—. Mas tenía bien en claro que Acteck era peligrosa.
Como sea, ya se había olvidado del helado clima que reinó en su habitación mientras estaba de pie ante la ventana. No era lógico y, por tanto, quiso suponer que en realidad no pasó. Naturaleza humana…o quizás un mecanismo de defensa para pasar por alto memorias que no hacen bien. No importaba.
Revisó la casa de arriba abajo y también el patio para encontrar puertas y ventanas cerradas, para no ver huellas o cosas fuera de lugar. Todo estaba en orden, excepto su cabeza.
"Si te anima… Tienes razón" volvió a escuchar, pero esta vez venía de dentro de su cabeza y era un chispazo encendido en un recuerdo de manera voluntaria.
Claro que no le animaba. Aunque tampoco le levantaba demasiada intriga la frase.
"¿De verdad lo escuché?" se preguntó, más como una reafirmación que como una cuestión llena de duda "Por supuesto".
Y es que no solía oír voces. La soledad en su vida no le volvía loco y era una compañera que a menudo debía tolerar. Tampoco era muy correcto echar toda la culpa a la tensión de la guerra entre Acteck y Delphi. Es decir, Leon no estaba a la cabeza de la compañía ni mucho menos, tenía unos nervios formidables y las cosas ya estaban más calmadas desde que se revelara la traición de Acteck.
Quizás…fuera la espera; no la tensión, no la soledad… La espera y el saber que cuando ésta acabara, terminaría también la soledad y la tensión se dispararía como un cohete el 4 de julio.
.-.-.-. Alamogordo .-.-.-.
Uno pensaría que personas como Albert Wesker —'personas' que en realidad dejaron de serlo hace mucho tiempo— no tienen corazón; no obstante, puede ser mentira. El corazón no es exclusivamente para amar a los demás, también es para amarse a sí mismo, puede ser egoísta y ser propio solamente.
A Wesker no le preocupaba la mujer que lo acompañaba por aquellos pasillos, ni lo que había en cada una de las puertas metálicas frente a las cuales pasaban… Bueno, sólo le interesaba una en particular.
— Es ésta… La AF-53— habló la mujer al detenerse frente a la puerta.
Wesker no necesitaba que se lo dijera, la placa sobre la puerta gritaba cada letra y número con un relieve plateado.
— Puede irse— le respondió él amablemente.
"Pero qué persona más rara" pensó ella antes de marcharse sin chistar. Era una empleada nada más, le pagaban por recibir órdenes y le habían dicho "Muéstrale la AF-53". Así que se fue.
Wesker asomó la mirada por la minúscula ventanilla que comunicaba al escalofriante cuarto oscuro… Y allí la vio: Desconcertada, sola, atrapada y furiosa.
"Igual que la primera vez" pensó, y (si su corazón hubiera sido normal) habría dado brincos de felicidad y alegría genuinas; mas se limitó a seguir mirando por el cristal reforzado y a sonreír de aquella manera psicótica que sólo los hombres como él pueden lograr.
Un sonido hueco, que parecía muy lejano y apagado, salió de la pequeña habitación sombría.
— Ni lo intentes. Las cadenas están reforzadas especialmente para criaturas como tú— pronunció en murmullos lentos y gozosos aunque sabía que del otro lado no se escucharían.
Volvió a sonreír… Acababa de recuperar algo perdido, una aguja en un pajar, un trozo muy lejano de su pasado…y no podía esperar para ponerle las manos encima.
Todo era perfecto: Él era un hombre libre ahora, tenía los recursos y la voluntad, y ella estaba ahí atrapada, gritando del otro lado de la puerta porque era un animal encadenado.
Casi se sentía vivo; por un momento creyó estarlo.
.-.-.-.
CONTINUARÁ…
.-.-.-.
Galdor C.
