Disclaimer: Ninguno de los personajes ni el universo en el que se desarrolla esta historia me pertenecen. Son propiedad de sus creadores, Michael Dante DiMartino y Bryan Konietzko, y de Nickelodeon.

Nota de la autora: el personaje de Korra posee una personalidad diferente a la que se conoce en la serie, pero poco a poco irá evoluionando. En cuanto al resto de personajes, he tratado de retratarlos lo más fielmente que he podido.

Línea temporal: esta historia es una especia de universo alternativo, aunque siguiendo la misma línea temporal que en la cuarta temporada de la serie, como una conjetura sobre qué hubiera pasado si Kuvira hubiese conquistado el mundo y Korra se viera relegada a vivir en el exilio.

Aviso: la trama del fic puede poseer contenido fuerte o de temática adulta, leer bajo propia responsabilidad.


CAPÍTULO UNO: Un inesperado secuestro.

A pesar de los peligros que conllevaba atravesar aquel desértico y yermo páramo que delimitaba la frontera del Reino de la Tierra, que ahora recibía el nombre de Reino Unificado desde que la general Kuvira se hiciese con el poder absoluto mediante un golpe de Estado, era la forma más rápida de llegar hasta el país vecino, la Nación del Fuego, regida todavía por la realeza, aun temiendo de un momento a otro que se produjera una revolución similar a la acontecida en el Reino Unificado. De eso hacía ya quince años.

Los motivos que conducían tanto a Hiroshi Sato como a su hija Asami a abandonar su bienamada ciudad para visitar una pequeña localidad de la Nación del Fuego situada justo antes de que comenzara la vasta extensión desértica que en esos momentos sobrevolaban en una magnífica aeronave construida y diseñada por el renombrado ingeniero eran tan importantes como dispares entre sí.

Por un lado, el señor Sato deseaba supervisar personalmente la transacción entre el equipo armamentístico de alta gama que transportaban en la nave y los nuevos materiales que se habían descubierto en una mina muy próxima a esa ciudad y cuyo valor energético bien podría superar con creces lo esperado. De ser así, se trataría entonces de convencer a la Nación del Fuego de que les cedieran los derechos de explotación de ese pozo minero y a cambio el Reino Unificado les proporcionaría armamento, tanques, naves o lo que les hiciera falta.

Pero por otro lado, serviría para que el joven general Iroh, que aguardaba junto con un importante destacamento la llegada de la tan apreciada mercancía, pudiera conocer a la que, muy probablemente, fuese su futura esposa.

Las relaciones entre los dos países habían levantado ciertas tensiones en los últimos años, por lo que un enlace matrimonial entre dos miembros de la alta sociedad tanto de un reino como del otro fue una propuesta calurosamente acogida tanto por Kuvira como por Izumi, la actual Señora del Fuego y madre del prometido en cuestión.

Cuando su padre se lo comunicó, Asami supo que, opinara lo que opinase al respecto, no cambiaría nada. Así que puso su mejor cara y aceptó el compromiso con docilidad, manteniendo en todo momento la compostura y el fingido pero cortés entusiasmo.

Y a pesar de no haberle visto nunca en persona y del hecho de que fuese quince años mayor que ella, había oído que también era un hombre amable, atento, culto, bondadoso y valiente, además de tener un rostro agraciado y buena planta. "El marido perfecto"- se repetía una y otra vez para sus adentros - "Sólo una chica caprichosa y egoísta podría quejarse por haber conseguido un partido como éste".

Se asomó por la gran cristalera ubicada en la parte baja de uno de los laterales de la nave para observar mejor el paisaje. Aunque no había mucho que admirar, realmente.

Ni aldeas, ni viajeros, ni animales ni vegetación. Un auténtico erial.

Había oído que nadie se atrevía a cruzar por aquel territorio, carente de protección alguna, por miedo tanto al peligro de quedarse allí tirados en mitad de la nada si por algún motivo la maquinaria del transporte fallaba, como también por temor a los archiconocidos moradores de las arenas, que eran grupos de vándalos y bandidos que se dedicaban a saquear y matar a todo aquel que osara adentrarse en sus dominios.

Por lo visto, no habitaban en el desierto, sino que tenían su asentamiento mucho más al sur, en un lugar repleto de bosques, ríos y tierras fértiles, donde habían erigido pequeñas ciudades en las que vivían al margen de toda ley procedente de alguno de los otros dos reinos, creando su propio estado independiente; cuyo jefe recibía el nombre de Avatar, un poderoso maestro capaz de controlar los cuatro elementos y que era sobradamente temido y admirado por todos sus súbditos.

Varias veces, el Reino Unificado había intentado acabar con los rebeldes y con su caudillo, pero cometieron el error de subestimar a los excelentes maestros que se contaban entre ellos y siempre habían conseguido hacerlos retroceder, siendo imposible someterlos o dominarlos.

Asami siempre se los había imaginado como un variopinto grupo de bárbaros y maleantes, tal y como le habían explicado en la escuela, y que el Avatar era un ser cruel y despiadado al que le gustaba destripar a sus enemigos, beberse sus fluidos y luego comerse su corazón aún palpitante en una ancestral y demoníaca ceremonia para obtener así los poderes de sus víctimas y volverse inmortal. Decían, además, que era mucho mejor que te matasen en el momento a que te capturaran vivo, pues entonces te torturarían de la manera más macabra e inhumana que existiera hasta que te convirtieras en un monstruo sediento de sangre, igual que ellos.

Debía reconocer que, siendo una niña, había tenido numerosas pesadillas y visiones del diabólico Avatar y de sus deformes esbirros. Pero cuando creció, no le dio mayor importancia a esas leyendas y cuentos de viejas, dando por supuesto que sólo se trataba de un método para asustar a los críos y de disuadirlos de abandonar el reino para explorar nuevas tierras, algo que la heredera de Industrias del Futuro se moría de ganas por hacer, más que casarse con el mejor hombre de la faz de la tierra.

De pronto, una sacudida general en la aeronave provocada por lo que a priori parecía un fuerte impacto en el casco de popa la sacó de su ensimismamiento, Miró en derredor y se topó con rostros que expresaban extrañeza, preocupación y desconcierto entre los miembros de la tripulación, que interrumpieron de inmediato sus actividades en mitad de un silencio expectante y cargado de tensión.

- ¿Qué ha sido eso? – aventuró a preguntar un joven soldado que formaba parte de la escolta enviada para garantizar la seguridad de la transacción.

Antes de que nadie pudiese contestarle, otro impacto, esta vez más contundente, volvió a sacudir la nave, provocando que algunos ayudantes de su padre cayeran de bruces contra el suelo.

Si a alguien le quedaba todavía alguna duda de si se trataba de un simple fallo técnico, se terminaron por aclarar en esa segunda colisión.

- Vosotros tres, subid por la escotilla de proa, otros dos a la de popa – ordenó rápidamente el comandante de aquella expedición empleando un tono que no admitía réplica – aumenten la velocidad al máximo y preparen los cañones de babor.

Sin mediar palabra y en medio de la creciente confusión, todos se pusieron a cumplir las órdenes recibidas con la mayor presteza posible.

- ¿Pero qué es lo que sucede? – Preguntó Hiroshi subiendo las escaleras que conducían a la bodega - ¿Qué han sido esos golpes?

- Señor, nos están atacando – informó con gravedad el experimentado comandante – le sugiero que coja a su hija y se refugien en un lugar seguro hasta que los hayamos dejado atrás.

- ¿Dejar atrás a quién? – interrumpió Asami. Desde la ventana no se veía a nadie. Sólo dunas de arena.

El comandante la observó detenidamente durante unos instantes antes de responder.

- Aún no lo sabemos, pero es posible que la situación se agrave por momentos. Les ruego que mantengan la calma y que busquen un lugar seguro – repitió antes de dirigirse al panel de control y seguir dictando órdenes con una seguridad y precisión propias de un militar.

Asami miró a su padre, que parecía estar tan desconcertado como ella "¿Acaso se trataba de…?"


Lo que parecía un bombardeo se prolongó durante cinco minutos más hasta que los bloques de roca que lanzaban contra los propulsores de la aeronave cumplieron con su cometido y los inutilizaron, a pesar de los esfuerzos de los maestros del metal por repararlos y de los maestros de la tierra por desviar las rocas. Probaron a disparar a discreción contra las zonas desde donde surgían los proyectiles, pero tampoco así evitaron que la nave perdiera definitivamente los motores y comenzara inexorablemente a precipitar.

- ¡¿Pero qué diablos estáis haciendo?! – Vociferó el comandante a sus hombres a través del interfono - ¡Proteged los motores o nos quedaremos varados en la arena!

- Señor, lo intentamos, pero… - se cortó la comunicación abruptamente tras oírse un quejido y varias interferencias.

- ¿Qué ocurre? ¿Me recibís? – volvió a insistir con voz apremiante.

- Nos atacan, no podemos luchar contra… - y de nuevo se cortó la retransmisión. El comandante probó ahora con los hombres se encontraban en proa – Aquí vuestro comandante, exijo saber cuál es la situación ¡Informen!

- ¡Señor, avise por radio al general Iroh y a Ba Sing Se! – respondió un joven cadete con una nota de pánico y un claro nerviosismo en su tono - ¡El Avatar nos está atacando! ¡Repito, el Avatar nos está atacando!

De repente, se hizo un vacío en la atmósfera durante unos instantes en el que todos intentaban asimilar lo que acababan de escuchar, hasta que vieron a través de la cristalera cómo el cuerpo del joven con el que hasta hacía un momento estaban hablando se precipitaba desde la aeronave hasta el suelo. Ochocientos metros de altura. Jamás sobreviviría a la caída.

Tras respirar hondo y reevaluar la situación en la que se encontraban, el comandante procedió a pedir refuerzos urgentemente a la capital y al general Iroh mientras comenzaban a descender de forma brusca, con la esperanza de que llegaran a tiempo para atrapar a ese malnacido, aunque fuese tarde para salvarles a ellos.

El piloto, afanándose al máximo por enderezar la máquina, consiguió estrellar la aeronave contra una duna que sobresalía por encima de las demás y deslizarse lentamente por ella, clavó el morro en el suelo arenoso y la parte de atrás quedó inclinada hacia arriba.

Los soldados que aún permanecían dentro de desplegaron en torno al ingeniero y a su hija, que permanecían al igual que el resto de supervivientes a la espera del siguiente movimiento por parte del Avatar.

Y lo cierto es que no se demoró demasiado. Dos de sus secuaces, que resultaron ser maestros del metal, rajaron de arriba abajo el casco de proa como si se tratara de una vulgar lata de conservas.

Al principio trataron de oponer resistencia evitando por todos los medios que penetrasen en el interior de la nave a fin de ganar tiempo suficiente hasta que llegaran los refuerzos, pero finalmente acabaron por desarmar por completo el casco metálico y, entre golpes de viento y llamaradas de fuego, los obligaron a salir al exterior, donde fueron rodeados con rapidez por los maestros rebeldes en actitud claramente hostil.

Les superaban en número y en habilidades, por lo que un contraataque no se contemplaba como posible opción.

De todos los que habían embarcado aquella mañana en Ba Sing Se, sólo permanecían con vida Hiroshi y su hija, dos de sus cinco empleados, el comandante y dos de los nueve soldados que voluntariamente habían aceptado la aparentemente pacífica misión. El piloto había muerto calcinado mientras se retorcía entre alaridos de dolor al ser devorado impunemente por las llamas. Nadie había podido ayudarle.

Los supervivientes imitaron la actitud calmada y estoica del comandante, ya que había sido adiestrado para este tipo de situaciones, alzando los brazos en señal de rendición. Sus enemigos no relajaron su posición, pero tampoco atacaron. Parecían estar esperando algo.

Y estando en esos términos, divisaron al momento cómo alguien saltaba desde la parte alta de la maltrecha aeronave, utilizando para ello un planeador con forma de ala delta para aterrizar elegantemente justo al lado de sus hombres. Ya sin duda alguna, se trataba del Avatar. Y era nada más y nada menos que una joven de unos veintitantos años, de tez morena, ojos azules y ropa holgada que lucía permanentemente una sonrisa de superioridad en su cara.

- Vaya, vaya, vaya… ¿Pero qué tenemos aquí? – evaluó de forma altanera mientras dos de sus hombres abrían el círculo para dejarle paso y acercarse a los cautivos – Si es todo un comandante del Ejército Unificado fracasando en la simple tarea de un transportista de pacotilla. Y ése seguro que no habría mandado a sus hombres a morir para luego él mismo sobrevivirles. Debiste ser sin duda el orgullo de la Academia Militar.

El comandante apretó con fuerza la mandíbula y los puños, pero se cuidó de caer en sus provocaciones. El Avatar chasqueó los dedos y seis de sus secuaces se dirigieron de nuevo al interior de la nave, presumiblemente a explorar y comprobar su contenido.

- Contamos además con un invitado sorpresa – apuntó dirigiendo su atención hacia el hombre que se ocultaba detrás del soldado – Es todo un honor tenerle hoy entre nosotros, señor Sato – le saludó con una reverencia burlona – Oh, pero si además ha traído consigo a su querida. Toda una belleza, he de reconocerlo. Y tan joven… eres un pillín, Hiroshi – le guiñó un ojo a Asami con absoluto descaro mientras una risa general brotaba entre sus hombres.

- ¡Es mi hija, bestia inmunda! – le espetó con ira el reputado ingeniero, acallando de golpe las risotadas de los demás.

El Avatar, sin embargo, pasó por alto el insulto que le había propinado, pues con lo que más disfrutaba era con provocar y humillar a sus rivales, tal y como acababa de hacer.

- Entonces su madre debe ser muy hermosa. Una lástima que no haya podido acudir a nuestra pequeña fiesta privada.

La voz de uno de los maestros que se habían internado en la nave la distrajo momentáneamente, comenzando una conversación a gritos sobre lo que habían encontrado y lo que debían hacer con ello. Optaron por llevarse lo más valioso, siempre y cuando los aerodeslizadores que utilizaban para desplazarse por el desierto pudieran cargar con ellos.

En ese momento en el que Korra les daba la espalda a los prisioneros en un aparente descuido, uno de los soldados extrajo un cuchillo de la caña de su bota y se abalanzó contra ella en un abrir y cerrar de ojos.

Con lo que no contaba con que la joven guerrera fuera más rápida que él y que además poseyera unos reflejos fuera de lo común. En pocos segundos lo fulminó con una llamarada salida de su pie derecho que lo redujo a un trozo de carne chamuscada, para horror de sus compañeros, que se debatían entre taparse los oídos o cubrirse la nariz para mitigar el intenso olor que despedía su moribundo cuerpo.

Asami no pudo evitar emitir un gemido de terror aun con las manos sosteniéndose el rostro al presenciar en primera fila el salvajismo y atrocidad de quemar vivo a un hombre.

Su horrorizada expresión de impotencia ante el sufrimiento ajeno se cruzó con la perversa mirada del Avatar durante unos momentos, deleitándose en cómo la hermosa joven de ojos verdes de oscuro cabello temblaba de miedo ante la idea de que ella tenía el poder para hacer lo que quisiera con todos ellos, ya fuera asesinarlos, torturarlos o incluso algo mucho peor.

- Bien caballeros, señorita – le dedicó una breve inclinación de cabeza a modo de burla –Únicamente nos resta saber qué hacer con vosotros. ¿Alguna sugerencia? – inquirió alzando las cejas.

- Yo opino que deberíamos matarlos a todos, especialmente a él – dijo un maestro de Fuego señalando directamente a Hiroshi – Ese tipo diseña armas que luego utilizan en nuestra contra. Si nos los cargamos, ya no podrá crear más artefactos.

- Gracias por tu aportación, Mako – respondió Korra amablemente - ¿Alguna otra idea?

- Sea lo que sea, tenemos que hacerlo deprisa – intervino otro maestro – el general Iroh no tardará en acudir al rescate de estos desgraciados y será mejor que no nos encuentren junto a ellos.

- Muy cierto – convino la joven de ojos azules asintiendo con la cabeza – no creo que nos convenga iniciar un combate en tan clara desventaja. Entonces, si no hay más opiniones al respecto, creo que es hora de terminar de una vez con…

- ¡No, no, no, por favor! – La joven Sato se adelantó cayendo de rodillas ante la altiva Avatar, sin que su padre ni el comandante pudieran detenerla - ¡Por favor, te lo suplico, perdónales la vida! No os han hecho nada malo, sólo cumplían órdenes. Por favor… - un audible sollozo escapó de sus labios, impidiéndole continuar.

- Asami, no… - intentó disuadirla su padre, que la abrazó instándola a levantarse del suelo. Si iba a morir, que al menos lo hicieran con dignidad. Pero la suplicante mirada de la chica permanecía expectante, conteniendo las lágrimas que amenazaban con anegar sus ojos.

Korra, sin embargo, disfrutaba con gran placer oyendo toda clase de ruegos y plegarias, aunque luego hiciera lo que le viniera en gana. Pero la sensación de poder al tener a su merced la vida de aquellos desdichados y de esa hermosa joven de glaucos ojos y piel pálida se le antojaba embriagadora. Y más cuando se arrodilló frente a ella, en actitud sumisa e implorante. Como un esclavo ante su dueño. Decidió sacar provecho de aquel escenario.

- Verás, Asami – el sonido de su nombre saliendo de los labios de aquella brutal asesina le produjo un escalofrío que la recorrió de arriba abajo, y más cuando empleó en contraste un tono suave y tierno mientras se agachaba hasta quedar a su altura. – Creo que te confundes conmigo. Yo no soy ninguna buena samaritana que va por el mundo realizando obras de caridad, sino que siempre pido algo a cambio. Así que dime ¿qué podría yo ganar si decidiera perdonaros a todos la vida? ¿Acaso me servís para algo?

- Soy ingeniera, se me da bien diseñar y reparar toda clase de mecanismos y maquinaria – se apresuró a contestar con la poca firmeza que le quedaba en la voz, haciendo acopio de toda su valentía para enfrentarse a la joven que la observaba con creciente interés – Si les dejas vivir, te prometo que trabajaré para ti día y noche, sea cual sea el proyecto o la tarea.

El Avatar sopesó la propuesta unos segundos antes de manifestar deliberadamente su disconformidad.

- Quizás eso te valdría para salvar a tu padre, un ingeniero por otro, me parecería un trato justo. Pero me temo que no es ni de lejos suficiente si también te interesa prolongar el bienestar del resto de tus compatriotas.

"¿Qué más podía querer de ella aquella endiablada mujer?" se preguntó la joven Sato, sin saber muy bien qué más ofrecerle para alcanzar lo que el Avatar consideraba "un trato justo".

- Por favor, haré lo que sea… lo que sea que me pidas yo… - la joven de ojos azules de incorporó de forma brusca sin esperar a que Asami acabara su discurso y con un gesto de la mano, le indicó que deseaba que ella también se levantara del suelo. Apoyándose con ambas manos, consiguió ordenar a su tembloroso cuerpo que se pusiera en pie, manteniéndose a poco más de un metro de distancia del Avatar, que seguía observándola detenidamente ahora con los brazos cruzados, recorriéndola de arriba abajo sin ningún pudor. Visiblemente incómoda, desvió la mirada hacia el suelo, asustada de pensar qué oscuros y retorcidos planes eran los que la cabeza de su captora no paraba de maquinar.

Korra pidió de nuevo con un gesto que se acercara hasta ella, lo suficiente como para que sus cuerpos quedasen separados a tan sólo escasos centímetros. Entonces la joven de tez morena acercó su boca al oído de Asami para asegurarse de que nadie más pudiese oír lo que le decía. Ni siquiera su padre, cuyo rostro estaba crispado por la tremenda impotencia y preocupación de poder perder a lo que más quería él en este mundo.

- Si quieres salvarlos, entonces tendrás que venir conmigo voluntariamente y servirme a partir de hoy en todo lo que quiera… donde quiera… y cuando quiera – le susurró arrastrando suavemente las palabras – Durante el día te dedicarás a trabajar con empeño y diligencia en todo lo que sea necesario; pero por las noches… - bajó el tono a propósito al tiempo que rozaba su oreja ligeramente con la punta de su lengua, provocándole un estremecimiento que la hizo sonreír complacida - te entregarás a mí de buen grado y sin reservas para hacer contigo y con tu cuerpo lo se me antoje – Hizo una breve pausa para darle tiempo a que asimilara lo que acababa de decirle y aprovechar para aspirar el delicioso aroma de su oscuro cabello - Eso sería un trato justo. Ahora bien, ¿lo tomas o lo dejas? – preguntó alejándose de ella, dejándole espacio para que recuperase el aliento y acompasara la acelerada respiración que le había provocado el murmullo lascivo de aquella proposición indecente.

En cuanto se recobró del momentáneo estado de shock en el que había entrado, tuvo que luchar con todas sus fuerzas contra la náusea y el asco que le habían provocado sus palabras acompañadas de la desvergonzada caricia de su lengua. Tenía ganas de gritarle, de insultarle, de escupirle a la cara, de pegarle donde más le doliera hasta que se retorciera de dolor, suplicando que parase al igual que ella había tenido que hacer. Quería abofetearla por su atrevimiento, por su descaro y su grosería. Imaginarla siendo juzgada y condenada por todos sus crímenes y fechorías, sin posibilidad de apelar, y finalmente siendo ejecutada delante de toda la ciudad.

Pero lo que deseaba de todo corazón era alguien la sacudiera del hombro y que con unas cuantas palabras tranquilizadoras le asegurara que todo había sido un sueño, como cuando de pequeña caía una fuerte tormenta durante la noche y su madre acudía a su habitación y la abrazaba cariñosamente y permanecía junto a ella hasta que volviera a dormirse. Pero esto no era una tormenta. Ni siquiera un sueño, sino una pesadilla. Y una muy real.

El miedo a las represalias que pudiese tomar el Avatar contra ella o los demás si se dejaba llevar por sus impulsos evitó que pudiera cometer alguna tontería, recordándose a sí misma que la vida de buenos hombres, incluida la de su padre, dependían por completo de la ingeniera.

Antes de que pudiera arrepentirse o que el valor la abandonara por completo, respiró hondo para pronunciar con un hilo de voz la única palabra que Korra, en su fuero interno, se moría de ganas por oír.

- Acepto – contestó clavando sus ojos en ella y tratando a duras penas de mantener la compostura. Luego tendría tiempo para derrumbarse y echarse a llorar con amargura y desconsuelo, renunciando a una vida feliz y acomodada junto a sus seres queridos por otra que incluía pasar a ser propiedad de una salvaje cruel y sin escrúpulos, siendo la soledad su única compañía hasta que la tristeza la consumiese por completo.

Pero no ahora. Ahora no era tiempo para lamentarse, sino para actuar. Y ese atisbo de determinación que leía en su expresión, predominando sobre los sentimientos de congoja y desesperación, consiguieron convencer al Avatar de que la joven Sato, a pesar del dramatismo de la situación, era perfectamente consciente de en dónde se estaba metiendo, aceptando todas y cada una de las consecuencias que acarrearía su decisión, por muy difíciles que le llegaran a resultar.

Una sonrisa de pura satisfacción se dibujó en el rostro de la joven de ojos azules, justo antes de ordenar que la ataran y encadenaran al mástil de uno de los deslizadores, mientras ella misma se daba la vuelta seguida de inmediato por sus hombres, dando por concluida la "negociación" y con la seguridad de que ninguno de los recién liberados cautivos intentaría nada contra ella o su grupo de rebeldes. Les había dejado vivir. No era conveniente tentar más a la suerte.

Lo último que pudo ver antes de que le cubrieran la cabeza con un saco y la obligaran a avanzar a base de empujones carentes de toda delicadeza fue a su padre, con la cara desfigurada por el dolor y una tremenda angustia al presenciar cómo se llevaban a su hija delante de sus narices y sin poder hacer nada al respecto.

- Te prometo que volveré para buscarte, Asami. No pierdas la esperanza – le gritó con el corazón en un puño.

- Adiós, papá. Te quiero – intentó responder, aunque se le quebró la voz al pronunciar las dos últimas sílabas.

- Y yo a ti, hija mía – musitó en respuesta, a punto de derrumbarse de no ser por el brazo del comandante que lo sostenía con fuerza por el hombro.

- ¡Qué enternecedor! Venga, larguémonos de una vez – apremió Korra, calculando que los refuerzos no tardarían mucho en llegar.

Y así fue cómo la vida de Asami dio un vuelco de la noche a la mañana. Sólo los espíritus sabrían qué nuevas sorpresas le depararía su nuevo e incierto futuro y qué maquiavélicos planes le tenía reservado el Avatar, dispuesta a sacarle el máximo partido a su nueva adquisición. "Desde luego, hoy ha sido una mañana de lo más productiva" – pensó para sus adentros antes de lanzar un golpe de viento a la vela del deslizador, iniciando la marcha de regreso a casa.


¡Hola a todos! Ësta es una historia que me llevaba rondando hacía ya tiempo por la cabeza. Espero que os haya gustado, y si es así, continuaré publicando. espero hacerlo como mínimo un capítulo al mes, quizás dos. ¡Un saludo y hasta pronto!