Capítulo 1: Detonador

Se imaginó la escena muchas veces.

Lucifer Morningstar lo ansiaba, siempre lo deseó. Desde el principio le estuvo diciendo la verdad, nunca le mintió.

El mismo diablo, el rey del infierno, se lo decía todos los días prácticamente. Eso a lo que ella llamaba "metáforas", eran sólo la realidad. Él no tenía la culpa que los humanos no distinguieran las mentiras, que no fueran capaces de aceptar la divinidad, de entender algo que está más allá de su simple vista. Él no tenía la culpa de que lo consideraran un loco. Locos ellos.

Si supieran que los dinosaurios fueron uno de los tantos experimentos fallidos de su querido padre. Pero no iba a pensar en eso ahora, ni sabía en primer lugar porque recordó a esas bestias salvajes que alguna vez le arrancaron varias plumas.

Eugh.

Lucifer estaba en su departamento, tirado en el sofá, con una de sus batas de seda solamente. El cabello enmarañado, apestaba a alcohol por todas partes.

Si no contaba mal los días —y lo hacía—, ya iba a ser una semana que no salía de allí, que no se presentaba en la estación. Que no asistía al trabajo.

Y no es porque no quisiera. Es que no podía, y no debía.

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No, no fue por lo de Pierce. Ese bastardo tuvo su merecido y por suerte todo salió bien.

Amenadiel hizo algo bueno en su vida —palabras de Lucifer— y le ayudó a limpiar la evidencia divina. Cada pluma fue retirada, con todo el tiempo del mundo, literalmente.

Lucifer se presentó a declarar, quedó bajo arresto de homicidio de alto grado a un oficial y lo tuvieron retenido un mes. Podía escapar, por supuesto, pero no lo haría. No era lo correcto.

Aunque claro que hizo berrinche cada día en la celda, era Lucifer después de todo.

Las pruebas se presentaron. Dan hizo todo lo posible para reunir todas las pruebas que incriminaran al teniente Pierce como un principal de la mafia, un corrupto y, sorpresivamente, consiguió a uno de los mejores abogados de L.A. para Lucifer.

Eso era obvio que resultaba algo muy difícil para él. Hablando de abogados, aún sin superar a Charlotte.

Se argumentó siempre la defensa propia y Chloe también declaró, siempre aceptó y dijo todo lo que pasó, como que Pierce los atacó primero a ellos y tenía una banda de hombres con armas de fuego.

Sólo uno de esos tipos salió con herida de bala, los demás estaban bien. Pero no había huellas de Lucifer, por lo tanto no había forma de incriminarlo.

Algunos alegaron haber visto alas saliendo de Lucifer. Obviamente nadie les creyó, hasta les dictaminaron posible esquizofrenia con rasgos de psicopatía. Consiguieron un psiquiatra además de ir a la cárcel. Se podría decir que no les fue tan mal.

Chloe lo negó. Negó todo eso de las alas y plumas.

Lucifer pensó que lo hacía por él, para protegerlo. Su corazón se sentía feliz al pensarlo.

Pero no. Era todo por ella. Su mente necesitaba estabilidad, necesitaba pensar que nada de eso había sido real.

Mientras Lucifer en su celda se limitaba a imaginar. Pues no habló con ella un solo día, no entendía porque no iba a visitarlo.

Si llegaban a cruzar tres palabras era mucho. Pero Lucifer esperaba, era paciente.

Porque también él necesitaba tiempo. Las cosas no eran fáciles para él tampoco. Aunque Caín siempre fue una lacra maldita para él, había matado un humano. Eso estaba prohibido para los ángeles.

Siempre lo vio como una estupidez, las leyes tontas de papá. Pero ciertamente, ahora veía porque, ahora lo sentía. Todo tenía un sentido de ser y aunque le ardiera el alma aceptarlo, ahora no lo podía negar.

Matar a su hermano Uriel fue difícil, una desgracia que si pudiera borrar, lo haría.

Le dolía todos los días, era su infierno personal, vaya. Su pequeño hermanito.

Si los demonios lo vieran llorar por eso, le perderían el respeto.

Pero a final de cuentas, para seguir de pie se recordaba a sí mismo que Uriel era egoísta, no le importaba la humanidad e incluso hacía patrones para ocasionar muertes o accidentes sin ensuciarse las manos. Él quería destruir a mamá y a la detective. Lucifer no pudo permitirlo.

Aceptó el dolor de perder un hermano para proteger dos amores más.

Era todo tan complicado.

Matar a Caín fue diferente. El tipo era un hijo de perra bien hecho y lo disfrutó, si. Pero el maldito seguía siendo un humano, aún más sin la marca. No fue una pelea justa, para nada. Eso lo sabía. Y es parte de lo que más dolía.

Lo disfrutó, mucho. Disfrutó mandarlo de verdad al infierno y hacerlo sentir miserable hasta el último segundo.

Fue como aplastar a una hormiga. Y allí se dio cuenta. ¿Qué clase de miserable debía ser para hacer eso? Suponía entonces, que por ese tipo de sentimiento su padre no pudo perdonar a su madre cuando mandó las plagas al mundo. Crear seres indefensos para luego destruirlos como el ser poderoso que eres. Ese aire obvio y real de superioridad.

Se le hizo un nudo en la garganta cuando llegó a esa conclusión, cuando el pensamiento llegó a él.

No lo decía en voz alta, era aún mucho para él.

Y aún así, no se arrepentía, eso no. Pero el goce fue solo momentáneo.

Su cara de diablo volvió. Lo podía sentir, lo podía ver, se miró las manos rojas y chamuscadas. Fingió en su cabeza que todo estaba bien, que esto era lo que siempre quiso.

Por eso, luego de unos segundos se dio cuenta que al fin Chloe estaba viendo la verdad, ¡lo que siempre quiso!

Él lo sabía. Pero no dijo nada, fingió confusión. Ella hizo lo mismo.

Lucifer la recordaba, repitiendo que todo era verdad, y él sabía a lo que ella se refería. Pero no dijo nada. Su mente se bloqueó, la de ambos.

Pasó a lo mucho un minuto para que Lucifer sintiera algo fuerte en su interior, como si supiera que algo se rompía. Pudo concentrarse, para eliminar esa cara y volver a la habitual.

Y así, todo volvió a la "normalidad".

Minutos de silencio, Amenadiel se apareció entonces. Informó a Lucifer de su estupidez, tuvieron una discusión, detuvo el tiempo y fue cuando limpió todo.

Chloe tuvo que exigirse todavía más a sí misma para fingir que no notó que faltaban montones de plumas por doquier. No tenía la cabeza para asimilar ahora, y no sabía si quería tenerla.

Y para apoyarla en su delirio de fingir que todo seguía igual, estaba Lucifer. Se sorprendió a sí mismo actuando normal, omitiendo palabras celestiales por el momento. Chloe no preguntaba, él no respondía.

El protocolo policial pudo seguir, como si nada hubiese cambiado. Lucifer atacó a Pierce en defensa propia, fin del asunto.

Lo de la azotea lo dejó en un rincón y no lo dejaría salir nunca. Quizás.

La triste realidad era que ambos estaban en negación. Cada uno a su manera.

Lucifer se dejó encerrar porque sabía que eran los procedimientos policíacos, pero también porque necesitaba ese tiempo para él. Aunque no lo fuese a aceptar.

De hecho, se dio cuenta, no era estúpido, pero era más fácil fingir.

Se lamentaba que Chloe no fuera a visitarlo, pero en el fondo ya sabía el porqué. Todo era como siempre lo quiso, y ahora no lo quería más.

"La detective podrá manejarlo", se repetía cada noche al dormir en esa celda. A la mañana siguiente, pretendía olvidarlo. ¿Qué había de raro? ¿Qué había de diferente? Él estaba siendo interrogado, esperando un juicio, el detective imb- Dan, lo estaba ayudando. Pronto saldría libre y todo volvería a ser como antes. Pff. Justo como Chloe misma había dicho que no podía volver a ser. ¿Cierto?

Pronto Chloe entraría por esa puerta, celebrarían haber ganado el caso, haber vengado a Charlotte, resolverían casos juntos otra vez y jugarían Monopoly con Beatrice mientras él decía comentarios irreverentes.

¡Cierto!

Pues no, porque eso nunca pasó. Su mente siempre planeaba cosas, y le frustraba enserio que no se hicieran realidad.

Chloe no lo volvió a mirar de la misma forma. Le pidió que renunciara, que no se presentara más en la estación.

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Y aquí estaba ahora. Una semana después de salir libre, una semana después de recibir las fuertes palabras de la bella rubia, que aún se negaba a creer. Le daban vueltas en su cabeza, giraban y se enredaban sin aparente intención de lograr algo productivo.

Y él no pudo responderle, no como él deseaba, no a ella. Nunca a ella.

Si Chloe lo quería fuera de su vida, entonces así sería. Pero dolía, dolía como el carajo.

Alguna vez pensó que la caída del cielo, la entrada al infierno, la traición de Miguel, eran las cosas más dolorosas en su sufrida e incomprendida vida.

Se reía de eso ahora. Con dolor, mientras sostenía una botella de cualquier licor en sus manos, apestando a sudor y alcohol en su sofá.

Ojalá pudiera embriagarse mejor.

Malditas emociones humanas. Lo arruinaron todo aún más para él.

El famoso diablo, el supuesto rey de la maldad, llorando por una humana y castigándose por todo lo ocurrido, o lo no ocurrido.

Le daba vueltas y vueltas a lo mismo, no iba a llegar a ningún lado.

Lo único que lograba era lucir como un vagabundo con una bata cara o un adolescente sufrido por su corazón roto.

Patético. Sabía que todo esto era patético, pero no hacía nada para remediarlo.

Le dio otro trago a la botella que recién notó era de whisky.

Unos segundos pasaron para que la estrellara contra la pared y se hiciera un ovillo para seguirse lamentando.

De pronto escuchó un aleteo. Ya sabía quien era, y no tenía ganas de atenderlo. Ni siquiera se giró.

—Lárgate...

—Lucifer, no puedes seguir así.

La potente voz de Amenadiel hizo presencia. En la sala, porque en la cabeza del diablo para nada.

—¿Quién dice que no? ¿Papá? Pues ve y dile que no me importa. Que vaya buscando a alguien más para que siga este jueguito. Yo estoy harto.

Más que harto, quebrado, se notaba en su voz, Amenadiel lo notaba, no era indiferente a los sentimientos de su hermano. Por eso quería ayudarlo.

—No vengo en nombre de padre, Lucifer. Vengo aquí como tu hermano. Aunque no lo creas, me duele verte así.

Era sincero. Pero Lucifer estaba en un duelo. Ahora si le dio cara, se alzó, no se veía nada feliz y sus ojos enrojecidos salieron a la luz. Y no sus pupilas. Simplemente tenía los ojos hinchados de tanto llorar.

—¿Te duele verme así? ¿Desde dónde? ¿Desde Ciudad Platino? ¡Oh, vamos! Solo regodeate, recuperaste tus alas y la entrada al cielo, solo presume eso frente a mí y ya está, ¡deja la farsa!

—No es ninguna farsa, Lucifer. Yo...

—¡Tú! —se acercó, lo más atemorizante que pudo a él y puso su índice en el pecho ajeno— ¡Tú solo estabas a mi lado porque creías que era tu prueba! ¿Pues adivina qué? ¡No lo era! Ahora lo conseguiste, ya tienes lo que querías y no gracias a mí. Ya puedes largarte y dejar de fingir que te importo una mierda.

Amenadiel miró al suelo. Le daba parte de la razón al rebelde. Era cierto, solo estaba con él por eso, por Dios, en un principio.

Pero no ahora. Él había tenido una revelación. Y necesitaba no sólo tenerla, el quería ponerla en marcha, demostrar que no sólo era descubrir la verdad, sino aplicarla.

Así que era cierto. Le dolía ver a su hermano así y le dolían sus palabras recientes.

Pero no se iba a dar por vencido tan fácil.

Vio como el diablo se aplastaba de nuevo en el sofá y él dio unos cuantos pasos, solo la cercanía necesaria. Sus brazos cruzados en su espalda.

—Lucifer. Sé que no me crees y no me creerás por un buen tiempo, pero de verdad he cambiado. A un costo alto que tomó el nombre de Charlotte. Una mujer tuvo que morir en mis brazos para darme cuenta de la verdad, de lo importante. Nosotros somos y reflejamos lo que queremos ser, no papá.

—Y ahí va tu tonta teoría otra vez... —rodó la mirada.

—No es tonta, Lucifer, y te lo he demostrado. Te ayudé a limpiar la escena del crimen porque quise, no porque papá me dijera.

—¿Ahora vas a reclamarme eso? Yo no pedí tu ayuda.

—No te reclamo, porque lo hice con gusto, lo hice de corazón. Te sientes mal, lo entiendo...

Lucifer sintió un revoltijo de ira en el estómago al oír eso.

—¡No entiendes una mierda!

—... Sientes —siguió hablando a pesar de la interrupción—, que merecías tu cara de diablo de vuelta. Porque te sientes mal por haber matado a Caín. Pero no debes Lucifer, él lo merecía. Sólo tú podías hacer esa tarea, tú eres el hijo rebelde.

Lucifer estaba aguantando todo lo que podía las ganas de golpearlo. Parte de él sabía que Amenadiel tenía razón. Pero la mayor parte de su ser estaba llena únicamente de ira y depresión.

—No pretendas —sus palabras salieron en tropiezos, su mente tratando de hilar palabras correctas—... Saber como me siento. ¡No lo sabes! Y no estás ayudando. En nada, hermanito.

Se levantó, se tropezó con una botella y luego de maldecir a la nada llegó a su mini bar para servirse otro trago.

Amenadiel lo siguió con la mirada, sintiendo tanta pena por él. Sabiendo que no podía hacer nada, más que darle tiempo al tiempo. Y vaya que él sabía de eso.

Suspiró.

—No vas a recuperar a Chloe bebiend...

Su palabra se cortó por un sonoro ruido. Lucifer dejó el vaso que usaba en la mesa, pero sin medir la fuerza así que se rompió en pedazos.

—Lárgate ya.

—Lucifer...

—¡Que te largues!

Y es que había dado en el clavo más doloroso. Desde hace una semana parecía que la palabra "Chloe" estuviese prohibida. Y más si venía de su hermano el favorito de papá que pretendía saberlo todo.

Amenadiel retrocedió unos pasos y extendió sus alas. Al parecer por hoy esto sería todo.

—Perdón si te he ofendido. Pero quiero que sepas que hablo con la verdad. Lo que necesites para sentirte mejor, te apoyaré, solo recuerda mis palabras. Te quiero ver bien y quiero ayudarte, porque te amo, hermano.

Lucifer casi se va de boca contra la barra.

—Creo que voy a vomitar...

Entonces Amenadiel desapareció, y su departamento volvió a la misma soledad y melancolía de antes. Sólo el olor de su mediocridad.

Tres días antes llevó una chica allí. La terminó echando del lugar, enojado. Chloe no lo quería cerca, y aún así no podía hacerle eso.

Era patético, patético.

Sólo deseaba terminar con su miseria, pero desgraciadamente era inmortal. Si se mataba iría al infierno y tal. Tampoco es que deseaba justo ahora ir a ver a Caín y decirle "hola". Estaba hasta abajo en la lista de cosas que deseaba estos días.

Dio vueltas, ahora por su sala hasta llegar a su balcón.

Bebió del nuevo vaso en el que se había servido, recargó sus manos en el barandal. Miró al cielo, ya estaba anochecido. Casi como si culpara de nuevo a su padre de todo, sabiendo que eso era una mentira de mierda. Una excusa. Una manera de sentirse un poco menos miserable.

¿Resultaba? Ciertamente, un poco, sólo un poco. Antes era fácil, echar toda la culpa a su padre llenaba su alma, sus huecos.

Ahora, después de tanto, ese refugio se desvanecía como cenizas.

Cayó al suelo, recargado en ese barandal de cristal. Se sentía como un niño indefenso, sin saber que hacer, o que decir. Sintiendo que hacía todo mal, alguien que necesitaba un verdadero consejo. Uno que no llegaba.

De pronto vino a su mente el recuerdo de su madre. El abrazo de su madre.

Ella era probablemente de las peores madres o al menos entraba en un buen top. Pero era su madre.

Al fin y al cabo lo era, y él la quería así con todos sus defectos.

Lo que daría por tener eso ahora. Un consuelo, pero ella no estaba.

Odiaba imaginar a papá decepcionado o divertido con su miseria, su hijo rebelde fallando una vez más.

Rogando por un beso y un abrazo de mamá.

—¡AGH!

Un grito desgarró su garganta y el cristal lo sufrió. Lo golpeó abriendo un gran hoyo ahí.

Miró al cielo otra vez.

—¿Lo disfrutas? No sé si este era tu plan, y no sé si me importa ya. ¿Pero te gusta, eh? Tu hijo el decepcionante, te decepciona una vez más. Pero dime, si soy tan decepcionante, ¿porque no me eliminas de una vez? ¡Eres el puto Dios! ¡Puedes crear otro diablo y ya!

Las lágrimas corrían como si no tuvieran fin. Nunca en su existencia imaginó pensar seriamente en el suicidio, pero ahora lo inundaba la idea.

Se abrazó a sí mismo y fijo su vista en el suelo, solo para notar algo no estaba allí antes. O que no había visto antes.

Algo que se supone no debería estar allí.

Parpadeó y respiró varias veces, confuso. Se limpió los ojos con la tela de su prenda, creyendo que lo engañaban. Pero no, allí estaba, tendida en el suelo como si nada.

La espada de Azrael.

Seguro sus profundos deseos de morir lo hacían delirar, pensó. Pero no era así.

Allí estaba el arma, tentándole a tomarla, usarla en sí mismo y acabar con esto.

Se suponía que envió esa cosa al nuevo universo de mamá, y ahora aquí estaba, como por arte de magia.

¿Un regalo de su mamá? ¿Papá deseando burlarse de él? ¿Acaso importaba?

Inseguro, la tomó.

—Esto no... No tiene sentido... Se supone que... Pero, una oportunidad así...

Iba a maldecir más a Dios, pero estaba adormecido al ver la filosa hoja en sus manos. Tentadora.

—¿Acabar con esta miseria?...

Dijo en un hilo de voz, apuntando el arma a su corazón.

Lo pensó, demasiado. Desaparecería para siempre. No alma, nada. Sólo el vacío. Adiós para siempre. ¿Estaba listo?

Bajó el arma. No, no lo estaba.

Era cobarde quizás.

Pero aún tenía la espada, y aún deseaba con fuerzas un abrazo de su madre.

Esas fuertes ganas de huir, de escapar, encendieron la espada.

No se fijó ni pensó. Sólo lo aprovechó y abrió una grieta en el aire. Luego dejó caer la espada al suelo.

—Mamá...

Solo susurró eso antes de adentrarse a lo loco en aquella grieta.

Claro que ignoraba que no sabía como usar correctamente esa espada.

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Sé que este capítulo y el siguiente, son y serán bastante confusos. Si alguien está leyendo esto, ya se irán aclarando las cosas, se irán llenando huecos, lo prometo. Es que el fanfic que imaginó mi cabeza se desarrolla lento, se toma su tiempo (?)

Iré lanzando una especie de flashbacks. Un beso!