Este fanfic participa en el reto anual "A long story" del foro "I am SHER locked".
Ninguno de estos personajes es de mi propiedad. Yo tan solo le pongo imaginación y los hago actuar a mi antojo.
Dale al… T
- Te sugiero que dejes de meterte en mi vida y te dediques a atiborrarte a pasteles hasta reventar –dijo Sherlock airadamente mientras le cerraba la puerta de su dormitorio en las narices a su hermano.
Mycroft gruñó. Sherlock siempre había sido difícil de tratar, pero desde que entró en la adolescencia era imposible cruzar con él unas cuantas palabras civilizadas. El fanático de los crímenes de diecisiete años sacaba de quicio al joven político, que empezaba a hacerse un lugar importante en el mundo del poder y las sombras. Cuando los padres de los hermanos Holmes sentían que el menor los superaba llamaban a Mycroft. Normalmente no servía de nada, pero sentían que el hecho de que sus hijos hablaran de vez en cuando les hacía bien a los dos. Por cabezotas que fueran, ¡eran hermanos!
-Estúpido gordo narcisista –seguía remugando Sherlock.
Se sentó en su escritorio y encendió el ordenador. Empezó a repicar sus dedos contra la mesa, rítmicamente. Que lento era ese cacharro… Tardaba siglos en encenderse. Por fin apareció el usuario y la petición de contraseña. Sherlock la escribió a gran velocidad. Cuando por fin el ordenador se hubo cargado del todo, el joven abrió el procesador de textos. Tenía una idea en su cabeza para un nuevo fanfic.
Las agujas del reloj corrían velozmente, mientras Sherlock hacía volar sus dedos sobre el teclado. Con los brazos rígidos y la vista fija en la pantalla iba plasmando todo lo que acumulaba en su brillante mente. Cada media página se detenía para planificar la continuación. Ya tenía el final del capítulo decidido, pero necesitaba ir modificando ciertos aspectos. Un par de horas después de haberse sentado en su escritorio acabó.
-Ahora vamos a subirlo… -murmuró.
Tenía la costumbre de pensar en voz alta cuando estaba a solas (o acompañado) porque le ayudaba a procesar mejor la información.
Entró en fanfiction e introdujo su nombre de usuario y contraseña. Antes de colgar el nuevo fanfic fue a ver cuántos comentarios nuevos tenía su último Oneshot. 25 comentarios en seis días, bien… Podría haber sido mejor.
Sherlock formaba parte de esa web desde hacía dos años, cuando se volvió fanático de la serie Pistas. Investigando por internet encontró , un lugar donde los fans de cualquier universo ficticio podían escribir sus propias historias sobre los personajes. Unos meses después descubrió que en fanfiction también había foros y se apuntó a uno: Los Pistadores de Buscas (el título estaba basado en una frase dicha por el protagonista de Pistas una noche de borrachera).
El joven se encontró fascinado por la cantidad de gente obsesionada con la misma serie que él, y pronto empezó a escribir fanfics. Su sorpresa fue mayúscula cuando descubrió que la gente encontraba sensacionales sus historias. Su modo de inventar casos y llevar las investigaciones era tan brillante… Comenzó a apuntarse a todos los retos propuestos por el foro. La primera victoria le hico ilusión. La segunda también. La tercera también. Meses después ya veía normal el ganar. Desde que se presentó al primer reto los había ganado todos. Se sentía el rey de Los Pistadores de Buscas. Con el tiempo se fue volviendo engreído respecto sus historias, haciendo que los demás usuarios del foro que le cogieran cierto odio mezclado con envidia. Pero sus fanfics eran tan increíbles que seguían votándolo. Nadie hacía historias tan buenas como las de Elemental, el misterioso escritor de los fanfics más leídos, seguidos y comentados de Pistas. Y él lo sabía.
Con una sonrisa de suficiencia colgó el primer capítulo de su nuevo fanfic. "La pista decisiva" iba a ser su gran éxito. Lo sentía en todos los poros de su piel, con eso se iba a coronar emperador de Los Pistadores de Buscas.
-¿Sherlock, se puede saber qué haces tanto rato con el ordenador? –la voz preocupada de su madre sonó al otro lado de la puerta.
-Si lo que sugieres es que me estoy tocando… -Sherlock abrió la puerta de golpe, asustando a la señora Holmes- ya ves que no.
-No quería decir eso, cielo –la mujer se puso colorada.
-No me llames cielo –el joven se puso la chaqueta y bajó las escaleras rápidamente -. Me voy a dar un paseo –exclamó antes de dar un fuerte portazo.
-Oh, querido… -suspiró su madre, resignada.
Las largas piernas de Sherlock se dirigieron al parque. Cuando se encontró a una distancia prudencial de su casa sacó una caja de cigarrillos del bolsillo y encendió uno. Le dio una gran calada, llenando de humo sus pulmones. Dejó caer la cabeza hacia detrás mientras lo soltaba. El frío le azotaba agradablemente las rosadas mejillas.
Le gustaba pasear por esa zona para despejar la mente. Su familia era agotadora. Los ordinarios de sus padres, el creído de su hermano… No dejaban de recriminarle que no tenía planes de futuro. Sí que los tenía: iba a ser detective consultor. Cuando la policía se encontrara perdida (que sería casi siempre), él los asesoraría con sus brillantes deducciones. ¿Qué no existía ese trabajo? Él lo iba a inventar. Sabía que su mente era muy superior a la de cualquiera, exceptuando la de su hermano. El joven Sherlock Holmes estaba deseando irse de casa y dedicarse de lleno a su vocación.
Era domingo, se notaba. Había ese ambiente festivo y resignado típico del domingo que le recorría el paladar como si de un caramelo amargo se tratara. Era un día curioso: feliz porque era fin de semana; odioso porque el día siguiente era lunes. Y todo el mundo odia los lunes.
En eso se encontraba ocupada la mente de John Hamish Watson cuando alguien le puso la capucha de su chaqueta violentamente, tapándole los ojos. El rubio se la quitó rápidamente y le dio un fuerte puñetazo en el estómago a su agresor.
-¡Ah! ¡Que soy yo, idiota!
-Lo sé –sonrió John.
Greg resopló y se sentó en el banco al lado de su amigo. Abrió la boca para decir algo, pero vio al otro tan concentrado que finalmente no dijo nada. Ambos se quedaron en silencio. El recién llegado recordó un tweet que había leído hacía un par de días: "Cuando dos personas están juntas en silencio y no se sienten incómodas, es porque hay confianza entre ellas". Claro que había confianza entre él y John. Eran amigos de toda la vida.
-Estaba pensando en que los domingos son odiosos –dijo al fin el menor.
-¡No me digas! ¿Cuánto rato llevas pensando para llegar a esta conclusión, genio? –se burló Greg.
John le dio un puñetazo amistoso en el hombro al chico de ojos oscuros. Éste soltó un suave quejido.
-Si no te he dado fuerte –se disculpó el rubio.
-No, es que hoy en la academia hemos estado haciendo defensa cuerpo a cuerpo. Creo que tengo un morado enorme en el hombro.
Greg, tres años mayor que su amigo, estaba estudiando en la academia de policía. Tan solo le quedaban unos meses para graduarse. Tenía claro desde niño que iba a trabajar en Scotland Yard: los crímenes le apasionaban.
John, a sus diecinueve años recién cumplidos, estaba en su primer año de carrera universitaria. Medicina. Cuando de pequeños jugaban a ladrones y policías (por insistencia de Greg), él era el encargado de curar las rodillas raspadas de su amigo y las suyas propias. La vocación le venía de nacimiento. Solían bromear con que Greg se dedicaría a la gente muerta mientras que él trataría de salvarles la vida.
-¿Has vuelto a escribir una historia? –preguntó Greg, cogiendo la libreta azul oscuro que había en el regazo de John.
-Sí, bueno… No es muy buena. Sólo la he escrito para pasar el rato. Como siempre llegas tarde… –se encogió de hombros el menor.
El otro no dijo nada. Leyó rápidamente las páginas escritas con la elegante letra de John. Cuando cinco minutos después acabó, le sonrió ampliamente al rubio.
-Es buenísima. Deberías publicarla en algún lado.
-Ya, claro –sonrió John.
-Lo digo en serio. Escribes muy bien, de siempre. La gente merece leer tus historias. Podrían publicarte un libro.
-Me denunciarían. ¿No ves que uso personajes de Pistas? No son originales, no puedo publicar nada.
-Bueno… -Greg miró a su amigo, dudoso- Yo a veces leo fanfics de Pistas por internet.
-¿Fanfics? –arrugó la nariz el rubio.
-Historias sobre un universo ficticio escritas por los fans. Como lo que tú haces en esta libreta.
-¿Eso existe?
-Por lo visto sí. Deberías crearte una cuenta en Fanfiction y colgar tus fics.
-No creo, a la gente no le gustará…
-John –Greg le puso la mano en el hombro a su amigo-, deberías probarlo. Le pones un sentimiento increíble a tus narraciones.
-Venga ya…
-Prométeme que lo intentarás.
-Prometido.
-Pues vamos a mi piso y te creas la cuenta.
-¿Ahora?
-Sí, ahora. Dudo que lo hagas en tu casa.
Los dos jóvenes empezaron a andar. Hacía una tarde otoñal agradable. Algo fría, pensaba John mientras se subía el cuello de la chaqueta, pero agradable de todos modos. Las hojas secas crujían agradablemente bajo los pies de ambos.
Cuando llegaron al pequeño piso que compartía Greg con otro joven, fueron directos al viejo ordenador que tenía el mayor en su dormitorio. Entraron en y fueron a crear la cuenta de John.
-Tengo que escoger un nombre de usuario… -frunció las cejas John.
-Erizo –sugirió Greg.
-¿Erizo? ¿Por qué?
-Pareces un erizo…
-No, queda muy cutre.
-Prueba en inglés.
-Hedgehog… ¡Me gusta! –sonrió John, asintiendo.
-Pues nada, ya estás en fanfiction. Ahora cuelga el primer capítulo de tu fanfic.
-A ver… Aquí. Ahora subir archivo… ¿Qué es Rating?
-Pues creo que indica para que edades es apto tu fic. Dale al… T.
-Vale, el T. Pues ya está colgado mi fic.
-¿Emocionado? –preguntó Greg.
-Mucho –afirmó el rubio.
-Genial, pues ahora vamos a por una pizza.
Y ambos jóvenes abandonaron la habitación, dejando el ordenador encendido. La pantalla aun mostraba que "Corazón vs Razón" había sido subida a con éxito.
