Advertencia: Tanto los personajes como las situaciones descritas son propiedad intelectual de George R.R. Martin..
Let the flames begin
La nieve cubría sus ropas como una segunda piel, fría y cruel, nublando su vista, empañando el camino con su halo blanquecino.
Caminaban hacia la muerte, lo sabía, pero a ellos era lo único que les esperaba, lo último que tenían; morir luchando por Poniente, con orgullo y valentía, pese a que sus nombres y hazañas jamás serían cantadas; sus nombres se perderían en el olvido, enterrados entre árboles vigilantes y blanco impoluto. Nadie sabría quiénes habían sido aquellos que habían dado sus vidas por ellos, pero así era y así debía ser, pues no luchaban por gloria, tierras u honores, la Guardia de la Noche era el vigilante del Muro, el fuego que brillaba contra los otros y, cuando estos los cernían, despertados de un largo letargo casi eterno, los cuervos debían emprender el vuelo: luchar para defender los reinos de los hombres y si debían morir aquella noche, lo harían con la espada en alto, el retumbar de los cuernos aullando en la sombra y la sangre calentándoles el cuerpo helado y marchito.
Y así su vigía comenzaba, perdidos entre la inmensidad de un mar níveo, pues la noche se acercaba plagada de horrores y ellos eran todo lo que restaba entre la muerte y la vida: las llamas que ardían contra el frío de la muerte blanca.
