"Recordará su amor cuando los hombres sean cuentos de hadas escritos por los conejos"

I

El fresco viento de la tarde mecía suavemente los rojizos cabellos de la mujer que descansaba a la orilla de un límpido lago de aguas cristalinas.

El cielo cubierto de blancos cúmulos de nubes se reflejaba como en un espejo sobre la quieta superficie de las aguas.

"Cuando los hombres sean cuentos de hadas escrito por los conejos" susurró con gesto evocador alzando la vista a las lilas florecidas, tratando de ver a los pajarillos que trinaban entre las hojas pero no logró ver nada, sólo había el sonido del trinar envolviendo todo. Cerca había una colina lisa y verde donde se posó su mirada billante…"Aquí fue la última vez que te vi, desapareciste en la colina sin mirar atrás y desde entonces nunca he podido olvidar lo terrible que ha podido ser tu vida en soledad. Cuanto te admiro-pensó apretando las manos contra el pecho con fuerza, presa de esa melancólica desesperación que le embargaba cada vez que se ponía a recordar ese momento en su vida.

Un caballo se aceraba a trote ligero. Podía verse el porte orgulloso del jinete, envuelto en una capa gris. Molly Grue le oyó y le vió venir y se puso de pie para esperarlo

-Sabía que estarías aquí- dijo el jinete bajando ágilmente de su montura

-Eres un mago, no?-consultó ella sin malicia ni ironía. Había mucho cariño en sus palabras-Claro que tendrías que saberlo.

Shmendrick, El Mago, ofreció su mano a la mujer que la tomó con suavidad. El ya no era el joven desgarbado e inexperto que había conocido casi 8 años atrás. Ahora era un hombre verdadero, uno de los grandes y los últimos iniciados de los que solía fanfarronear aún sin saber dominar la magia. Realmente no la dominaba, simplemente dejaba que la magia le dominara a él. Había ganado peso gracias a las deliciosas cazuelas que Molly cocinaba y su mirada esmeralda transmitía una gran sabiduría ahora. Su nariz aguileña era lo único que quedaba de aquel joven aprendiza que la Banda del Capitán Cully había capturado una oscura noche de invierno. Ese mago que había invocado a Marian y a Robin y que la había llevado a conocer a una de las criaturas más maravillosas e increíbles de la creación.

_vamos, Molly- le dijo serenamente –Ella no va a regresar. No de este modo. Debe irse a su mundo, al bosque con sus hermanos.

-No puedo creer que no volvamos a verla. No puedo pensar en que nos olvidará.

-No nos ha olvidado, querida Molly- le contestó abrazándola protectoramente- No lo hará jamás. Simplemente creo que para ella es demasiado doloroso regresar aquí, para ella este lugar fue donde realmente dejó atrás su existencia humana, con todo lo que eso conllevó, aún cuando había abandonado ya su cuerpo en la costa

-Y el Rey...-le miró directamente a los ojos – no hemos regresado al país de Haggard. No hemos oído nada de él. Se habrá casado? Tendrá una familia? Es tan triste pensar que también él estuviese solo.

Schmendrick se encogió de hombros

-La vida es como es, Molly. Esperemos que su vida sea fructífera. Ya te lo he dicho- comenzó mientras la guiaba hacia el caballo-Lir más que un rey se ha convertido en un verdadero héroe recorriendo el mundo para defender las causas justas y liberar a los oprimidos. Es un gran caballero. Nosotros no podemos hacer más y tú, mi querida Molly es mejor que dejes de venir aquí. Cuando un unicornio desea ser visto se acerca y va a tus sueños. Busca tu presencia. Yo creo que Amaltea ha estado junto a ti y no la has notado.

-Pero cómo podría ignoarla!- exclamó cual si el hombre hubiese dicho una estupidez- la amo! Es mi sueño de niña, mi hija y mi hermana…ella es mi esperanza de un futuro mejor.

-Creo que ella sabe todo eso- le dijo mientras la montaba en el caballo- y creo que debes prestar más atención a tus sueños, estoy seguro que ella ha estado ahí.

-Tienes razón, Schmendrick- asumió ella-pero en mi imaginación siempre creí que eran sólo sueños, mis deseos, no su presencia. Hay tantas cosas del reino mágico que no me has enseñado.

El le sonrió mientras montaba tras ella.

-Algún día, si dejas de ser tan testaruda….ahora vámonos de aquí. Anochece y los bandidos salen a sus labores, no les demos el honor.

-No me lo digas a mi.- sonrió mientras que en su memoria los ecos de la vida en el bosque con la Banda de Hombres alegres se agitaban buscando protagonismo. Agradecía esos años a pesar de todos. De no estar ahí, con ellos, jampas habría vivido la aventura de la libración de los unicornios.

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Los acantilados filosos habían vuelto a convertirse en la base de un nuevo e imponente castillo. Lir, el Rey heredero de las tierras de Haggard lo hizo construir del mismo modo que su padre adoptivo, cerca del mar, de oscura piedra y en el interior los más hermosos tapices de unicornios que había podido rescatar desde los más lejanos confines de la tierra, comprados a mercaderes, fabricados en finas telas e hilos. No como un homenaje a su antecesor sino en una muestra de su necesidad de mantener vivo el recuerdo de Amaltea. Sentía que de no tener ese recordatorio de la belleza irreal de su estirpe él podría olvidarla y darle un lugar en su corazón a una mujer cualquiera que despertara su alma del sueño en el cual se sumergiera hacía ya tantos años.

Su corte y su pueblo, que ahora anidaba en la costa, a la sombra del castillo, florecían y no se recordaba en los reinos cercanos desde cuándo aquellas tierras habían tenido vida como entonces. Muchos reyes, mediante mensajeros, habían le enviado presentes y mensajes, deseosos de formar alianzas y casar a sus princesas con él. Se había corrido la voz por toda la Tierra conocida, sus hazañas, su valentía y su gran corazón, pero el rey seguía solo, resignado a estar así hasta que el último suspiro escapara de sus labios. No amaría a nadie como había amado a Lady Amaltea, aún si fuese una arpía venida del mismo infierno, no podría amarle menos y venerarla de otro modo.

La noche caía y la luna se derramaba en jirones sobre el mar embravecido, tronaba y efervescía cuando las olas chocaban contra la fría roca del acantilado. Lir miraba el horizonte marengo y se preguntaba si no acabaría algún día enloqueciendo como Haggard, perdido en su amor por un unicornio. Temía caer en la tentación de revivir al Toro Rojo y rogarle que le trajera a cada unicornio a fin de recuperar al que se había ido siendo medio humano. A veces la desesperación de la ausencia eterna caía sobre él y le recordaba que no había realmente un mañana feliz…que su felicidad se resumiría por siempre a los recuerdos. A veces soñaba con ella, con su cuerpo de mujer otras veces la soñaba ya como un unicornio jamás podía recordar sus sueños salvo que era mujer o era unicornio en ellos…y le desesperaba no hacerlo, quería aunque fuera en sueños tener la certeza de que estaba con él.

"Una vez oí de un unicornio que fue salvado de morir bajo una flecha y le convirtieron en un hombre…-había oído decir alguna vez a algún lugareño en algún pueblo de los muchos que visitara durante los primeros años desde que ella se fue-…oí que se casó con una doncella y que murió siendo respetado"

Pero ese no era el destino de ella, su existencia tuvo la misión más importante que a cualquier ser podía ser concedida: salvar a su pueblo. No podía simplemente volverse humana para convertirse en reina y morir olvidando la grandeza de su vida.

De todos modos te amo…-susurró y entró a su aposento en silencio para pasar otra noche abrazado por la soledad y la tristeza.

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