No sabía cuántas veces había pasado ya, pero otra vez venía borracho y de madrugada. Su pobre mujer, a la que se supone que respetaba y amaba, le esperaba despierta en la cama y preocupada mirando el reloj de la mesita de noche hasta que oía la puerta principal de abrirse. Cuando esto pasaba, no sabía si alegrarse de que su querido marido volviera a casar o aterrarse porque siempre que venía ebrio, significaba que los gritos iban a estallar de sus dos bocas, y esos gritos aumentarían y subirían de tono hasta que él le diera un bofetada, la insultara y ella empezara a llorar, como siempre pasaba cuando le reprimía algo incluso sin estar ebrio, aunque ella no quisiera aceptarlo ya que, según ella, "La culpa era suya porque le enfadaba mucho". Y lo que más le dolía de todo esto era que sus dos pequeños, aunque ya de diecisiete años de edad cada uno, lo oyeran todo.
Pues bien, esta vez fue como las otras: él llegó, se dejó caer en la entrada, ella bajó a por él, le regañó, el despertó, la gritó, empezaron a discutir (más por culpa de él que de ella), ella le replicaba con un tono más bajo, pues ya sabía que lo mejor era no ponerse nerviosa ni alzar la voz pero… daba igual, él la pegó, como cada noche, y todo quedó en silencio mientras él murmuraba. El más pequeño de los gemelos ya no aguantaba más estas noches de angustia y gritos, así que sin pensarlo dos veces salió de su cuarto.
-¿A dónde vas?- dijo el mayor de los gemelos echado en su litera baja mientras miraba al otro bajar por las escaleras de las camas.
-Ve~, voy a ayudar a mamá.- si por algo destacaba el pequeño e inocente Feliciano, aún inocente a pesar de su edad, era por su ingenuidad pero no… en realidad no era así… él sabía lo que pasaba en su casa y que no era nada bueno, por eso escondía su dolor en una infantil máscara de inocencia con rostro alegre e infantil.
-Idiota, ya sabes lo que nos dice cuando pasa esto. Además, ya sabes lo que me hizo a mí la vez que salí a intentar detenerles.- suspiro y le dio la espalda acurrucándose entre el edredón y el colchón.
-¡Pero no puedo quedarme aquí otra vez como si nada! No me importa lo que mamá diga, yo… quiero ayudarla… y a papá también…- luchaba por no sollozar si quiera, pero su garganta empezó a hacerse un nudo.
-Feliciano… yo también quiero ayudarles…- se giró de nuevo de cara a él. –Pero papá no cambiará porque ahora aparezcas tú. Siempre te ignora como a mí y cuando le hablas te responde de mala gana. Papá nunca cambiará, aunque diga lo contrario.-
-Pero…-permaneció cabizbajo mientras sus ojos empezaban a calentarse y sus labios temblaban. -¡Me da igual, no soporto verlos así!- salió del cuarto corriendo hacia las escaleras.
El mayor de los gemelos se limitó a suspirar mirando hacia las escaleras y rezando porque aquel monstruo al que llamaba "padre" no le hiriera conociendo lo débil que era. La vez que él salió, vio cómo alzaba la mano hacia su madre para darle una bofetada, la cual estaba encogida en el suelo protegiéndose con sus brazos colocados alrededor de su cuerpo. Él se interpuso y agarró su muñeca, pero lo único que consiguió es que éste le tirara al suelo y descargara todo su odio en él dándole patadas en la espalda y tripa, siendo cauteloso de no dárselas en la cara o zonas bastantes visibles porque estaba borracho, sí, pero no era tan tonto como para dejar evidencia de sus actos en sus víctimas, por no hablar de que ya hasta los vecinos sospechaban de él pero por más que preguntaban, la madre se limitaba a decirles que no había problemas en su casa con una sonrisa en su rostro y una profunda herida en su corazón.
Feliciano llegó abajo y vio cómo su padre estaba sobre su madre mientras ésta trataba de apartarle. Él le lamía el cuello y se lo besaba mientras ella ponía las manos en su cabeza y trataba de apartarlo. Lleno de valor, el frágil Feliciano se puso sobre su padre y le agarró de los hombros tratando de apartarle, pero él tenía más fuerza, así que seguía insistiendo con la mujer.
-¿Feliciano? ¿Qué haces?- trataba de apartar los brazos de su marido con toda su fuerza. –V-vuelve a tu cuarto… estoy bien…-
-¡Ve! ¡No, no estás bien!- seguía tirando de los hombros de su padre. -¡Deja a mamá en paz! ¡Déjanos a los tres en paz!- gritaba mientras trataba de hacer más fuerza.
-Vaya, tengo unos hijos muy maleducados…- finalmente y por voluntad propia, el hombre se apartó y levantó.
Apartó sus manos de sus hombros temblando mientras le miraba. No sabía qué hacer; si corría, volvería con su madre y sabe Dios lo que le podría hacer, pero si se quedaba, se llevaría una gran paliza. Decidió quedarse dado que prefería sufrir él antes de la persona que le otorgó la vida, así que con miedo mientras veía a su padre quitarse el cinturón y tomarlo con una mano, él se fue echando para atrás hasta chocarse con una pared, por la cual se dejó caer hasta el suelo e igual que su madre, se protegió con sus brazos.
-Antes no eras tan desobediente ni replicabas tanto, ¿cómo es que ahora de repente sí, eh?- se fue acercando a él lentamente mientras sacudía su cinturón.
-Ve… porque cuando éramos pequeños… tú no eras así…- le miraba mientras lloraba.
-¿Qué quieres decir? Yo siempre he sido un buen padre, los malos sois vosotros.- cogió impulso y le dio con la hebilla en su brazo derecho.
Soltó un gemido de dolor mientras se llevaba la mano hacia la zona golpeaba y la frotaba para tratar de aliviarse el dolor.
-Sólo hago esto por tu bien, como hice con Lovino. Y parece ser que desde entonces ha aprendido a no meter las narices donde no le interesa.- le dio otro, esta vez en la mano con la que se tocaba la primera magulladura.
De nuevo, otro grito de dolor y ahora una mano ensangrentada con un profundo moratón. Permanecía cabizbajo llorando e incapaz de moverse, con su mente inundada de miedo.
-¿Has aprendido la lección o tengo que enseñártela de nuevo?-
Trató de pronunciar una respuesta, pero estaba tan nervioso que su voz era extremadamente baja y casi inaudible.
-¿No la has aprendido? ¿¡No la has aprendido!?- gritaba una y otra vez mientras le daba con la hebilla ahora en la cara.
El pobre Feliciano pudo contar tres golpes impactando en su cara pero cuando paró, oía cómo la hebilla seguía impactando en alguien más y éste gemía. Ese alguien era su madre, la cual recibía los golpes en su espalda mientras abrazaba a Feliciano fuertemente y acompañándolo en su llanto.
-¡Y tú sólo eres una puta! ¡Sois todos una basura!- siguió azotando con el cinturón la espalda de la madre mientras ésta miraba a Feliciano con gruesos lagrimones bajando por sus mejillas.
-C-cielo… huye de aquí… ya me encargo yo…- le sonreía débilmente.
-Mamá…- lloraba mientras la miraba.
-Tr-tranquilo… estaré… bien…- sus brazos apoyados en la pared empezaban a flaquearle.
Se apartó rápidamente y corriendo todo lo deprisa que puso y aún con su pijama puesto, salió de la casa hacia la calle en busca de ayuda, con su mejilla y mano ensangrentadas. La madre finalmente cayó al suelo aturdida y perdió el conocimiento mientras su marido seguía "castigándola" con el cinturón. El mayor de los gemelos, Lovino, bajó preocupado y contempló la escena.
Todo estaba desierto, sólo unos pocos coches circulaban por la calle, pero no había rastro de ninguna comisaría abierta o alguien para pedir ayuda. Finalmente y tras correr como alma que lleva el diablo por la calle y sin rumbo fijo, Feliciano acabó chocándose contra un hombre que salía de la oscura parte trasera de un edificio.
-Eh, ten más cuidado.- lo miró molesto hasta que vio que se trataba de un herido que iba asustado y aún con ropa de cama. Todo esto le extrañó bastante, incluso empezaba a pensar que se trataba de un loco que se había escapado de un psiquiátrico a causa de sus pintas.
-L-lo siento.- jadeaba cabizbajo con la garganta seca.
-¿Estás bien?- miraba sus manos y su cara llena de magulladuras. -¿Has tenido una pelea?-
-Más o menos…- jadeaba aún mientras alzaba la cabeza lentamente para encontrarse con aquel hombre. Era bastante alto, con el pelo rubio engominado hacia atrás y dos ojos azules celestes. Se podría decir que era el orgullo de la raza alemana, por no hablar de su musculoso y voluptuoso cuerpo, y de los brazos que se le marcaban en aquella ceñida camisa negra.
-¿Quieres que te lleve al hospital? Estás algo pálido y ensangrentado de más.- seguía mirando todas sus heridas.
-No… estoy buscando una comisaria… si puede decirme…- sin poder aguantar ya ni su propio peso, se dejó caer al suelo perdiendo el conocimiento.
El hombre, cada vez más preocupado por el muchacho, lo cogió en brazos y contempló todas sus magulladuras. Se dirigió hacia su coche, un enorme todoterreno negro, y lo echó con cuidado en los asientos de atrás.
