DISCLAIMER: Ni Lost, ni los personajes, sitios, referencias etc me pertenecen, así como tampoco las frases, títulos etc que pudieran pertenecer a otras películas, series, libros etc
RATED: T (no sé porqué, pero quizás algún elemento sobrenatural y un poquito de sangre, pero muy muy muy poca)
DISCLAIMER: Ni Lost, ni los personajes ni nada que tenga que ver con la serie me pertenece, así como tampoco la leyenda, la similitud con cualquier otra historia o las referencias históricas. Escribo sólo para divertir y divertirme. Y porqué leer mucho y escribir desarrollan positivamente la mente y el alma.
NOTA AUTORA: Este relato está inspirado en una leyenda popular de San Jorge y el dragón. He hecho una adaptación muy pero que muy particular a los personajes de Lost que creo que se adaptan más a los protagonistas de la leyenda. Por cierto, escribo Rey con mayúsculas muchas veces porque creo que el personaje de Mr. Eko en la serie debería haber sido desarrollado por los guionistas y también debería haber sido uno de los principales protagonistas de la serie en lugar de otros pelmazos.
Este es un relato SAWYER-ANA-LUCIA-MR.EKO.
Espero que lo disfrutéis.
PARTE I
Dicen que hace mucho tiempo, allá por el siglo XII de nuestra era, en el país de Libia había una pequeña ciudad llamada Silca.
Era Silca una bella ciudad fortificada, protegida por altas murallas, rodeada de un entorno cálido y con un lago tan grande que los pescadores podían tardar dos días en cruzarlo.
Como en todas las grandes ciudades de aquella época, un rey dominaba el castillo, y ese rey tenía una hija, la princesa Ana-Lucía, de dieciséis años, cuyos ojos oscuros y largos cabellos negros como el ébano encantaban a muchos de los caballeros de su padre, el Rey Eko.
El Rey Eko era un hombre muy atractivo, alto y musculoso, con una amplia sonrisa y una inteligente mirada, su piel era tan oscura que en las noches de luna nueva siempre caminaba con un collar de perlas tan blancas como sus dientes, pues su brillo permitía distinguir a sus súbditos quien se acercaba. En cambio su hija, fruto de su matrimonio con una bella dama cristiana del centro de Europa, tenía una piel dorada y tan suave que parecía de terciopelo.
- Padre, ¿me permitís ir al lago con mis damas?
- Siempre que vayan unos guardias contigo no veo porque no. Adelante hija.
Ana-Lucía llamó a sus damas y también amigas y se dirigió al lago, seguida por un séquito de soldados que las protegían.
Se acercaron todas las damas a la orilla, y jugaron con las piedras lanzándolas lo más lejos que podían. Rompían sus reflejos en el agua y se reían, mientras los guardias las admiraban con la sonrisa escondida entre las mallas y los yelmos.
- Mi señora, mirad ahí, ¿no veis nada extraño en el agua?. - Dijo una joven dama señalando un punto en el inmenso lago.
La princesa miró a lo lejos, buscando alguna cosa rara en la superficie, pero sólo vio una barca con dos pescadores que enrollaban sus redes, preparándose para el regreso a sus hogares.
De pronto la tierra pareció temblar bajo los pies de los presentes y el agua burbujeó como si estuviera a punto de hervir, un humo blanco asomó entre las pequeñas olas que se habían formado y la barca de pescadores se balanceó. Los dos hombres soltaron las redes y se sujetaron a ambos lados intentando encontrar los remos, pero no tuvieron tiempo ni de rozarlos. Una fuerza descomunal surgió de debajo del bote y los elevó varios metros, los gritos de los pescadores fueron oídos por las mujeres y los soldados, que estaban inmóviles y petrificados por el espectáculo que estaban presenciando.
La barca se mantuvo sostenida por una columna rugosa y negra durante algunos segundos, hasta que fue lanzada de nuevo al lago, cayendo boca abajo sobre los pescadores; no habían pasado ni dos segundos cuando la columna negra se hundió y lanzando un chorro de agua espectacular arrastró el bote y todo lo que había cerca hacía el fondo.
Silencio era lo único que se oía, ni un solo pájaro se atrevió a cantar.
Los rostros de los que observaron la escena reflejaban terror. Incluso los soldados sentían sus piernas y sus brazos paralizados.
- Señora…señora. - Dijo de nuevo la dama de la princesa.
- ¿Qué?. - Contestó Ana-Lucía aún con la mirada clavada en el lago.
- Nada…debemos regresar mi señora.
- !No!. Esperad, hay que buscar a esos dos hombres.
La princesa se giró hacia sus soldados.
- Sayid, Michael, entrad ahora mismo en el agua. Nadad hasta el centro del lago y buscad los restos de la barca.
Estaba loca o era malvada, fue lo primero que pensaron los soldados. Pero cuando se disponían a acatar la orden de su señora una voz repentina les obligó a girarse.
- Mi señora, vais a mandar a vuestros hombres a una muerte segura. ¿Es que acaso no habéis presenciado lo que aquellos dos desgraciados acaban de sufrir?. Sed piadosa con ambos y no les dejéis ir al lago.
Ana-Lucía se giró y miró al caballero que le hablaba, se trataba de un hombre alto, fuerte y con una armadura brillante y limpia como pocas se veían.
- ¿Quién sois vos para atreveros a hablarme de esta manera?. - Preguntó la princesa muy orgullosa.
- Soy James Ford, Caballero de la Orden del Cisne, y he visto todo lo acontecido. Por piedad os suplico que no enviéis a estos soldados a tan cruel destino.
- ¿Y qué me decís del destino de los pescadores?. Pueden estar vivos. Hay que encontrarles y devolverlos a sus familias.
Los soldados de Ana-Lucía se acercaron rápidamente al caballero, le apuntaron con sus lanzas, pero su gesto denotaba desgana, al fin y al cabo aquel hombre les estaba defendiendo pero muy a su pesar debían lealtad al Rey Eko y a su hija, así que no tuvieron más remedio que amenazar al caballero.
- Por favor, princesa. Sed tan buena como bella sois. Os lo suplico como fiel servidor vuestro desde ahora mismo.
La princesa le miró a los ojos, y vio un profundo mar reflejado en ellos.
- Habéis logrado que me compadezca de los soldados. Pero no por eso debo olvidar a los súbditos que están en el lago. Haré que los busquen en cuanto regrese al castillo.
Regresaron rápidamente al castillo, seguidos por el caballero James.
En cuando llegaron, la princesa Ana-Lucía, sus damas y los soldados que les acompañaban se postraron ante la presencia del Rey Eko.
- Padre y señor, ha sucedido una tragedia en el lago, dos pescadores han sido derribados de su barca por una bestia. Os ruego que enviéis una barca y unos soldados a su rescate.
- Hija, esto que me contáis es terrible, pero puede que esos hombres no estén vivos.
- No padre, eso no lo sabemos, debemos ir en su busca. - Replicó la princesa con lágrimas de impotencia en los ojos.
Una de las damas se acercó a Ana-Lucía y con la cabeza baja susurró algo a su oído, la princesa asintió con la cabeza y de nuevo se dirigió a su padre.
- Mi señor, también hemos encontrado a un caballero, dice llamarse James Ford y pertenecer a la orden del Cisne.
- ¿Y dónde está ese caballero? - Preguntó el Rey Eko.
- Aquí estoy Rey Eko. Me presento ante vos y vuestra corte como un humilde vasallo. Estoy a vuestra entera disposición si me lo permitís.
El Rey Eko se acomodó más en su trono y miró fijamente al joven caballero durante unos instantes. James Ford caminaba con una mano delante, cruzada sobre el pecho en el que ostentaba un extraño símbolo en forma de octágono con varias líneas entrecortadas en su interior.
- ¿De dónde venís caballero James Ford?. - Preguntó el Rey Eko.
- De Capadocia mi señor, en Turquía.
-¿Y a dónde os dirigís?
- Señor, soy soldado y sirvo a un señor poderoso y bueno. Mi misión es como la de otros soldados, ir por el mundo explicando su doctrina con el único fin de dar a conocer la fe y procurar el mayor número de fieles. Así estaremos más cerca de un mundo sin guerras ni odios, sólo paz.
- Y decidme, quién es vuestro señor, ese tan poderoso que os manda viajar por todo el mundo.
- Jacob, así le llamamos mi rey.
El Rey Eko meditó de nuevo durante unos segundos. Parecía un ordenador que procesa la información recibida, y luego ya está listo para continuar.
- Bien, bien. Ahora contadme el incidente del lago. Quiero saber si a vos os parece correcto enviar una misión de rescate.
- Señor, dos pescadores que recogían las redes en su barca fueron levantados varios metros sobre el agua del lago por alguna especie de bestia desconocida por mí. Esta bestia les volvió a lanzar contra la superficie del lago y luego, tras una cortina de agua, tanto la barca como los dos infelices marineros desaparecieron.
- Así pues, según vuestro parecer no es preciso salir en su búsqueda.
Pero la princesa dio un paso hacia delante y protesto.
- !Padre!. No por favor, os lo suplico.
- !Calla hija!. Escucha al caballero. - Respondió el Rey Eko de forma autoritaria.
Las lágrimas resbalaban por la mejillas de la princesa, y el caballero la miró durante un tiempo hasta que la voz profunda del monarca le despertó de su trance.
- Responded a mi pregunta caballero.
James Ford volteó la cabeza hacia el rey, la inclinó adelante a modo de reverencia y volvió de nuevo a mirarle.
- Mi Señor, estoy convencido que esos dos desgraciados pescadores perecieron en el fondo del lago. Además, hay una bestia, un monstruo completamente desconocido y debemos ser prudentes.
Cuando escuchó esta última frase, Ana-Lucía salió corriendo a sus aposentos seguida por sus damas.
Pasaron algunos días y el caballero fue invitado a residir en el castillo, mientras el monarca escuchaba atentamente las proezas de Jacob, señor de una extraña doctrina. Ana-Lucía evitaba cruzar una sola mirada con el caballero James Ford, pero el joven en cambio, no hacía lo mismo, sino que muchas veces parecía estar embelesado observándola caminar por los jardines y los pasillos del castillo.
Cómo era costumbre en aquella época, James Ford dormía en una enorme sala del castillo, coronada por la chimenea más grande que jamás había visto, tallada rudamente en fría piedra. El fuego permanecía encendido toda la noche, calentando a los vasallos del rey.
Una noche, James estaba sentado frente a la chimenea, mirando como crepitaban los trozos de madera y los saltos de las chispas naranjas. No era costumbre que la princesa abandonara sus habitaciones y se dejara ver por la sala, pero por alguna razón, Ana-Lucía no podía conciliar el sueño y decidió bajar al salón. Descendió descalza por las heladas escaleras y cuando llegó al último escalón, se quedó escondida tras la pared, mirando hacia la chimenea, entonces vio al joven caballero, y sin poder evitarlo inspeccionó sus cabellos, su rostro, y todo el resto del cuerpo que desde su posición podía ver. La visión no le desagradó, hasta el punto que pensaba en lo atractivo que aquel desconocido resultaba para ella. Era un hombre diferente, que tenía una dulce sonrisa y unos ojos azules penetrantes. Ana-Lucía se estaba enamorando de alguien a quién jamás le permitirían unirse.
Ni siquiera se dio cuenta de que James le estaba devolviendo la mirada con una de sus amables sonrisas.
- Mi señora, vuestra presencia conforta mi falta de sueño.
Ana-Lucía no dijo nada, pero mientras el se acercaba cada vez más tampoco fue capaz de moverse, simplemente se quedó quieta esperando que el caballero llegase a su lado.
- ¿Es qué acaso vos no podéis dormir?. Es una noche fría, quizás no sea lo mejor para vuestra salud andar descalza por el castillo.
La joven bajó la cabeza y se miró los pies, y notando los ojos de él, a pesar de llevar una gruesa capa que tapaba su cuerpo, se sintió casi desnuda. Instintivamente, movió los pies y pretendió esconderlos, pero como eso era imposible pues debía aguantar en pie, se balanceó y cayó hacia delante, siendo sujetada por James.
El caballero continuaba sonriendo, pero ella, que se había ruborizado, le empujó suavemente y subió rápidamente por las escaleras hasta llegar a su habitación.
Al día siguiente, el castillo entero fue despertado por espeluznantes gritos de socorro. Eran desgarradores y agudos hasta el punto de sentir que podían perforar los tímpanos.
Tanto el Rey Eko, como la princesa, sus damas y el resto de la corte y vasallos se reunieron en la gran sala del trono para entender el porqué de aquellos chillidos.
Un hombre y una mujer estaban dentro, llenos de barro y arañazos por todo el cuerpo, con numerosas heridas sangrantes que resultaron ser superficiales.
- Señor, por favor, ayúdenos por piedad.
- Mi Rey, mi señor, tenga compasión de nosotros.
Suplicando se lanzaron al suelo postrándose ante el monarca.
- ¿A qué se debe todo este escándalo?. - Preguntó el Rey Eko con voz firme.
La mujer se levantó despacio pero quedó con las rodillas apoyadas en el suelo como símbolo de sumisión.
- Mi Señor, estábamos en el lago con nuestras vacas, las llevamos siempre a la misma hora para que beban agua fresca, cuando de pronto algo monstruoso ha empezado a arrastras las vacas hacia el interior del lago. Hemos peleado con uñas y dientes, con palos pero no hemos podido salvar ni un solo animal.
- ¿Cuántas vacas eran?
- Eran cuatro mi señor. - Respondió de nuevo la mujer.
- Describe eso monstruoso que se ha llevado las vacas.
- Era de color negro, y de él emanaba un vapor apestoso Todo el lago tiene un hedor muy extraño desde hace días, pero hoy no se podía estar en ese lugar sin taparte la nariz. Respondió la mujer gesticulando con las manos.
El hombre también se había incorporado y aprovechó el silencio de la mujer para intervenir.
- Sí mi señor, salió de repente del agua rodeado de un humo todavía más oscuro y se lanzó contra las reses.
Tras una pausa, el rey habló de nuevo.
- Bien, se os compensará por la pérdida del ganado. Pero antes iréis con un grupo de soldados al lago y les mostraréis el sitio exacto en el que se apareció esa…cosa nauseabunda.
La pareja se retiró reverenciando al rey. Unos cuantos soldados capitaneados por un oficial salieron del castillo junto a los dos campesinos y comenzaron el camino al lago.
El salón se quedó en silencio durante unos breves momentos, hasta que la princesa se dirigió a su padre.
- Mi rey, y padre mío, os agradezco el interés que os habéis tomado por el monstruo, aún así no dejo de recordar a los dos desdichados pescadores que hace días desaparecieron en las aguas.
- Eso, hija mía, es algo digno de una futura reina. La compasión te hace noble, mi princesa. - Respondió el Rey Eko acariciando la mejilla de su hija.
Con el paso de los días, la tranquilidad pareció de nuevo reinar en la ciudad, pero el hedor apestoso que provenía del lago, aunque las aguas no tenían mal sabor ni estaban envenenadas, era algo que preocupaba a los lugareños y también a la corte entera.
Mientras tanto, el caballero James pasaba horas y horas charlando con el rey sobre la religión que profesaba hacia Jacob. Contaba las bondades y virtudes de su líder así como los milagros que se le podían atribuir, tales como apariciones en varios lugares a la vez, sanaciones y curas de enfermedades en aquella época mortales y hasta resurrecciones de personas a las que se había visto vivas tras haber muerto hacía mucho tiempo.
El monarca estaba fascinado por el dogma que James explicaba y a pesar de pertenecer a otra religión, el Rey Eko estaba tentado en el cambio a la nueva fe que se le ofrecía.
Pero al ver la indecisión del rey, el caballero James pensó que quizás no debía presionarle y que lo más conveniente sería irse durante un tiempo para volver más adelante a ver si se había producido el convencimiento a la nueva fe.
Con gran pena el rey despidió al caballero, pues en él había encontrado un amigo y confidente.
La princesa no quiso tan siquiera salir al balcón, pero desde la ventana de su habitación miró la partida de James con los ojos encharcados en lágrimas.
Recordaba la noche que cayó en sus brazos, aunque después ella no hizo más que evitar su compañía a pesar de que alguna vez el caballero se le acercó dispuesto a entablar conversación. Ahora estaba arrepentida por no haber hablado más con él y era consciente de que quizás no le volvería a ver más.
