El universo y los personajes de esta historia son propiedad intelectual de J.K. Rowling
SUPERVIVIENTE
I
King's Cross
1 de septiembre de 1998
«To be, or not to be-that is the question: /Whether 'tis nobler in the mind to suffer /The slings and arrows of outrageous fortune /Or to take arms against a sea of troubles/And by opposing end them. [...]»
Hamlet. William Shakespeare
Caminar por la plataforma del andén 9 y 3/4 se me antojaba del todo irreal, dadas las circunstancias. Había llegado temprano para no tener que cruzarme con nadie, pero había un par de niños bobalicones y sonrientes con sus estúpidos baúles y sus ridículas lechuzas despidiéndose de sus patéticos padres. No me hacía demasiada gracia que hubiera quien pudiera disfrutar de los nuevos tiempos cuando, dentro de mí, no encontraba paz alguna.
Por todo ello, regresar Hogwarts me parecía absurdo: el sentido que hubiera podido tener en el pasado se había esfumado; ya entonces me había parecido una total y absoluta pérdida de tiempo, pero ahora se había vuelto un suplicio porque el futuro había dejado de importar. Al fin y al cabo, no albergaba esperanza alguna para el mañana. Con un padre al que responsabilizaba de todos mis males persiguiendo a sus antiguos amigos para obtener un perdón que nadie creía que mereciera y echando por tierra su ideología para canjearse influencias, los cimientos de mi mundo se resquebrajaban. Yo mismo me tambaleaba en la cuerda floja y, en ese momento, casi hubiera deseado caer, caer del todo…
«Ojalá no existiera», se me ocurrió esa mañana. Aquella fue la primera, mas no la última vez que se me pasó la idea por la cabeza. Solo que en esa ocasión, lo vi frente a mis ojos de forma real, tangible y escandalosamente atractiva cuando planté mis pies al borde del andén y miré hacia abajo, engatusado por el reflejo de la luz en aquellos raíles de metal. Malditos, susurraban mi nombre con voces de hierro y acero… Solo tenía que dar un salto en el momento justo, cuando el tren arrancara y entonces… Entonces, un momento de dolor intenso, pero después, todos los problemas se habrían acabado. Al fin.
Sería como dormir sin soñar, sí. Un plácido y placentero sueño silencioso sin final y mi presencia se disolvería en la nada. ¿Qué quedaría de mí salvo mis errores? Errores que, por otra parte, yo no tendría por qué volver a recordar jamás.
Claro que nadie podía garantizarme ese final; nadie podía asegurarme a ciencia cierta si después me recibirían los fríos brazos de un limbo vacío. Tal vez no hubiese sueño eterno; tal vez hubiese un cielo. O un infierno. Desde luego, de haberlo, estaba seguro de quién me estaría esperando allí y lo último que yo deseaba era reencontrármelo. Al final, todo se reducía a si sería suficientemente valiente como para afrontar la posibilidad de una pesadilla.
De pronto, sentí una mano delicada sobre mi hombro derecho y un escalofrío me recorrió la espalda. Levanté la mirada y me topé con los hermosos ojos azules de la única persona en el mundo que pensaba que yo era una criatura perfecta; quizás, la única capaz de redimirme de todos mis pecados.
—Madre… —susurré con voz ronca.
—Draco, ¿Estás preparado? —preguntó ella y escuché la emoción contenida de su voz. Me sorprendí al descubrir que estaba tan asustada como yo. Sin embargo, en las arrugas de su frente, podía leerse una férrea determinación, la misma con la que había plantado cara al señor Tenebroso hacía cinco meses. Por mí. Ahora tampoco le temblaría la voz—: Creo que es el momento de subir al tren. La vida sigue, hijo.
N.D.A.:
Este capítulo está enteramente basado en el famoso soliloquio de la primera escena del tercer acto de Hamlet.
