Bienvenido a casa

La luz siempre estaba apagada. El olor de la comida recién comprada inundaba la habitación y luego de ponerse cómodo, comía tranquilo mientras leía un poco y se iba a dormir hasta el día siguiente.

Día tras día la misma rutina. Ni si quiera supo el momento que dejó de decir 'estoy en casa', simplemente, la soledad se había vuelto una inquilina que no iba a poder echar de su vida, no importaba qué hiciera, siempre estaba solo. Si la soledad era su compañera, la muerte era una visitante recurrente en su vida. Tanto así que se había encargado de llevarse a todo aquel a quien había querido de a uno, así sintiera ese dolor de manera lenta, pausada, y se diera cuenta de que iba quedando completamente solo con una parsimonia que daba miedo.

No supo tampoco en que momento había dado un cambio su vida. Probablemente, el equipo siete le devolvió la fe y la confianza, le devolvió la oportunidad de forjar lazos con alguien más y le permitió que alguien más entrara en su vida. Pero si alguien había cambiado su vida, era aquella que lo esperaba con la luz encendida. Un acto tan ínfimo como lleno de significado: su casa ya no estaba a oscuras y era algo de una simplicidad mundana y tan importante. Esa oscuridad que se había disipado significaba tanto que ni si quiera era capaz de poner en palabras lo importante que era esa luz encendida que se veía en la ventana de la casa.

Kakashi abrió la puerta y entró, recibiendo apenas llegar un regaño de su esposa:

—Avisa que llegaste ¿Cuántas veces te lo he dicho? —Con el niño en brazos, se paró de puntitas y le dio un beso en la mejilla—bienvenido a casa —sonrió cuando vio a su hija gateando y a punto de tirar el jarrón de la mesa al jalar del mantel— ¡Anzu-chan, no! —Gritó dejando a Kazuki con Kakashi mientras ella corría por su hermana evitando una tragedia mayor.

Él recibió al niño en brazos viendo a su esposa correr y detener a la niña. La observó con una sonrisa desde la puerta. Era esa cotidianeidad que pensó que jamás iba a tener que estaba ahí, en su hogar. Y ahí estaba otra de aquellas palabras que jamás pensó pronunciar: hogar. Siempre había tenido una casa a la que volver, desde niño, cuando vivía en el campo de cultivo que le había dejado su padre. Luego, otra casa más pequeña, adecuada a lo que él necesitaba: un sitio para dormir y comer. Ahora, podía pronunciar esa palabra y sentirla tan suya: hogar.

El olor de la comida casera llegaba hasta su nariz y los sonidos de la casa, ver a su esposa, sus hijos, todos aquellos detalles que significaban tanto y que había ignorado durante tantos años, habían llegado a su vida una vez más. Tenía una familia que amaba y que lo volvía loco a partes iguales.

Cerró la puerta y se quitó los zapatos antes de ingresar, bajándose la máscara con una sonrisa en los labios, dirigiéndose hacia donde estaba su esposa sentada en el suelo con su hija en brazos. Se sentó a su lado complacido, completo, feliz. Había encontrado su felicidad y residía en esas tres presencias que cobijaba con sus brazos, residía en su familia y en nadie más que ellos.

—Estoy en casa.


Se subió mal el formato anteriormente, así que les dejo corregido el fic. Lamento la demora que hasta ahora es que logro recuperar mi conexión de Internet. Espero lo hayan disfrutado.

¡Un abrazo!