En una época no lejana a la nuestra, existió en el firmamento una comunidad estelar que vivía tranquila y feliz en el universo, pero hubo una estrella rebelde que no estaba contenta con su vida, ella quería conocer más a fondo la vida humana y quería conocer eso que tantas personas le habían pedido noche tras noche cuando ella salía a brillar, el amor de una persona, así que fue con su padre a pedirle que la dejara vivir en la tierra.
Él, al escuchar esa petición, su rostro se consternó y le dijo a la pequeña estrella que lo que ella quería era muy peligroso, que sufriría mucho y que se arrepentiría; le dijo que en la Tierra no encontraría ese sentimiento y que sólo perdería el tiempo, pero ella le dijo que sería valiente y que le diera la oportunidad, así que su padre con mucho dolor acepto y le permitió bajar a la Tierra en forma de una bella mujer de piel morena, ojos negros y unos rizos que se movían como las olas del mar.
Así que la estrella fugaz bajó a la Tierra, con la esperanza de encontrar y sentir ese sentimiento, asi fuera lo único a que concibiera su vida...
Caminó y viajó durante mucho tiempo, sin encontrar nada que se acercára a ese sentimiento, y cansada de tanto andar, se sentó en la banca de un parque a contemplar el cielo y las nubes que viajaban al compás del viento, hasta que una voz interrumpió sus pensamientos, una voz que le haría sentir electricidad por todo su cuerpo, que haría latir su corazón a toda velocidad, esa voz que la paralizó con una simple y sencilla frase:
-¡Hola! ¿Puedo sentarme aqui contigo?...
