Vale, bien, editado. No mucho, este primero no, no estaba muy disconforme con el contenido de este capítulo, pero los otros no se librarán de mi implacable mano.

Te recomiendo leer el aviso de mi perfil si no sabes de qué va esto.

Disclaimer. Ya lo sabemos, no me pertenecen ni los personajes ni el manga, sólo el contexto en el que se mueven dichos personajes en esta historia.

Advertencias. Lemon, obviamente. Y, como siempre aviso: posible OoC.

Gracias por vuestra atención.

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Se le cerraban los ojos.

La tía Frances no paraba de hablar y hablar: "¿Cómo te va con la esgrima?" preguntaba. "Normal" respondía él. "Eso no es una respuesta" insistía ella. Y entonces él se limitaba a mirar a Sebastian para que él respondiera, iniciando así una nueva conversación a la que no prestaba atención.

Así pasaron los segundos, los minutos y las horas. Frances preguntando, Ciel contestando respuestas vagas, Elizabeth mirando embobada a Ciel, y Sebastian más pendiente de la conversación que su amo, para salir en su ayuda cuando este lo necesitaba.

Por fin, Frances y Elizabeth se levantaron del sofá, agradecieron el té a Sebastian, y dejaron que las acompañara a la puerta. Mientras el carruaje se alejaba y Lizzie se despedía efusivamente con el pañuelo, Ciel sonreía falsamente saludando con la mano, hasta que el carruaje se perdió de vista. Entonces volvió a adquirir la expresión amarga de siempre y entró en la mansión seguido del mayordomo.

- Odio cuando la tía Frances y Elizabeth vienen de visita. Es como si estuviera...- movió la mano, tratando de encontrar la palabra adecuada.

- ¿Bajo presión?- sugirió Sebastian, haciéndole un gesto para que subiera por las escaleras.

- Exacto- miró al mayordomo, complacido.- Es demasiado agobiante. No paran de preguntarme tantas cosas... Cosas que no me apetece contestar.- suspiró, mientras dejaba que el mayordomo le guiara hacia una habitación en concreto: era la hora de su baño.

- Debe dejar de preocuparse tanto.- comentó Sebastian mientras abría la puerta y dejaba que Ciel pasara primero.- Si da respuestas tan escuetas, su tía insistirá más. Es mejor que hable lo justo. Ni demasiado, ni demasiado poco.

Ciel sopesó la idea unos instantes mientras tironeaba del lazo azul con gesto distraído, deshaciéndolo. El mayordomo se agachó y lo recogió. Lo sostuvo en su mano mientras desabrochaba la camisa del Conde.

- Puede que tengas razón.- admitió este, cediendo finalmente.

- Por supuesto Joven Amo, yo nunca miento. Debería saber a estas alturas que todo lo que le digo y aconsejo es para su bien.

- Ya, ya...- Ciel miró hacia la bañera, a su derecha. El vapor se extendía por encima del agua.- La próxima vez lo pondré en práctica.

Estando ya desvestido, a Ciel le invadió un confuso pudor al encontrarse desnudo delante de su mayordomo. Lo cual era extraño, porque ya llevaban tres años con esa rutina y nunca le había pasado nada como eso. Negó imperceptiblemente con la cabeza, como desechando la idea. Se agarró del brazo que le tendía el mayordomo y se introdujo despacio en la inmaculada bañera.

Soltó un suspiro al sentir el agua calienta y apoyó su espalda en la bañera. Alzó una pierna y Sebastian procedió a enjabonarla despacio, sujetándola por debajo con delicadeza.

Ciel lo miraba trabajar. Se permitió mirar sus manos, y se percató de que por primera vez en mucho tiempo, se había quitado los guantes para tocarle. Al cabo de un rato, al parecer, Sebastian se había dado cuenta de que Ciel le miraba fijamente, porque llevó la mirada hacia él y sonrió.

- ¿Ocurre algo?

Ciel volvió en sí.

- ¿Hm? Ah, no, no. Nada.

Sebastian le miró con curiosidad, y después siguió con su tarea, como si nunca la hubiese interrumpido. Y Ciel volvió a mirarle descaradamente. Se detuvo en su brazo derecho, que se movía arriba y abajo en la complicada tarea de enjabonarle. Complicada debido a la delicadeza de su piel, que ante el más mínimo roce ejercido con algo de fuerza, se irritaba sobremanera.

Paseó la mirada por su cuello, tan pálido o más que el suyo, y notó las venas azuladas que se desparramaban tranquilas por él. Transportando una sangre más oscura y perversa que la suya, pero también roja al fin y al cabo. Y su pelo, mucho más oscuro que el suyo...

Se detuvo de pronto. La máquina de su cabeza dejó de trabajar, de fijarse en tanto detalle, de comparar a ambos.

Volvió a negar con la cabeza y, contrariado, miró por último su perfil. Rasgos tan delicados y elegantes como su comportamiento, como Sebastian en sí. Una nariz esbelta y delicada, sus ojos color carmesí. Por primera vez se dio cuenta de que eran preciosos. Más aun que un rubí.

Realmente una belleza como aquella solo podía ser elaborada al gusto. Y de hecho, así era. Una máscara de cuerpo entero que tapaba al demonio despiadado que había debajo. Aunque de vez en cuando aquella máscara se transparentara un tanto.

- Ya he acabado por aquí, Joven Amo- le interrumpió Sebastian. Todos los pensamientos que había formado se marcharon volando, como volutas de humo.- ¿Puede echarse hacia delante para que alcance a lavarle la espalda?

Ciel asintió aun perdido en alguna parte y se inclinó. Sebastian se movió hasta el final de la bañera y, sujetándolo del pecho, provocándole un escalofrío "injustificado" a juicio del propio Ciel, procedió a pasarle la esponja también con delicadeza.

Ciel contó impaciente y nervioso los segundos hasta que dejó de sentir el roce contra su espalda. Sabía qué venía ahora: Sebastian le enjabonaría el pelo; unos minutos más a solas con su venenoso pensamiento.

Aguantó otros cinco minutos mientras las manos desnudas de Sebastian tocaban su pelo, y agradeció profundamente a quién sabe quién el que Sebastian no pudiera verle la cara, porque estaba roja como un tomate maduro.

Pensó que quizás se estaba sugestionando, debido a la previa incomodidad, estando desnudo delante de él, y por eso ahora se sentía incómodo todo el rato. Pero ni él mismo se entendía muchas veces, y en esos instantes, aún menos.

- Muy bien, ya está.- informó Sebastian.

El mayordomo cogió una toalla y la abrió delante de la bañera. Ciel se agarró a los bordes de esta y se incorporó, dejando que Sebastian le envolviera en la toalla y le cogiera para sacarle.

Mientras era secado suavemente por las manos del mayordomo, cada roce le parecía innecesario y obsceno, completamente fuera de lugar; aunque obviamente no lo fuera.

Cuando le secó el trasero, solo pudo reprimir un gemido de vergüenza.

Una vez le puso el camisón, Ciel se sintió mucho más tranquilo, aunque durante el cepillado del cabello, poco le había faltado para sentir pudor porque Sebastian le tocara las hebras azuladas

Tras todo el mal trago, Sebastian le llevó de vuelta a la habitación y le metió en la cama.

- Buenas noches, Joven Amo- deseó el mayordomo.

Ciel se dio la vuelta para darle la espalda, se arrebujó bajo las sábanas y susurró quedamente un "buenas noches" cauteloso. Lo suficientemente bajo como para que nadie excepto él mismo pudiera oírlo. Pero era Sebastian y no cualquier otro humano el que estaba en la habitación, así que tras escuchar esas dos últimas palabras por parte de su amo, sonrió y salió de allí, llevándose consigo el candelabro y dejando la habitación a oscuras.

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Ciel no podía dormir. Los pensamientos que se habían ido en la bañera habían vuelto al mismo punto. Y tras pensar y pensar, el contrato y todas las posibles preguntas relacionadas con él acabaron por llenar su mente. Se preguntó cuántos contratos habría realizado Sebastian en toda su vida. Muchos, seguramente, porque había vivido bastante. ¿Con quién? ¿Una reina, un muchacho de la calle, un caballero, un escritor..? ¿Y siempre había acabado por comerse rodas las almas, o le había perdonado la vida a alguien? Si lo había hecho, ¿se la perdonaría a él también?

Esa idea la rechazó con rapidez. No, claro que no. ¿Por qué iba a hacerlo? Bastante había pasado con un crío como él como para luego renunciar a ella.

Suspiró en la oscuridad y retiró las sábanas de golpe, de tanto comerse la cabeza le había entrado mucho calor. Se colocó el dorso de la mano en los ojos y volvió a suspirar. De pronto, su último pensamiento dio paso a uno nuevo que le hizo sonreír: Sebastian se había comprometido a mucho para conseguir su alma, y una de las cosas más importantes era el seguir sus órdenes, pero... ¿Y si Sebastian no las seguía? A Ciel acababa de entrarle curiosidad por saber cómo se comportaría Sebastian si no tenía órdenes que seguir. Y para averiguarlo, podía hacer dos cosas: no ordenarle nada, forzándole a que actuara por sí mismo o, por el contrario, ordenarle que no siguiera ninguna de sus órdenes a partir de aquella, al menos hasta que cambiase de idea y quisiese que las siguiera de nuevo. Optó por la segunda, ya que era más segura. Porque de la otra forma, probablemente no se resistiría a darle una orden.

- Sebastian- llamó, incorporándose. Estaba impaciente por ver qué hacía el mayordomo.

Al momento este apareció en la puerta, con el candelabro en la mano.

- ¿Por qué llama tan tarde? ¿Ha ocurrido algo?

- Acércate- demandó Ciel. El mayordomo obedeció.- Tengo una orden para ti.

- ¿A estas horas?- el mayordomo lo miró extrañado.

Ciel asintió.

- Escúchame atentamente, Sebastian. Haz gala de esos oídos de los que presumes tanto- dijo con parsimonia.- Y no me interrumpas.- añadió.

El mayordomo, confuso como solo Ciel sabía hacerle sentir, asintió.

- Es una orden: quiero que hagas caso omiso a mis próximas órdenes, en caso de que te las dé, y que actúes como tú quieras; como si no estuvieras atado a ningún contrato conmigo. Eso sí, cumpliendo mis demás condiciones.- advirtió que el mayordomo iba a replicar, pero le fulminó con la mirada; dejándole, por primera vez, sorprendido sin que sonriera después.- Y solo dejarás de actuar de esa manera hasta que te dé la orden exacta de dejar de ignorar mis órdenes, ¿está claro? Esta es la única orden que seguirás.

"Por supuesto, me atenderás como siempre has estado haciendo, pero las peticiones seguidas de "es una orden" serán las que ignores, excepto aquella que he especificado. Ah, y para probar, estableceremos un plazo de tiempo de... tres días, pongamos, en el que ni la orden de seguridad funcionará, ¿ha quedado claro?

Sebastian lo miró con los ojos muy abiertos, y segundos después sonrió maliciosamente.

- Yes, My Lord.

El demonio se acercó despacio a Ciel, con una mirada que le hizo estremecerse al instante, y arrepentirse de todo lo que acababa de decir. Pero ya no podía retirar sus palabras, y tenía que aguantar mínimo tres días. Porque era una orden, y la había dado él. Porque para Sebastian, aunque el demonio no lo quisiera, sus órdenes eran indiscutibles. Y precisamente porque eran indiscutibles, Ciel temió aquellos ojos carmesí que antes había adorado, y que ahora, rodeados de oscuridad, se acercaban poco a poco a él.