—Hola. —enorme sonrisa, ojos brillantes, cabello castaño. Le sonríe de vuelta. —Soy Charles.
—Mucho gusto. Erik. —sus manos se unen en un cálido apretón.
Tres días después del primer apretón de manos, tuvieron un primer beso. Tres meses después eran formalmente novios. Tres años más tarde, Erik se marchó sin explicaciones. Después de eso, cada cierto tiempo se comunica con Charles. Charles quiere seguir adelante, pero muy en el fondo siempre espera que Erik lo busque, le escriba o lo llame. Jamás va a admitirlo.
—Lo siento. En verdad lo siento. —Charles desea arrojar el teléfono contra la pared.
—Pudiste decirme antes de irte. —espeta, su mano le duele por la fuerza que usa para apretar el aparato.
—Si lo hacía, no habría podido irme. —"¡mentiroso!" quiere gritarle.
—Te odio. —dice en cambio.
—Yo te amo. —Charles le cuelga.
—Me enteré que te mudas a Inglaterra. —Charles casi se cae de la silla. Siente sus mejillas enrojecer. No es muy digno hacer ruido en la biblioteca.
—Creí que tú vivías felizmente en Alemania. —Erik le sonríe, de esa forma que todavía lo enloquece.
—Visita de negocios. —el castaño arroja con rapidez sus cosas dentro de su mochila. —Vamos, te invito un café.
Por la noche, con los labios hinchados y enrojecidos, cubriendo su desnudez con las mantas de su cama, Charles aún se pregunta por qué lo siguió a ese bar.
"Tuve que irme, lo siento."
Charles arroja su teléfono en una coladera abierta. No debió confiar en él otra vez.
La multa por tirar basura es muy cara, pero vale la pena.
"Eres difícil de encontrar."
Charles no responde el mensaje, sabe quién es. Tampoco quiere pensar en cómo obtuvo su nuevo número, o por qué recuerda el de él.
Con el quinto cambio de número, y la felicitación por su reciente graduación, Charles decide que es mejor no tener teléfono móvil.
Entonces una jodida nota llega a su casa.
"Te amo."
Charles la estruja en sus manos.
No dice en voz alta que él también.
Charles viaja a Estados Unidos con Hank, un amigo y colega científico, algo sobre un proyecto secreto con la CIA. A primera vista cree que es una alucinación cuando lo mira. Erik se supone vive en Alemania. No puede ir caminando de la mano con una muy bonita y rubia mujer, mientras un par de niños más adelante le gritan: "¡Date prisa, papá".
