Bueno este es el capítulo 1 de esta historia. Lo actualice un poquito. Ojala sea de su agrado ^^

La tortugas no son mías, nunca lo serán y tendré que vivir con ello T-T


Capítulo 1: "Suicidio"

Se sentía perdido, como estando y no estando al mismo tiempo, no sabía a dónde dirigir sus pies, no sabía ni siquiera como diablos ordenar alguna idea que sonara lo suficientemente coherente en su cabeza, como para poder comunicársela al cuerpo y ordenarle que hiciera algo

Su pecho agitado, sube y baja, casi tan rápido como late su corazón

"Corriendo, estuviste corriendo"

-"¿Pero de qué?"

No sabe cómo es que al fin ha podido articular unas pobres palabras, pero con lo poco logrado, puede comenzar a mover el resto de su cuerpo.

Lo primero que nota es la pequeña botellita gris en su mano derecha y como un golpe estático los recuerdos comienzan a correr. Imágenes distorsionadas y fugaces aparecen en su cabeza, noqueándolo.

Entonces, el dolor perdido en su loca carrera regresa, tan rápidamente como se fue; el gesto se le comprime, marcándole las pocas líneas gestuales que posee con sus escasos 17 años de edad. Duele y no hay medicina para poder curar ese dolor.

La bandana azul ondea con la suave y helada brisa que se produce, esta helado, y un pequeño escalofrió le demuestra que tiene razón. Caminando despacio, deja caer su cuerpo desganado sobre una de las tantas bancas que hay en el parque. Es de noche y no hay nadie que desee acompañarlo en su triste velada. Esta solo, al igual que siempre.

Levantando la mirada hacia el cielo, permite que los recuerdos vuelvan a él.

Su padre se había ido a Japón, por diversas razones; las cuales incluían que ellos ya estuvieran lo suficientemente grandes como para cuidarse, o mejor dicho que él estuviera lo suficientemente grande para cuidar a los chicos, y que el mismo Splinter le explicara que necesitaba encontrarse consigo mismo, de forma espiritual. Leo entre líneas leyó que simplemente estaba cansado de sus hijos y que realmente necesitaba unas vacaciones. Sonaba doloroso, pero era cierto. Cuatro adolecentes eran realmente una carga pesada. Leo entendía a su padre, pero no aceptaba su partida, lo extrañaba demasiado, y todo lo que deseaba era que lo abrazara. Que lo consolara. Que estuviera ahí para él. Pero eso era imposible. Lo máximo que habría obtenido de él, habría sido un bonito proverbio, y una mirada fría y austera.

¿Por qué las cosas habían cambiado tanto?

No hay nadie que le pida un nuevo intento. No hay nadie que le asegure que las cosas mejoraran, no hay nadie, porque el siempre está solo. Y eso no era un reproche, no era para hacer sentir mal a nadie. Simplemente es una súplica para que alguien fuera a detenerlo. Hubiera escuchado lo que fuera, aunque hubieran sido enormes mentiras, por esta vez, el se hubiera permitido creer. Por lo menos, lo habría intentado.

¿Es que acaso pedía mucho?...

Las excusas o razones falsas, que el mismo había creado, ya no valían. Ya no se las creía. No existía justificación para el actuar de sus hermanos. Los cuidaba, los guiaba y les servía de protección frente a su sensei, y a pesar de todo eso, siempre terminaban odiándolo.

Que vida más miserable.

No importando cuanto se empeñara para mejorar las cosas, siempre terminaba creando un desastre. "Leo, don prefecto" "El intrépido" "Splinter Junior". Estaba cansado de todos esos malditos apodos. Cansado de ser la burla de su familia, de ser dejado de lado y de ser mirado de esa manera desdeñosa.

Pero a pesar de todo, el siguió intentando; no importaba que Raphael le insultara o lo golpeara, no importaba que Donny le ignorara, no importaba que Mike lo viera como una molestia. No importaba por que él los quería, con todo su ser. Los quería al punto en que ahora mismo, cometería el peor crimen contra su existencia, pero los haría felices. Además el ya esta demasiado cansado como para seguir con la farsa de siempre. El teatro se había cerrado, y ya solo falta que él, bajara el telón. No habría aplausos esta vez al finalizar.

Ya no quería seguir tratando de ser un buen hermano y un buen hijo, para todos. La postura de tranquilidad y paciencia eterna se había ido por el caño. Ahora, él, se tomaría unas vacaciones, y no pensaba regresar nunca más.

Era irónico pensar que a pesar de todos los insultos e injurias que había recibido, jamás pensó en rendirse. Siempre pensó que si sus hermanos se enojaban con él , era porque simplemente, no se había esforzado lo suficiente. Pero ahora sus hermanos le habían pedido algo y él cumpliría a como dé lugar. No fallaría esta vez.

Antes de llegar ahí, Raphael le había dicho que se muriera, y que no lo necesitaban; Donny y Mike, guardando silencio compartieron la opinión del de rojo, quien sonrió, sintiéndose el vencedor de aquella discusión.

Todo porque una vez más Raphael le había pedido salir a la superficie para ver a Casey y él tuvo que repetir que no. Su reacción fue igual que siempre, pero jamás pensó que se le unirían los menores a la discusión.

Donny le aclaro no quería que se metiera mas en sus asuntos, que estaba grande y que ya no deseaba de una niñera a tiempo completo. Como resultado Mike, el cual no le hablaba desde hace algunos días le grito llorando que tampoco lo necesitaba, que también había crecido y que ojala nunca más volviera a molestarlo.

El dolor que sintió en ese momento fue mayor al que se puede soportar para un ser humano.

El, que los ama, solo recibe quejas y miradas de odio y rencor, pero él los ama, y como un consuelo idiota, creyó que solo eso importaba. Pero como todos, se dio cuenta que no podía seguir mintiéndose.

Entonces así tan rápido como le llego el entendimiento, tomo una resolución, si él no servía de nada, si a pesar de todo su esfuerzo no había logrado obtener ese cariño tan anhelado por parte de sus hermanos, ¿Para qué seguir aquí?

Y reuniendo fuerzas había subido las escaleras de su casa, miro por unos segundos su habitación con detenimiento y luego corrió a vestirse, sacando sus ahorros volvió a bajar, se metió al laboratorio de su inteligente hermano, saco el celular y sin pensarlo, saco también la botellita de metal, que sabía, estaba en uno de los cajones del mueble de Don. Corriendo a todo lo que daban sus pies, miro por última vez, la que había sido su casa, y dedicándole a cada hermano una última mirada, salió corriendo.

De ahí el resto es borroso, solo siente su respiración agotada de tanto correr.

Y ahora, sentado en una pequeña banca del parque, no puede parar de mirar la botella entre sus manos. Tomo una resolución, irse, irse para siempre. Para no volver a sufrir, para no volver a sentir aquellas miradas sobre su persona. Quizá está actuando de manera cobarde, quizá esta huyendo del problema y no de enfrentarlo, pero él está cansado. Lo intento por años. Le queda ese consuelo.

Entonces llora. Por primera vez en años, el, se permite llorar. Si se va a ir, primero le daría rienda suelta a sus sentimientos. Ya no había nadie ante quien actuar.

Llora por haber perdido y por no tener fuerzas para continuar, llora por que la última visión que tiene de sus hermanos es una de las más horribles que tiene, llora porque sabe que no volverá a ver a su sensei y padre, llora porque lo intento todo y no consiguió nada, llora por la pérdida del cariño y por el mismo. Llora porque tiene que hacerlo.

No está enojado, esta triste, no tiene rabia ni rencor, solo desea llorar.

Parándose de la banca camina hasta el puesto de helados más cercano y aún con lágrimas pide un helado de chocolate, el más grande, el más caro, ya no tiene sentido ahorrar dinero. El vendedor lo mira como quien ve un alma en pena, no le ve el rostro, pero si logra ver las lagrimas caer al suelo; moviéndose con rapidez, el hombre entrega el pedido y recibe el dinero, pero antes de que Leo se marche, lo detiene. Devolviéndole el dinero, le sonríe mientras le dice que es un regalo, cortesía de la casa. Leo llora con más fuerza, quiere entregar el dinero, pero el hombre no se lo permite, dejándose de insistir, el chico agradece la buena acción. El vendedor le ha hecho sentir agradecido y feliz. El es el primero en lograr algo como eso en meses. Girándose se marcha, y sin que el buen hombre se dé cuenta, deposita el dinero dentro del carrito. A donde va, no lo necesita. De todas maneras agradece su intención.

Leo vuelve a su banca personal y come en silencio su pequeño refrigerio, aún ahogado en lágrimas, siempre quiso uno de esos helado, pero jamás se atrevió a gastar semejante suma en algo para él, porque su razón de estar hay existiendo eran sus hermanos. Y ahora no tiene ninguna razón para quedarse.

El helado es dulce, pero las lágrimas saladas, solo le amargan más la existencia. Cuando al fin el cono de chocolate, ha desaparecido de sus manos, vuelve a correr, dejando atrás la última parada de su vida. Aquel parque siempre le gusto. Se alegra de haber podido pasar por ahí.

Las lágrimas le impiden ver bien el camino, pero aun así, sabe a dónde dirigirse y donde no pasar para no tropezar o caer. Esas calles son parte de su vida también. Pero ahora está solo, y no hay pasos atrás que le sigan. No hay ruido, quejas o gruñidos. Irremediablemente, extraña esos sonidos.

Cuando llega al tejado correspondiente se sienta y todo queda en silencio. Extraña oír la voz de Raphael gruñendo a su espalda o la infantil voz de Mike que agrega a la extraña charla un "estoy aburrido", junto con un largo suspiro de Don. Es tan irónico, hasta en el último momento no deja de pensar en ellos.

"Son tu vida, es imposible olvidarlos"

Cierra sus ojos e imagina por un segundo que está en medio de una misión, que su hermano de rojo quiere estrangular al más pequeño por alguna travesura hecha hacia su persona y casi puede ver la cara de Donny rogando por paciencia. Sonríe. Pero abriendo los ojos, la imagen nítida formada en su cerebro se va junto con la brisa de la noche.

La botellita reposa entre sus piernas, esperando a por quien se anime a beber de ella. Le hace porras y Leo agradece la subida de ánimo con una sonrisa triste.

Don aparece sin cerrar los ojos entonces, lo ve claramente retando a Mike, explicándole lo peligroso de su contenido. Veneno. Pero no un veneno cualquiera. El veneno mata paralizando alguna parte de tu cuerpo haciendo que poco a poco los órganos de tu cuerpo no puedan seguir funcionando, al final, la falla de tus pulmones hace que mueras asfixiado. Un bonito regalo del Clan del Pie, casi un detalle amoroso. Que amables habían sido.

Leo sonríe triste y sacando su celular, lo enciende. Enseguida este comienza a sonar, Don aparece en la pantalla, tímido y con una sonrisa a medias. Sacarle esa foto fue toda una proeza por parte de Mike. Bajando la vista, no se permite contestar enseguida. Teme que su voz detrás del auricular lo haga cambiar de opinión, así que haciendo acopio de la poca fuerza que tiene en esos momentos, toma la botella y abre la tapa. El olor nauseabundo penetra en sus fosas nasales, previniéndole de lo que vendrá a continuación.

Solo una pequeña probada a aquel contenido lo haría olvidar, sanaría su dolor. Es casi un remedio mágico en ese momento. Con un movimiento rápido, se empina la sustancia. Sabe horrible, y su cuerpo enseguida la rechaza, pero aguantándose, logra mantenerla en su cuerpo, a pesar de las arcadas que esto le produce. Finalmente, su estomago, también acepta que no hay salida.

Sus demonios aparecen entonces, más fuertes que antes, para comenzar a atormentarlo. Las frases de sus hermanos, las miradas reprobatorias de su padre cuando fallaba, el dolor y la pena de sentirse abandonado. De pronto todo comienza a abrumarlo, y rogando que aún este funcionando su celular, enfoca lo mejor que puede la pantalla.

La cara de Don no se ha ido, sigue hay, por lo que apretando el enorme botón verde, contesta el celular, pero la voz que sale no es la de Don, si no la de Raphael, que iracundo suelta miles de palabras por el auricular, leo no sabe si la sustancia ya afecto su cabeza, ya que no entiende nada de lo que ha dicho su hermano. Aquellas palabras todas atropelladas, no forman ninguna oración coherente.

Raphael más calmado al parecer, le pregunta donde esta, pero Leo no le contesta, no es que no pueda, es solo que no desea decir nada. Le basta con saber que su hermano está al otro lado de aquel aparato, le basta con saber que en esa ocasión no esta tan solo como siempre. No necesita nada más.

Raphael se desespera al no oír una respuesta y vuelve a soltar improperios. Leo sonríe, mientras siente como su estomago comienza a deshacerse. Raphael siempre ha sido igual. Cuando niños solían jugar juntos, la tierna sonrisa que le dedico cuando eran infantes aparece en su memoria.

"¡Leo, vamos, escondámonos juntos!"

Las lágrimas caen silenciosas y mortales. Su hermano al crecer, nunca más lo trato como tal. Parecían meros extraños dentro de una casa, un reality divertido de ver, donde los espectadores apostaban por quien mataría a quien. Más de una vez, la tentación de abrazarlo y echarse a llorar ahí mismo le recorrió el cuerpo; deseaba decirle que lo quería y que sentía ser tan molesto, decirle que lo extrañaba y que hubiera dado la vida por volver a ser un niño, y poder correr junto a él, por los túneles del alcantarillado. Pero eso es imposible ahora.

Abrazándose a sí mismo, ruega porque todo acabe pronto y que la medicina surja su mágico efecto en el.

-"¡MIERDA LEO! ¿¡ DIME DONDE ESTAS!?"-

La voz de Raphael lo saca de sus tristes recuerdos y lo hace volver en sí; abre la boca inconscientemente para regañarlo por el vocabulario, pero la cierra inmediatamente; ya no tiene caso hacer tal tontería.

Entonces como un susurro sale la voz de Donny. Pausada, inteligente, igual a él

-"¿Raphael quieres calmarte?, ¿Leo?, ¿Leo? ¿Me oyes?"

La voz del de ojos azules se muere y solo puede seguir llorando. Donny el más tímido de los cuatro, le costaba expresar su verdadero sentir en forma abierta, y siempre que podía se encerraba en su sagrado laboratorio. Leo recordó que cuando niños, el de morado siempre se ganaba detrás de su caparazón, pues él sabia, que no importando lo que le pusieran al frente al mayor, este le protegería. De esta manera Donny había crecido bajo su pequeña mano protectora y Leo jamás le fallo. La mirada tierna y radiante de felicidad que le dedico cuando le regalo su primer libro de mecánica, es el recuerdo más bonito que tiene de su inteligente hermano. Cerrando los ojos se queda con esa visión. La que será la ultima.

-"¡Vamos don!, ¡déjame intentarlo!"

Toda su razón se paraliza al escuchar a Mike, su pequeño y dulce hermano. Las lágrimas se hacen más gruesas a medida que siente que su respiración va disminuyendo notoriamente. Pero se obliga a pensar en otra cosa, y piensa en Mike. En las muchas veces que le canto y lo consoló mientras lloraba asustado. En la enorme cantidad de veces que le pidió ayuda para tonterías y el siempre trataba de darle el gusto. Recuerda como siempre lo metía a su habitación cuando tenía pesadillas, y le daba las golosinas que le gustaban. Mike, su pequeño Mike. Su corazón herido a muerte, no puede evitar sacudirse con violencia.

El dolor le gana, pero como ya no tiene importancia, deja escapar sus sollozos, ahogados de tanta represión. El llanto se libera y su espíritu al fin se siente un poco mejor. Pero sus dolencias, de pronto, se vuelven físicas, y sin poder detener el reflejo, comienza vomitar. Sangre, saliva y lágrimas se juntan en un charco a su lado. La cuenta regresiva ya ah empezado, y el ya no puede detenerla por más tiempo. Agradece en silencio que quede poco para que todo termine. Las voces que pelean tras el teléfono se paralizan por escasos segundos, solo para volverse más desesperadas y exigentes de respuestas.

Acomodándose bien, toma el teléfono entre sus manos, el cual suena triste y preocupado. Con la otra mano se limpia la boca de los restos de sangre, y enfoca lo mejor que puede el botón del alta voz, aprieta los ojos por un momento, y los vuelve a abrir. Ve el icono que parpadea, y apretándolo, escucha con más fuerza los sollozos de Mike y las voces desesperadas de sus otros dos hermanos, que parecen estar peleando.

Los sonidos que escuchan se detienen, cuando al fin abre la boca, y pronuncia las que sabe, son las últimas palabras que les dedicara. La pelea y los gritos tras el teléfono se cortan de inmediato cuando al fin su voz, llena de pena y vacio, sale a la luz

-"Chicos…Jamás…deje de amarlos"-

Y cerrando los ojos, deja caer el celular, sin fuerzas ya para sostenerlo. Las voces de sus demonios desaparecen y solo quedan las de sus hermanos, quienes ahora gritan por el celular. Don le pregunta algo a medias, y enseguida oye como rompe en llanto. Se han dado cuenta, piensa Leo. Se han dado cuenta de que no regresara esta vez.

Las imágenes de su infancia comienzan a aparecer y Leo dejándose llevar, olvida por algunos segundos todo a su alrededor y se concentra en esos recuerdos. No son muchos, pero algo es algo.

Lo primero que recuerda, es cuando al fin tuvieron su primer árbol de navidad. Decorarlo fue todo un show, Mike solo quería poner esferas anaranjadas, Raphael las quitaba y ponía rombos de color carmesí, y Donny ocupado, trataba de crear una estrella con la chatarra que él que había conseguido para él. El se contento con verlos felices, no pidió ningún adorno en especial.

Su segundo recuerdo, es de cuando tuvo que esconder a Mike de Raphael; el más pequeño, aprovechándose que el de rojo dormía, había logrado marcar toda su cara con rotulador. De esa palea recibió un buen puñetazo. Uno que claramente, no iba dirigido hacia él.

Su tercer recuerdo es de Donny en particular; cuando izo estallar por primera vez el laboratorio de casa. Sin importarle los vidrios rotos que están regados en el piso, busco a tientas a su hermano entre todo el humo que se había producido. Cuando lo encontró, lo vio sentado en lo que quedaba de la pequeña silla que el mismo se había confeccionado. Con la cara negra y un signo de pregunta. Don mirándolo sin entender le explico que "casi" lo había conseguido. Leo abrazándolo, dio gracias a Dios.

Su cuarto recuerdo, evoca a su padre, en tiempos mejores y más brillantes. Cuando él era un simple niño que buscaba su calor y compañía para sentirse seguro. Cuando lo acunaba contra su pecho hasta que se dormía y les cantaba esa canción, que nunca logra aprenderse.

Leo sonríe mientras llora, incapaz de hacer otra cosa. Fue feliz mientras duro. Fue feliz y agradece haber podido serlo. Sintiéndose cada vez más pesado, pide por sus hermanos. Porque estén bien, y que nunca les pase nada. Pide por su padre, para que vuelva a salvo a casa y para que algún día, logre perdonarlo.

A punto de dormirse, escucha una voz, que suena preocupada y un tanto molesta

"¡LEO, DILE A TUS HERMANOS DONDE ESTAS!"

La voz es conocida para él. Cada vez que siente que está perdido, o que no puede más, esta aparece. Claro que esta vez, llego algo tarde. Apretando los ojos trata de ignorarla

"¡LEO DILE A TUS HERMANOS!"

Leo ya cansado de la insistencia intenta hablar, pero no puede; abriendo los ojos desorbitadamente, siente como la sangre sube por su garganta, sin más remedio que escupirla, ladea la cabeza, manchando todo a su alrededor con el color cálido de la sangre fresca. Cuando las arcadas cesan, se dirige hacia la nada

-"No… puedo…hacerlo…"

Decir esas tres palabras, le cuestan una vida. Pero eso no es suficiente la para la voz.

"¡SI PUEDES!"

Leonardo niega, moviendo despacio la cabeza de un lado al otro. No puede hacerlo. Tampoco quiere hacerlo. Aun así, la voz vuelve a insistir suplicante.

-"¡POR FAVOR LEO!"

Leonardo no tiene idea de cómo, ni porque obedece, pero logra incorporarse y tomar el celular entre sus manos viscosas; localizando el condenado botón, enciende el pequeño GPS que había logrado incorporar hace unas semanas el de morado. Eso es todo lo que consigue. Dejándose caer, se apoya contra lo que encuentra, y cerrando los ojos, espera a que la voz, este feliz con el resultado. Pero en vez de eso, escucha claramente como esta sigue devastada.

-"¿Qué has hecho Leo?"

No está seguro, pero en ese momento poco le importa. La inconsciencia lo abraza y él se deja envolver.


Soy malisima xD, bueno, espero le haya gustado. Un abrazo y Sayonara