N. A.: Esta loca historia tiene lugar años después de 'El regreso de Diaboromon'. Sigue la linea general que trazó Digimon Adventure, 02 y las películas. Aunque me tomé algunas pequeñas libertades, debo admitir, con las edades de algunos personajes (sólo unos mesesitos), con ciertas cosas relacionadas con el digimundo, con las parejas... Lo ven, pequeños detalles.

Escribir esta historia me ha gustado bastante y espero que disfruten leyéndola.


戦雲

Nubarrones.


Digimon no me pertenece, sólo lo tomo prestado con fines de entretenimiento.


La capacidad innata de los digimon para infiltrar, controlar y destruir la tecnología humana los hizo el blanco de diversas organizaciones. El conocimiento y los medios para entrar al digimundo convirtieron a los tamer en las herramientas para controlarlos o destruirlos. Los elegidos y sus aliados llevan seis años tratando de evitarlo, se han organizado, se han entrenado para proteger a sus amigos incluso de sus propios gobiernos.

Es el año 2011 y todo parece indicar que están al borde de una guerra entre humanos y digimon dejando a los chicos en el medio de los dos bandos.


1.

He regresado.

"Te encuentras en medio de la estación, esperas al borde de lo desconocido y cierras los ojos pues comienzas a sentir miedo, ahora no eres más que un recuerdo en el mundo que abandonas.

Requiere de mucho valor tan sólo dar el primer paso, requiere aún más control no mirar atrás por última vez, pero confías en que, de ahí en adelante, será más fácil marcharte.

Nadie jamás te dice que una parte de ti se quedara atrás. Ni que el vacío se llenara de soledad y frío al recordar todo lo que no pudo ir contigo. Aprietas lo puños deseando que desaparezca la impresión de cada amargo sentimiento.

El mañana no presagia días buenos y temes que, en algún punto, mengue la fuerza que te ha llevado tan lejos y te pierdas en la oscuridad. Tal vez, en medio del camino, termines por caer en la desesperación, en un espacio vacío donde nadie escuche tus gritos por ayuda. Tienes miedo pero la fe te impulsa a seguir adelante y, confiando en ello, te marchas."

El día era agitado. Apenas era el primer día de junio y el flujo de turistas ya daba señales de que pronto comenzarían las vacaciones de verano. Eso, sumado al grupo normal de viajeros frecuentes, hacían de ese día uno agitado en el Aeropuerto Internacional de Narita. La gente iba aprisa para alcanzar sus vuelos o miraba a todos lados con evidente emoción. Había despedidas y reencuentros. Ojos curiosos y estrés. La terminal dos era un mar de personas caminando en diferentes direcciones, todas en movimiento, todas salvo una que, parada en medio de la salida, miraba su reloj completamente exasperado.

Takaishi Takeru no era un ser impaciente, no estaba en su naturaleza, pero había odiado cada segundo que había pasado esperando. Hay que reconocer que tenía motivos: el viaje había sido largo, los días pasados difíciles, y, aunado a aquello, estaba el pequeño detalle de que llevaba, según su reloj, una hora exacta ahí parado. Esperar no era exactamente lo que quería hacer en ese momento, esperar le daba tiempo para pensar y no le gustaba el rumbo que tomaban sus pensamientos al hacerlo.

Pensar en la razón por la había vuelto o por la que se había ido de Japón, en la primera o en la última vez que estuvo en aquel aeropuerto, en los cosas que habían pasado o en las que estaban por ocurrir. Todo era demasiado abrumador en aquel momento, así que sacudió la cabeza para despejar su mente y se concentró en las punzadas de dolor que reclamaban su atención. Takeru se llevó una mano al hombro izquierdo y se sobó el músculo con insistencia pretendiendo que era todo lo que necesitaba, que era el único lugar donde dolía, que todo era superfluo. No importó que pareciera convencido ni cuantas veces se repitiera las mismas palabras, en el fondo sabia que la realidad era completamente diferente.

Media hora más estuvo parado en el mismo lugar sin que sus ojos azules encontraran algún rostro familiar a su alrededor. Nadie iría por él, concluyó el joven, y sintió un inusitado alivio. No se había percatado de cuanto lo angustiaba enfrentarse a sus amigos, en especial a Izumi, hasta que el susodicho no apareció.

Takeru consultó una vez más su reloj, faltaba sólo media hora para que aterrizara el vuelo procedente de Grecia y luego eran unos 15 minutos para la llegada de los pasajeros de Polonia. Tal vez la espera de cerca de dos horas por el último de los chicos no sería tan tediosa si tenía compañía... Pero en total tendría que pasar unas cinco horas de su vida en aquel lugar. No podía desperdiciar tanto tiempo, podía ocupar esas horas para encargarse de ciertos asuntos y, además, Ryo podría ocuparse de los demás. El sentirse incapaz de componerse lo suficiente para aparentar optimismo terminó por convencerlo, así que tomó su equipaje y, dando una última mirada a su alrededor, comenzó a caminar hacia la estación sin preocuparle ya el tiempo.

—¡Takeru! ¡Hey, Takeru!

Aquel llamado flotó con suavidad por el aire y, al llegar a sus oídos, todo otro sonido dejo de tener sentido. La voz repitiendo su nombre parecía provenir de un sueño asiduo en el que había estado prisionero, una ilusión de la que creía haberse liberado hace tiempo. El pobre humano sentía que su inconsciente comenzaba a jugarle bromas, ¡como si la dueña de aquella voz pudiera estar ahí!

—¡Takaishi Takeru, por favor detente!

Takeru se detuvo en el acto, involuntariamente, sin siquiera pensarlo, y descubrió que aún no podía deshacerse de la vieja costumbre de no negarle nada a aquella dulce voz, aunque fuera imaginaria, o..., ¿era real? Tal vez sería bueno comprobarlo, así que, se dio la vuelta y, en ese mismo instante, perdió la capacidad de respirar y las dos pesadas mochilas cayeron al suelo.

La dueña de la voz terminó de correr el tramo faltante hasta quedar frente a él y luego se dedicó a recuperar el aliento.

—Menos mal que me escuchaste... —decía entre respiración y respiración—, hoy me la he pasado corriendo de un lado a otro, ya no puedo correr más. —Y después de serenarse un poco se irguió y lo miró con una gran sonrisa.

Takeru se sintió torpe en ese momento, como si volviera hacer un adolescente. Se dio cuenta, perfectamente, de que tenía una cara de bobo y la boca media abierta, incrédulo. Pero el joven Takaishi tenía una muy buena excusa: jamás esperó que Iz le dijera a ella de su regreso, pensó que tal vez le avisaría a sus padres, a su hermano, a Taichi o, incluso, al jefe Nagano; pero jamás le paso por la mente...

—Hikari —susurró, haciendo que pareciera una pregunta y ella rió suavemente ante su total desconcierto.

Después de un par de segundos más, el joven aún no daba crédito a lo que sus ojos le mostraban aunque era Yagami Hikari, sin duda alguna. Conocía muy bien sus facciones pese a que habían madurado un poco en ese año que llevaba sin verla. Su lacio cabello color chocolate estaba un poco más largo que la ultima vez, le llegaba a la media espalda ahora. Su piel seguía tan tersa y blanca cómo siempre. Y sus ojos, estaban muy brillantes y aún, para satisfacción del joven, tenía ese algo indefinido que los caracterizaba. Sí, era Hikari.

No entendía qué hacia ahí su amiga, no tenía sentido para él. Tenía clases, estaba seguro, debería estar en la universidad no ahí en el aeropuerto frente a él.

Mientras la miraba acomodarse el cabello detrás de la oreja se dio cuenta de que algo había cambiado en ella desde la última vez que la vio (además de lo obvio). Aunque la última vez que la había visto no había sido una ocasión memorable... Cuando Hikari volvió a sonreírle, cerrando los ojos sólo por un minúsculo instante, el japonés olvidó qué hacia y dónde estaba, simplemente se dejo cautivar por su sonrisa, que correspondió al instante, sin pensarlo. ¡Sólo unos minutos atrás había creído que jamás podría volver a sonreír!

—¿Qué haces aquí? —Se obligó a hablar al darse cuenta de que su boca seguía abierta, pero no atinó a disimular el grado de su sorpresa ni un poco.

Los ojos caoba le recriminaron de inmediato pero tras observar con cuidado a Takeru su fingido enojo se transformó en una profunda preocupación. Todo, desde sus ropas arrugadas y desordenadas hasta su expresión, delataba los terribles días que había pasado. Daba la impresión de volver derrotado de una larga travesía en la que todo había marchado mal. Las sombras en su rostro mostraban el rastro de las batallas perdidas, de las noches en vela, de la angustia. Hikari se vio tentada a preguntar qué había pasado pero se contuvo y se obligó a sonreír nuevamente.

—Afortunadamente, estaba con Koushiro cuándo te comunicaste con él. Aunque trató de evitar que yo viniera —comentó en tono casual y luego añadió—: No te puedes escapar de mí, Takeru.

El asombró del chico crecía a cada tanto, la actitud de su amiga... O estaba realmente cansado e imaginaba cosas, o usaba un tono coqueto al hablar... La primera opción parecía la más lógica. Estaba confundido y le dolía la cabeza. Así que, reprimió su deseo de abrazarla, de aferrarse a ella y olvidar los últimos días.

Todo se sentía surreal y por un momento pensó que tal vez había vuelto a aquel mundo dónde había sido tentado por los anhelos de su corazón. Pero, de ser así, ella estaría ahí, burlándose de él por comportarse como un tarado y riéndose del hecho de que siempre terminaba cargando sus cosas. No, aquello no era una ilusión, sólo era la vida jugándole una mala broma.

—Esta vez... Esta vez, ¿te quedaras?

Él movió lentamente su cabeza en forma afirmativa incapaz de confirmar aquello en voz alta pues las circunstancias no eran en las que siempre imaginó volver.

Takeru, ensimismado en sus propias ideas, ignoró el hecho de que Hikari lo miraba con fijeza, como temiendo parpadear (por si desaparecía frente a ella) y antes de que él pudiera advertirlo la chica lo abrazó con fuerza por el cuello. Takeru, receloso, la rodeo con sus brazos pero olvidó cualquier prevención cuando sintió el calor de su cuerpo. Cerró los ojos con fuerza e inhaló el aroma de la chica permitiéndose sentir paz que, al mismo tiempo, creía no merecer. Fue solo un breve momento, sólo un instante que se gravó en la mente del joven..., y luego volvió a la realidad.

—¿Dónde está Iz? —preguntó Takeru, en un esfuerzo por concentrarse en algo que no fuera en la joven frente a él.

—Lo obligué a quedarse en el auto —comentó, señalando el área de estacionamiento. Y luego confesó divertida—: Esta malhumorado por haber llegado tarde. No sé qué le habrás dicho —dijo, mirándolo con curiosidad—, porque hizo todo lo que pudo para hacer que me quedara. A veces olvidan que Taichi no es el único Yagami. ¡Nadie puede con una Yagami testaruda! —comentó, orgullosa, sonriendo triunfal.

—Será mejor que vayamos con él —razonó él, tras un breve momento. Ella asintió y Takeru se apresuró a recoger sus cosas para seguirla.

Koushiro estaba recargado sobre un flamante deportivo rojo bastante llamativo. Miraba con cansancio hacia la distancia, cruzado de brazos. Desde el momento en el que Takeru divisó al pelirrojo, sintió un nudo en el estomago recordando por qué lo había obligado a ir él. Miró de reojo a la joven sonriente que lo alaba de la mano para que acelerara el paso y comprendió que, aunque Iz estuviera ahí, tendría que conservar las explicaciones para cuando Hikari no estuviera presente.

Por su parte, Koushiro, al mirar a los chicos a la distancia, se incorporó y caminó hacia ellos. Takeru no pasó por alto el hecho de que su amigo miraba a todos lados como si buscara algo, al llegar a su lado, fue evidente que el pelirrojo esperaba ver a alguien escondido detrás de ellos y, cuando no encontró lo que buscaba, lo miró confundido.

—No esta conmigo.

Hikari miró interrogante al joven rubio pero antes de que pudiera preguntar algo Koushiro habló.

—¿Qué rayos significa eso, Takeru? ¿Acaso esta con...

—Significa que se quedó —lo interrumpió, a tiempo de prevenir que el pelirrojo comenzara a fabricar falsas esperanzas.

—¿Te atreviste a dejarla! Tú mejor que nadie sabe en que situación estamos y, ¡la dejaste! ¿En qué rayos estabas pensando!

Takeru no fue capaz de decir nada más, sabía que Koushiro pensaba que la había abandonado y la realidad era semejante, peor, pero semejante. ¿Qué podía decir para justificarse? Nada, no había justificación alguna.

—¿Dónde está, Takeru? ¿Está bien? ¿Ryo está con ella o se quedo con Michael? ¿Takeru?

El aludido bajó la mirada, incómodo, y se encogió de hombros dejando nuevamente sus cosas en el suelo. Pero no dijo nada, permaneció en un silencio imperturbable mientras Koushiro seguía exigiendo explicaciones y lanzado preguntas hasta que se cansó.

—¡Di algo, Takeru!

Y, cuando el chico de cabellos rubios se limitó a mover lentamente la cabeza, inseguro, Koushiro explotó. Casi sin saber lo que estaba haciendo, avanzó hasta el rubio, amenazante, y su puño impactó en el rostro de su amigo sin que este hiciera nada por detenerlo. Takeru volvió lentamente la cabeza para mirar al pelirrojo que lo tenía agarrado de las ropas. El golpe no le dolió físicamente, pero sí lo hirió de otra forma, aquel golpe significaba que le había fallado a alguien.

—¡Sólo te encargue una cosa! ¡Es lo único que le he pedido a alguien en toda mi vida! ¡Y tú… —Las pocas personas que estaban a su alrededor no pudieron evitar ver hacia ellos, aunque Hikari fue la única de los tres que pareció notar que su amigo estaba llamando demasiado la atención—. Dios, no puedo pensar... ¿Qué pasó? ¡Vamos Takeru, quiero verte intentar eximirte de esto!

—Jamás trataría de hacer tal cosa —fue su simple respuesta. Su voz distaba mucho de sonar ofendida pero Hikari y Koushiro pudieron captar una nota de dolor en ella, aunque tal calma en Takeru hizo que la furia en el pelirrojo se incrementara.

—¡Será mejor que tú…

—Me amenaces donde no haya tanta gente. Te explicaré todo, pero no ahora, no aquí.

Takeru seguía hablado con una calma desesperante. Koushiro respiraba entrecortadamente tratando de pensar, quería respuestas, necesitaba saber…, pero, para frustración del pelirrojo, Takeru tenía razón. Abrió las palmas de las manos tratando de drenar su ira, posó la mirada lejos del chico mientras trataba de dejar de apretar los dientes para poder hablar.

—Bien —sentenció, resignado, mientras su voz seguía cargada con furia, frustración y miedo—, pero quiero saber todo.

Takeru asintió y los tres permanecieron en un extraño silencio incómodo.

Hikari, quien había observado la escena sin intervenir ni entender nada, se atrevió a acercarse a Takeru y poner una mano en su hombro, preocupada, pero no preguntó nada, intuyó que era mejor interrogar a Takeru después, cuando estuvieran a solas.

—¿A qué hora llegan los demás? —preguntó Koushiro, tratando de hacer conversación, comenzaba a sentirse nervioso.

Takeru le extendió una hoja de papel en la que aparecían los vuelos y la hora de llegada.

—Afortunadamente todos llegan por la terminal dos, así que podrán esperarlos aquí.

—¿Podrán esperarlos? —protestó enseguida el pelirrojo con una ceja levantada.

—Tengo que hacer algo importante antes de ver a los demás —se excusó, algo inquieto.

Koushiro miró el papel y luego a su amigo, algo no cuadraba para él.

—¿Qué sucede, Takeru? ¿Qué no estás diciendo?

Takeru miró a su amigo sin expresión alguna en su rostro y luego sus ojos fueron por un segundo en dirección de la chica. Y Koushiro entendió, lo que sea que ocultara Takeru era algo que Hikari no debería saber.

—No eres el único al que le debo explicaciones —añadió Takeru, antes de que Hikari sospechara del intercambio de miradas silenciosas—. Los veré en el Memorial antes de que entren.

Koushiro asintió no muy seguro de estar de acuerdo de ser abandonado ahí en espera de los demás, pero al recordar quién venía en el siguiente vuelo cambio de opinión. Si un Takaishi se rehusaba a hablar, tal vez el otro cooperaría un poco más.

—Un momento, Takeru —el joven, quién ya había tomado sus cosas dispuesto a marcharse, se volvió hacia él—. Ve primero a tu apartamento para que tomes un baño. Con ese aspecto das lástima. —Y le arrojó un juego de llaves—. Hikari te llevará.

—Insinúas que planeas meter a los siete chicos en ese auto —y señaló el deportivo—. Y, a propósito, ¿de dónde rayos lo sacaste?

—Es de Yamato, regalo de tu padre al terminar la escuela en primavera. —Takeru se limitó a un bajo 'Oh' y metió las manos en los bolsillos de los pantalones, evidentemente, incómodo—. Tú no te preocupes por los chicos, iremos directo al Memorial. Además, creo que Hikari no tiene problema alguno con llevarte, después de todo, vino sólo para verte.

Hikari nada añadió a esto, pero se sonrojó ligeramente. Takeru dudó un poco más, pero finalmente aceptó la idea de Koushiro. El pelirrojo ya había dado un par de pasos cuando escuchó a Takeru decirle:

—Puedes hacerles todas las preguntas que quieras, Iz, pero no sacarás nada de ellos. Si quieres saber qué sucede, tendrás que esperar hasta que podamos hablar.

Cuando Koushiro se dio la vuelta, Takeru ya estaba subiendo al automóvil plateado que conducía Hikari. Lo estudió a la distancia mientras abría la puerta de atrás y, en ese segundo, se fijo en el equipaje de su amigo. En la mochila azul oscuro que acomodó en el asiento y en la verde claro que puso al lado de la otra. La pesada mochila verde claro... En lo que su mente trataba de encontrar otras explicaciones, explicaciones que alejaran el mal presentimiento que comenzaba a punzar en lo profundo de su inconsciente, Takeru ya había subido al auto y este se había puesto en marcha. Pero Koushiro se quedó ahí, de pie, observando cómo el automóvil se alejaba mientras pensaba en ella, alarmado, consciente de que aquel color era su favorito.

Hikari conducía en silencio pero echando un vistazo a cada tanto a su acompañanante, quien se limitaba a mirar por la ventana. Tenía muchas preguntas y muchas cosas que decirle, pero Takeru estaba tan callado y taciturno que no supo si debía decir algo o mantener el silencio. No obstante, tras unos minutos Takeru se hartó de las miradas vacilantes de su amiga.

—Sólo dilo, Hikari.

La chica se mordió un labio, insegura, mientras prendía las direccionales para indicar que daría vuelta en el siguiente retorno.

—¿Qué fue todo eso de hace un rato? ¿Por qué Koushiro te..., golpeó? ¿Qué sucede que no quisiste discutirlo frente a mí?

Takeru volteó el rostro inmediatamente hacia ella, sorprendido, había creído que ella no se había dado cuenta.

—Te conozco —repuso ella, dando vuelta al volante—. Sé cuando ocultas algo.

Él sonrió, sin pretenderlo, y se revolvió el cabello.

—Le prometí a Koushiro algo, a él y... —Takeru se contuvo de decir su nombre en el último instante por temor de volver a sentir el desasosiego y el temor que lo habían invadido los últimos días, pero se obligó a recuperar la voz y a seguir hablando—. Es simple, rompí una promesa y nada bueno resultó de ello.

El joven recargó la cabeza en el respaldo del asiento y miró el tapizado gris del techo, temiendo que su amiga preguntara algo más, pero en lugar de una pregunta Hikari se limitó a mirarlo aprovechando la luz roja de semáforo.

—Me preocupas, Takeru —admitió, cuando la luz cambio a verde—. Te vez triste..., muy triste.

Takaishi sonrió ante este comentario y se volvió hacia ella.

—Tú te ves bien, muy bien. Me alegra verte bien —confesó con sinceridad. Y ahora Hikari sonrió.

—Mi hermano trata de mantenerme al margen de todo —comentó con un gran suspiro de pesar—. Estoy lejos de estar bien, Takeru. No eres el único que ha estado ocupado. Las cosas están más tensas cada día y todos resienten la situación. Mi hermano, sobre todo, está cambiado, apenas y lo reconozco a veces. Si no fuera porque Yamato lo mantiene cuerdo no sé qué habría sido de él. —Takeru volteó inmediatamente a la ventana ante la mención de su hermano mayor—. Está muy preocupado por ti, trata de ocultarlo pero fracasa rotundamente en ello.

—Probablemente demuestre su preocupación riñéndome por desobedecer en cuanto me vea.

Hikari rió divertida, dudaba que Yamato actuara así al ver a su hermano menor, pero comprendió que no tenía caso discutir con Takeru al respecto. Así que cambió el tema. Comenzó haciendo un comentario sobre el tráfico, luego desvarió un poco sobre algunos trabajos que tenía pendientes para la universidad y terminó hablando sobre el último compendio fotográfico que le había enviado meses atrás.

—Siento que no haya sido nada excepcional. No he tenido mucho tiempo libre. Tampoco es que haya pasado algo interesante últimamente, no desde el Seijin no hi... —dudó en seguir, porque no estaba segura de si hablar de aquellas cosas, cosas que él se había perdido por su misión en Estados Unidos, le molestaban. Para su sorpresa, Takeru sonrió ampliamente.

—Oh, recuerdo esas —dijo entre risas—. ¿Fue iniciativa de Daisuke o fuiste tú quien le pidió posar de esa manera?

Ahora fue Hikari quien reía recordando a Daisuke (vistiendo el haori y hakama negro, con abanico en mano y usando una cinta sobre la frente), tratando de poner cara de malo, apretando los puños y poniendo los brazos en arco para parecer fuerte.

—Creí que la foto tenía el nombre de Daisuke por todas partes. Debiste ver su cara al ver a Ken con traje —agregó, conteniendo una risilla—. Luego se le pasó, cuando vio a otros chicos con el atuendo tradicional.

—Me imagino —dio un gran bostezo—. Me hubiera gustado estar aquí... —Terminó cerrando los ojos y acomodándose en el asintiendo completamente exhausto.

—Yo opino igual —comentó Hikari, hablando, más que con el joven dormido, consigo misma.

El resto del trayecto, de cerca de dos horas, reinó el silencio. Hikari continuó mirando de reojo a la figura durmiente para comprobar que siguiera ahí, a su lado. Estaba intranquila, se había reprimido de preguntar y de decir todo lo que traía en la mente por el bien de su amigo, pero ahora que sólo tenía a su propia voz interna para entretenerla volvía a inquietarse.

Hacía mucho tiempo que no veía a Takeru y la última vez que estuvieron frente a frente no había sido precisamente agradable. A Hikari aún le dolía la última mirada en el rostro de su amigo antes de dar media vuelta y marcharse. Y, pese a que habían pretendido que nada había pasado entre ellos, ella sabía que los e-mails, los mensajes y las llamadas telefónicas ya no eran iguales, ya no eran sinceras. No se podía ser sincero cuando se tenían que cuidar las palabras, cuando se hacía un pacto silencioso de no hablar de ciertas cosas, cuando se ocultaban cosas el uno al otro.

Sí, ahora todo era diferente.

—Takeru, llegamos —anunció ella al apagar el motor del auto en el estacionamiento de un edificio departamental en Odaiba.

No hubo respuesta. El sueño del chico era más profundo de lo que ella había supuesto. Hikari lo examinó un momento de cerca, sonriéndole al joven dormido. Takeru se veía tan tranquilo, cómo si no le preocupara nada. Contrastaba tanto con el chico que encontró en el aeropuerto que se rehusaba despertarlo.

"¿Qué habrá vivido las últimas semanas?" Dejó escapar un suspiro y, finalmente, se decidió a despertarlo y lo meció suavemente.

Takeru dio un respingo al tiempo que abría los ojos, pero fue una sorpresa para él encontrar la mirada de Hikari y darse cuenta de que ella estaba tan cerca de su rostro. Quizás la chica notó el asombro en su pero se apartó de inmediato, un poco azorada.

El joven se incorporó estirándose un poco. El cuello le dolía por la posición en la que había dormido, no sólo las últimas horas, sino también el largo tiempo que duró el vuelo. Al fin le puso atención a su entorno, estaban en el estacionamiento de un gran complejo de apartametos. Sonrió irónicamente por alguna razón que su amiga no captó y bajo del auto llevando las dos mochilas con él. Hikari lo acompañó al edificio, se había ofrecido para cargar una de las maletas pero su amigo no la dejo ni terminar su ofrecimiento.

—Chicos —recitó con aire divertido la joven mientras seguía al necio de su amigo.

Al llegar al apartamento (situado en el último piso) y abrir la puerta, Takeru se detuvo un momento para acostumbrarse a la idea de que aquel iba a ser, de ahora en más, su hogar. Algo se movió dentro de su estomago al recordar su casa cerca de la universidad en New Jersey, con sus cosas aún en ella. Ignoró su malestar, se quitó los zapatos y entró. Pasó una mirada crítica por el lugar obligándose a no pensar en lo que había dejado atrás.

Para ser Japón, era un departamento amplio, prácticamente no había divisiones entre la cocina, el comedor y la sala de estar.

—Hay un cuarto para Mimi en nuestro piso. Tú decides como dividir a los chicos entre los dos apartamentos que se alquilaron para ustedes.

Takeru negó con la cabeza sin mirarla, luego, tras un suspiro, le dijo que Mimi se quedaría allí con Ryo y con él. Hikari iba a protestar pero Takeru no se lo permitió.

—Lo siento Hikari, pero me temo que Catherine va a ser quien tome el cuarto extra con ustedes.

Su mente protestó ante la simple idea, pero se mordió el labio tratando de reprimirse, sabía que no tenía opción ¡Ya quería que Miyako y Sora se enteraran de aquella noticia!

Takeru, sin prestarle atención a la chica, entró en una de las habitaciones y puso la maleta más pesada en el. Hikari olvidó sus pensamientos, que para ese momento enumeraban las cosas por las que no soportaba a la chica francesa (a quien no conocía), y miró a su amigo con preocupación creciente desde la sala de estar. El joven había estado un rato simplemente parado frente a la maleta sin soltar la otra para luego salir y cerrar la puerta tras él. Luego pasó a uno de los cuartos que tenía acceso a la pequeña terraza y prácticamente aventó la otra mochila en la cama.

Hikari lo siguió calladamente, estaba preocupada por él pero no sabía exactamente cómo reaccionar, así que se limitó a sentarse en la cama mientras su amigo salía a la terraza.

Hikari no podía decir nada porque no sabía que decir. Cuando escuchó que Takeru iba a volver a Japón, no de visita solamente sino que él iba a vivir en Odiaba, su ingenua mente se había llenado de ilusiones. Ahora entendía que todas sus esperanzas eran egoístas e irreales. Se sintió tonta mientras lo observaba con la mirada perdida en el horizonte, ella seguía preocupada por asuntos triviales mientras que él traía cosas más serias de las cuales ocuparse.

—Tal vez no debiste dejar que Iz te convenciera de traerme, Hikari —comentó el joven, más calmado, cuando regresó a la habitación—. Él no podrá traer a todos los chicos en su auto con todas sus cosas. Es gracioso imaginármelos amontonados en el deportivo, de hecho.

En verdad su mente visualizó a los ocho chicos, con maletas y todo, unos sobre otros en el auto deportivo. Casi podía escuchar a Catt quejándose y no pudo resistir soltar una carcajada. Hikari rió también.

—No te preocupes por Koushiro, lo más probable es que alquile algún transporte, de cualquier manera, no creo que tenga problemas. Además, claro que debía traerte, no te iba dejar venir solo. Te vez muy cansado.

—Lo estoy, de hecho —afirmó mientras se revolvía su cabello y la miraba algo intranquilo.

Hikari se puso de pie y se acercó a la puerta corrediza mirando a la distancia, nerviosa.

—Los chicos se van a llevar una gran sorpresa al verte. Todos hemos estado preocupados por ustedes. Tu hermano, tu madre... Iori, ha estado algo triste porque no viniste ni para año nuevo ni en la Golden Week, pero se alegrara mucho al saber que por fin has regresado. Sabes que eres como su modelo a seguir.

—Ese siempre será su padre —repuso Takeru, teniendo en la mente todavía las primeras palabras de la chica. Sí, definitivamente se iban a sorprender con su llegada y su informe de esos meses, por no decir otra cosa.

—No estoy de acuerdo. Muchas cosas han cambiado, has hecho falta. No debiste esperar a que pasara algo para regresar.

Esto último se escapó de sus labios antes de racionalizar las palabras y volteó hacia él, temerosa. Encontró su ojos azules mirándola algo dolidos pero él rompió el contacto, se dirigió a la cama, abrió la mochila y comenzó a desparramar su contenido sobre el colchón.

—Tengo que encargarme de un asunto, Hikari —comentó Takeru, sin mirarla, buscando alguna prenda decente entre sus cosas—, y no creo que deba quitarte más de tu tiempo.

—No me importa —aseguró vivazmente la chica como tratando de enmendar sus últimas palabras—. Puedo quedarme si tú me lo permites, quizás te pueda ayudar en algo —añadió esperanzada. Takeru rió antes de contestar, lo que desconcertó por completo a la joven.

—Voy a tomar un baño, Hikari, no puedes ayudarme en eso. Después tengo que encargarme de un asunto en el que nadie me puede ayudar —terminó el japonés, con una extraña voz que su interlocutora no notó, ya que la chica estaba ocupada tratando de ocultar el leve sonrojó que había aparecido en sus mejillas sin motivo aparente.

—¿Estas seguro de que no quieres que te acompañe? No me importa esperar en la sala en lo que te bañas y te cambias de ropa.

—Estoy seguro.

Takeru ya había apartado un pantalón de mezclilla que aparentaba estar limpio mientras la chica salía del cuarto con aire triste.

—Hikari.

—¿Mhmm?

Ella regresó unos pasos y lo miró desde el marco de la puerta. Él le sonrió como solía hacerlo antes, esa cálida sonrisa que había sido solo suya hacía, tan sólo, un año atrás.

—Gracias.

Hikari sonrió por respuesta y lo dejó solo.

~ º ~

Con el cabello aún mojado pero un poco más descansado por el corto baño, Takeru salió de su apartamento aventurándose a las calles de Odaiba, con una dirección en la mano junto con una carta.

Afuera el día era claro y hermoso, la belleza del cielo azul no era empañada por ninguna nube y Takeru quiso creer que aquel hermoso día era un indicio de cosas mejores para las cosas difíciles que estaba por enfrentar, aunque, contrario a su naturaleza, no tenía mucha fe en ello.

Era cierto que habían cambiado algunas cosas pero para él todo lucía igual, a pesar del tiempo lejos. Eran las mismas calles, los mismos edificios, la misma rutina en aquella moderna metrópolis. El ir y venir de la multitud, el ruido del tráfico, el mismo cielo. ¿Por qué sentía que lo único que había cambiado en esos años había sido él? Escuchaba el murmullo de la gente y sentía envidia de aquellas caras despreocupadas, de aquellas personas que sonreían. Cuando se fue era sólo un muchacho, ahora que regresaba traía consigo las penas de un adulto.

Al llegar al edificio de la dirección y entrar en él, el deseo estar de nuevo en Europa o América se tradujo como un malestar general. Takeru sentía que iba a enfrentar el peor momento de su vida. El joven tenía problemas para respirar con normalidad, le dolían las costillas, sentía como si algo le oprimiera el tórax, estaba temblando y sudaba frío.

Mientras el elevador lo llevaba al sexto piso deseo muchas cosas, pero sobre todo deseó, como infinidad de veces antes de esa, estar en su lugar. No dejaba de pensar en ese día, en todo lo que salió mal.

Cuando las puertas se abrieron estaba convencido de entender cómo se sentía estar condenado a muerte. Sus pies parecían de plomo y sus pasos se sentían torpes mientras caminaba por el pasillo que resultó el más largo que jamás recorrió en su vida (tal vez porque cada paso que daba hacia adelante sentía una fuerza que lo atraía hacia atrás). Apretar ese simple botón y esperar fue una verdadera tortura, no pudo evitar mirar con desesperación las señales de salida de emergencia al fondo del pasillo.

Su respiración se detuvo al escuchar pasos hacia la puerta. Y, cuando vio a esa jovial mujer en la entrada con esa radiante sonrisa que había heredado su hija, cuando lo abrazó como a un hijo y miró el pasillo vacío, anhelante…, en ese momento su corazón experimentó un dolor indescriptible, se le encogió dentro del pecho.

Media hora después estaba en el elevador de regreso. Al cerrarse las puertas, cuando empezó a funcionar, se recargó en la pared del elevador sintiendo deseos de llorar y gritar y romper cosas. Por alguna razón, entregar esa carta, con esa mentira escrita por mano de la joven, fue peor que decir y enfrentar la verdad. Las palabras de sus padres aún resonaban en su cabeza:

—Confiamos en ti, Takeru —su padre había puesto una mano en su hombro como signo de confianza—, después de todo siempre la has cuidado. Tú la traerás sana y salva a casa.

Resultó para el joven un juramento, algo que iba a cumplir sin importar el precio.

~ º ~

A las siete de la noche estaba sentado en una banca a unos minutos del Memorial esperando a que sus amigos llegaran del aeropuerto. No iba a entrar solo, así que simplemente esperaba. En realidad, disfrutaba de su propia miseria, ahogándose en la culpa que aumentaba a cada segundo. Estaba tan ajeno a la realidad que al oír su terminal sonando dio un brincó y casi cayó al suelo. Se trataba de Izumi diciéndole que ya estaban en el Memorial. Se levantó y caminó lentamente, con las manos en los bolsillos, hacia el edificio.

Minutos después los encontró en la entrada. Sus amigos lo saludaron efusivamente, Catherine lo abrazó, Ryo le dio una palmada en la espalda. Trataban de animarlo y aunque agradeció el gesto, Takeru sabía que no lo merecía.

—Nos tardamos más de lo que pensé —se quejó Koushiro—. Vayamos a la sala de juntas, los demás ya deben estar ahí.

Los chicos se adelantaron pero el pelirrojo hizo tiempo para poder añadir algo solo para los oídos de Takaishi.

—Tú y yo tenemos una plática pendiente. Me explicarás todo después de la reunión. Todo, Takeru.

Al entrar al edificio un guardia le informó a Koushiro que ya lo esperaban. Él asintió secamente y siguió caminando hasta el elevador. Momentos más tarde, estaban frente a la sala de juntas y el único que no parecía nervioso era Koushiro.

Cuando finalmente entraron, todos los presentes se pusieron de pie, atónitos. Para algunos era la primera vez que se veían cara a cara. Los cansados jóvenes que acababan de llegar del aeropuerto saludaron a los elegidos con cierta melancolía. Yamato fue directo hasta su hermano menor y, sintiendo un verdadero alivió por primera vez en mucho tiempo, lo abrazó. Hikari sonrió ante la escena pero permaneció lo más apartada que pudo de los recién llegados cosa que algunos de los presentes notaron. Después de presentaciones, saludos y reencuentros, todos tomaron por fin asiento.

—¿Dónde está Mimi?

Catherine habló antes de que su amigo digiriera la pregunta adecuadamente, diciendo que ella no venía con el grupo. Hubo un incómodo silencio antes de que Yamato preguntara si estaba bien. Los ojos del joven pelirrojo se posaron en Takeru, que cada vez se encogía más, con cada pregunta sobre la chica su rostro se ensombrecía. Catherine simplemente dijo que la última vez que la vio estaba bien, el resto de los tamer asintieron a esta frase mirando de reojo al joven de ojos azules. Eso no tranquilizó del todo a los elegidos, eso no le quitó esa extraña mirada iracunda a Koushiro, pero el interrogatorio terminó.

El jefe Nagano se había puesto de pie y comenzó pronunciar unas palabras de agradecimiento por su abnegado trabajo y valentía. ¡Nunca fueron usados los elegíos en peor ocasión! Con cada palabra ellos se hundían más en sus asientos, cada vez más incómodos. Hikari notó el dolor en su amigo, para él cada palabra era como una estocada. Cuando Nagano terminó de hablar, Taichi se puso de pie.

—¿Y bien? Tienes muchas explicaciones que darnos, Takeru.

Por primera vez, desde que el joven entró a la habitación, miró a los ojos a alguien. Se puso de pie mientras que todos en el cuarto centraban su atención en el elegido que portaba el emblema de la esperanza. Catherine pareció querer intervenir, hizo mímica de levantarse pero Takeru le indicó que no lo hiciera, le murmuró que todo estaría bien y le sonrió para tranquilizarla.

Fue el primer momento, desde que llegó a Japón, en el que Takeru parecía ser él mismo. Estaba calmado y seguro al situarse al lado de Taichi, frente a sus amigos.

Todos guardaron absoluto silencio para escuchar al líder del sector 2.

Los tamer se acomodaron en el asiento temiendo por Tk, quién prácticamente los había liderado a través de aquella odisea. Por otro lado, los elegidos estaban impacientes por saber qué había sido de ellos en esos dos meses, desde que se implantó el código rojo, desde que los tamer habían tenido que huir.

Takeru inspiró hondo y comenzó a hablar, aunque el sonido de su propia voz nunca alcanzó sus oídos. Fue como si su ser conciente se hubiera desprendido de su cuerpo y vagara por lo que acababa de vivir. Sabía que continuaba hablando porque la débil conexión con su cuerpo le indicaba que sus labios se movían y que, por la vibración en su garganta, algún sonido salía de ellos; pero no tenía idea de lo que decía, ¡con suerte algo coherente! No importaba, él, su esencia, era un caos. Un remolino de recuerdos, sentimientos y pensamientos que le llenaban la mente de humo, un humo denso que invadió todos sus sentidos y él se dejó llevar sin oponer resistencia mientras sus recuerdos se plantaban frente a sus ojos sintiéndolos tan vividos como si acabaran de ocurrir.


N. A.:

Estoy consciente de que este capítulo deja muchas preguntas sin responder pero, con suerte, cada capítulo desvelará el asunto. Y, sí, suena medio dramático el asunto pero no pude evitarlo.

Los capítulos que escribo tienen más o menos el largo de este, en realidad son un poco más largos, a veces mucho más largos. Espero que no sea un problema porque me gusta que cada capítulo complete la idea descrita en las pocas palabras del título. (Además, imaginen que subiera capítulos pequeñitos cada dos semanas o más, la espera, unos minutos de lectura y luego esperar por otro capítulo super pequeñito.)

En cuanto a la trama, es algo complicada y no fue a propósito (es mi primer fic, ¡se supone que uno no debe complicarse la vida!).

Gracias por leer, espero que les guste la historia y realmente me gustaría saber su opinión... (^o^)/~~~

Revisado 16/11/11


Voces japonesas.

Hakama. Pantalón holgado que puede llevar hasta siete pliegues, que simbolizan las virtudes del guerrero tradicional. A veces se usa en artes marciales.

Haori. Chaleco (tradicionalmente hasta las rodillas) que se coloca encima del kimono.

Seijin no hi. Día de la mayoría del adulto. En el segundo lunes de enero, los japoneses que cumplen 20 años del 2 de abril del año anterior al 1 de abril del año presente, celebran su mayoría de edad.