Prólogo

Porthleven, Inglaterra

Verano de 1064 d.C.

El carruaje se detuvo con brusquedad a un costado del caminode tierra. Lady Bella Swan asomó la cabeza en trelas cortinas de la pequeña ventana para averiguar qué pasa ba. Su delicada mano corrió la cortina de terciopelo; se podía ver sul piel tersa y blanca contra el brillo rojo de la lujosa tela.

-Cochero, ¿por qué nos detenemos?

-Hay un árbol caído más adelante, mi señora. Debemos moverlo para poder continuar. Tomará un tiempo, me temo.

Molesta por la demora, pero queriendo aprovechar el mag nifico dìa,Bella abrió impulsivamente la puerta del carrua je, descosa de explorar los alrededores. Capas de lino azul ca yeron en rascada sobre su refinada zapatilla antes de pisar el suelo de bosque. Sus ojos, tan verdes como las hojas que murmuraban en la suave brisa, recorrieron los árboles que la rodeaban ostentando los brotes del verano. Respiraba el aroma fresco del rocío matutino cuando el caballo negro de Sir Billy pasó resoplando a su lado.

-Vuelva a entrar en el carruaje -ordenó, girando la mon tura para quedar frente a ella-. Puede ser peligroso estar aquí afuera.

Bella entornó los ojos y los clavó en el rostro siempre en fadado del guardia más confiable de su tío Phil. Sir Billy se veia alto y amenazador en su montura, el brillo en la mira da revelaba su deseo de ponerla sobre sus rodillas y azotarla hasta que obedeciera. Ella bufó de sólo pensarlo. Nunca.

-Estaré bien, Sir Billy -le ofreció una sonrisa irreve rente-, sólo ocúpese del árbol caído. Estoy ansiosa por regre sar a casa con mi padre.

Mientras se alejaba, sintió cómo su mirada le quemaba la espalda pero lo ignoró y levantó el rostro hacia la copa de los árboles. Cerró los ojos y respiró profundo. "Hermoso", pen só, mientras una brisa suave le besaba las mejillas y pegaba un mechón sedoso de cabello cobrizo contra su frente. Se apartó el cabello con la mano, y dirigió una rápida mirada a Billy. Estaba ocupado ladrándoles órdenes a sus hombres. Los pasos de Bella eran imperceptibles y nadie notó cuando se esca bulló entre los árboles.

Bella paseó por el bosque, tratando de esquivar las ra mas añejas y apartar las enredaderas que se adherían a su vestido. Desde algún lugar a sus espaldas, podía escuchar a Sir Billy todavía gritando órdenes sobre la manera apro piada de levantar un árbol caído del camino. Feliz de estar fuera de su vista, comenzó a tararear. El malhumorado ca ballero había estado al servicio de su tío Phil desde que Dios creara el mundo. Sir Billy era sumamente respetado, sobre todo por su padre, pero ello nunca había impedido que Bella discutiera con él en toda oportunidad que se le presentara. Por supuesto, ella no era la que comenzaba las peleas. Billy era un soldado viejo y endurecido por las ba tallas, que no aprobaba que las damas anduvieran a caba llo, usaran botas o hablaran a menos que se les dirigiera la palabra. Ella todavía no sabía bien si el haber pasado el ve rano discutiendo con el comandante de su tío había sido malo o bueno. A la hija de Lord Charlie Swan, poderoso guerrero del Inglaterra, le gustaban las buenas peleas, al igual que a su padre.

Nada de eso importaba ahora. Al fin estaba regresando a ca sa con su padre y no podía esperar para verlo. Bueno, se corri gió a sí misma, podía esperar un rato más sólo para disfrutar de ese espléndido día.

La recia voz de Billy persiguió a Bella por entre los ár boles hasta un estrecho valle donde se mezcló con el canto de las aves azules en lo alto. El esplendor de la pradera alfombra da de jazmines amarillos y el azul de los linos la envolvieron. Bella sonrió y se levantó la falda para correr por el exube rante paisaje. Cayó de rodillas bajo la sombra de un viejo sau ce y luego se recostó en la hierba crecida disfrutando los sua ves pétalos amarillos y azules que le acariciaban las mejillas.

Un extraño sonido llamó su atención. Al principio pensó que estaba soñando, se sentó y miró a su alrededor. Estaba so la en el valle. Una risa seductora recorrió el aire fragante y, como un canto de sirena, la llevó hacia un extenso grupo de ar bustos de grosellas. Era maravillosamente provocativa. Sin duda, era la voz de un hombre, porque los tonos eran profun dos y vibrantes. Pero a diferencia del sonido pedregoso de las voces de los hombres de la guarnición de su tío Phil, esta voz no resultaba áspera a los oídos.

Bella se arrodilló entre los densos arbustos con el alien to entrecortado y separó las ramas.

Definitivamente era un hombre. Flotaba de espaldas a só lo unos metros de distancia en una laguna pintada por la luz del sol y apartaba capullos de cornejo. La vista de su cuerpo desnudo encendió las mejillas de la joven y sus labios se sepa raron. Una luz cobriza se reflejaba en los músculos tensos de un pecho y unos brazos bien esculpidos. Sumergió la cabeza hacia atrás, tomó una bocanada de agua y luego la lanzò ha cia arriba como el chorro de una fuente.

Bella suspiró mientras observaba la escena. Los árbo les, cornejos rosados y blancos, rodeaban la pequeña laguna y liberaban sus frágiles flores ante la más mínima brisa. Co mo una nevada estival, cientos de minúsculos pétalos surca ban el aire y caían sobre el agua cubriendo toda la superfi cie. Y allí, en medio del paraíso, se hallaba el hombre más imponente que Bella hubiera visto jamás. Aunque nada ba solo en la laguna, jugaba como si hubiera otros disfru tando del día con él. Se sumergía en las profundidades cris talinas, entrando en un mundo que sólo él conocía. Allí bajaba como un pez besado por el sol, más y más hondo ha cia su mundo privado.

Los minutos se alargaron mientras Bella observaba la su perficie manchada por el sol buscando señales de él. Se puso de pie, alarmada, abandonó su escondite entre el follaje. Quería zambullirse en el agua, pero dudó, ya que no sabía nadar. De repente él emergió con un chapoteo ruidoso de rizos aza baches rociados con leves gotas. Salió bruscamente del agua, La muchacha pudo ver su firme abdomen... y más allá. Con un repentino giro de su cuerpo volvió a desaparecer, sólo pa ra volver a emerger.

Bella sintió que estaba observando a un hombre sirena. Tal vez debajo del agua serpenteaba una gran cola con esca mas, poderosa e iridiscente. Ciertamente parecía más feliz en su espacio de juego acuático que cualquier otro humano sobre la tierra. La alegría llenaba su rostro; su sonrisa extática encen día la piel, los músculos y la sangre de Bella. Nunca había visto un hombre tan erótico. El agua era una amante que be saba cada parte de su cuerpo al mismo tiempo. Él cerró los ojos, y se abandonò al puro deleite que lo consumía. Cuando los volvìo a abrir, levantò la cara hacia el sol.

El corazon de la joven se detuvo al ver que el color de esos ojos absorbían los azules intensos del cielo mientras reflejaban la verde profundidad de la laguna. Quería quedarse allí para siempre y observarlo inmerso en su fantasía privada. Comen zò a sentir cosquilleos en lugares cuya existencia acababa de descubrir.

El sonido del trote de un caballo acercándose desde el lado opuesto de la laguna la sobresaltó, y la despertó de su encan tadora ensoñación. Dio vuelta la cabeza rápidamente en direc ción al intruso.

Una mujer sentada en lo alto de un caballo blanco apare ció entre los árboles como si fuera un sueño irrumpiendo en la vigilia. El pálido cabello rubio caía en todo su esplendor sobre la espalda y llegaba hasta la montura como una cascada de seda. Su rostro era de una belleza indescriptible, tan delicado como los brotes recién surgidos de la hierba que crecía alrede dor de la laguna.

Cuando la vio, el hombre sonrió desde el agua.

-Tanya, ¡llegas tarde! -gritó.

-Me sorprende que lo hayas notado. -La bella dama le dirigió una sonrisa pícara, bajó del caballo y lo ató a un árbol cercano.

Bella suspiró cuando la mujer desnudó con suavidad sus hombros quitándose el vestido de algodón, que cayó al suelo como si un ángel hubiera desechado sus alas de gasa. El nada dor la miraba, deslizándose hacia ella tan lentamente que ni una sola ola rompió la tranquilidad del agua a su alrededor.

Ay, Dios mío, ¿qué debo hacer?, se preguntó Bella. Podia notar en la voz del hombre que la pareja no se dedicaría sólo a nadar. ¿Cómo escaparía ahora sin ser descubierta? ¿Se vería obligada a observar? Extrañamente, la idea la intrigaba y la perturbaba a la vez. Quería soñar que había descubierto a es te hombre sirena, que le pertenecía sólo a ella. Podía nadar con él, viajar por su mundo debajo de la superficie y compartir el éxtasis que encendía su pasión.

-¿Está fría?

-Yo te daré calor -prometió el hombre sirena. Su voz era como la tenue brisa en un día sofocante; suave, arrulladora, calmaba el ansioso corazón de Bella.

La muchacha saltó por encima de su ropa con una gracia que hizo que Bella se sintiera como una torpe chiquilla, y, desnuda, dirigió sus pasos hacia la orilla del lago.

Él nadó hacia ella. Y luego, para sorpresa de Bella, salió del agua haciéndola sentir encantada y mortificada a la vez. El agua caía en cascadas desde su resplandeciente espalda, sobre las fir mes y redondas nalgas bajando por los muslos musculosos has ta sus fuertes pantorrillas. No era un hombre sirena después de todo, pensó Bella, mordiéndose el labio inferior. Tomando las manos de su amante, él retrocedió en el agua acercándola con suavidad hacia sí. Ella protestó y contuvo el aliento cuando el agua fría le lamió los pies, pero él se rió y la condujo aun más ha cia adentro. Cuando el agua le llegó a la cintura, él se dejó caer atrás sin soltar a la mujer, que con su abrazo húmedo apenas se mantenía a flote sobre su cuerpo.

Bella quería darse vuelta, correr, pero no podía. Había caído en un hechizo, maravillada por el sonido de su risa y el apetito con el que sus dedos acariciaban el cuerpo mojado recostado sopre su pecho.

Él desapareciò bajo la superficie, liberando a su amante. Ella lo siguiò, y Bella esperó contando mentalmente los se gundos. Habìa pasado demasiado tiempo. Ya deberían haber salido. Esperò, ansiosa de ver su rostro de nuevo.

Pasò un instante, luego otro, poniendo a prueba los nervios deBella hasta que casi no pudo soportar la tensión. Por fin lasuperficie del agua estalló y la pareja salió expulsada hacia arriba como un géiser. El hombre sostenía la cintura de amante, empujándola hacia arriba primero. La boca de la mu jerestaba abierta, agitada, recobró el aliento que la devolvía a la vida. Prisionera de la fuerza masculina de esos brazos, son rió y bajo deslizándose por el cuerpo de su amante.

Bella podía ver la pasión en el rostro de él. Ay, podía ver la, era tan intensa que vibraba y proyectaba el oleaje del agua a su alrededor. Sus labios dibujaron una sonrisa amplia y lujuriosa mientras bebía el rostro de la mujer.

-Te amo.

Las palabras se podían leer con claridad en sus labios, en sus ojos. Bella dejó escapar un débil gemido, deseando que fue ranpara ella.

Él besó a su amante en el cuello y trazó un camino de fue go hacia sus pechos. Bella contuvo el aliento. Desapareció de nuevo bajo el agua y la misteriosa dama lanzó la cabeza hacia atrás, como lo había hecho el hombre apenas unos mi nutos antes, cuando aún estaba solo en el agua en un éxtasis eufòrico.

Mordiéndose el labio, Bella intentó imaginarse qué es taba haciéndole a la bella mujer bajo el agua que la hacía sus pirar y gemir, y luego gritar.

Él emergió nuevamente, esta vez detras de su rubia dama. Puso sus brazos alrededor del pecho de ella y le susurró algo al oído, una sonrisa tan radiante como el mismo sol iluminó el rostro de la mujer. Luego la levantó apenas sobre su cuerpo y la volvió a bajar.

Por fortuna Bella pudo sofocar el gemido antes de que se le escapara de los labios. Sin embargo, el fuego que él había en cendido en ella ya no podía ser apagado. Sabía que nunca poría olvidarlo.

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