Amigo lector, gracias por leer mi fanfic. Como siempre, sólo deseo recrearlos un rato con mis historias que, como fiel fanático de Harry Potter, deseo compartir con otros discípulos de tan buena saga. Este relato lo escribí pensando en varios capítulos, así que les prometo que lo continuaré -si les gusta, claro.
Todo es de J.K. Rowling.
El Diario
Era una gélida noche de invierno, el frío hacía crujir los cristales de la alcoba de varones que se habían empañado intensamente. Hogwarts había cambiado, el antiguo y liberal Hogwarts ahora era un poco más estricto y seguro que en años anteriores; muchos guardias de piedra custodiaban las entradas todas las tardes, y como eran criaturas sin alma, podían estar paradas allí por la eternidad, hasta que algún portador de varitas los relevara de aquella guardia inmutable. El orden era palpable en los pasillos, hasta los cuadros no podían moverse después de las ocho de la noche. Todos dormían en el dormitorio de varones de Gryffindor; pero esa noche, como varios otras noches, Albus Severus se había quedado en vela leyendo sobre la ciencia de la magia –era un joven muy curioso y su curiosidad siempre era saciada con un buen libro. El talentoso Gryffindor ya había sido atrapado varias veces en la biblioteca a altas horas de la noche –en la sección prohibida, claro-, pero siempre volvía por más información de cualquier tema que le llamara, repentinamente, la atención (desde plantas mágicas y cómo usarlas hasta los secretos oscuros de una buena varita).
Fue esa noche, cuando había terminado de leer Alquimia en la cocina, cuando una gran idea lo llevó a levantarse de su cama. Ya había leído diversos libros sobre su mundo, el mundo mágico. Ahora quería saber más sobre otros temas desconocidos en su totalidad en aquél mundo, su mundo, que muchos muggles llamaban "surreal"; su padre nunca le había hablado del mundo muggle –y las clases en Hogwarts sobre ese tema no eran muy informativas-, de modo que él mismo se encargaría de investigar. Sabía que el director Neville dormía profundamente a esas horas y gracias a varias de sus lecturas, había aprendido a dominar los encantamientos desilusionadores y algunos que otros encantamientos prohibidos –que no utilizaría a menos de que fuera estrictamente necesario.
Sin darse cuenta, ya se había puesto en marcha. Gracias a sus encantamientos de invisibilidad no había sido detectado por las armaduras encantadas de la torre de Gryffindor. Caminaba por los pasillos oscuros de aquél mágico castillo, a toda prisa; subía y bajaba largas escalinatas de piedra, pasaba por pasillos repletos de armaduras encantadas que podían sentir su presencia, por enormes y elegantes estancias débilmente iluminadas por los rayos de aquella luna pasajera y hasta pudo ver a Minerva McGonagall –en sus últimos años- guiando a ciertos novatos traviesos de primer año para ayudarles a encontrar sus salas comunes. Era una noche especial, no sabía por qué pero sentía que así era. Al girar en uno de los pasillos empedrados vio la inmensa gárgola –reconstruida y mejorada- de la entrada a la dirección.
-branquialgas –dijo en voz muy baja. La gárgola retrocedió y dejó abierta una enorme escalera de caracol que ascendía hasta la oficina principal- ¡Vaya! Hugo tenía razón después de todo… Sí era la contraseña.
Subió a toda prisa y casi se resbala con un charco de jalea de mora –de seguro lo había derramado el director entre uno de sus sueños (era sonámbulo). Siguió escaleras arriba hasta encontrar una puerta inmensa de ébano y oxidado picaporte con las iniciales "N.L" grabadas en el centro de la misma. La abrió con sigilo, sin hacer ruido alguno, y entró sin percatarse que a su paso dejaba huellas de jalea de mora. La oficina no era igual a la que había visto en los anuarios de los anteriores años en Hogwarts, donde un hombre alto, pálido y barbudo, de mirada adusta pero cálida y sabia, resaltaba entre aquellos rostros juveniles. Ahora la estancia era mucho más elegante y soberbia. Inmensos jarrones de porcelana con extrañas plantas mágicas resaltaban entre inmensas estanterías de opaca madera repletas de libros sobre herbología básica y transformaciones complejas. El piso era de mármol blanco y algunos peldaños de mármol negro excelentemente pulido –Albus podía ver su reflejo en aquél suelo de ensueño. Un inmenso retrato de un caballero de cabello lacio, opaco, de mirada divertida y de gestos chistosos coronaba la oficina y reposaba sobre una elegante chimenea de piedra tallada y con incrustaciones de plata y rubíes –que se encendió en lo que Albus pisó aquella habitación. Unas palabras estaban grabadas en plata en la parte inferior de aquél cuadro: Draco dormiens nunquam titillandus. Sin duda, aquella elegante habitación era digna de ser la oficina del director de Hogwarts. Se espabiló, debía de ser rápido o el director se percataría de su presencia –o peor aún, el mismísimo Filch (cuya vejez sólo le daba mayor destreza en su labor de vigilante estrella). Buscó en la estantería principal y sólo consiguió libros sobre plantas curativas. Siguió investigando hasta encontrar un viejo estante con otro grabado: "Albus P. W. B. Dumblendore". Sabía muy bien quién era aquél caballero, su padre siempre le había hablado de él, pero sólo lo conocía por los relatos de su padre. Al parecer, aquél caballero había tenido la misma curiosidad que él, pues en su estante sólo habían libros muggles –algunos con títulos muy curiosos como "Baloncesto", "Cómo instruir a un piloto de guerra (de la Real Fuerza Aérea)", "Aprendiendo a conducir (versión extendida)", entre muchas otras obras literarias muggles que resultaban interesantísimas; pero no tenía tiempo para investigar, tomó unos cuantos libros empolvados que flotaban misteriosamente llevados por una mano invisible y corrió hacia la salida. Al bajar, resbaló con aquél charco y cayó con gran estrépito hasta los pies de aquella gárgola. El encantamiento ya empezaba a perder el efecto y estaba todo embarrado de jalea de mora; resultaba difícil volver a realizar el encantamiento de invisibilidad y por el nerviosismo que ahora lo invadía, sólo pudo correr hacia el pasillo de Gryffindor temiendo lo peor. Sabía que el ruido había llamado la atención de las armaduras y del mismo Filch que ya se había puesto en marcha, de seguro. Llegó al rellano en cuestión de minutos y sólo el alivio acudió a él cuando el cuadro de la Dama Gorda se cerró bloqueando el boquete a sus espaldas.
Estuvo toda la noche devorando aquellos libros, leía sobre América y sus paisajes, se entretenía con las ilustraciones de los vehículos automotores y su mente, extasiada por tanta información, se concentró en un misterioso libro forrado en cuero negro y gastado y de lomo increíblemente sucio –se veía que nadie lo había abierto desde hace años. En la portada unas palabras, que habían sido escritas con una tenebrosa caligrafía, recitaban "propiedad de El Príncipe". No se atrevía a abrirlo, pero no podía juzgar a un libro por su portada –aunque eso había dicho varias veces y siempre terminó pasando sustos en la sección prohibida. Sin embargo, la curiosidad pudo más que su sentido común y terminó investigando el contenido de aquél libro.
No sé por qué escribo esto, quizás porque por medio de estas palabras sienta que puedo hablarte, sentir lo que sientes y conectar mi corazón a una nueva ilusión en cada página
Aquellas palabras, escritas con la misma caligrafía de la portada, resaltaban, como una dedicatoria, en la primera página que parecía quebradiza. Siguió leyenda, era un libro poco común, parecía más bien un diario. Al encontrar los primeros escritos, se sumió en una profunda lectura, se sumergió entonces en la mente de aquél hombre que parecía hablarle al oído por medio de aquellas melancólicas palabras.
Enero, 23
No puedo creer que haga esto, si los Slytherin me descubren me expulsarán de su círculo. Que sea nuestro secreto querido libro. Tanto tú como yo sabemos lo fuertes que son mis sentimientos por esa chica que ocupa el todo de mi corazón.
A veces sueño despierto con ella pero no la veo porque me ha abandonado. Después de mi perfidia creo que he roto la última esperanza por si quiera existir junto a ella, no podría seguir respirando en un mundo donde me faltara el aire de sus suspiros…
La página se había chamuscado y no podía leer el resto, así que pasó a la siguiente.
Enero, 30
Es doloroso verte por los pasillos, Lily, acompañada por ese chico tan superfluo que llamas "tu amigo". Que tonterías las que dices Lily, tu único confidente siempre he sido yo. El que siempre estuvo a tu lado aunque no pudieras percibirlo…
Aquellas anotaciones empezaban ser cada vez más cortas y melancólicas. El chico que había escrito aquella debía de amar, verdaderamente, a la tal Lily.
Febrero, 15
Caminando por los pasillos me acordé de ti. Vi en un rincón algo que nunca antes había visto, el cuadro de una cierva con una mirada radiante, libre y dichosa. Hermosa y superior, destilaba la esencia pura de la belleza, belleza que yace en tus ojos, las puertas de tu alma pura y femenina. Cómo quisiera poder explorar tu interior, si por lo menos me hablaras…
Febrero, 18
Sigues yendo a ver a ese Potter, cuanto odio que lo hagas. Te veo en las noches hablando ávidamente con él en los pasillos del segundo piso. ¿Por qué lo haces? ¿Por qué no me hablas? Tengo tantas cosas que decirte, Lily, cosas que no le diría a nadie más, cosas que nos pertenecen a ambos…
Albus cerró el libro. En su mente, como un eco incesante, esa palabra seguía repitiéndose: «Potter». ¿Sería un libro de cuando su padre estudiaba en Hogwarts? Quizás… No tenía fechas ni ningún tipo de información acerca del autor de aquellas palabras. De entre las páginas cayó la mitad de una fotografía en donde se veía a una mujer de hermosos ojos, sentada, reía con ternura evidente. Al mirarla con detenimiento, Albus comprobó que en los verdes ojos de aquella chica su padre le devolvía la mirada.
Les apuesto a que la curiosidad de Albus lo llevará a develar los secretos de un mago que no murió en vano. Espero que les haya gustado, no olviden dejar un comentario o una crítica si quiera, siempre son bien recibidas. Sin más que agregar, ¡que viva la fanficción!
