1.- La maldición se había roto.
Emma lo había conseguido, tal como Henry siempre dijo que lo haría.
Henry. Mi pequeño.
Cuando me llamaron del hospital diciéndome que Henry estaba ingresado inconsciente y no sabían que le ocurría, pensé que iba a desmayarme. Conduje tan rápido que las calles del pueblo eran solo un borrón informe a ambos lados de mi coche. No pensé en ningún momento en reducir la velocidad. Un accidente de coche era lo último que se me pasaba por la mente en esos momentos. Solo podía pensar en que mi hijo me necesitaba.
Al llegar a su lado y verle tumbado en una camilla conectado mediante cables a varios monitores hizo que una fría sensación de pánico se instalase en mi pecho.
Cuando cogí su mano entre las mías temblaba tanto que las piernas casi no me sostenían y tuve que apoyarme en la camilla.
Ni siquiera vi a la señorita Swan, pero ella a mi si.
- Usted… ¡Ha sido usted! –Emma se lanzó contra mí con toda su furia- ¡Esto es culpa suya! –dijo antes de cogerme de las solapas de mi chaqueta y encerrarnos en un cuarto de suministros médicos.
Su brazo en mi cuello me impedía respirar y sin embargo eso no me importaba. Solo podía pensar en la imagen de Henry en esa camilla, indefenso y vulnerable.
Sentía como mi mundo se derrumbaba. Emma estaba casi tan aterrada como yo por lo que podía ocurrirle si no despertaba pronto.
Tuvimos que recurrir a Rumpelstiltskin en busca de ayuda, pero él solo quería ayudarse a sí mismo, como siempre.
Esperar a Emma en aquel ascensor puso a prueba la resistencia de mis nervios. No hacía más que retorcerme las manos mientras andaba de un lado a otro.
El ataque me pilló por sorpresa.
Gold debió usar su bastón para golpearme en la cabeza. Todo lo que recuerdo es despertarme atada y amordazada en una silla y a Gold mirándome con esa irritante sonrisa suya.
- No es nada personal, Regina –decía él, inclinado hacia mí para poder mirarme a la cara.
Engañó a Emma para que le lanzase aquello que él mismo nos mandó a buscar por el hueco del ascensor y desapareció en pocos segundos por la puerta.
Ahora se donde fue, pero en ese instante solo podía pensar en que le robaba a Henry la posibilidad de curarse, y a mi la de salvarle.
Pero fue Emma quien lo hizo, con un beso de amor verdadero.
Describir el alivio que sentí al ver que mi hijo abrió los ojos sería imposible. Allí estaba yo, rodeada de enemigos y solo podía pensar en que Henry estaba vivo.
- Henry, digan lo que digan, no olvides que te quiero muchísimo –fue cuanto pude decir antes de tener que abandonar el hospital entre lágrimas. Él estaba a salvo y era cuanto importaba.
De regreso en casa, subí a su habitación. Necesitaba tenerle entre mis brazos, pero era esa mujer quien le abrazaba y no yo. Ella había salvado a mi pequeño y no yo.
Llorando me abracé a su almohada.
Una sacudida como un trueno hizo temblar toda la casa.
Me asomé a la ventana para ver como una enorme nube morada emergía y se tragaba el bosque del que salía y venía en dirección a Storybrooke.
De inmediato supe que era. Magia.
Sonreí. Ahora nada ni nadie me separarían de mi hijo…
