Esther Quesada Gálvez 19 abril 2006

Adiós, Timón.

Capítulo 1La despedida

Un día hermoso, la llanura arenosa se encuentra tranquila, los suricatos cavando al son de su canción, todo parece estar en perfecto orden. El sol empieza a asomar por el horizonte llenándolo todo con su luz, en los túneles el ritmo no se detiene por nada, la maravillosa rutina continua...

De repente, se oye un crujido, una grieta se abre en el techo, otra más grande le sigue, y cuando parece haberse detenido en su paso, la azotea del túnel se derrumba, sepultándolo todo bajo tierra y dejando las cabecitas de los suricatos sobresaliendo de la arena.

El Tío Max gritó un nombre con mucha rabia y todos los presentes, todavía con medio cuerpo bajo suelo, giraron la cabeza hacia...

―Timón! ―Frida gritó el nombre en voz alta, pero nadie se molestó en oírla; estaban más pendientes de la excusa que inventaba el muchacho para defenderse.

La madre de Timón aplaudió mientras se dirigía hacia él intentando disimular la embarazosa situación, pero no consiguió calmar a la multitud. Finalmente, después de tomarlo del brazo, se lo llevó a dar una vuelta para charlar con él.

Frida los siguió con la mirada hasta que desaparecieron tras la hierba alta de la llanura. Si algo sabía ella, era el tema del que iban a conversar.

Conocía a Timón desde que eran bebés y había presenciado todas y cada una de sus meteduras de pata. También había visto como ―después de cada una de ellas ―la madre lo achuchaba fuertemente e intentaba explicarle lo que era la vida para que no volviera a equivocarse y tuviera que pedir perdón nunca más. Sin embargo, aquellas largas o cortas charlas familiares no parecían surtir efecto en el joven suricato, puesto que, por culpa de su despiste y su fantasiosa imaginación, siempre volvía a las andadas.

Frida sentía mucho cariño y cierta admiración por él, pero hasta que las cosas no cambiaran no podría confesarle lo que sentía.

En primer lugar se encontraba el Tio Max. El pobre se desesperaba al ver que no había nada que hacer con su sobrino, y no habría aceptado ni en broma que su hija adoptiva se juntara con él. De hecho, Frida era huérfana. Sus parientes ―grandes amigos del Tío Max y residentes en la colonia ―habían muerto en una emboscada que les habían parado las hienas cuando buscaban alimento. Tío Max había decidido adoptar a la única superviviente de la desdichada familia ya que, siendo una cría, no habría tenido posibilidades de sobrevivir sola. Y a medida que iba creciendo, la muchacha se volvía más hermosa e inteligente, todo lo contrario que su dichoso sobrino, que no parecía guardar nada más en la sesera que sueños inútiles y rebeldes.

Tal vez fuera eso lo que le gustaba tanto a Frida de él: sus sueños. El chico los mantenía vivos por mucho que le hirieran los comentarios de los demás, y si caía se volvía a levantar con la cabeza bien alta. Sin duda, era un valiente.

El sol ya había salido del todo cuando Timón y su madre regresaron. Se anunciaba el cambio de guardia, y por la expresión que puso el Tío Max, la mujer parecía haberle contado alguna locura.

―¿Timón el centinela!

Frida se encontraba un poco lejos, y con los susurros de sus compañeros no podía oír bien el motivo por el que Tío Max quería que lo mataran.

Habiendo avanzado y estando más cerca, se enteró de que Timón había sido nombrado el nuevo centinela de la colonia. De hecho, todos estaban de acuerdo en ello, siempre y cuando no regresara a cavar túneles.

"Bueno" Pensó Frida. "Por lo menos ahora tiene algo que se adapta más a su forma de ser…"

Tenía ganas de felicitarlo por su nuevo trabajo pero, puesto que el Tío Max lo acompañaba ―seguramente para darle cuatro instrucciones básicas ―decidió quedarse donde estaba.

―¿Y esa cara?

―¿Qué? ―Al girar la cabeza se topó de lleno con Ankaru, una suricata de vivos ojos color ámbar y piel morena.

―Parece como si te hubieran hipnotizado, chica.

―¿Pero qué dices? ―Se esforzó en disimular la vergüenza ―¡Si estoy perfectamente!

―Sí, ya lo veo. ―Sonrió Ankaru ―Siempre que lo es a él te salen alas en los pies y te cambia el color de las mejillas.

―¡No es verdad! ―Se defendió.

―Ah¿no? ―Se mofó la otra ―Estás más colorada que el cielo africano al atardecer.

―Hum… ―Carraspeó ―Déjame en paz.

―¿Porqué no te le declaras de una vez¿Sabes? Haríais una pareja realmente mona: El tonto del bote y la niña mimada del Tío Max.

―Cállate, Ankara. ¡Estoy harta de que le llames así!

―¿Tonto del bote¡Pero si es verdad! Todavía no sé como has podido enamorarte de él.

―Dejemos el tema¿vale? ―Frida ya no podía seguir hablando. Estaba tan avergonzada que no podía mirar a Ankaru ni a la cara.

―¿No vas a replicarme? Vaya, y yo que me lo paso tan bien cuando te enfadas.

Cuando Frida iba a contestar, hubo algo inesperado que la cortó. Timón bajó rodando de la roca de guardia y fue a parar a los pies del Tío Max. El hombre no tuvo tiempo a quejarse lo suficiente de su incompetencia cuando tres hienas aparecieron a escasos metros, avanzando a paso lento hacia la colonia.

Fue visto y no visto; los suricatos empezaron a gritar de horror y se desperdigaron en todas direcciones, muertos de miedo y buscando un agujero donde esconderse.

Timón desapareció en cuestión de segundos como si lo hubiera absorbido la tierra, y otros hicieron lo mismo al poco rato.

Cuando Frida y Ankaru iban a seguirles, Banzai, la hiena, les barró el paso, obligándolas a retroceder.

Las chicas se dividieron en dos direcciones para despistar a su captor, pero Frida tuvo tan mala pata que con un bache y calló de espaldas.

Banzai se le acercó amenazante.

―Mira que bien; desayuno al aire libre. ―Rió ―¡A comer se ha dicho!

Frida se arrastró asustada; no quería ser el desayuno de nadie, y menos aún el de una asquerosa hiena. Evitó uno de sus ataques girando sobre sí misma hacia un lado, pero pronto se vio acorralada contra una enorme roca cuando su espalda topó con la dura superficie. No tenía escapatoria.

Banzai se relamió ruidosamente, pensando en el suculento banquete que le esperaba después de tanto tiempo sin hincar el diente, pero cuando iba a darle el mordisco definitivo a su presa… ¡Nac! Algo le mordió la cola y le hizo gritar.

Fredyhloe, un suricato joven y fuerte, le había saltado encima para ―si era necesario ―arrancarle la cola a mordiscos y propinarle unos cuantos arañazos en el trasero.

La hiena se cogió la cola con los ojos llorosos, gimiendo de rabia y olvidando por un instante el hambre.

―¡Fredy! ―Frida lo vio caer a su lado.

―¡Vamos! ―Fredyhloe la tomó de la mano y los dos echaron a correr desesperadamente hacia el agujero más próximo para salvar el pescuezo.

Una vez a salvo, recobraron el aliento. Mama estaba pasando lista para ver si estaban todos.

―¿Frida?

―Sí ―Contestó casi sin voz.

―¿Fredy?

―También. ―Dijo este.

―¿Copito¿Bailarín¿Veloz? ―Todos los nombrados asintieron. ―Oh, bien; estáis todos. ―De repente, Mama dejó escapar una exclamación ―¿Y el Tío Max!

Unos cuantos se asomaron al agujero. Frida no podía ver nada, pero por el barullo y los gritos suponía que allá fuera debía de estar pasando algo muy gordo. Un joven gritó con todas sus fuerzas.

―¡Max¡Por tu vida, corre!

Todos volvieron a meterse dentro del agujero al tener las hienas tan sumamente cerca. Se oyó un golpe seco ―alguien se había desplomado en el suelo ―y se escucharon mordiscos y risas.

Los suricatos agacharon la cabeza con tristeza. Ya no había nada que hacer. El Tío Max…

De repente, el Tío Max cayó en la sala, exhausto y hecho un cristo, pero vivo. Todavía con un hilito de sus fuerzas, levantó una mano y dijo:

―Aceché… cuando tenía que correr. ―Y volvió a hundir la cara en la arena.

Hubo un silencio repentino y todos dirigieron la mirada hacia Timón, quien se encontraba en una punta de la sala.

El muchacho intentó defenderse con argumentos inocentes, pero el resto no quería ni escucharle.

―Os lo aseguro, algún día todos nos reiremos de esto. Creedme.

―Yo creía en ti. ―Tío Max le dio la espalda al igual que los demás. Sólo Mama y Frida se quedaron un instante para ver como se Timón marchaba cabizbajo.

―Hijo mío… ―Susurró Mama.

―Tal vez… sería bueno que fuera con él, Mama. ―Frida se le acercó. ―Necesitará que lo animen un poco.

―Tantas veces que lo he hecho y tantas veces que hemos acabado mal. Ya no sé que hacer, Frida.

―No importa cuantas veces lo haya hecho o tenga que hacerlo. Usted sólo vaya y consuélelo. Timón la necesita más que a nadie; siempre la ha necesitado.

―… ―Mama sonrió con dulzura. ―Eres una buena chica, Frida. Ojalá que el sol no deje nunca de iluminarte con su luz. Te lo mereces más que nadie. ―Y diciendo esto salió del hoyo.

Frida se acercó al agujero para escucharlos y se mantuvo callada.

Al principio creyó que todo sería igual que siempre: Timón acabaría aceptando su lugar en la colonia temporalmente, su madre lo abrazaría con fuerza, y ambos esperarían a que se escondiera tras el horizonte; juntos, preparados para cuando el chico volviera a meter la pata, repitiendo una historia que llevaba años funcionando de la misma manera.

Sin embargo, se quedó blanca cuando Timón se despidió de su madre. Mama lo dejaba marchar después de tanto tiempo, dejaba que se aventurase a encontrar un lugar mejor donde encajar…

―¡No! ―Algo gritó en su interior. Frida no quería que se fuera; Timón no podía irse así como así. ¡Ni hablar!

Frida asomó la cabeza por el agujero y lo vio marchar. Mama gritaba dándole los últimos consejos maternales, al final, él lo dejó todo atrás y prosiguió su camino.

Tenía que detenerlo. No podía permitir que se fuera; no sin haberle confesado… Al instante, Frida se vio corriendo tras de él con todas sus fuerzas. Gritó su nombre todo lo alto que pudo y no dejó de correr hasta que lo alcanzó.

Timón se dio la vuelta y se encontró a Frida con las manos en las rodillas, jadeando e intentando recuperar el aliento.

―¿Pero qué te pasa? ―Le preguntó con una ceja levantada. ―¿Ahora te gusta hacer atletismo?

―Timón… no… puedes… irte. ―Dijo jadeante. Él no dijo nada y ella continuó, ya recuperada. ―¡No puedes irte¡Ni siquiera te has despedido de los demás!

―¿Y tú como sabes que…? Bueno, da igual. ―Se cruzó de brazos ―No voy a despedirme de nadie; estarán más contentos si me marcho sin hacer un drama.

―¿Ni siquiera de mí? ―Ella le miró con ojos llorosos.

―Bueno… ejem. No se me había pasado por la cabeza.

―¡Timón!

―Frida, créeme. Es mejor así: Yo me voy, vosotros os quedáis cavando vuestros túneles sin problemas, yo encuentro un lugar mejor y vosotros continuáis en el mismo. Y todos contentos.

―Yo no. ―Replicó ella. ―Me vas a abandonar.

―¿Abandonarte? Nunca he hecho nada semejante. Sólo me voy de aquí. ―Suspiró y adoptó una sonrisa ―Eso no significa que no nos volvamos a ver jamás.

―Te echaré de menos, Timy. ―Sollozó.

La brisa del viento sopló con suavidad y los envolvió a ambos en sus caricias. Se miraron a los ojos sin mencionar palabra. Frida sentía el corazón a punto de estallarle. "Venga, díselo" Se repetía a sí misma. "Si no lo haces ahora quien sabe si podrás hacerlo alguna vez. La vida da siempre una oportunidad única; aprovéchala" Pero su cuerpo estaba paralizado; no podía mover ni los dedos de la mano.

Timón sentía lástima por ella. Podría haberla abrazado para despedirse, pero cuando por fin comenzó a reaccionar su cuerpo, solo pudo darle la mano.

―Algun día nos volveremos a encontrar, Frida. ―Sonrió. ―Te lo prometo.

―Esta te la guardo. ―Sonrió ella sin poder replicar.

Timón le dejó ir las manos poco a poco y dio unos pasos atrás para contemplarla por última vez. No estaba seguro de poder cumplir su promesa, pero tenía que irse antes de que se arrepintiera de su decisión. Giró sobre sus talones y comenzó a caminar hacia el horizonte, sabiendo que Frida lo seguía con la mirada.

Y así, por primera vez, sus dos corazones se separaron. Tal vez algún día volverían a encontrarse… ¿pero cuando?