Este es el primer fic largo que escribo y, como no podía ser de otra manera, es ItaDei *.* Espero que os guste.
Disclaimer: Naruto y todos sus personajes pertenecen a Masashi Kishimoto. Yo sólo los utilizo para crear historias con mi calenturienta mente.
Capítulo 1: El Descubrimiento.
Locales abarrotados, jóvenes de su edad bebiendo en las calles o, los que ya estaban completamente borrachos, manteniendo relaciones sexuales con personas que probablemente no conocían de antes y que no volverían a ver. Suspiró con cansancio. Ese no era el tipo de diversión que buscaba. Había quedado para salir de fiesta con sus amigos, pero la experiencia le había enseñado que cuando estaban completamente ebrios, era mejor irse o podría acabar metido en problemas. Además, todos vivían cerca, por lo que no debía preocuparse de que tuviesen un accidente de tráfico, pues todos llegaban a sus casas tras unos minutos andando.
Miró su reloj; la una menos cuarto. Aún era pronto para volver a casa. Torció en la siguiente calle y entonces lo vio. Era un edificio grande y elegante que se elevaba sobre los demás. La fachada blanca resaltaba en la oscuridad de la noche, ya que unos potentes focos a sus pies la alumbraban. Nunca se había percatado de la existencia de ese lugar. Se aproximó lentamente hasta la puerta, la cual se erguía imponente sobre una corta escalinata. De un vistazo comprobó que estaba abierta y sin pensárselo dos veces accedió al interior. El hall que le recibió era espacioso, con sillas y mesitas bajas de color blanco. Al igual que el exterior, el interior brillaba con luz propia gracias a las grandes lámparas de araña que pendían del techo, iluminándolo todo. Tras echar un vistazo a su alrededor, el joven se encaminó hacia la mujer que se encontraba tras un mostrador, en el extremo opuesto a la puerta de entrada.
- Buenas noches –saludó con una sonrisa- ¿En qué puedo ayudarle?
- Buenas noches –respondió igual- Estaba buscando un lugar en el que pasarlo bien sin tener que soportar a gente que haya bebido más de la cuenta, no sé si me entiende.
- Por supuesto –la mujer miró directamente a los ojos del joven- Ha venido al lugar indicado, pero siento decirle que quizás escape a sus posibilidades.
- Si me está hablando de dinero, no se preocupe por ello.
- Por supuesto –concedió, sonriendo de nuevo- Discúlpeme, pero su juventud me ha hecho preguntarme acerca de sus posibilidades económicas.
El joven rodó los ojos. Claro que un chico de veintiún años que sólo estudia no puede tener mucho dinero. Pero si tu padre es un prestigioso arquitecto que te da vía libre en su cuenta bancaria, la cosa cambia.
- Siento comunicarle que no podemos ofrecerle nuestros servicios, señor –dijo la mujer tras varios minutos tecleando en su ordenador.
- Desde afuera este lugar se ve muy grande.
- Oh, no me malinterprete. No me refiero a un problema de espacio, sino más bien a uno de personal.
- No se preocupe por eso –dijo el joven- No voy a necesitar a nadie que me atienda.
- Ya lo creo que sí –contradijo la mujer.
- Escúcheme –se apoyó suavemente sobre el mostrador- Llevo un buen rato andando, y todo para encontrar este lugar. Estoy seguro de que podremos llegar a un acuerdo –metió su mano en el bolsillo y sacó un billete. Lo deslizó sobre el mostrador- Ya le he dicho que el dinero no me supone un problema.
- Está bien –la mujer cogió rápidamente el soborno y se lo guardó- Veré lo que puedo hacer.
Comenzó de nuevo a teclear en su ordenador. Pasaron varios minutos antes de que la mujer volviese a hablar.
- Tenemos a alguien disponible, pero le aviso que le resultará más caro que de costumbre puesto que hoy es su día libre.
- Cuánto –cortó el muchacho.
La mujer respondió de inmediato.
Vaya, realmente era un precio elevado. Bueno, después de todo, seguramente fuese por seguridad del edificio. Un lugar tan lujoso requería un elevado coste de mantenimiento. Y el tener un perrito faldero a tu lado para que no estropeases nada también debía de entrar en esa cuestión. Sacó de su billetera la tarjeta de crédito que le había dado su padre y se la tendió a la mujer.
- Muchas gracias –sonrió, devolviéndole la tarjeta- Espero que la estancia aquí sea de su agrado. Su acompañante estará aquí en unos minutos. Mientras tanto, puede esperarle en la sala nueve, al fondo del pasillo a la derecha –señaló con el brazo un amplio corredor que se extendía tras uno de los lados del mostrador.
- Gracias.
La mujer esperó a que el cliente traspasase el umbral del pasillo antes de marcar rápidamente en el teléfono.
- Hola, soy yo. ¿Está ahí Itachi? –pregunta estúpida por su parte, pues sabía que el muchacho no podía estar en ningún otro sitio- Muy bien, pues despiértalo. Tiene trabajo. Sala nueve en diez minutos, ¿entendido? –colgó antes de obtener una respuesta.
Deidara entró en la sala que le habían indicado. No era un salón extremadamente grande, pero sí suficientemente amplio. Al lado de la puerta había una televisión sobre un mueble de oscura madera, frente al que se situaba otra puerta. Al fondo de la estancia, justo en frente de la puerta de acceso, había otra puerta más. Se encaminó a la primera y la abrió. Con lo que había pagado no se iba a quedar con las ganas de explorar ese lugar a fondo. Se encontró un gran cuarto de baño, decorado con azulejos blancos y relucientes. Salió de allí, cerrando la puerta tras él. Tanto blanco le ponía nervioso. Abrió la última puerta y entró en la habitación.
- Es aquí –dijo una voz masculina, deteniéndose ante la puerta que le habían dicho. La abrió, dando paso al chico que iba con él. Cuando el moreno estuvo dentro, echó el cerrojo con la llave y se alejó por el pasillo.
Itachi echó un vistazo a la sala. Allí no había nadie. Vio la puerta de la habitación abierta. Genial, un cliente que no se andaba con rodeos. Lo que le faltaba. Se frotó los ojos y se estiró antes de encaminarse al dormitorio. Sería mejor que estuviese despierto y preparado para cualquier cosa que a ese hombre se le ocurriese hacerle. Pero al traspasar la puerta se llevó una sorpresa. De espaldas a él se encontraba un chico rubio, de pelo largo y complexión delgada que parecía observar interesado el cuadro que había en la pared. Por lo que pudo deducir de su primera impresión, era un chico joven, entre los veinte y los veinticinco años. Eso quería decir que probablemente era su primera vez o, como poco, era inexperto. Iba a ser una noche bastante larga y dolorosa, eso seguro.
El cliente percibió una presencia a sus espaldas. Se giró, encontrándose cara a cara con un chico moreno que estaba plantado en la puerta. Debía de tener más o menos su misma edad. Frunció el ceño. Nunca habría imaginado que dejarían al cargo de los clientes a gente tan joven e inexperta. Seguramente debía de ser el hijo de algún encargado, sino del mismísimo jefe. El enchufe era algo que se estilaba en todas las profesiones, por lo que estaba viendo. Y si encima tenías la suerte de ser guapo y tener buen físico, como era el caso, el éxito estaba asegurado.
- Buenas noches –saludó educadamente el moreno.
Había visto al otro fruncir el entrecejo. Estaba seguro de que no era a él a quien esperaba, y eso era malo. Muy malo. Se fijó en el rostro del chico que tenía en frente. No se había confundido al calcular su edad. Su semblante, ligeramente afilado por los rasgos de un adulto, estaba delineado por un mechón de cabello que le tapaba el lado izquierdo de la cara. Sus ojos, de un azul intenso, resaltaban sobre unas ligeras ojeras. Maldita sea, ¿qué hacía ahí? Se podía considerar que era guapo, incluso atractivo. Podría tener a cualquier persona que quisiese a sus pies… Itachi frunció inconscientemente el entrecejo. Acababa de descubrir la razón. Seguramente tenía una pareja a la que quería complacer en la cama, pero si era su primera vez no querría hacer el ridículo. Y para practicar nada mejor que una noche con un chico que no puede quejarse y que se muestra enteramente a tu disposición. Se estremeció al pensarlo. Esa noche iba a ser peor de lo que había imaginado.
- Buenas noches –saludó igualmente- ¿Tú vas a ser mi acompañante? –Le sorprendía, pero tampoco quería sonar escéptico. Aunque fuese tan joven no era para despreciarle.
- Sí –respondió simplemente- Estoy aquí para lo que desee –como odiaba esa frase que tantas veces había repetido en su corta vida- ¿Quiere tomar algo? ¿Una cerveza? ¿Wishky? ¿Champagne? –ofreció.
- Una cerveza estará bien, gracias.
- En seguida se la traigo.
Cuando salió de la habitación Itachi suspiró aliviado Acompañar al cliente a la hora de beber era lo mejor que podía hacer ante una situación como la que se le presentaba. A pesar de todo, si estaba un poco bebido cuando la acción empezase, quizás no fuese tan consciente del dolor que sentiría. Deidara siguió a su anfitrión. Observó como habría uno de los muebles que él había confundido con un mero armario y sacaba de allí dos cervezas. El moreno se acercó a él y le tendió una de ellas, ya abierta.
- Aún no me has dicho cómo te llamas –dijo antes de dar un sorbo a su botellín.
- Itachi, señor –bebió un largo trago de su cerveza.
- No me llames "señor", por favor. Suena demasiado… formal para mí –se explicó- Me llamo Deidara. Deidara Namikaze –le tendió la mano en señal de saludo.
El ojinegro le miró extrañado. Era la primera vez que alguien se mostraba tan educado con él. No obstante, le estrechó la mano. No era conveniente mostrarse maleducado con los clientes. Y si ese era el juego que había elegido para empezar con la marcha, debía aceptarlo.
- Encantado de conocerle, señor Namikaze.
- Nada de "señor", ¿de acuerdo? Ese es mi padre –sonrió amigablemente- Tan sólo llámame Deidara. O al menos trátame de tú.
- Como quieras, Deidara –accedió antes de acabarse de un trago su cerveza.
Definitivamente esa iba a ser una noche que no olvidaría, pero estaba seguro de que el alcohol le ayudaría a sobrellevarla mejor…
- Uf, mi cabeza… -se quejó Deidara cuando, horas después, despertó Dios sabía dónde.
Miró a su alrededor y se descubrió en un lugar que no le sonaba de nada. Entornó los ojos de manera que su vista se amoldase a la luz de la habitación. Se incorporó en la cama hasta quedar sentado. ¿Qué hacía en una cama? Aún peor, ¿qué diablos hacía completamente desnudo en una cama que no era la suya? Alarmado, miro a su lado. Las sábanas blancas estaban revueltas, y su ropa se encontraba tirada en el suelo. Su camisa, arrugada cerca de la puerta; su pantalón, tirado de cualquier manera sobre una silla al lado de la cama; un condón usado; los calcetines…
Deidara abrió los ojos cuanto pudo, olvidándose de su dolor de cabeza. ¿Qué hacía un condón usado al lado de su cama? Intentó recordar, pero todo estaba borroso. Tan sólo recordaba débilmente una silueta delgada, de cabellos oscuros y largos. Maldición, ni siquiera recordaba si había yacido en esa cama con una mujer o con un hombre. Peor aún, no recordaba qué había hecho. De haberse acostado con una mujer estaba claro pero, si había sido un hombre, ¿le había poseído él? ¿O había sido al revés?
El pánico se hizo presa de su cuerpo, y un malestar empezó a acomodarse en su estómago. Debía salir de allí cuanto antes. Se vistió tan rápido como pudo, abandonando la habitación a una velocidad aún mayor. Ni siquiera se había preocupado de mirarse en un espejo, de lavarse la cara, de peinarse. La angustia le carcomía por dentro. Ni siquiera se fijó en el camino de vuelta a casa, sino que llegó allí como un autómata. Abrió la puerta del edificio, cogió el ascensor y se metió en su casa.
- ¿Deidara? –preguntó una voz femenina que provenía de la cocina.
- Soy yo, mamá –respondió sin fuerzas.
- Cariño, hoy llegas más tarde que de costumbre. Ya casi es la hora del desayuno –giró en el recodo del pasillo y se encontró con el rubio- Hijo, ¿te encuentras bien? –preguntó al ver los mechones despeinados del cabello. Su rostro no mostraba mejor aspecto.
- Estoy bien, madre. Ha sido una noche muy larga, tan solo eso.
- Deberías buscarte otros amigos, cariño. No es bueno que con tu edad andes con unas compañías tan malas, y es la primera vez que en tus veintiún años de vida te veo tan borracho.
- Sí mamá, pero, ¿podrías hablar más bajo, por favor? –empezaba a sentir los latidos de su corazón en el cráneo.
- Déjale que se acueste y descanse un poco –intervino un hombre que acababa de llegar hasta la puerta de entrada- Hablaremos cuando te hayas recuperado un poco, Deidara –su voz no aceptaba réplica.
- Sí, padre.
Se dirigió a su cuarto en silencio. Cerró la puerta y bajó las persianas a conciencia, de manera que no entrase nada de luz en la estancia. Sin ningún miramiento se tumbó en la cama, cayendo sobre la colcha de cualquier forma. Cerró los ojos y deseó con todas sus fuerzas que un poco de descanso pusiese orden en su caótico cerebro. Tan sólo eso podría explicarle lo que había ocurrido la noche anterior.
Muchas gracias por haber leído hasta el final el primer capi. ¡Nos vemos en el siguiente!
