Regreso a la carga con historias de Inuyasha. Ha pasado mucho tiempo desde que escribí algo de esta serie, así que no sé como me quedará. Sólo espero que les guste, y si quieren matarme, pues saben que pueden hacerlo a través de un review xD! Para explicarles un poco, esta historia es bastante serie, por así decirlo, aunque tiene todo lo que una buena trama debe tener. Lo único que les pediré es paciencia, que entre Inteligencia Artificial y esta historia se me va a ir mucho el tiempo.

Bueno, no los molesto más. ¡A leer!

Veela-chan!


Inuyasha y todos sus personajes le pertenecen a Rumiko Takahashi


Su pecho subía y bajaba al compás de su agitada respiración. Le dolía cada fibra del cuerpo, desde la punta de los dedos hasta el alma. Cuando los vio supo que todos sus esfuerzos por mantener un matrimonio estable se habían ido al caño. Los había encontrado revolcándose en su propia cama, las sábanas hechas un ovillo junto a la puerta. Respiró profundo antes de comenzar a gritar, alertando a los dos amantes. Ella cayó por las escaleras en un intento de escapar, mientras que él se quedaba estático, de pie en medio de la habitación, los ojos fijos en su esposa.

Kikyo lo maldijo hasta quedarse sin habla, los ojos hinchados y las manos temblorosas. Soltó su cartera, agarró las llaves del auto y salió corriendo de allí como alma que llevaba el diablo. Kagura se retorcía en el vestíbulo, el tobillo derecho visiblemente machacado. No pudo evitar dibujar una mueca de sádica satisfacción al saber que estaba herida, pero su dolor no era absolutamente nada comparado con el vacío que se iba apoderando lentamente de su cuerpo.

Afuera llovía a cántaros y la cantidad de aciete derramado en las calles a lo largo del día se había convertido en una pátina peligrosa, practicamente mortífera. Kikyo se metió de golpe en el asiento del conductor, encendió el auto de malos modos, y justo cuando estaba lista para arrancar, una figura de largo cabello plateado se interpuso en su camino. Sesshomaru le ordenó que se bajase de allí, pero aquello no hizo más que enfurecerla. De un sólo pisotón salió disparada a la calle, los neumáticos patinaron en el asfalto y el auto se estrelló contra un poste.

Todavía estaba viva cuando Sesshomaru llegó para sacarla de los metales retorcidos, pero de repente, sin previo aviso, el auto estalló en llamas, consumiendo rápidamente el cuerpo de Kikyo. Sesshomaru cáyó de rodillas al suelo, aterrorizado. Los gritos de su esposa podían escucharse con claridad a pesar del estruendo: pagarán por lo que me hicieron.

Unos momentos más tarde el lejano ulular de una ambulancia sea hacía cada vez más fuerte. Pero ya era tarde, demasiado tarde.

El Testamento

1

El abogado estuvo a punto de atragantarse con un trago de café al verla. Estaba vestida de blanco, resaltando su brillante cabello negro que delineaba los finos hombros dejados al descubierto. Por un momento creyó estar viendo a su mejor amiga, la mujer de la que había estado enamorado muchos años. Eran iguales, exactamente iguales. Kagome se sentó frente a él, hablando rápidamente en italiano con el mesero que corrió a la mesa para atenderle. Cinco minutos después estaba recibiendo una copa de vino tinto con los ojos castaños perdidos en las concurridas calles de Florencia.

-Disculpe la tardanza –dijo en japonés con marcado acento-. Me he entretenido en la galería más de lo necesario –sonrió débilmente-. Es un placer conocerlo finalmente, signori.

-El placer es todo mío, créame –dejó un dossier de considerable grosor sobre la mesa-. Aunque me hubiese gustado concretar esta cita bajo circunstancias más felices –respiró profundo, anonadado todavía con el parecido-. Kagome-san, la muerte fue declarada oficial. Ayer se firmó el acta de defunción.

-Llámeme simplemente Kagome –pidió seriamente-. ¿Cómo murió? –preguntó con tranquilidad. A pesar de que la noticia le había causado una conmoción muy fuerte, no había sentido atisbo alguno de tristeza-. Dígame, signori, como murió Kikyo.

-Todavía no tengo muy claro lo que sucedió, pero cuando hablé con el marido de su hermana me dijo que el auto patinó a causa de la lluvia y se estrelló contra un poste –el abogado calló un momento, tranquilizándose-. Todavía estaba viva cuando el auto estalló en llamas.

Kagome cerró los ojos, imaginando la escena. Un horrible escalofrío le recorrió la espalda al ver una copia de si misma siendo consumida por las llamas. Ella había sido su hermana, una hermana a la que nunca llegó a conocer. Se llevó la copa de vino a los labios, degustando su amargo sabor, costumbre que había adquirido de los amigos de su padre. El abogado la observó atentamente, analizando las inquietas facciones de ese pálido rostro.

-¿Por qué vino a verme? –Desvió la mirada hacia la ventana, sus ojos castaños vagando nuevamente por la calle-. Mi hermana está muerta, su familia no sabe de mi existencia, yo tampoco sé nada de ellos y así estoy bastante bien. Dígame la verdad, Akira.

-Lo sé, lo entiendo, y mis razones son de peso, de lo contrario no habría viajado hasta el otro lado del mundo simplemente para comunicarle algo que usted ya sabía. En fin, su hermana dejó un testamento para usted –señaló la olvidada carpeta sobre la mesa-. La familia de Kikyo no sabe que tal documento existe, pues una de las cláusulas era que éste debía ser entregado a usted antes de hacer cualquier cosa con él.

-¿Un testamento? –todos los nervios de su cuerpo se crisparon, poniéndose a la defensiva.

-Sí, un testamento donde la nombra como única heredera de toda su fortuna. Ella no tuvo hijos, creó una cadena hotelera reconocida mundialmente sin ayuda alguna, fue considerada la mujer más hermosa del mundo de los negocio. Ella vivió lo que se podría llamar una vida perfecta.

-Una vida en la que yo nunca estuve presente –dijo con amargura-. ¿Mi hermana alguna vez le contó sobre el día en que se marchó para siempre de aquí? –El abogado negó con la cabeza-. Ese día había faltado al colegio por qué estaba enferma, así que Kikyo tenía la obligación de llegar más temprano a la casa. Dejó las medicinas y la comida en una mesa junto a la cama, me besó la frente y salió de mi habitación. Lo siguiente que supe fue que se había marchado, maleta en mano, sin siquiera despedirse. Han pasado once años exactamente desde la última vez que la vi.

-Pero usted no se quedó sola, sus padres…

-Ellos murieron cuando yo tenía diez años, abogado –le atajó Kagome con suavidad-. Otra cosa que ella nunca le mencionó. Se suponía que Kikyo tenía que cuidarme hasta que tuviese la edad suficiente para vivir por mi cuenta, sólo entonces ella podría hacer su vida, pero no esperó mucho tiempo. Desde que tengo catorce años he estado sola. Supongo que de no haber sido por la familia del que era el novio de mi hermana en ese tiempo, yo no estaría viva.

El abogado meditó seriamente sobre aquella historia que se le acaba de revelar. La Kikyo que el conocía era una mujer fría, tenía que aceptarlo, pero sólo aquellos que la trataban con regularidad llegaban a ver la calidez que se ocultaba tras una máscara de altivez. Nunca la había imaginado capaz de abandonar a una hermana a su suerte para cumplir sus sueños. Entonces se dio cuenta que Higurashi Kagome era la bondad que vivía dentro de Kikyo, y que Higurashi Kikyo era la maldad que vivía dentro de Kagome.

-Su conmoción en comprensible, abogado –el acento italiano desconcertaba a Akira-. Pero ahora hábleme de ese testamento.

-Es cierto –abrió la carpeta más o menos por la mitad, señalando un documento escrito a mano. La estilizada caligrafía no podía ser otra que la de su hermana. Reconocería esos trazos a un kilómetro de distancia-. Aquí está claramente estipulado que Higurashi Kagome, usted, es la heredera directa de todos los bienes de su hermana, incluyendo la suma que le correspondía recibir por parte de su marido. Pero dejó tres condiciones específicas para que se volviera oficial el traspaso.

-¿Condiciones?

-"Para ser considerada dueña legítima de mis propiedades, mi hermana debe cumplir con lo siguiente –leyó el abogado-. Debe dejar su vida en Italia para mudarse al Japón, máximo una semana después de validado el testamento. Segundo, si es que desea regresar a su país natal, debe haber vivido en la ciudad de Tokio al menos dos años consecutivos. Y tercero, debe ocupar mi lugar tanto en la presidencia de la compañía, así como en los demás aspectos de mi vida."

Kagome abrió los labios de golpe en una mueca de estupefacción, presionando con fuerza el fino tallo de cristal de la copa que sostenía entre sus dedos. No tenía idea de por que aquello la sorprendía, si viniendo de su hermana no se podía esperar algo mejor. Las lágrimas de rabia comenzaron a resbalar irrefrenables por su rostro, mientras que la expresión del abogado pasaba de la consternación a la alarma. No había previsto una reacción como esa a tales noticias.

-Usted no tiene que hacer nada de esto si es que no lo desea, aunque si me permite aportar mi opinión, yo no permitiría que todo aquello por lo que Kikyo luchó pasara a manos de su familia política.

-¿No se escuchó cuando leyó? –estaba verdaderamente furiosa-. ¡Tengo que irme de aquí! ¡Ella quiere que abandone mi vida para vivir otra que no me pertenece! Dejar Florencia… nunca.

-Simplemente piénselo –sacó un sobre de su maletín-. Estos son los tiquetes de avión. Tiene desde hoy lunes hasta el domingo para aceptar la propuesta, mientras tanto el anonimato de este testamento se mantendrá así.

El abogado se puso de pie, y tras estrecharle la mano, se marchó. Kagome leyó su nombre impreso en el sobre de color blanco mate, sintiendo como una oleada de tristeza destruía desde los cimientos aquella pasividad que había conseguido mantener hasta ese momento. El mesero que hacia una hora le había servido una copa de vino se ubicó a su lado y le ofreció su pañuelo. Se secó las lágrimas, pagó lo que consumió y se fue.

-

Habían pasado ya tres días desde que el abogado le mostrase el testamento de su hermana. Tres días en los que no había pegado ojo, pensando en las condiciones escritas en ese maldito papel. Había considerado seriamente la posibilidad de aceptar, pero no estaba del todo segura. Sus amigas le decían que se fuera, que buscara una nueva vida sin las restricciones de la actual. Era cierto, aunque tenía una galería de arte y sus cuadros se vendían relativamente bien, no ganaba el dinero suficiente como para vivir de manera holgada. En la universidad había estudiado finanzas y leyes, pero había decidido no ejercer ninguna de las dos carreras para dedicarse al arte. Error que comenzaba a pagar.

-Bella –dijo alguien a sus espaldas. Un muchacho de brillante cabello rubio la abrazó por la espalda, presionándole con fuerza-. ¿Sigues pensando en la conversación que mantuviste con ese hombre?

-Sí, sigo pensando en ello –suspiró pesadamente, desasiéndose lentamente del agarre-. Las cosas no están bien, Armando. Tú, mejor que nadie, sabes que la galería ya no llama tanto la atención como lo hizo en un principio. Además, esta casa está llena de mis cuadros por que tu madre los compra.

-Lo sé, lo sé, bella, pero creo que deberías pensártelo mejor.

-Ya casi no me queda tiempo. Tengo que tomar una decisión lo más pronto posible, y cada vez me inclino más por aceptar esta locura. Es mi única salvación –se pasó una mano por el negro cabello, revolviéndolo-. Estoy desperdiciando dos diplomas de graduación cuando a estas alturas podría estar sentada tras el escritorio de mi propia compañía.

-¿No será tal vez que lo que te mueve a hacer esto es conocer más sobre la vida de tu hermana? –Armando arrugó la frente al recordarla. La relación que había tenido con Kikyo, había sido su primera relación formal, una relación que se hizo añicos en poco tiempo-. Créeme que entiendo si es ese el verdadero motivo. A mí también me interesa saber que fue de ella todos estos años.

-Es lo más probable –admitió a media voz-. Nosotras nunca nos llevamos bien, a pesar de ser familia. Teníamos dos maneras de pensar tan distintas, que en cada tema nuestras opiniones chocaban. Jamás llegamos a un acuerdo… nunca nos consideramos hermanas, aunque nos queríamos a nuestro modo. Tal vez yo la quería más de lo que ella me quiso a mí.

-Entonces, sólo queda una cosa por hacer.

-Llamaré al abogado.

-

Akira colgó el teléfono con manos temblorosas sintiendo una inexplicable sensación de alivio embargarle los sentidos. Por un momento había estado a punto de perder la esperanza. Él confiaba ciegamente en esa mujer italiana vestida de blanco que lo marcó en lo más profundo de su ser. Ella no permitiría que la memoria de Kikyo quedara reducida a una cifra de muchos ceros en un talonario de cheques. Higurashi Kagome llegaría la noche y él todavía no había avisado a la familia Taisho de la visita de tan especial invitada.

-Karin –dijo el abogado al tiempo que presionaba un botón en el intercomunicador a su izquierda-. Comunícame con el señor Taisho. Sí, el padre –esperó unos minutos hasta que el teléfono a su derecha comenzó a sonar. Agradeció a su secretaria y levantó el auricular-. Buenos días, Inu-Taisho.

-Para ti también –risa floja-. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que llamaste a mi oficina. ¿Necesitas algo?

-Un favor muy grande –bajó el tono de voz hasta convertirlo en un susurro-. Quisiera que preparases una habitación de huéspedes en tu mansión. Yo sé que puede sonar osado lo que te pido, pero es algo muy importante que concierne a toda tu familia –escuchó un momento, temiendo una negativa-. Mañana les explicaré todo, pero esta persona tiene que estar presente.

-Normalmente no acepto este tipo de peticiones, pero por se tú, haré una excepción. ¿El nombre del desconocido?

-Kagome, es lo único que puedo revelarte. Créeme, no estaría pidiéndote esto si no fuera de suma importancia –escuchó nuevamente-. Muchísimas gracias, amigo.

Colgó el teléfono por segunda vez sintiéndose ahora nervioso. Pensando en el futuro que le esperaba a la italiana, agarró las llaves de su auto, la gabardina negra que colgaba del perchero junto a la puerta y se fue. Abajo, en el estacionamiento, mientras conducía su auto hacia la calle, sacó el móvil del bolsillo y marcó un número que se sabía de memoria.

-¿Kaede?

-Hasta que al fin llamas –rió en voz baja, chasqueando la lengua-. ¿Hablaste con ella?

-Llega mañana en la noche. Tienes suerte de que Kikyo te nombrase como su testigo, o si no estaría violando impunemente la primera de las cláusulas impuestas para mí… Es igual a ella, exactamente igual a ella.

-Era de esperarse, muchacho, son hermanas.

-Cuando la conozcas entenderás de lo que hablo –torció a la derecha en una calle poco concurrida-. ¿Cómo está la campaña?

-Bastante bien, pero ya estamos cansados de tantas censuras por parte de los proveedores. Como sigan poniéndose fastidiosos les cancelo los contratos –suspiró pesadamente-. ¿Tú crees que esa niña pueda manejar una cadena hotelera como ésta? A su hermana le costó mucho aprender todo lo que sabía, así que yo lo pongo en duda.

-Kagome es inteligente –estacionó el auto en el parqueadero del hotel más famoso de la ciudad de Tokio-. Prepárame un whisky con hielo, estoy subiendo a tu oficina.

-Lo hubieras mencionando antes –colgó.

La bella recepcionista lo recibió con una agradable sonrisa, indicándole de paso que los ascensores del ala este del edificio se encontraban averiados, así que le tocó dar un rodeo tremendo para llegar a los otros ascensores que eran un poco más lentos que los que comúnmente usaba. Encerrado en esa diminuta caja de metal, Akira contempló su reflejo en el cromo perfectamente pulido. Nunca antes se había visto con esa expresión tan seria, pero habían pasado unos pocos días desde que la mujer más especial que había conocido desapareciera para siempre.

-¿Akira-san? –las puertas se habían abierto hacia rato, pero el abogado continuaba perdido en sus pensamientos. La asistenta de Kaede tuvo que agarrarlo con fuerza del brazo y sacarlo de allí rápidamente antes de que las compuertas lo aplastasen-. Kaede-san lo espera en su oficina, señor.

-Muchas gracias, Sayuri.

Un tanto avergonzado entró corriendo en la única oficina de aquel piso con puerta de doble hoja. Una mujer robusta y de largo cabello canoso, estaba tecleando sin parar en su portátil, llevándose de vez en cuando un vaso de whisky a la boca. Akira dejó la gabardina en un butacón a su costado, y se sentó en una de las mullidas sillas frente al escritorio. Cinco minutos después Kaede se dio cuenta de que no estaba sola.

-Vas a matarme de un susto si sigues con esa manía tuya de entrar tan calladito aquí –le ofreció un vaso lleno hasta el tope de un líquido amarillento-. La oficina de la nueva presidenta ya fue modificada, tal como pediste. Todas las cosas de Kikyo están guardadas a buen recaudo en mi casa, así que no habrá problema. Lo único que no moví fue el ordenador, tiene muchas cosas que esa niña necesitará si es que quiere manejar la compañía.

-Me parece perfecto –bebió un sorbo de licor-. Su estancia en la mansión ya está asegurada, lo único que falta es la conversación que tengo que mantener con la familia Taisho mañana en la noche.

-La parte más complicada de éste asunto. Es increíble como el mundo sigue su rumbo aunque personas importantes se desvanezcan de él. Cuando yo muera, no armaré tanto lío como Kikyo.

-Si las cosas fueran tan sencillas, Kaede. Aunque en su momento me pareció extraña la idea de un legado, ahora comprendo por que la escogió a ella.

-Hablas de esa muchacha como si fuese una maravilla –sonrió, cómplice-. Parece que te has enamorado de una simple desconocida, muchacho. Sólo te doy un consejo: de tal palo, tal astilla.

-No digas tonterías.

-No son tonterías, Akira, son sólo las apreciaciones de una vieja amiga.

-

-¿Qué es todo esto? –Inuyasha entró en la gigantesca habitación de huéspedes, clavando los ojos ámbares en su madre-. ¿Tenemos visitas, acaso?

-Sí –replicó Izayoi acomodando las almohadas sobre la cama-. Tu padre no ha querido darme muchos detalles, aunque dudo que los tenga. Dice que es una amiga de Akira –frunció los labios un momento-. La chica llega mañana en la noche y prefiero no mencionarle el tema a tu hermano hasta que no sea absolutamente necesario.

-Yo sé que ha pasado poco tiempo, poquísimo, pero no puede continuar oponiéndose a que venga gente a esta casa –se sentó en una silla de aspecto frágil y antiguo-. Pobre chica, de seguro va a sentirse bastante incómoda considerando la situación.

-Ya veremos como le hacemos la estadía más llevadera.

Izayoi terminó de arreglar la cama para luego pasar al armario, trapo en mano. Muchas de las sirvientas habían insistido en que ellas se encargarían de dejar la habitación lista antes de irse a dormir, pero se negó rotundamente. Llevaba mucho tiempo sin hacer nada, demasiado mimada por todas esas chicas. Otro motivo para arreglar las cosas en persona era la extraña sensación que le causaba la idea de tener visitas, intuyendo que la muchacha en cuestión era alguien bastante especial.

-¿Dónde está Sesshomaru? –Preguntó Inuyasha al cabo de unos minutos-. No lo he visto desde ayer.

-Se quedó a dormir en el departamento del centro. Intenta pasar la mayor parte del tiempo fuera de aquí, y créeme que lo entiendo. Yo no podría quedarme en esta casa si tu padre ya no estuviera conmigo.

-Pues sigo insistiendo en que no debería esconderse. Ella también era nuestra familia.

-Pero no fue nuestra esposa, hijo mío –cerró las puertas del armario con cuidado, evitando sacudir demasiado el trapo mugriento-. Espero de todo corazón que esa muchacha traiga un poco de luz a esta casa, que ya nos hace falta.

-

Lo había pensado mucho, tal vez demasiado, pero tras largas reflexiones había llegado a la conclusión de que estaba a un paso de arrepentirse. Mientras arreglaba sus maletas a escasas cuatro horas de que saliera su vuelo hacia la capital nipona no dejó de llorar. La tristeza y la rabia se habían mezclado, formando una composición corrosiva que le descascaraba lentamente la piel. La sola idea de dejar Florencia le causaba un daño tan grande, que estaba segura de que nunca más volvería a sonreír, al menos no con sinceridad.

-¿Qué estoy haciendo? –Preguntó al aire con la voz quebrada-. No debería ayudarla…

El vestido que tenían entre las manos resbaló hasta el suelo, al mismo tiempo que una nueva tanda de sollozos inundaba la habitación. Todas las lágrimas contenidas que no había derramado en once largos años, escapaban finalmente de su control, impulsadas por la noticia de una temprana muerte y una decisión tomada precipitadamente. El día en que Kikyo se marchó para siempre, Kagome lo catalogó como el peor de su vida, pero ahora, llorando como una niña pequeña, sola y confundida, comenzaba a dudar si había hecho bien en juzgar tan pronto.

-Bella, deja de llorar –dijo una mujer al otro lado de la puerta-. Todo estará bien, lo prometo.

Kagome se secó las lágrimas con las mangas de su camisa antes de levantarse a quitar el seguro de la perilla, regresando rápidamente a su lugar en la cama. Una muchacha de brillante cabello rubio le sonrió tristemente, sentándose a su lado. No podía creer cuan derrumbada estaba la mujer a la que había imaginado fuerte como una roca. Cuando sus miradas chocaron, pudo ver con claridad en sus ojos castaños como una parte de su alma se apagaba para siempre.

-¿Estás mejor? –su italiano era muy fluido a pesar de que lo había aprendido hace poco, en una escuela en Atenas-. Me parte el corazón verte sufrir así, bella.

La pelinegra no respondió. Simplemente respiró profundo, comenzando a llorar otra vez. Isabela la abrazó con fuerza, soltando una que otra lágrima hasta que sintió como el cuerpo entre sus brazos se destensaba. Acomodó a su mejor amiga en la cama y terminó de arreglar su maleta. Todavía faltaba mucho para que llegara la hora de llevarla al aeropuerto y ya comenzaba echarla de menos. Esa casa nunca más volvería a ser lo mismo sin ella.

* * *

Bajó del avión con cuidado, deslumbrada repentinamente por la cantidad inverosímil de luces a su alrededor. La última vez que había estado en Tokio había sido hacia veinticinco años, el día que nació. Una vez dentro del aeropuerto esperó a que sus maletas aparecieran en la cinta transportadora. Había traído todo lo que consideró necesario en su momento, pero la mayoría de sus cosas continuaban en Italia. Akira le había asegurado que no las necesitaría, aunque lo dudaba seriamente.

Suspiró con pesadez antes de salir del área de equipaje, rumbo a la entrada, dónde alguien le hizo señas con la mano, resaltando inmediatamente entre la multitud. El abogado la saludó con un cordial "buenas noches" y agarró la maleta sin decir absolutamente nada. A leguas se notaba lo nervioso que estaba y Kagome no tardó en contagiarse de la misma enfermedad al saber que irían directo hacia la casa que había sido el hogar de su hermana por largo tiempo.

-Tiene los ojos hinchados –dijo Akira tras algunos minutos de silencioso recorrido en auto-. ¿Estuvo llorando?

-Es un poco obvio, pero sí –replicó con amargura-. Una semana, abogado, no lo olvide. Regresaré a Italia dentro de siete días para cerrar mi galería permanentemente.

-No se preocupe por eso, todo está arreglado –Esa no era la Kagome Higurashi que había conocido hacia cuatro días en un concurrido restaurante de Florencia-. Ahora tenemos un asunto más importante que resolver.

-El testamento.

Anduvieron por las calles de la ciudad poco más de media hora, atascándose ocasionalmente en el tráfico, mirando con atención a la cantidad de personas que pululaban todavía por las calles, considerando la hora. Kagome había visto fotos de su ciudad natal muchas veces, pero nada se comparaba con recibir una imagen en vivo y en directo. Muchachas de ojos rasgados y brillantes cabellos pintados de psicodélicos colores cenaban en un pequeño restaurante en la esquina de una concurrida avenida; adolescentes corriendo por las aceras; oficinistas y secretarias caminando de aquí para allá con la mirada fija en sus relojes. Luces, gente, música… esa ciudad parecía no dormir nunca, y en ese momento creyó que podría acostumbrarse a esa vida, pero cuando abandonaron el concurrido centro de Tokio para adentrarse en la zona plenamente residencial, cambió bruscamente de opinión.

-Son enormes –dijo en italiano, el asombro grabado a fuego en sus ojos-. No puedo creerlo.

Hileras de mansiones que iban desde los antiguos templos japoneses a las vanguardistas construcciones del siglo veintiuno desfilaban ante la pelinegra a medida que el auto iba reduciendo la velocidad. Sólo cuando la marcha se detuvo por completo Kagome salió de su estupor para ahogar un grito con las manos sobre la boca. La casa frente a ella era la más impresionante que había visto nunca, a pesar de que las mansiones italianas hacían lucir a estas como simples casitas de juguete. El abogado abrió la puerta del copiloto con la mano libre, pues en la otra descansaba el equipaje de la chica.

Kagome bajó con paso tembloroso, sintiendo en cada poro del cuerpo los aguijonazos del frío nocturno. Agarró su abrigo del respaldo del asiento delantero y lo cerró con rapidez cubriendo su sobrio vestido negro. En esa casa estaban de luto y ella no iba a importunar vistiendo ropa de colores inadecuados.

-Vamos.

La italiana comenzó a caminar vacilante, el eco de sus pasos reverberando en el silencio sepulcral de la noche. Con la vista fija en la puerta de madera que iba acercándose cada vez más, no tuvo tiempo de fijarse en la figura que la miraba desde el tercer piso. Akira pronunció su nombre en voz baja para reconfortarla antes de tocar el timbre. La pelinegra reaccionó con rapidez al escuchar el chasquido de la puerta al abrirse y se cubrió la cabeza con la capucha de su abrigo, jugando con las luces para que las sombras ocultaran por completo su rostro.

-Buenas noches, Akira-san –saludó una joven mucama-. Todos les están esperando en el salón principal. Permítame –recibió el equipaje-. Luego volveré para indicarle cual será su habitación, señorita.

-Muchas gracias –dijo con dificultad-. ¿Akira? –Lo llamó, agarrándose con fuerza de su brazo-. Me estoy congelando aquí afuera.

Inventó aquella mentira debido a la escrutadora mirada de la chica que les había abierto la puerta. Su cuerpo entero estaba rígido por la tensión, pero no podía evitar temblar del susto. Nunca se imaginó en una situación como esa, así que no tenía ni la más remota idea de cómo lograr que su cuerpo le respondiera adecuadamente. El abogado sonrió encantadoramente, siguiendo el juego y traspuso el umbral hacia el caldeado interior de la mansión.

El vestíbulo, una amplia estancia de paredes doradas y bronces, les dio la bienvenida. Gigantescas arañas empolvadas iluminaban el lugar, arrancándole sombras a absolutamente todo, dándole cierto aspecto antiguo. El suelo de mármol perfectamente pulido le devolvió su reflejo con una fidelidad increíble. Se quedaron un momento allí, mirándose de reojo, antes de encaminarse hacia el salón, oculto tras una enorme puerta corrediza adornada con un intrincado diseño pintado a mano. El abogado había estado a punto de llamar, cuando la puerta se abrió de golpe, revelando la encantadora imagen de una mujer de cabello negro ataviada con un kimono. Ésta les sonrió y les hizo pasar.

-Creímos que nunca llegarían –comentó en voz baja-. Pero tranquilos, están demasiado ocupados como para percatarse de la hora que es. Supongo que esa es la ventaja de no tener un reloj aquí abajo.

Siguieron a Izayoi hasta las butacas desocupadas en el centro de la sala. Otra araña colgaba del techo en esa habitación, pero era un poco más pequeña que la anterior. Kagome clavó los ojos en ella, cuidando cada movimiento. Si la capucha caía antes de tiempo las cosas se complicarían mucho más de lo que ya estaban. Entonces, el eco de una voz grave le hizo bajar la mirada, quedándose momentáneamente en blanco. Los hombres allí presentes no eran nada parecidos a lo que había imaginado: largo cabello plateado y ojos dorados. Relucientes esferas de topacio líquido en las que estuvo dispuesta a perderse sin dudar. Se sentó junto al abogado en un sillón de dos plazas, conteniendo la respiración. El miedo que había sentido antes se convirtió en verdadero terror cuando cuatro pares de ojos se posaron sobre ella. Completamente cohibida por tanta belleza, ocultó su rostro mucho más dentro de la capucha, dejándolo completamente irreconocible.

-Lamento mucho tener que hacer una visita tan tarde, pero como le dije a Inu-Taisho ayer, el tema que he venido a tratar con ustedes no puede esperar –sacó un grueso dossier de su maletín que la italiana reconoció como el testamento de su hermana-. Pero antes de abordar esa conversación, permítanme presentar a una persona bastante especial. Kagome.

Al escuchar su nombre la pelinegra dio un bote involuntario, comprendiendo el mensaje al instante. Se llevó las manos a la cabeza y retiró la capucha de un tirón, revelando una larga mata de crespo cabello negro, el cual todavía protegía su rostro. Akira le puso una mano en el hombro, instándola a continuar. Levantó la cabeza poco a poco, hasta que los cuatro anfitriones pudieron observar su cara con claridad. Gritos, exclamaciones, expresiones de espanto… la familia Taisho se había preparado para recibir a una completa desconocida en su casa, pero nunca imaginaron que esa mujer fuese una copia exacta de Kikyo.

-Por Dios… –murmuró Izayoi llevándose una pálida mano al pecho en un vano intento de calmar los acelerados latidos de su corazón-. Son iguales.

-No puede ser –Inuyasha se acercó lo más que pudo al inexpresivo rostro de la pelinegra buscando algo que desmintiese tal posibilidad. Sonaba descabellado, pero parecía que Kikyo nunca se marcharía de sus vidas.

Los otros dos presentes se reservaron los comentarios, pero se notaba lo impresionados que estaban. Sesshomaru tenía los ojos ámbares fijos en un punto lejano de la pared del fondo, al parecer contemplando algo que los demás no podían ver. En su expresión se podía leer claramente un odio profundo, doloroso, como si luchase por sacar turbias ideas de su mente, sin buenos resultados. Entonces Kagome se dio cuenta de que él había sido el esposo de su hermana. Ese hombre de mirada fría era su cuñado.

-Explícate –la áspera voz de Inu-Taisho rompió con el pesado silencio que se había apoderado de la estancia-. ¿Quién es ella, Akira?

-Higurashi Kagome, la hermana menor de Kikyo –replicó con rapidez-. Prometo explicarles absolutamente todo, pero guárdense las preguntas hasta que termine de hablar del por que ella está aquí.

El abogado se aclaró la garganta, clamando por la atención de los demás, quienes a regañadientes dejaron de mirar a la recién llegada. En pocas palabras comunicó a la familia sobre la existencia de un testamento donde estaba escrito que en caso de que la autora llegase a morir, todos sus bienes materiales pasarían a su pariente de sangre más cercano, en éste caso, su hermana menor, la cual debía cumplir con ciertos requisitos para reclamar la herencia de forma oficial. Nadie dijo nada cuando Akira cerró la boca, pero sabía que todos estaban pensando en lo que acababan de escuchar. No era solamente su hermana, si no la dueña entera de un famoso imperio.

-¿Cómo es que nunca supimos de su existencia hasta el día de hoy? –Inuyasha se levantó del sillón con rapidez, comenzando a pasear por la habitación-. Además, si Kikyo hubiese tenido una hermana nos lo hubiera comentado a sí fuera de pasada.

-No tengo respuesta para esa pregunta, ella nunca me habló sobre los motivos que tuvo para abandonar Italia ni por qué prefirió no revelar su pasado. Por más amigos que fuimos, siempre fue reservada en cuando a su vida personal se refería.

-¿Y si alguno de nosotros se negara a aceptar éste testamento? –Sesshomaru salió de su trance, todavía un poco ido, como perdido en recuerdos bastante amargos. Sus ojos dorados reflejaban el dolor que sentía de una manera tan real, que Kagome al mirarlos se sintió igual de desdichada-. No sabemos prácticamente nada acerca de ella.

-Lamentablemente no hay nada que puedan hacer a ese respecto. Kagome es oficialmente dueña de todo desde el mismo momento en el que cumplió la primera condición, la cual la obligaba a mudarse a este país hasta una semana después de revelado el documento. Si no te gusta, te tocará acomodarte a la situación. Sólo falta la firma para que todo quede legalmente traspasado.

Kagome asistió a esa conversación con una desagradable sensación de incomodidad presionándole el pecho. Ahora se daba cuenta de que había cometido un error irreparable al haber aceptado participar en esa locura. Enterró la cara entre las manos intentando contener las imperiosas ganas de llorar en frente de todos ellos; tal vez cuando estuviese completamente sola se abandonaría a las lágrimas, pero no en ese momento. No podía demostrar un ápice de debilidad aunque tuviese la piel tan blanca como la cal y estuviese temblando tan notoriamente. Esa situación sobrepasaba con creces sus límites emocionales.

-Kagome –la aludida levantó la cabeza con lentitud, clavando sus lívidos ojos castaños en los azules de Akira-. Necesito que firmes aquí –señaló la línea punteada al final de la hoja con el dedo índice-. Una vez que lo hagas, todo habrá terminado.

Diez segundos le tomó escribir su nombre completo en la línea, para después desviar la mirada. Acababa de venderle su alma al diablo, quedando atada a un contrato que no se rompería jamás. El abogado guardó la carpeta nuevamente en su maletín y se puso de pie, dispuesto a marcharse.

-No fue mi intención hacerles pasar tan mal trago a ninguno de ustedes, pero era la única forma que había para comunicarles una noticia como esta –miró a Kagome-. Vendré a verla mañana, lo prometo. Buenas noches a todos.

-Te acompaño a la puerta –Izayoi se puso de pie con rapidez, seguida casi al instante por su hijo mayor, quien desapareció tras una puerta camuflada al fondo del salón-. Discúlpenme un momento.

Kagome tardó una fracción de segundo en darse cuenta de que su único aliado estaba a punto de marcharse, así que se levantó de golpe decidida a detenerlo, pero el suelo se tambaleó bajo sus pies y un instante después todo se oscureció.


¿Qué tal? ¿Merece unos cuantos tomatazos? Yo creo que sí, pero dejaré que ustedes decidan.

Nos vemos en el siguiente!