Chicos, me tardé más de la cuenta, y la verdad es que no lo siento, porque estuvo mi sobrina como 3 semanas conmigo, y no la veía hace 6 meses, así que debía cumplir mi deber de tía y regalonearla!
Trataré de ser más constante en publicar, pero al menos hasta finales de marzo andaré media lenta. Ahí renunciaré a mi trabajo y volveré a tener más tiempo.
En fin, a leer!
IMPORTANTE: ESTA ES LA CONTINUACIÓN DE "CUANDO LAS CENIZAS VUELAN", pero primero deben leer "DÍGAME TONKS".
IMPORTANTE 2: RECUERDEN QUE ESTE FANFIC TIENE CIERTAS PARTES QUE APARECEN EN LOS LIBROS.
ESTÚPIDO CUPIDO
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I. Camino al infierno
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—Maldición —farfullé al mirar la hora con la luz de la varita, en medio de la densa oscuridad de mi hogar, viendo que me había dormido sólo dos miserables horas. De pronto me había despertado abruptamente, con el corazón acelerado y la piel de gallina. Afuera se oía el viento feroz que se trataba de colar por mi ventana. Supuse que estaba nevando, y que tal vez el repiqueteo de alguna rama del exterior me había despertado.
Cerré los ojos con fuerza, intentado dormirme otra vez. Pero no lo logré, y me puse a pensar otra vez en aquellas ideas que tanto me habían acosado durante el día.
Si alguien me hubiese preguntado hace diez años atrás que qué significa estar enamorado, hubiera contestado que es un sentimiento hermoso que brota del alma y que se da hacia otra persona por algún motivo en especial, a menos que lo hubiese buscado en el diccionario, y en ese caso, lo definiría escasa y pobremente como "que siente amor". Si me lo preguntaran ahora mismo, sin duda, contestaría que es una enfermedad, que puede ser aguda, aunque también puede pasar a casos crónicos e incluso puede ser contagiosa. Los casos agudos tienen solución, los casos crónicos no, pero algunos pueden controlarse, dependiendo de la persona que esté enamorada.
¿Cuál era mi caso? El peor de todos: un pseudo- enamoramiento agudo, que temía que podía pasarse a un enamoramiento agudo como tal, el que podría convertirse en crónico controlable, que sin duda, evolucionaría a "crónico incontrolable" como etapa final.
¿Qué estaba mal conmigo?
Mala pregunta, en realidad, porque desde mi nombre hasta la puntas de mis cabellos estaba mal. Insisto: ¿en qué momento mi madre se le ocurrió ponerme "Nymphadora"?
En cualquier caso, mi postulado se basaba en que Cupido es discapacitado. Ciego, por hacernos enamorarnos de las personas más equivocadas en los momentos menos indicados; sordo, por no escuchar nuestras plegarias ante nuestro sufrimiento, y mudo por siquiera atreverse a advertirnos en qué clase de problema nos íbamos a meter. Sólo una forma bonita de decirlo, porque, en resumen, Cupido es un imbécil sin cerebro y con mala puntería.
Me acurruqué en mi cama y escondí la cabeza entre la almohada, porque tenía las orejas congeladas. Habían transcurrido catorce horas desde que Remus se había bajado del Autobús Noctámbulo y me había dejado prácticamente plantada sin darme explicaciones. Me había dado mucho que pensar y la jaqueca del siglo. O tal vez fuera el frío que me tenía la cabeza bajo presión. Por supuesto, estaba muy equivocada si pensaba que Remus Lupin se iba a convertir en mi prioridad. Era la punta de mis problemas, de hecho, estaba pasando por alto a Severus, y es que estaba completamente cegada ante el nuevo sentimiento que había nacido en mí, y por supuesto que se me habían olvidado todos los problemas que podían aparecer en m vida: desde amores no correspondidos hasta familiares locos que tratarían de deshacerse de mí.
Estaba lejos de tener paz en mi vida. Tiempos difíciles se acercaban y yo no tenía idea a lo que me iba a tener que enfrentar. Iba directo al infierno, caminando por vidrio roto y ardiente. Casi sentía el olor a carne asada en mi nariz.
—Que Merlín me ayude.
En parte, sabía que todo sería más fácil si Remus quitaba a Severus de mi cabeza, al estilo "un clavo saca a otro clavo", pero por lo menos con Severus estaba a tres cuartos de camino de casarme y tener hijos. Con Remus no tenía siquiera los cimientos de la relación.
Me quedé gran parte de la noche dándole vueltas al asunto. En ese momento, por supuesto que pensé que nada, absolutamente nada podía ser peor que hallarme en tal lío. Estaba tan equivocada…
"
Desperté en estado zombie unas cuantas horas más tarde para irme a trabajar, y sólo atiné a ducharme. No tuve energía suficiente para mirarme en el espejo siquiera.
Desayuné al ritmo de los ronquidos de mi padre que se oían hasta el comedor. Engullí unas cuantas galletas que había preparado mi madre la tarde anterior, con un gran vaso de leche tibia. Ni siquiera recuerdo si me lavé los dientes o me fui directo a trabajar. Sólo sabía que Shacklebolt me había pedido que llegara a las siete y media, y eso era lo que pretendía hacer.
Entré arrastrando los pies, sacándome disimuladamente una lagaña que se me había quedado pegada en el ojo. Definitivamente, no era mi día.
"¿Ese es Remus? No, claro que no, ese es uno de los adefesios del Departamento de Cooperación Mágica Internacional… Qué diablos, y ahora estoy empezando a verlo en cualquier lado, cómo los típicos clichés, ¿cierto? Su nombre en la radio, en las revistas, su aroma… "
Esa mañana noté mucho movimiento en el Atrio. Gente cuchicheaba y se movían de un lado a otro, desapareciendo y entrando por las chimeneas, subiendo y bajando por los ascensores. No obstante, yo estaba tan sumida en mis propios problemas, que no puse atención a lo que conversaban, mientras esperaba a tomar el ascensor.
Cuando por fin era mi turno de subirme, vi que mi amigo, el morenazo, con ojos grandes, iba bajando de éste. Miré la hora: me había retrasado cinco minutos.
—Por las pantuflas de Merlín, son sólo cinco minutos, pocas veces llego tarde… —comencé a excusarme sin mucho esfuerzo.
—¿Viste las noticias? —susurró.
Mi cara de desconcierto fue suficiente para que supiera la respuesta a esa pregunta.
Antes de que pudiera decir más, me agarró del brazo y me llevó hasta el lugar más alejado, tras unos grandes letreros, donde había todo tipo de anuncios, desde mascotas perdidas hasta peticiones de trabajo.
Cuando me soltó, desplegó ante mis ojos la nueva edición de El Profeta.
—Me topé con Arthur y acaba de entregarme esto.
Arthur Weasley ya estaba a bordo del tren otra vez, más rejuvenecido que nunca. Se había recuperado por completo de las heridas, aunque aún se me hacía un poco paliducho por tanta pérdida de sangre.
Al principio no comprendí lo que vi. Tan sólo parecía un puñado de gente amargada en la portada. Y de pronto… Le arranqué el diario de las manos, mientras sentía cómo mi corazón iba acelerando su palpitar.
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FUGA EN MASA DE AZKABAN
EL MINISTERIO TEME QUE BLACK SEA EL "PUNTO
DE REUNIÓN" DE ANTIGUOS MORTÍFAGOS
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Mi mirada se detuvo con temor en la fotografía de aquella mujer, quien me devolvió una mirada con ojos perversos y una sonrisa burlona. Contuve de hacer algo apresurado. Miré a Kingsley con calma, intentando controlar mi presión cardíaca.
Si algo era cierto, era que pocas personas, contadas con los dedos, sabían de mi procedencia. Mi padre no era conocido, y jamás había mencionado a otra gente el apellido de mi madre. Mis compañeros de trabajo probablemente juraban que yo era una bruja cualquiera, y por las características de mi personalidad, debían apostar que yo era sangre impura. Yo jamás me había dedicado a especificar la historia de mi vida. Y eso, en ese instante, era una ventaja. Nadie me miraba, ni me apuntaba.
De pronto pensé en Severus. Él era doble agente, él debía saber lo que estaba ocurriendo… El problema es que estaba furioso conmigo y en esos instantes permanecía en Hogwarts, lo que hacía que fuera más imposible toparme con él.
Le entregué el periódico e, intentando mantener mi tono de voz plano, le dije:
—Tengo que ir a ver a mi madre.
—No es seguro que salgas de este modo —me dijo con voz firme.
—Si ella lee antes que yo llegue hasta allí, es capaz de venir a buscarme y montar un escándalo —mascullé con la voz un poco temblorosa —. No puedo permitir que se arriesgue. Tú la conoces, Kingsley… —dije en tono de advertencia —. Recuerda que ella fue la que fue a Hogwarts a buscarme cuando me perdí en el Bosque Prohibido en séptimo año.
El mago me miró pensativo y preocupado.
—Le prometí a Margaret que te cuidaría —me dijo, como si esa fuese suficiente razón para permanecer en el Ministerio.
—¿Por qué le prometiste tal cosa?
—Porque eres descuidada.
—No soy descuidada. Soy… soy una persona despreocupada, que es diferente.
—Es lo mismo.
—Ya, da igual —le zanjé —. Tengo que ir. Sola —recalqué —. Tú no te puedes mover de acá, me tienes que cubrir. Volveré lo antes posible, pero primero tengo que ver cómo están las cosas en mi casa.
Me escabullí de la forma más silenciosa posible, pero juré haberme sentido seguida por la inquisidora mirada de Eric Munch. O tal vez uno de sus granos había mutado y tenía ojos para ver.
Cuando llegué a la casa, ya había aclarecido por completo, en un cielo muy gris, y me pillé un espectáculo muy acertado a lo que esperaba encontrar: Mi madre estaba abultando cosas en un par de maletas y hablaba con histeria sobre ir a buscarme inmediatamente.
—¿Podemos calmarnos? —sugerí con voz potente. No se habían percatado de mi presencia. Ambos se giraron hacia mí. Mi padre me observó con cara de "Haz algo por favor", mi madre, en cambio, se acercó con aspecto pálido y ojos llorosos.
—Tenemos que irnos de aquí. Ahora mismo —me dijo, tratando de mantener la compostura para que no la tratáramos de histérica.
—No —dijimos al unísono con mi padre. Me aproximé a ella —. Mamá, no podemos irnos de aquí. Corremos más riesgo afuera que aquí. Sólo tenemos que aumentar la seguridad de la casa. Además, ellos ni siquiera saben dónde vivimos, lo que es una ventaja.
Tal vez fue el tono de convicción con el que dije todo eso, o sencillamente porque no tenía demasiadas ganas de pelear, pero se rindió más rápido y fácil de lo que había imaginado. Respirando con fuerza, se sentó en el sillón más cercano, dejando caer la varita. Ésta provocó un par de chispas al tocar la alfombra.
—Sé que no podré convencerlos —dijo con cierta molestia —. Pero créanme cuando les digo que los Lestrange son capaces de hacer cualquier cosa—me miró de forma penetrante —, y me refiero a cualquier cosa.
—Eso no me lo puedes decir a mí —gruñó mi padre. Por primera vez en mi vida, lo vi realmente cabreado —. Precisamente yo fui el que te saqué de esa vida que llevabas en esa casa de locos —se arrodilló a su lado y le tomó las manos —, y si huimos esa vez, fue para poder rehacer las nuestras a nuestro modo. No vamos a huir de nuevo, de nuestro hogar, de nuestros recuerdos. Tenemos a nuestra maravillosa Auror, que nos ayudará con unos sortilegios para protegernos y nos prepararemos para enfrentarlos en el peor de los casos. Pero no pienso irme de aquí.
Mi madre torció su cabeza como un perrito.
—Oh, Ted, sabía que estaba tomando la mejor decisión de mi vida cuando me fugué contigo… —masculló, orgullosa, abrazándolo con fuerza — Y tú, hija… Por favor anda con cuidado… —rogó, mirándome sobre el hombro de mi rechoncho padre.
Antes de que volviera al trabajo, mi padre se me acercó con aspecto culpable.
—No es que no haya querido decir lo que dije, porque de verdad lo siento — farfulló —. Pero no pienso dejar la casa, ¡no cuando tengo el refrigerador lleno de cervezas!
Sonreí condescendientemente.
—Sabía que estabas demasiado serio para la situación. Nunca eres así. Menos mal que no se lo dijiste a Drómeda, sino te habría echado a ti con maleta y todo.
"
El resto del día, en el Ministerio de Magia, todo estuvo muy ajetreado, pero fue una ventaja para que los miembros de la Orden del Fénix pudiéramos comunicarnos sin problemas.
—Broderick Bode fue asesinado en San Mungo —me dijo Arthur a la hora del almuerzo, en la zona más oscura del comedor —. Se supone que es un accidente, pero yo no me lo trago.
—¿Esto tiene que ver con el arma, entonces? —inquirí, nerviosa, pensando en el pobre Harry y en aquella profecía.
—Probablemente. He recibido un mensaje de Dumbledore. Mañana, a las nueve, en el mismo lugar de siempre.
—¿Irán todos? —pregunté con cierto interés.
—Supongo. Debo irme, nos vemos.
El estómago se me anudó de los nervios. Si iban "todos", significaría que iba a encontrarme cara a cara con Remus y Severus, y eso era un peligro, dado que podía sacar a relucir toda la idiotez que estaba guardada en mi interior; esa misma que me hacía derribar y romper cosas.
—Tal vez me deje atrapar por mi querida tía Bellatrix. Así desaparezco.
—¿Desaparecer? ¿A dónde?
Me sobresalté. De pronto Eric Munch estaba tras de mí con su bandeja del almuerzo flotando a su lado.
—Desaparecer "así" —le dije y me fui a paso rápido del lugar, decidiendo saltarme el almuerzo, si volverme a mirar la fastidiosa cara del recepcionista. Por esa razón, llegué muerta de hambre a la casa, cerca de las nueve de la noche, en medio de una lluvia torrencial.
Mi madre parecía de mejor humor. Había encontrado la manera de distraerse de los problemas: dejando reluciente la casa por todos lados.
—Necesito comer —anuncié desparramándome en una silla —. Tuve que huir de un psicópata en el almuerzo.
—¿Alguna novedad? —preguntó Andrómeda como quién no quiere la cosa.
—La verdad es que sí. Sospechamos que alguien envió a matar a un Inefable que estaba en San Mungo, Broderick Bode.
—¡Por Merlín! —exclamó, derramando un poco de caldo al dejar mi plato en la mesa. Mi padre se rascó la barba, nervioso e hizo un ruidito con la boca.
—El problema es que no podemos hacer mucho. Dumbledore nos dirá mañana, supongo, cómo prepararnos y crear alguna otra estrategia. Descuida, mamá. Esa es sólo una punta de nuestros problemas —sonreí—. Y esa son las noticias de hoy. Ahora, me tragaré la cena, si me lo permiten.
—No me estás alentando para nada, Dora. A veces he estado pensando, y…
Alguien golpeó la puerta. Fue parsimonioso, pero potente, lo que nos hizo a los tres sobresaltarnos. Luego, fui la primera en ponerme en pie y sacar la varita.
—Yo me asomaré, ustedes se quedarán…
—Shh —me calló mi padre —, mientras tú vivas aquí, yo seré el que mande —me susurró cortante. Desenvainó su varita con bastante agilidad y se puso de pie, sin vacilar ni un poco.
No miró por la ventana, de inmediato cogió el pomo de la puerta y lo hizo girar. La abrió lo suficiente, de forma brusca, para ver quién estaba al otro lado. Con mi madre nos reincorporamos de nuestras sillas al mismo tiempo, listas para atacar.
—Buenas noches, señor Tonks —saludó alguien en voz baja, a quien yo no alcanzaba a ver, pero de quien adiviné de inmediato su identidad con sólo oír su voz aterciopelada y frívola. Temerosa, miré a mi madre. De pronto ya no tenía hambre.
—Buenas noches —saludó mi padre, con desconcierto —. Yo a usted lo he visto antes, ¿no? —preguntó dubitativo.
—Sí. Siento molestar…
—¿Quién es, Ted? —preguntó mi madre con el ceño fruncido, sin esperar por respuesta, porque caminó a toda velocidad hasta la puerta. Yo me quedé allí, congelada, esperando a que ardiera Troya.
—Creo que es… —comenzó mi padre.
—Ya sé quién es —intervino Drómeda con dureza. Sin yo verla, ya sabía que le estaban saliendo todo tipo de rayos inventado por muggles, fuego y hielo a la vez, de la mirada.
—Buenas noches, señora Tonks —añadió Severus con total calma. Las manos me temblaron.
¿Qué está haciendo aquí? ¿Qué está pensando? No, no, esto será problema… ¿Acaso me ha perdonado? Pero, ¡no, no! A mí ahora me gusta Remus, esta será la ruptura definitiva…
Mi cerebro comenzó a echar humo por el colapso.
—¿Qué haces aquí? —rezongó mi madre. Ted, al oírla hablar así, se alejó de la puerta. Se dio cuenta que ya no tenía nada que hacer ahí, porque era mi madre la que estaba al mando de la situación.
—No hay necesidad de que seamos rudos o irrespetuosos —dijo con frialdad, pero manteniendo ese sosiego que tan bien podía fingir —. Sólo necesito hablar con su hija. Digo, siempre que tenga su permiso —añadió con cierta ironía.
—No, no lo tiene, no hablará contigo.
—Corrijo: Necesito hablar urgente con su hija. Ella es parte de la Orden del Fénix, y yo también. Los miembros de la Orden suelen comunicarse entre ellos para cohesionar el grupo. Retiro lo dicho de su "permiso" —habló con voz de ultratumba.
Mi corazón saltó, preocupada. Me encaminé hasta la puerta, lentamente.
—He dicho que no. Si quieres hablar con ella, entonces tendrás que hacerlo aquí y ahora…
—Mamá, está bien. Tiene razón. No podemos tomar riesgos y estar hablando temas de la Orden delante de ustedes. Por su seguridad —dije, con gravedad.
Mi madre me miró con furia, pero luego, asintió. Pude notar aquella mirada de "estás tan grande, que ya no tengo dominio sobre ti". Estaba rendida. Se hizo a un lado con dificultad, como si tuviera imanes pegados en los pies, y entonces pude ver a Severus, quien aguardaba en la entrada.
Espero que hayan disfrutado del primer capítulo. Como siempre, saludos y comentarios, son bienvenidos, buenos o malos.
Besos y abrazos, y espero que todos hayan tenido un muy buen comienzo de año. Gracias por su cariño y apoyo.
