los personajes pertenecen a S. Meyer... la historia es mía
De Disgustos y Sorpresa
-Emmett McCarthy, vuelve aquí.
No soportaba las guasas pesadas de mi mejor amigo, ya hace varios días que le había dado por tomarme como su juguete y probar conmigo las nuevas bromas que después serian dirigidas para sus compañeros del equipo.
-Emmett… te vas a arrepentir de haberme hecho esto – le grite colérica mientras lo veía correr gradas abajo.
Respire profundo. Tenía que calmarme o me iba a dar un infarto.
Viendo la razón de mi malestar frente a mí no me ayudaba a disminuir lo que sentía así que tome un paño húmedo y comencé a tallar la mesa de la cocina con diligencia, tal vez esa cosa verde y pegajosa llegaría a salir algún día. Solo a él se le ocurría estrellarme un huevo en mal estado mientras almorzábamos. Era asqueroso, mi cocina tendría que oler mal por unas cuantas horas hasta que lograra con ayuda de cloro y ambientadores eliminar todo rastro.
Bote el paño. Nada debía sobrevivir.
Estaba cansada de mi amigo, nada que el hiciera me podía evitar una cólera. En algunas ocasiones pienso que cada noche antes de dormir maquina en su retorcida cabecita la mejor forma de fastidiarme.
-Estúpido Emmett – refunfuñe.
-Bella. Cálmate – mi queridísima hermana apareció cargando varias bolsas.
-Ni siquiera sabes porque estoy así – farfulle molesta.
-no es difícil de averiguarlo si ves a un gorila salir de tu casa corriendo despavorido sin mediar palabra alguna – se rio, posiblemente recordando la imagen.
-Como a ti no te hace nada – dije entre dientes mientras le daba la espalda.
-Estas muy amargada últimamente – grito al verme caminar hacia mi habitación. Debía cambiarme de ropa.
Mi hermana, mi queridísima hermana podía también ayudar a sentirme peor en ocasiones. Como deseaba que fuera a Alice y no a mí a quien Emmett fastidiara, lo habia conocido hace más de seis años gracias a ella ¿no deberían de tener más confianza entre sí? Ah, como no. Emmett jamás le haría nada al amor de su hermano. Suertuda de Alice.
Tome mi ropa pringada de aquel fétido huevo y la metí a la lavadora con la esperanza de una limpieza profunda.
-¿Bella?
-¿Qué quieres? – no fue mi intención gritarle pero no se me pasaba el enojo.
-Vaya, que delicada – negó con la cabeza – solo quería saber si iras a visitar a la abuela mañana.
-eh… sí, claro. Me apunto.
Algo bueno debía tener mí fin de semana y la idea de pasar un día completo bajo las millones de atenciones de la abuela Marie se me antojó.
4:00 p.m.
Cerré mis ojos en busca de aquel recuerdo que me llevaba a lo más profundo del placer y de la tranquilidad mental. Como deseaba volver a repetirlo pero sabía, con certeza, que eso era imposible; solo me quedaba soñar con esos ojos verde esmeralda que me habían llevado al éxtasis simplemente con verme, el roce de sus manos en cada rincón de mi piel y la humedad de sus besos mientras nos movíamos al unísono en aquella cama de aquel hotel.
Suspire mientras un escalofrió recorría mi espalda.
Jamás había sido tan aventada como lo fui esa noche, pero no podía evitarlo, lo había visto un par de veces y muy segura de mí el también me vio. No sabía su nombre, su dirección o donde trabajaba y no creo que el zoológico, en donde tantas veces lo encontré, figurara como posible empleo de un hombre que estaba impecablemente vestido y con un maletín en mano.
Ah… sus labios, que sedosos y perfectos se sentían. Qué bien se movían a través de mi cuerpo como si no hubiera sido la primera vez que recorrían ese camino.
Me atraía, pero más que eso, me gustaba y mucho.
-Bellis, Bellis – Emmett me arranco de mis ensoñaciones – he vuelto.
-Por desgracia – le dije levantándome del sillón.
-No seas así, perdóname – puso carita de perro – es que no pude evitarlo.
-Oh, no… no pudiste – levante mi mano y le saque el dedo medio.
-Wow… Isabella, que es eso – me siguió a la cocina – donde ha quedado la señorita que conozco.
-Encerrada – hable fuerte – y muy guardada bajo dos candados y tirada al fondo del mar.
-Eh… ¿Qué te pasa?
-¿A mí?... nada, no te preocupes – levante mi mano en señal de indiferencia.
- Ali… - grito como niño listo para poner quejas.
Esta apareció.
-¿Que sucede aquí? – Me vio con el ceño fruncido y luego se dirigió a Emmett - ¿Qué hiciste ahora?
-Nada – dijo con cara de ofendido – es tu hermana… esta de lo más grosera.
-Bella ¿Qué te pasa? – me pregunto curiosa y algo preocupada.
-A mí no me pasa una maldita cosa, son todos ustedes y su afán por molestarme que me tiene con la cólera a flor de piel – tome uno de los panes que estaban sobre la isla de la cocina y se lo lance a Alice con toda la fuerza – déjenme en paz.
Ella me vio asustada y Emmett levanto las manos temiendo que hiciera lo mismo con el pero no tenía ganas. Tome mi bolso y salí casi corriendo del apartamento.
¿Qué me pasaba? Esto no era normal en mí. Siempre había sido una chica educada y muy bien portada. Tome un taxi y le pedí que me llevara al único lugar donde podía calmarme: el zoológico.
Mire mi reloj. Faltaban quince minutos para las cinco, si llegaba a tiempo tendría más o menos media hora para tranquilizarme y disfrutar del lugar.
Pague el taxi y suspire al ver la entrada. Solo aquí podía limpiar mi cabeza y pensar con claridad.
-Cerraremos en veinticinco minutos – me informo el guardia con una sonrisa.
-Gracias – le sonreí de vuelta.
Camine entre los pasillos que me llevaban hacia mi lugar favorito en todo el zoológico: el paraíso de los pingüinos. Aquel aire frio y el ambiente de colores melancólicos que pasaban del blanco al negro y variaban mucho en los matices de gris eran el mejor remedio, todavía recordaba la primera vez que había ido ahí y hasta él porque era para mí tan mágico y tranquilizador. Imaginaba a mi padre cargándome entre sus brazos mientras me consolaba después de haber visto al león en su jaula mientras atacaba a una paloma que se había golpeado con uno de los cables de seguridad. Había sido demasiado traumático para mí con tan solo cinco años de edad en aquel entonces.
Ahora mi padre no estaba y solo me quedaba su recuerdo y las palabras tan cargadas de afecto y delicadeza al explicarme lo sucedido y como el ciclo de la vida se daba con todos.
-El ciclo de la vida – las palabras se entremezclaron con un suspiro. Este pasaba por mí con inclemencia. Ahora era una mujer de veintisiete años la cual vivía con su hermana de veinticuatro y se la pasaba del trabajo a la casa y viceversa. Si no fuera por Emmett mi vida seria de lo más aburrida.
Me senté en una de las bancas que daban de frente para apreciar a esos lindos animalitos vestidos eternamente de esmoquin. Que inocente había sido de niña creyendo que se vestían así porque esperaban a su amada para casarse.
Mientras los minutos pasaban lo medite detenidamente. Emmett no tenía la culpa de mi mal humor, y menos Alice, ellos solo estaban preocupados por mí y mi cambio de ánimos tan repentino, hasta yo me asombraba.
Me levante decidida a izar la bandera de la paz con ellos, solo tenían que ser menos… ellos conmigo y yo me calmaría. Para sumarle a mi petición un punto a favor recordé los buñuelos de sabores que tanto amaban esos dos y me dirigí a la salida.
-Adiós amigos de traje – me despedí de los pingüinos con la mano.
-¿De mí no te despides? – me lleve la mano a la boca, recordaba el sonido de esa voz demasiado bien.
-Cl… claro – me gire para verlo de frente.
-Hola – sonrió de lado haciendo que mi corazón palpitara fuerte.
-Hola – le salude mientras me sonrojaba. Ya hacía más de dos semanas que lo había visto. Más cerca de mí y con mucho mucho menos ropa. Baje la mirada algo avergonzada por tener el recuerdo de su cuerpo desnudo en mi cabeza en ese momento.
Se rio nervioso – sé que es algo inusual después de los acontecimientos de nuestro último encuentro pero me gustaría saber tu nombre siquiera.
Sonreí, deseaba lo mismo que el – Isabella – dije con voz tenue.
-Bueno Isabella, es un placer el finalmente conocerte – sonrió de lado pero en sus ojos había un aire de picardía de la cual conocía las razones – Soy Edward C…
-No, no me llames así – lo corte – dime Bella, ese… así me gusta más.
Me miro confundido por un segundo – Bella… es lindo.
-Gracias – mordí mi labio, estaba ansiosa.
Se acercó titubeante hacia mí y yo me congele. El parecía un tigre al acecho y yo era su presa. El caminado tan grácil, la mirada intensa y directa hacia mis ojos envuelta junto con una sonrisa tan coqueta habían hecho de mi un ser hipnotizado.
-ajam – alguien carraspeo al fondo cortándome por milímetros de aquel beso que tanto ansiaba.
Edward giro levemente su cara para ver el rostro del intruso, frunció los labios – un segundo – dijo y volvió a verme.
Mi corazón repicaba inconstante – me gustas – susurro tan cerca que su aliento acaricio mi cara.
Tu igual le iba a decir pero no hice más que asentir con la cabeza.
Se separó bruscamente y me vio apesarado mientras me dedicaba un adiós. No dije nada, solo lo vi partir junto a un hombre de piel canela y cabello negro que vestía de saco al igual que él.
Me sentía mareada, como pude llegue a la salida del zoo y me subí a un taxi. Yo le gustaba, me lo había dicho tan directamente que no me quedaban dudas de haber escuchado mal, y a mí me gustaba el…
-¿Hacia dónde? – mire al taxista confundida.
-Señorita… ¿A dónde la llevo? – volvió a hablarme.
-A mi casa – le dije arrugando la frente por su pregunta.
Él se rio con una carcajada – si me dice donde vive será más fácil llevarla.
Estúpida Bella, ese hombre te tenia desconectada - entre la 15 y la 45 de Madison Garden
Arranco el motor y me volví a sumir en mis pensamientos.
.
-Bella ¿Dónde has estado? – la voz de Alice sonaba preocupada.
-Por ahí – fue lo único que conteste y me encerré en mi habitación.
Sus labios, sus ojos, la forma en como me apresaba entre sus brazos mientras me exploraba, el vaivén de su cuerpo dentro de mi… la química, la atracción, el placer….
No podía pensar en nada más. Estaba abstraída con tantas emociones que me recorrían que había olvidado todo y a todos los demás. Pero ¿Qué más daba? Era algo nuevo en mi vida, algo excitante, en definitiva muy fuera de la rutina a la que estaba acostumbrada que el tomarme parte de mi tiempo para pensarlo no me pareció un desperdicio.
Me quede en cama y soñé despierta con él y hasta después de haberme dormido seguía presente.
.
Isabella… levántate de una buena vez – grito Alice desde fuera de mi habitación – llegaremos tarde.
-Déjame dormir – le grite con voz pastosa.
-Dijiste que irías. Ayer se lo confirme a la abuela.
Renegando me levante, no recordaba mi compromiso familiar. Me metí al baño y grite molesta al sentir primero el agua fría sobre mi cuerpo. Había olvidado que tardaba unos segundos en calentarse.
Me cambie, peine y di un ligero retoque mientras Alice renegaba diciendo que perderíamos valiosos minutos junto a la abuela.
-Pareces una lora.
-Y tu más amargada que ayer – tomo su bolso y salió.
Sus palabras me crisparon.
-Deja de decir estupideces – le grite.
Baje y me encontré a Alice junto a su novio.
-Jasper… hola – le di un leve abrazo.
-Bella – sonrió y volteo a ver a Alice - ¿Cómo has estado?
-Bien.
No dijo nada más. Posiblemente a estas alturas sabía bien como estaban las cosas.
Se montaron al auto y… oh, genial. Me tocaba ir de equipaje en el asiento trasero. Jasper me caía muy bien pero hoy no era mi día. Me aoville como adolecente hormonal sobre el asiento de atrás y saque los audífonos de mi bolso.
Todo el camino fue un fastidio. Las continuas muestras de cariño entre los tortolos me sabían de lo más amargo en este momento. Intentaba no verlos pero era difícil. Su meloseria me estaba mareando.
No me sentía bien, la cabeza me daba vueltas y el estómago se me revolvió.
-Alice, para el auto - le dije sintiendo una gota de sudor recorrer mi mejilla.
Como pude me baje y vomite lo poco que había llegado a comer esa mañana. La cabeza comenzó a zumbarme y los mareos retornaron haciéndome vomitar de nuevo.
-Bella, ¿estás bien? – Alice amarro mi cabello en una coleta después de limpiarme y sentarme sobre el capo del auto.
-No lo sé – les dije con toda sinceridad, esto no me había pasado antes.
-Ya casi llegamos – me señalo el rotulo que avisaba la llegada a Little Rocks, la ciudad en donde vive la abuela.
Me subí al auto y cerré los ojos para evitar otro mareo. Aunque el clima era frio Jasper abrió las ventanas del coche, lo que me ayudó mucho ya que me concentre en sentir frio y olvidar las náuseas.
-Isabella, pequeña Alice – grito la abuela Marie al vernos llegar. Por suerte me sentía mejor y según Alice el color había vuelto a mi rostro.
Nos abrazamos y la seguimos hacia la casa. Toda la familia estaba ahí, mi madre, tíos, primos, nietos… en fin, parientes por montones.
Gracias al cielo los malestares desaparecieron y pude disfrutar del resto de la mañana como era debido. Por momentos Jasper o Alice se acercaban preguntándome como seguía pero cada vez les repetía lo mismo a ambos: estoy bien.
-El almuerzo ha llegado - grito la abuela para ser escuchada. Mi madre y mi tía Lily le ayudaron a servir.
- Así que… sin novio todavía – me dijo la última cuando llegue a buscar que comer.
-Sin novio – conteste desganada ¿es que todos me iban a hacer hoy esa pregunta?
-¿Quieres pollo o mejillones? – me pregunto mi madre.
Vi el pollo y no me apeteció pero al ver los mejillones mi estómago volvió a molestar y se revolvió con ímpetu.
-Isabella… estas, estas verde – la voz de mi tía sonaba alarmada.
-Hija ¿Qué tienes? – mi madre se acercó.
-Balde, balde – dije casi en susurro mientras intentaba alcanzar uno.
No soporte y vomite sobre los zapatos del tío Emil que se había acercado.
-Lo siento – fue lo primero que dije. El sonrió con gesto forzado diciendo que no me preocupara.
-Isabella… no me digas – la mirada de Marie fue penetrante y directa. Me asusto un poco.
-No entiendo de lo que hablas abuela.
-¿estas embarazada? – me pregunto frunciendo el ceño.
-¿Qué? No… no, no, yo no estoy embarazada, ni siquiera tengo novio – las palabras salieron de mi boca amontonadas.
Me vio inquisitiva y se acercó con un plato en manos. En él un grupo de mejillones. Volví a vomitar, esta vez en el balde.
-Aja.
-¿Qué? ¿Qué sucede? – la voz de Alice jadeante y angustiada iba similar a como hubiera salido la mía si no me sintiera tan mal como para contestar.
-Bella está embarazada – chillo mi madre – los mejillones le dan nauseas como me paso a mí y a tu tía Lily en nuestros embarazos.
Estaba en shock ¿Cómo había sucedido? ¿En qué momento había pasado? Ah… claro. Cuando y como cayeron como balde de agua fría sobre mi cabeza respondiéndome: Mi aventura de una noche.
El martillar de todos los presentes mientras gritaban asombrados, comentaban la noticia y hasta suponían estupideces me producía un dolor agudo en la cabeza.
-¿Quién es el padre? – la pregunta floto por un momento en el aire mientras identificaba quien la había hecho – Bella ¿Quién es el padre?
Ay… como le contestaba a Alice.
-Inseminación artificial – sonó mas a pregunta que ha respuesta, pero algo tenía que decirle. Los presentes se quedaron con la boca abierta.
En mi mente una sola cosa pasaba, el hombre de ojos esmeralda. Donde pone el ojo pone la bala.
tuve un arranque de necesidad y escribi esta historia... en mi mente la idealizo como un micro-fic de tres capitulos
¿suena interesante?
