Disclaimer: Los personajes de CCS no me pertenecen, sino a las talentosisimas CLAMP yo solo tomo prestado a sus personajespara esta historia y formar la pareja que muchos nos quedamos con ganas de ver, así que a sabiendas que esto lo hago sin ánimos de lucro, disfrútenla.
Capitulo Primero
Inglaterra 1815
Santo cielo!—masculló Tomoyo Daidouji, de dieciocho años, con voz apenas audible.
Con la mano se apartó unos recalcitrantes mechones de pelo color ébano de la cara y se dejó caer con gesto cansino en el sofá de estilo griego que había en el pasillo, en el exterior del salón de la planta baja de la Mansión Starlight. Después de entrelazar las manos en el regazo alzó los ojos amatistas de la alfombra azul y oro y contempló la puerta cerrada delsalón, Ira y dolor lucharon en su interior al pensar en lo que el vicario Dingle y su cohorte de seis ayudantes le hacían al cuerpo de su difunto padre mientras recitaban oraciones para expulsar al diablo de su alma.
Esto no es necesario —se quejó, volviéndose a su acompañante—. Enterrar a mi padre en la oscuridad en un cruce de caminos desafía toda lógica racional.
Aidan Briggs, un joven barón de veinticinco años, la miró.
El vicario Dingle solo cumple con uno de sus deberes —explicó, sentándose a su lado—. La ley exige un entierro nocturno para los suicidas.
-Mi padre nose suicidó —insistió Tomoyo con furia en los ojos—. Esa ley es tan estúpida como el vicario Dingle.
-La ley es la ley —replicó Aidan, pero suavizó sus palabras tomándole la mano en un intento obvio de brindarle solaz.
-La ley es una porquería —espetó ella, apartando la mano. Le lanzó unamirada llena de acusación y añadió—. Si de verdad te importara nuestra amistad no permitirías que el vicario insultara de esta manera a mi padre.
Al parecer, su decisión de rechazar tu petición de matrimonio fue correcta. Jamás desearía casarme con un hombre que no me fuera leal.
—Tomoyo, no puedo impedir que el vicario obedezca la ley —explicó el Barón con voz cansada—. Además, tu padre habría aceptado mi petición si tú le hubieras dicho que me amabas en vez de indicarle que te inspiraba afecto.
—El amor no tiene nada que ver con propuestas de matrimonio o dotes —afirmó Tomoyo. Con mano muy temblorosa se alisó la falda del vestido de luto y agregó— o declaraciones sin sentido de los sentimientos personales.
—Te amo, pero ni siquiera yo puedo modificar la ley para que a ti te plazca —repuso Aidan con tono frustrado.
Sin prestar atención a su declaración de amor, Tomoyo volvió a contemplar la puerta cerrada aunque intentó mantener la mente en blanco. Costaba soportar el prematuro fallecimiento de su padre, y debía mantenerse fuerte por el bien de su hermana y su tía. Trató de retener el control de sus caóticas emociones y se concentró en los diversos retratos que se alineaban en la pared del pasillo.
—Como conde, mi padre disfrutaba de las amistades de grandes nobles del reino —manifestó con la vista clavada en el retrato del príncipe Adolfo, séptimo hijo del rey Jorge III—. El vicario Dingle lamentará el día en que insultó a la familia Daidouji con actos tan bárbaros.
—Ninguno de esos ilustres nobles ha venido a Starlight para liderar la causa de tu padre -—le recordó el Barón.
Sorprendida por su rudeza Tomoyo se volvió hacia él, pero inesperadamente la puerta del salón se abrió y capturó su atención. El vicario Dingle estaba allí; detrás de él seis feligreses se aprestaban a actuar como portadores del féretro.
—Ya estamos listos —anunció el vicario.
Tomoyo lo miró largo rato e intentó encontrar una pequeña muestra de simpatía en su expresión solemne. No vio ninguna. Al final asintió y se volvió para bajar las escaleras hacia el recibidor, donde su hermana menor y su tía aguardaban. El Barón la siguió.
—El vicario está listo —les dijo, recogiendo su capa negra.
Sakura Daidouji, de diecisiete años, prorrumpió en sollozos. La tía Mei rodeó los hombros de su sobrina pequeña y la acercó hacia sí en un esfuerzo por consolarla.
Tomoyo apartó los ojos de su hermana para no ponerse a llorar también. Contempló al vicario descender por la escalera, seguido de los seis feligreses que portaban el féretro de su padre.
Por favor, no le hagáis daño -—rogó con voz pesarosa. ¿Hacerle daño? —repitió el vicario con tono indignado—. Por su suicidio, el alma del conde de Starlight se enfrenta a la maldición eterna. Que la destrucción os alcance a vos —maldijo Tomoyo al clérigo. Tomoyo está agobiada por el dolor —intervino Aidan, interponiéndose entre el vicario y ella—. No sabe lo que dice.
Entiendo su dolor —asintió el otro—, pero se le nota la casta.
Tomoyo retrocedió un paso como si la hubieran abofeteado. ¿Es que su hermana y ella jamás podrían escapar al hecho de ser descendientes ilegales..., de quién? No lo sabía.
Tomoyo es una dama bien educada que no merece vuestros insultos oyó que decía su tía Mei—. Disculpaos en el acto, vicario Dingle.
Lady Burke, por si lo olvidáis, yo estaba aquí cuando... Mi padre nos adoptó legalmente a Tomoyo y a mí —interrumpió Sakura Daidouji con inusual confianza—. Y ahora continuad con el funeral. Tomoyo se volvió a su hermana menor y le sonrió por primera vez desde la muerte de su padre el día anterior.
-¿Vamos a enterrar a mi padre esta noche? —le preguntó al clérigo. ¿O permaneceremos aquí debatiendo sobre las posibilidades de quiénes pudieron ser nuestros padres naturales?
—Un gran dolor gobierna vuestra lengua —desaprobó el vicario Dingle para acto seguido salir de la mansión. Los seis portadores alzaron de nuevo el ataúd y lo siguieron.
—Me sorprende tu grosería hacia un hombre del clero —susurró el Barón—. Y tú, Sakura Jamás habría...
— Oh Aidan, calla —cortó. Había ocasiones en que su vecino y amigo de toda la vida la irritaba más que un dolor de muelas. Se cubrió la cabeza con la capucha de la capa y fue tras los portadores. Detrás de ella caminaron Sakura, la tía Mei y Aidan Briggs.
Tomoyo salió a una noche inusualmente cálida de mediados de diciembre y respiró hondo. Reinaba el silencio, como si la propia naturaleza lamentara la pérdida de su padre. No había luna. El cielo era un negro manto de terciopelo moteado de estrellas diminutas.
En silencio, los portadores depositaron el féretro del difunto Conde en un carromato tirado por un solo caballo. Cada uno sostenía una lámpara para iluminar el camino.
La procesión fúnebre bajó por el sendero privado que conducía al camino público y luego giró a la derecha. El cruce más próximo se hallaba a una media milla, donde el camino se bifurcaba: una parte conducía al pueblo de Starlight y la otra a las vecinas tierras de Briggs.
El pequeño séquito acababa de alcanzar el tradicional camposanto para los suicidas cuando el inconfundible sonido de caballos al galope atrajo su atención. Todos giraron la vista en dirección al camino del poblado para vislumbrar a cuatro jinetes que se dirigían hacía ellos. Al llegar hasta el grupo fúnebre frenaron sus monturas con brusquedad.
— ¿Quiénes sois? —inquirió Aidan Briggs—. Anunciad vuestro propósito.
—Somos amigos del difunto conde de Starlight —respondió uno de los extraños al desmontar,
Tomoyo contempló al hombre alto de pelo oscuro que parecía tener menos de treinta años. Nunca antes lo había visto, aunque su hermana y ella no iban a Londres desde pequeñas. Esperaba que esos hombres fueran los ilustres nobles del reino que defenderían la causa de su padre.
—Charles, gracias a Dios que estás aquí —gritó de pronto la tía Mei—. El vicario Dingle le va a ofrecer al pobre Harold un entierro de suicida.
Para sorpresa de todos, se adelantó un caballero mayor. Primero se llevó la mano de la tía a los labios y luego apoyó un brazo consolador en tomo a sus hombros. Se volvió a los otros y se presentó.
—Soy Charles Hiragizawa, duque de Clow. Este es mi sobrino, Eriol Hiragizawa, marqués de Leed, y los otros son criados de mi sobrino.
Tomoyo observó a cada recién llegado. El duque de Clow parecía un caballero amable, pero su sobrino irradiaba un aura de gran peligro. Los criados del Marqués eran dos de los hombres más grandes que jamás había visto.
—Aunque las circunstancias son tristes —se excusó Tomoyo, adelantándose para saludar al Duque—, me complace conoceros, Excelencia. ¿Cómo os enterasteis de la muerte de mi padre?
—Hace varios días recibí un mensaje de tu padre en el que me pedía que viniera a Abingdon —explicó el Duque—. Y anoche recibí el mensaje de Mei en el que me informaba de su muerte. Salimos de Londres esta mañana y cabalgamos lo más velozmente que pudimos. ¿Qué hija eres tú?
—Tomoyo, la mayor —repuso con sonrisa lánguida—. Esta es mi hermana, Sakura.
— ¿Podemos proseguir con el entierro? —Sondeó el vicario Dingle con voz irritada——. La ley requiere que enterremos a los suicidas entre las nueve de la noche y la medianoche. A este paso...
—Mi padre nose suicidó —interrumpió Tomoyo girando hacia el vicario, le lanzó una mirada asesina pero se contuvo para no hablar. Nadie la convencería jamás de que su maravilloso padre se había quitado la vida, y tenía toda la intención de demostrarlo. Haría que todos se comieran sus palabras, en especial el clérigo.
Bajad el ataúd —ordenó el clérigo a los portadores.
¿Ylas oraciones? —gritó Tomoyo.
La plegaria por los suicidas está prohibida —respondió el otro.
Que oslleve una plaga —maldijo por segunda vez aquella noche.
Todo el mundo la contempló asombrado. Oyó el jadeo de su tía, y unode los recién llegados soltó una risita.
Tomoyo, cómo te atreves a hablarle con esa falta de respeto al vicario — exclamó Aidan apoyando una mano en su hombro—--. Discúlpate de inmediato.
Sin prestarle atención se quitó la mano de encima con un gesto y le preguntóal clérigo.
¿Dónde está el toque de difuntos que encargué y pagué?
Está prohibido hacer sonar la campana por los suicidas —informó el vicario.
Mi padre oirá el tañido de difuntos aunque yo misma deba haberla sonar —insistió. Dio media vuelta con brusquedad y chocó con el Marqués, que la sujetó por los brazos para evitar que cayera. Al alzar la vista sorprendida para mirarlo, tuvo el súbito deseo de poder verle los ojos en la oscuridad. -
Señorita Daidouji, os escoltaré al poblado por si alguien intenta frenaros.
Tomoyo asintió y le sonrió agradecida.
Detenedlos —oyó que ordenaba el vicario a los portadores.
Con un movimiento de la mano, el Marqués les indicó a sus gigantescos criados que bloquearan el paso. El clérigo y sus portadores se quedaronquietos donde estaban mientras él la alzaba a uno de los caballos.
El marqués de Leed recogió una de las lámparas y montó en su propio corcel.
Tío, escolta a las otras damas a la Mansión Starlight —determino - La señorita Daidouji y yo nos reuniremos allí con vosotros luego.
Muy bien —repuso el Duque.
Tomoyo, piensa en lo que estás haciendo —declaró el Barón.
Aidan piensa en lo que tú no estás haciendo —replicó ella.
Giró el caballo y emprendió la marcha por el camino del pueblo. A su lado galopó el Marqués. Marcharon en silencio y al llegar a Starlight se detuvieron ante la iglesia.
Con la lámpara en una mano él abrió la iglesia. Tomoyo entró y oyó puerta al cerrarse a su espalda.
—Por aquí, mi lord —señaló.
Giró a la derecha y atravesé la nave para subir por la estrecha escalera de caracol hasta llegar a la cima, donde se situaba el campanario. Aferro la cuerda de la campana y tiró de ella nueve veces, el modo habitual de señalar el fallecimiento de un hombre. Haciendo acopio de fuerzas hizo un amago de tomar otra vez la cuerda.
— ¿Cuántos años tenía el Conde? —preguntó el Marqués tocándole el brazo.
—Cuarenta y uno.
—Sostened esto —pidió, pasándole la lámpara.
Con ambas manos, el marqués de Leed hizo repicar la campana cuarenta y unas veces, una por cada año de su vida, según la costumbre. Tomoyo cerró los ojos y rezó por el alma de su padre.
Finalizada la tarea, le quitó la lámpara y emprendió el camino por la estrecha escalera. En el exterior dejó la luz en el suelo y la ayudó a montar.
Mientras lo observaba recoger la lámpara y subir a su caballo, Tomoyo pensó que su padre al parecer tenía grandes amigos dispuestos a defender su causa. ¿Cómo podría darle alguna vez las gracias a ese hombre por lo que había hecho por ella esa noche? Lo que le había brindado jamás podría ser pagado.
Giraron los caballos al mismo tiempo y regresaron por el camino del pueblo hacia la Mansión Starlight. Sin decirse una palabra pararon al llegar al cruce. Los dos fornidos criados aún mantenían a raya al vicario y a los portadores.
—Dejad que se marchen —indicó el Marqués a sus hombres, que al instante se apartaron.
—Os perdono —dijo el clérigo con la vista clavada en Tomoyo—. Dentro de unos días lamentaréis vuestrosactos de esta noche.
—No, vicario Dingle, vos lamentaréis vuestros actos —replicó ella—. Vuestra iglesia jamás volverá a recibir ni un penique de la familia Daidouji.
El vicario sacudió la cabeza con pesar como si no pudiera dar crédito a lo que oía.
—Debido al suicidio de vuestro padre, los terrenos de los Daidouji quedan confiscados por la Corona. —Con esas palabras de despedida el clérigo y sus seis ayudantes se adentraron en el camino que conducía al pueblo.
— ¿Es eso verdad, mi lord? —preguntó Tomoyo empezando a sentir pánico. ¿Cómo podrían Sakura y ella vivir si habían perdido todo? ¿Cómo podría demostrar que la muerte de su padre había sido un accidente?
—Por favor, llamadme Eriol —pidió el Marqués.
—Entonces vos llamadme Tomoyo.
—Muy bien, Tomoyo.
—No habéis respondido a mi pregunta.
—-Según la ley, las posesiones de un suicida pasan a la Corona, aunque es posible que podamos soslayar eso —repuso el Marqués—. Mí tío tiene amigos en la corte que ostentan el poder de certificar que la muerte de vuestro padre fue accidental.
—La muerte de mi padre no fue un suicidio —insistió ella—. ¿Cómo puedo demostrarlo?
— ¿Creéis que a vuestro padre lo asesinaron? —sonsacó él tras un tato de silencio reflexivo.
—Carecía de enemigos.
—Todo hombre tiene enemigos —apuntó Eriol con tono sombrío—, Descubriremos quiénes son los de vuestro padre —luego se dirigió a sus hombres—. Sagi, Abdul, quedaos aquí de guardia hasta el amanecer.
— ¿Por qué deben guardar la tumba de mi padre? —preguntó ella sorprendida por la orden.
Fue el turno del Marqués de mostrarse asombrado.
-—Tomoyo, ¿no habéis oído hablar nunca de los Resurreccionistas?
¿Es que pensáis que alguien podría robar el cuerpo de mi padre? - Quiso saber, aturdida—. Era un conde.
—La mayoría de los Resurreccionistas prefiere trabajar cerca de Londres, donde hay más donantes —respondió—. Si mis hombres permanecen de guardia una semana nos cercioraremos de que nadie perturbe la tumba de vuestro padre.
-—Os enviaré a mis criados con mantas, alimentos y una lámpara — les dijo Tomoyo a los dos hombres. Ambos asintieron en reconocimiento a su ofrecimiento, pero no hablaron ni una palabra—. Qué nombres tan extraños tienen vuestros criados —comenté mientras se dirigían hacia la Mansión Starlight—. ¿Son extranjeros?
El Marqués hizo un gesto afirmativo.
Tomoyo lo miró de reojo, aunque en la oscuridad no pudo distinguir su rostro con claridad a pesar de la lámpara.
-¿De dónde vienen?
-De Oriente —repuso con sencillez.
Comprendo.
No, princesa, no lo comprendéis —se volvió para observarla—, pero pronto lo entenderéis.
Ella guardó silencio. No tenía ni idea a qué se refería y no sabía si deseaba saberlo.
Ambos pasaron por la cancela abierta y marcharon a un ritmo más relajado hacia la mansión. En la distancia unas velas de cera de abeja y unas lámparas de parafina brillaban como luciérnagas a través de las ventanas de la casa.
Tomoyo detuvo el caballo en el paseo circular que había ante la mansión y desmonté sin aguardar ayuda. Dos mozos de cuadra aparecieron para ocuparse de los animales.
Justo al llegar a la puerta de entrada esta se abrió. El mayordomo de los Daidouji se hizo a un lado para dejarlos pasar.
-—Los demás os esperan en el salón. —Alargó los brazos para quitarle la capa a Tomoyo.
—No te preocupes por mí, Forbes —le tranquilizó—. Envía a un criado con comida, mantas y lámparas al cruce. Luego prepara el comedor para nuestros invitados.
El mayordomo pareció sorprendido.
— ¿Queréis enviar a un criado al cruce con...?
—El marqués de Leed fue lo suficientemente amable como para dejar a sus hombres guardando la tumba de papá —explicó ella.
—Muy bien, mi lady —replicó Forbes, iba a darse la vuelta para cumplir la orden de su señora, pero se detuvo y añadió—. Lady Tomoyo, oí las campanadas. Mis cumplidos por un trabajo bien hecho.
—Gracias.
Nunca me gustó el vicario Dingle —farfulló al marcharse—. Los santurrones son vástagos del diablo.
Los sentimientos del mayordomo coincidían con los de ella. Tomoyo rió, un sonido dulce y melodioso, tan ajeno a su conducta de esa noche. Se echó atrás la capucha y se volvió para saludar adecuadamente al hombre que le había ahorrado a su padre una última indignidad.
Asombrada por su oscuro atractivo se quedó mirándolo con fijeza. Albergó la absurda idea de que contemplarlo a la luz de una lámpara no le hacía justicia.
Casi superando en unas pulgadas los seis pies, Eriol Hiragizawa le sacaba por lo menos tres palmos, por lo que tuvo que alzar la cabeza para mirarle el rostro. Una fina y casi imperceptible cicatriz en la comisura de la boca mancillaba sus rasgos atractivos. Llevaba el pelo negro como la medianoche largo hasta el cuello, como si no hubiera tenido tiempo de cortarlo adecuadamente. Su color contrastaba con los ojos azules, que atravesaban a Tomoyo como si pudieran penetrar hasta lo más hondo de su alma. La sonrisa que le dedicaba era cálida y...
Se dio cuenta de que el Marqués la observaba estudiar su aspecto. El bochorno le dio un tinte rosado a sus mejillas, lo que amplió aún más la sonrisa de el.
Dejad que os ayude con eso —comentó con voz ronca, alargando la mano hacia su capa.
Que Dios me proteja, pensó Tomoyo. Hasta el tono de su voz sugería intimidad No lo había notado antes.
Ella quiso decir algo maravillosamente ingenioso, pero la mente se le quedó en blanco. Pensar en algo ingenioso le llevaría una hora, y en algo maravillosamente ingenioso perdería varios días.
En vez de hablar sonrió con timidez y le ofreció la mano.
Vuestra llegada esta noche fue un milagro —reconoció cuando él la aceptó. No sé qué habría hecho sin vuestra ayuda.
Alabo la lealtad que mostráis por vuestro padre —replicó Eriol.
¡Tomoyo!
Tanto Eriol como ella giraron hacia aquella voz para ver a Aidan Briggs atravesar el recibidor. Como de mutuo acuerdo, se soltaron las manos.
El Barón asintió en dirección al Marqués y luego se concentré en Tomoyo.
Tu comportamiento de esta noche fue imperdonable -comenzó
Oh Aidan —exhorto con voz cansada—. Por favor, no entremos eneso ahora y, por supuesto, no delante del Marqués.
No puedo contener la lengua hasta la mañana —anunció y se volvió hacia Eriol—. Si nos disculpáis, mi lord, deseo hablar en privado...
No tengo ninguna intención de ser grosera con mis invitados —interrumpió Tomoyo—. Sea lo que fuere lo que quieras decirme, esperará hasta mañana —tomó a Eriol del antebrazo y lo escoltó hasta las escaleras diciendo—. El salón está por aquí, mi lord.
Aunque toda la estancia exhibía unos cortinajes negros, el confort y la comodidad habían sustituido a la formalidad. Sofás y sillas se habían acercado al calor del fuego y se había diseminado una variedad de mesas para mayor conveniencia de los ocupantes. En el rincón más alejado de la cámara se veía un pianoforte y un arpa, ambos instrumentos cubiertos también de negro.
Al entrar, el duque de Clow se levantó del sofá y cruzó la habitación para saludar con propiedad a Tomoyo.
Harold y yo éramos buenos amigos —reveló al tomar sus dos manos--. Me duele el fallecimiento de tu padre.
Gracias, Excelencia.
—Olvidemos las formalidades, mi querida niña --pidió el Duque acompañándola al sofá más próximo a la chimenea—. Por favor, llámame tío Charles.
—Oh, pero no podría —protestó ella.
—Claro que puedes —discrepó él con amabilidad—. Sakura ya ha aceptado hacerlo.
—Muy bien, tío Charles —sonrió ella.
—Eso está mejor.
—No sé qué habríamos hecho si Eriol y tú no hubierais llegado cuando lo hicisteis —manifestó Tomoyo.
— ¿Eriol?
Se ruborizó y miró fugazmente al Marqués, que se hallaba de pie ante la chimenea.
—Eriol me ha dado permiso para emplear su nombre de pila.
—Tomoyo, he de hablar contigo —dijo lord Briggs.
—Tu reprimenda puede esperar hasta mañana —replicó con voz irritada.
— ¿Reprimenda? —repitió el Duque.
—Al parecer Aidan siente la necesidad de echarme una reprimenda sobre el trato que le concedí al vicario —explicó.
—El vicario Dingle tiene más pelo que inteligencia —aseguré la tía Mei—. Jamás me gustó.
—Ni a mí tampoco —convino Sakura.
Tomoyo no dijo nada. Aunque Eriol Hieagizawa permaneció en silencio, era muy consciente de él. Su presencia oscura e imponente la atraía y le costó evitar mirarlo.
-Como mencioné antes, recibí un mensaje de tu padre en el que me pedía que viniera a Starlight tan pronto como me fiera posible. Comentaba que era un asunto importante -decía el Duque—. Y entonces llegó el mensaje de Mei.
—Me pregunto cuál sería el problema —intervino Tomoyo manifestando en voz alta sus pensamientos. Miró al Duque al añadir—. El vicario Dingle me advirtió que las propiedades de los Daidouji ahora serán confiscadas por la Corona.
—Las tierras serán subastadas —informó Aidan—. No debes temer perder la Mansión Starlight. Planeo comprarla para ti.
—Las tierras de los Daidouji no serán subastadas —contradijo Eriol hablando por primera vez desde que entró en el salón.
—Eriol es rico, y yo dispongo de amistades en los círculos más exclusivos —explicó el Duque mirando al Barón—. Unas palabras susurradas en un oído real y un soborno suculento le proporcionarán a mi sobrino el derecho de supervisar las posesiones de los Daidouji hasta que podamos solucionar esta lamentable situación. Casi puedo garantizar que la muerte de vuestro padre será decretada como un accidente.
Tomoyo sintió que el miedo abandonaba su cuerpo. De momento no tenía quepreocuparse de cómo cuidar de su hermana y tía. Ni tampoco tendría que sentirse obligada con Aidan por ningún motivo.
Y entonces el duque de Clow la sorprendió diciendo.
Como quizá sepas, yo soy el albacea del testamento de tu padre. No lo sabía —respondió asombrada—. ¿Hace cuánto que conocía a mi padre?
Compartimos aposentos en la escuela —contestó el Duque. Sonrió. Nuestros alojamientos quedaron un poco atestados cuando Adolfo y su perro se trasladaron con nosotros.
¿Adolfo? —Inquirió Sakura—. ¿El hijo del Rey Jorge?
El hijo de un rey siempre recibe el título de príncipe —corrigió la tía Mei a su sobrina menor
Tomoyo sonrió ante la ridícula declaración de su tía.
¿Cómo conseguisteis mantener vuestra amistad? —le preguntó al duque
Mañana responderé a todas tus preguntas —repuso él palmeándole la mano--. Hace poco tu padre me envió un codicilo del testamento.
¿Un codicilo? —Repitió el Barón—. ¿Sobre qué?
¿Sois miembro de la familia Daidouji para estar al corriente de los asuntos del difunto Conde? —quiso saber Eriol con tono desafiante.
Al reconocer un destello de ira en los ojos almendrados del Barón, una intervino para evitar una discusión.
Tío Charles, espero que tú y Eriol aceptéis ser nuestros invitados la Mansión Starlight.
Nos encantaría aceptar tu invitación -dijo el Duque—. Sin embargo, esta noche debemos retomar a la posada. Dejamos a mi hermana en High Wycombe. Llegará a Abingdon mañana a primera hora.
¿La madre de Eriol? —preguntó Tomoyo.
No, la madre de Eriol es otra mis hermanas —explicó-—-. Esta es Lady Nakuru De Faye.
Vaya, hace años que no veo a Nakuru —exclamó la tía Mei. Miróa su sobrina y agregó—. Nakuru y yo fuimos grandes amigas durante nuestros primeros años en Londres perdimos contacto después de conocer a nuestros respectivos maridos, supongo que el matrimonio tiende a separar a los amigos.
—Lady De Faye también será bienvenida a nuestra casa — -indicó Tomoyo poniéndose de pie—. Pero ahora venid al comedor para refrescaros con una cena ligera.
Eriol se adelantó antes de que Tomoyo pudiera ofrecerse a escoltar al Duque.
—Permitid que baje con vos —le tomó la mano.
Sus palabras y su contacto la sorprendieron, pero no se retiro. A cambio, bajó la vista a sus manos. El contacto de él era firme pero gentil, y se hallaba tan cerca que su limpio aroma a sal de la bahía invadió sus sentidos.
De pronto se preguntó qué se sentiría al besar a ese hombre atractivo. Alzó la mirada y se sonrojó. Los penetrantes ojos azules de él parecían decir que era consciente del efecto que producía en ella.
Tomoyo recuperó la serenidad y aceptó con un gesto de asentimiento. El duque de Clow escoltó a la tía Mei, dejando a Aidan para que acompañara a Sakuru.
Al entrar en el comedor de la planta baja se sintió complacida al ver que la mesa estaba puesta con la más fina porcelana Wedgwood. En el aparador se veía el juego de té y café Worcester.
—Tío Charles, por favor, haznos el honor de sentarte a la cabecera —pidió Tomoyo.
El Duque aceptó. La tía Mei, Sakura y Edgar se sentaron a su izquierda, mientras que Tomoyo y Eriol ocuparon su lado derecho.
Forbes alzó las tapas de las bandejas del centro para revelar su contenido: huevos rellenos, champiñones y albóndigas de cerdo con salsa de tomate. Se sirvieron ellos mismos al estilo familiar.
—Sencillamente delicioso —comentó el Duque después de probar los champiñones.
—La cocinera se sienta a tu derecha —le informó Sakura.
— ¿Has preparado tú los champiñones? —le preguntó a Tomoyo, mirándola.
—He preparado todo —asintió ella.
—Tomoyo se pone a cocinar cuando se siente inquieta —explicó Sakura con brillo malicioso en los ojos añadió—. En ocasiones la he provocado adrede.
—Exageras —reconoció Tomoyo con una sonrisa.
— ¿Recuerdas que hace unos meses te enfadaste conmigo porque usé tu chal azul sin permiso? —informó su hermana menor.
—Sí.
—Jamás me lo puse —reconoció Sakura—. Lo saqué de tus aposentos y lo crucé sobre mi cama para que creyeras que me lo había puesto. Si no recuerdo mal, aquella noche la cena fue celestial.
Todo el mundo rió.
¿Y por qué no me pediste directamente que te hiciera la cena?
Lo que hace que tus platos sean especiales es el ingrediente secreto de la ira contó Sakura la joven de diecisiete años bajó la vista al plato y agregó con melancolía—. O la tristeza.
El silencio sombrío cayó sobre la mesa. Tomoyo sintió un nudo en garganta. Temiendo llorar en público, miró al Duque. Tío Charles, háblame de tu amistad con mi padre.
El príncipe Adolfo, tu padre y yo nos hicimos amigos íntimos en Eton comenzó el Duque—. Al Príncipe le desagradaba tener su propio aposento, de modo que trasladó sus pertenencias al nuestro. En una ocasión llevó a su perro al colegio después de unas vacaciones y se le ordenó que lo devolviera a casa. Los perros estaban estrictamente prohibidos en los dormitorios. —Entonces rió entre dientes ante el recuerdo. ¿Qué es tan gracioso? —preguntó Tomoyo.
Que lo llevó a casa, pero volvió con su oso —reveló Charles, Haciendola sonreír—. De modo que los administradores del colegio dieron permiso para que tuviera al perro en vez de al oso. Juro que aquel perro pesaba más que el Regente y adoraba a tu padre. Tiny (así se llamaba el animal) insistía en dormir con tu padre cada noche jamás escuché esa historia —se extrañó Tomoyo. Papá jamás mencionó que el Príncipe y él fueran amigos —intervino Sakura.
Cuéntanos otra —pidió Tomoyo.
Pensaré en una esta noche y mañana vendré con una historia adecuada para vuestros oídos de doncellas ——prometió el Duque.
Tomoyo, debo irme —anunció el Barón incorporándose—. ¿Me acompañas al recibidor?
perdonadme. Volveré en un momento.
Caminaron en silencio hasta el recibidor. Fue entonces cuando AidanBriggs aferró su antebrazo y le advirtió.
Nodeposites tu fe en el Duque. No lo has conocido hasta esta noche, y me temo que no tiene tus mejores intereses en mente.
¿Y tú sí? —preguntó ella.
¿Lo dudas?
Todo se demuestra con acción y no con palabras —respondió-.
Esta noche tepusiste del lado del vicario. —El Barón apretó loslabios enfadado, pero no dijo nada. Cuando fue a darle un beso en la mejilla se hizo a un lado—. He enterrado a mi padre hace unas horas por favor, márchate ahora.
—El dolor domina tus actos y tus palabras —musité Edgar mientras salía por la puerta—. Te veré mañana.
Tomoyo lo vio marcharse y luego regresó al comedor. Se detuvo en seco cuando avisté al Marqués bajo las sombras de la escalera, observándola.
— ¿Cuánto tiempo lleváis ahí? —Preguntó—-—. ¿Me espiabais? —Al instante se dio cuenta de lo grosera que había sido y se corrigió—. Lo siento. Hoy ha sido un día muy difícil, y Aidan no fije de mucha ayuda.
— ¿El Barón y vos estáis prometidos? —tanteé Eriol.
—Aidan y yo hemos sido amigos toda la vida —le dijo.
—Pero hay algo más que amistad entre vosotros —insistió el Marqués.
—Aidan me pidió, pero agradezco que mi padre lo rechazara.
— ¿La desaprobación de vuestro padre no os decepciona?
—Habría considerado que me casaba con un hermano o un primo — meneo la cabeza—, aunque no habría tenido corazón para rechazar su proposición. Mi padre me ahorré problemas negándose en mi nombre. Supongo que eso me convierte en una cobarde.
— ¿Y si vuestro padre hubiera aprobado la unión? —Sus ojos irradiaron un brillo divertido.
—Sabía que no existía ninguna posibilidad para ello —reconoció—. A pesar del hecho de que mi hermana y yo somos adoptadas, mi padre planeaba que pasáramos una temporada en Londres para que los hombres más importantes del reino pudieran enamorarse de nosotras. De ese modo habríamos podido elegir con quién deseábamos casarnos.
— ¿Hombres importantes? —Repitió Eriol, regalándole su sonrisa juvenil y devastadora—. ¿Os referís a un príncipe?
—O un duque —asintió Tomoyo.
— ¿Y qué me decís de un marqués? —sugirió él con un tono íntimo que le acaricié los sentidos.
En ese momento el duque de Clow salió al recibidor en compañía de la tía Mei y Sakura, impidiendo el desarrollo de la conversación.
—Mi sobrino y yo también debemos irnos —anuncié tomándole las manos—, pero regresaremos mañana con mi hermana.
—Hay una pregunta que debo formularte —Tomoyo bajó la voz. El Duque sonrió a la expectativa—. Mi padre nos adopté a Sakura y a mí. ¿Sabes de dónde venimos?
—Pequeña, reservemos esta conversación pan mañana —replicó el Duque.
Tomoyo aceptó. Había aguardado dieciocho años para enterarse de la verdad que rodeaba a su nacimiento. Unas pocas horas más ciertamente no iban a matarla
La tía Mei y Sakura fueron arriba en cuanto el Duque y el Marques se marcharon, pero Tomoyo sabía que el sueñola eludiría
durantes unas horas aquella noche. Salió por la puerta y alzó la vista hacia las estrellas en el cielo sin luna. Parecían tan solas como ella sentía. Siempre había anhelado saber quiénes eran sus padres verdaderos, pero en ese momento había algo en su vida mucho más importanteque eso.
¡Papa! demostraré tu inocencia en el suicidio y me ocuparé de que te entierren en suelo consagrado —susurré--—. Aunque deba bailar con el diablo para conseguirlo.
NOTA: Espero que lo hayan disfrutado, esto solo lo publico para ayudar a incitar el amor a esta pareja de platino osea ET, quien es mi favorita, últimamente escasea sobre ella así que la historia es solo para animar a sus corazones y no perder la fe en esta pareja, espero y la disfruten tanto como yo, nos vemos en el próximo capitulo que espero estar subiendo mas tardar este fin de semana, saludos y cuídense mucho ^_^
