Había abandonado esta cuenta hace unos meses, pero decidí retomarla, así que publicaré más seguido. El romance es mi género preferido, aunque no siempre escribo basado en él, pero hay algo en Harry y Ginny, y también en Ron y Hermione, que hace que se libere ese lado cursilón en mí. Espero que les guste.


Lluvia

Si hay algo que caracteriza a Londres, la ciudad donde vivo, es el constante cielo encapotado, con ésas nubes negras que no dejan pasar ni un solo rayo de sol. No es raro empaparme completamente cuando por un tonto olvido dejo el paraguas en el sofá del salón de Grimmauld Place y, lamentablemente, no puedo realizar ningún hechizo impermeabilizante. Sería muy raro ser el único seco en esas lluvias torrenciales que caen en mi ciudad. Por eso, suelo aparecerme muy cerca a los lugares donde voy, cuidándome de no ser visto, lo que es otro problema. Prefiero coserme el paraguas a la ropa a andar cuidándome de algún muggle indiscreto, porque aunque haya vivido como uno durante la mitad de mi vida, me acostumbré a la magia que bulle en mis venas. Eso no quiere decir que no sepa comportarme como cualquier londinense. Lo único que no puedo evitar es ser lo que soy: un mago.

Si para mí es algo difícil, para mi mejor amigo, Ron Weasley, es todo un sacrificio. Se ha arriesgado más de una vez a que lo agarren en el acto, y aunque nunca ha pasado, Hermione lo sigue regañando por su imprudencia. En cierta parte, la apoyo, pero Ron siempre ha sido así y siempre lo será. Mi amiga se queja, pero sé que en cuanto se casen, por pasar más tiempo con ella del que ya pasa, él tal vez absorba un poco de la responsabilidad que ella emana por los poros y siente cabeza. Tengo que admitir que eso sería muy aburrido.

Sin embargo, puedo decir que adoro la lluvia. Así sea muy molesto andar chorreando agua por toda Londres, o llegar al Ministerio lleno de barro, las gotas frías refrescan y se han vuelto una rutina. Además, decidí caminar al trabajo y usar el coche sólo cuando busco a Ginny para salir y recorrer nuestros lugares preferidos… y privados. Ginny es mi novia desde hace ya cuatro años, y pienso que siempre estuve destinado a estar con ella. No es que me queje, no, de hecho, agradezco a los Cielos por haberme concedido el milagro de que me mantuviera en su corazón por todo el tiempo que me estuvo esperando. Planeo casarme con ella y tener muchos hijos; quiero que mis retoños tengan hermanos a los cuales recurrir y no crezcan tan solos. Después de todo, los hijos de los señores Weasley son como hermanos para mí, y me gusta la sensación de sentirse apoyado.

Este día, como todos los otros, llueve a cántaros. He quedado con Ginny para salir, pero no me ha mandado la lechuza de confirmación y espero impaciente por ella. A veces odio el trabajo de mi novia. Ser cazadora de un equipo internacional de Quidditch me roba todo el tiempo que planeo pasar con ella, aunque esta es una de las razones por las que amo la lluvia: cada vez que llueve, suspenden el entrenamiento. Son tan cuidadosos con sus jugadoras que temen que contraigan alguna enfermedad o el más ligero resfrío. Los comprendo, las he visto jugar y sé que son muy buenas. Estoy orgulloso de Ginny por haber entrado a las Arpías. En equipos tan renombrados, sólo aceptan a los mejores. Sé que mi pelirroja es la mejor. Es la mejor en todo.

La plaza de Grimmauld Place está desierta. Nadie se atrevería a salir con este tiempo, aunque a veces hay algunos incautos que se atreven. Suspiro y le echo una mirada al reloj del salón, que suena incesantemente. Se supone que hace quince minutos debía llegarme su confirmación, para encender el coche e ir a recogerla a su apartamento de soltera cerca del campo de Quidditch donde practica, pero no hay ni un alma en la calle.
El tic-tac no para de resonar y me muero de ganas de destrozar el reloj para que se calle. Me recuerda que tengo un día entero sin verla y que la necesito. Vuelvo a fijar mi vista en el exterior, algo borroso por las gruesas gotas de agua que el cielo nos lanza sin piedad. ¿Qué habrá pasado para que no me diga nada?

Por el fastidio, comienzo a tamborilear mis dedos contra el brazo del sofá, impaciente. Parezco un drogadicto esperando la dosis diaria. Supongo que hasta ése punto nos lleva el amor. Me recuerda la vez que Hermione viajó a Australia por un trabajo en el Ministerio y Ron perdió todo el sentido del humor durante esa semana. Yo guardé silencio y le di mi apoyo, aunque Ginny solía reírse.

-¡Esto es épico! La única que puede callarle la boca a mi hermano es Hermione, incluso cuando no está presente –decía, y luego le sonreía con compasión. Me confesó luego que lo comprendía y recordaba con dolor su sexto año en Hogwarts, el año en que yo me fui para derrotar a Voldemort acabando con sus Horrocruxes.

Pensar en Ginny sólo incrementa mi molestia, pero no puedo hacer nada para evitarlo. De nuevo le dirijo la mirada a la ventana, esperando verla aparecer en ella mágicamente. Como una rutina, veo el reloj. Veinte minutos.

Hace frío. Me cruzo de brazos, abrazándome a mí mismo para entrar en calor, tratando de imaginar que es mi novia la que me rodea. Debería llegarle al apartamento de sorpresa, para ponerle algo de gusto a nuestra vida romántica, pero sé que me molestaré mucho si por alguna razón se fue a practicar y mis planes se arruinan.

La lluvia se atenúa un poco, permitiendo que la imagen borrosa del exterior sea visible. No sé qué me impulsó (tal vez el molesto tic-tac del maldito reloj) a caminar hacia el ventanal y observar la calle inundada. No hay nadie ahí afuera, y me pregunto si no habrá niños en Grimmauld Place. Puede que haya, pero seguro con madres tiranas que no los dejan salir a correr y jugar bajo la lluvia.

Sin pensar, corro hacia el vestíbulo y abro la puerta de par en par. Algo en esas gotas de agua me llama, como si el leve sonido que hace al caer fuera el susurro de mi nombre. Cierro la puerta tras de mí y me adentró a la lluvia, que ha vuelto a reforzarse y no parece querer retroceder.

Pronto me siento totalmente mojado, pero feliz. Me distrae y me siento como un niño de nuevo. Sonrío y extiendo mis brazos de par en par, recibiendo de lleno el agua fría que las nubes negras me brindan. Así me quedo un buen rato, hasta que unos brazos delgados se aferran a mi torso y me exalto.

-Tienes una expresión tan pacífica –dice mi pelirroja y esconde su rostro en mi pecho.
-¡Ginny! –no puedo creer que esté conmigo. ¿Será que la lluvia ya me enfermó y estoy alucinando?-. ¿Qué haces…?
-Pues decidí dejar a la lechuza en mi casa y venirme a la tuya –sube su vista para enganchar sus ojos cafés a los verdes míos-. Siempre quise hacer algo espontáneo para ti…

Inclino mi rostro un poco y la beso. La lluvia sigue cayendo, impasible, aunque dándonos una atmósfera especial. Nos protege a la vista de los demás, brindándonos una privacidad natural que no se puede encontrar en ningún lugar.

Adoro a la lluvia. La principal razón de mi adoración a ella, es Ginny.