La vida de un adolecente de 16 años es complicada. Una de las etapas más difíciles de la vida, especialmente si vives en una familia tradicional británica en los Estados Unidos, con 3 hermanos mayores. A veces puede ser todo un infierno, si, los hermanos mayores están ahí para hacerte la vida imposible, pero… lo es aún más cuando eres el único que no cuadra en la familia, la oveja negra, como muchos lo llaman. Ese papel le sentaba de maravilla.
- ¡Alfred baja a comer, llegaras tarde! – un llamado desde el comedor de la casa lo hizo despertarse por fin luego de cinco veces que su medre le pedía que bajara a desayunar y que la ignoraba por completo tapándose completamente con las cobijas de su cama intentando permanecer calentito por mas tiempo. Fuera de su casa ya comenzaba a nevar, y salir de su cama al frio invernal era fatal. Pero el hambre era mas, su barriga ya comenzaba a rugir por algo de alimento. Busco su celular y al encenderlo miro el mensaje del horóscopo mensual que tenía… no era que el creyera en ese tipo de cosas ni nada por el estilo, pelo se le hacía entretenido ver la nota que cada mes aparecía.
"El invierno puede ser una buena temporada para iniciar algo nuevas relaciones"
Extraño… como siempre. Apago el celular y se levantó dando un bostezo y comenzó a ponerse el uniforme para el colegio con pereza, usando la camisa mal abotonada, corbata chueca y encima su típica chaqueta con el numero 50 tatuado en su espalda. Así como estaba se colocó sus lentes y arreglo un poco su cabello para bajar al comedor de la casa, encontrando ahí a sus padres y a su hermano mayor, desayunando tranquilamente.
-Buenos días Al- saludo el mayor de todos, un hombre pelirrojo, de ojos verdes. Su característica que más resaltaba eran sus gruesas cejas y su corta barba, su rostro estaba marcado por la edad, a pesar de que para tener 48 años se mantenía joven aún, y en forma.
-Buenos días sweetheart- sonrió una mujer de ojos verde esmeralda como los de su marido, cabellos largos y ondulados hasta la cintura y rasgos finos. Su madre era una mujer hermosa, a pesar de que al igual que su padre las cejas gruesas resaltaban sus ojos y ya tendría 45 años dentro de poco. La mujer se acerco a darle un pequeño beso en la mejilla antes de regresar a la cocina por algo de té.
-Hello mom, dad, Scott- murmuro aun somnoliento, recibiendo solo un asentimiento de ambos pelirrojos que leían el periódico, eran casi idénticos en todo lo que hacían, casi siempre. Sus ojos pasearon por el lugar en busca de alguno de sus hermanos por allí, fijándose en que la casa ya estaba repleta de decoraciones navideñas por las fiestas que se acercaban, pero no había rastro alguno de una cabeza rubia o pelirroja.
-Tus hermanos ya se fueron al colegio, como te levantaste tarde los scones se acabaron, pero aun te puedo preparar una taza de té- oh god, una sensación de alivio lo recorrió al escuchar las palabras de su madre, la amaba, pero la comida inglesa era de lo peor en todo el maldito mundo… no le gustaba y se negaba a comerla pese a las constantes quejas de su madre diciendo el típico "Cuando eras pequeño si te gustaba" y el té… por todos los dioses, ya estaba harto de él, casi todos los días lo tomaban, no solo una vez, si no 3 veces, ¡3 malditas veces! era ridículo.
-No, gracias, tomare un café en el colegio- se excusó con una sonrisa nerviosa, intentando irse de su casa lo más rápido posible al notar que su madre fruncía el ceño y se cruzaba de brazos.
-Uy- se burló Scott del momento en el que sus padres miraron al menor de los hermanos con decepción en sus ojos ante sus palabras. El café era algo que en su casa estaba casi prohibido, por no decir que estaba vetado. Y hasta ahora no entendía porque, pero de seguro era una de las típicas excusas de que "eso no es algo que un caballero debe tomar" o "ese tipo de bebidas no son buenas para tu salud". Excusas que solo a su familia se le podían ocurrir y que lo hacían jalarse los cabellos con frustración.
-Hijo- lo regaño su padre en un suspiro. Alfred soltó una risita nerviosa, acercándose a paso rápido a uno de los estantes donde guardaba las bolsas de frituras, agarrando una y saliendo de la casa sin darles tiempo a sus padres de reclamarle algo o regañarlo por su "mala alimentación a base de comida chatarra" u otras frases similares.
-Bye mom, Bye dad- se despidió en el camino, guardando la funda de papas en su maleta y subiéndose en su moto para llegar más rápido al colegio. Un nuevo día comenzaba.
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La jornada en la escuela había pasado como siempre. Aburrida y sin novedades, se había dormido en dos de sus clases, pero ningún profesor lo había notado, o por lo menos no le habían hecho caso. Solo se levantó cuando su novia lo codeo para que se despertara con la excusa de "Alfred-san, ya tenemos biología, si no se apura llegaremos tarde". Con pereza se levanto de su asiento y agarro todo lo necesario para la clase en el laboratorio antes de salir seguido de la azabache hasta el aula de biología. Al llegar la profesora ordeno que se sentaran en parejas y como siempre, o, aunque sea desde hace un año, Alfred se sentó con Sakura.
-Bien chicos, continuaremos viendo el tema de la genética como la anterior clase- comenzó con su aburrido discurso científico al que hizo oídos sordos mágicamente, mirando de reojo las notas que su novia tomaba. Todo hasta que algo en el discurso de la profesora llamo su atención- desde el color de nuestros ojos, hasta nuestro cabello, nuestras cejas y muchas características de nuestra apariencia son dadas por la herencia genética, está en nuestra sangre- al escuchar esas palabras parpadeo seguidamente, inconscientemente llevando una de sus manos a sus cejas… absolutamente normales, no como las de los Kirkland. -Ahora vamos a empezar con el análisis de grupo sanguíneo, cada uno toma una de las agujas y pinchen su dedo para poner una gota de sangre en los cuatro campos de la tarjeta de análisis- ordeno siendo obedecida enseguida por todos los estudiantes sin excepción alguna. Alfred tomo la aguja haciendo una mueca al pincharse con ella y puso su sangre en la tarjeta para continuar con el análisis. Por lo menos si exteriormente no tenía mucho parecido, la sangre no podía mentir ¿verdad?
Cuando la campana del recreo sonó ya tenía en sus manos la tarjeta con los resultados. La guardo en su billetera con cuidado y se estiro antes de que su estómago sonara con hambre, viendo sin interés como los demás salían del aula a diferentes áreas del colegio.
-Vamos a la cafetería antes de que las donas se acaben- sonrió jalando la mano de la japonesa y corriendo por los pasillos hasta su destino final, sin importarle mucho las quejas de su novia. Al llegar pidió lo de siempre, un café y una dona, y la chica un té verde y un pastel. Ambos se sentaron en una de las mesas, disfrutando el recreo juntos.
-Es bueno ver que por lo menos un Kirkland no pasa tomando té todo el día- rio Francis, su mejor amigo acercándose a la mesa donde estaba junto a Sakura, saludándola con un beso en cada mejilla como ya era su costumbre pese a la incomodidad de ella.
-No me gusta el té, no sé cómo mis padres y mis hermanos lo toman todo el tiempo- se quejó rodando los ojos. A veces…no, no a veces, casi siempre sentía que no pertenecía a esa familia de dementes sarcásticos con buenos modales y malos gustos en comida. -Somos muy diferentes ¿no? - suspiro desanimado, dándole un mordisco a su dona.
-Vamos, no te desanimes- rio un albino sentándose junto a ellos en la mesa, acompañado por un español. Ambos eran sus amigos también, Gilbert Beilschdmit y Antonio Fernández, iban en el mismo curso y compartían algunas clases juntos. -Muchas personas también dicen que Lud y yo no nos parecemos, pero sin embargo somos hermanos. -lo animo con una sonrisa en su rostro. Y era verdad, esos dos no se parecían ni por dentro ni por fuera, pero si tenían ciertas similitudes. Muchas veces se había preguntado qué era lo que tenía en común con su familia, que características compartía con ellos y al saber que eran pocas se frustraba. Primero que todo estaban sus cejas, que gracias a dios eran normales y no como las de su familia, segundo, sus ojos, eran azules y no verdes como todos sus hermanos y sus padres, y tercero, su cabello, con su amado mechón anti gravedad que parecía ser el único en tenerlo, a parte de esas 3 diferencias principales, muchas otras las seguían que hacían la lista interminable, como su gusto en comida, su amor por el café y los superhéroes y su acento... aunque bueno, eso lo había decidido él. Con tantas diferencias en su contra, empezaba a creer en las palabras de Scott cuando le molestaba diciendo que era adoptado… a veces pensaba que lo decía en serio. Estaba tan sumido en sus pensamientos que no se dio cuenta de lo rápido que el tiempo había pasado, dando lugar a la campana que anunciaba el fin del recreo. Y así, otras 4 horas de clases empezaban… y tenía literatura… fuck.
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Esa misma tarde, dentro de su cama, Alfred soltó un pequeño suspiro. En sus manos permanecía la tarjetita con los resultados… pero no estaba seguro de que sentir al verla. AB… era un tipo raro…muy raro de sangre. Al llegar le había preguntado a Dylan cuál era su tipo de sangre. A había sido la respuesta… entonces eso significaba que alguno de sus padres debía ser B ¿verdad? ¿y si no? … ¡Bah! ¡Se estaba preocupando por nada!
Alejando las preocupaciones de su cabeza salió de la cama finalmente para bajar al comedor, su mama lo había llamado a comer hace ya 5 minutos, y efectivamente al llegar era el único que faltaba en la mesa. En silencio tomo asiento a lado de Liam como casi siempre y vio su plato de comida con un vuelco en su estómago, sí que tenía hambre, y el pollo no se veía nada mal.
- ¿Cómo te fue hoy en clases, sweetheart? –pregunto la única mujer de la casa al verlo llegar, sentándose tras haber servido la jarra de limonada en la mesa.
-Bien, bien…- hablo un tanto nervioso, jugando con la tarjetita bajo la mesa… aún no estaba seguro de decírselo a sus padres, pero… nada malo podía ocurrir, no era nada que tuviera que ocultar -de hecho, hicimos un análisis sanguíneo en biología- soltó de manera rápida, sin embargo, fue entendido por todos.
-Oh… ¿y que te salió, hermanito? – Scott fue el primero en hablar, con una sonrisa ladina en sus labios al ver la inusual actitud del menor de la casa.
-Pues… al parecer soy AB, junto con solo el 1% de la población- contesto casi entre dientes, sintiendo un vuelco en su estómago al ver la cara sorprendida de sus padres y hermanos, por lo menos Scott y Dylan, a Liam parecía no importarle.
- ¿AB? Eso es imposible, hijo. Tu mama y yo somos A, lo que significa que debes se O- escucho a su padre confirmar lo que temía, el hombre parecía más confundido que preocupado.
-Pues soy AB y la sangre no miente- recalco dejando la tarjeta en la mesa, frente a su padre -A menos que sea algún tipo de mutante con súper poderes- rio aligerando un poco el ambiente que sin darse cuenta se había vuelto algo tenso.
-O un vampiro-
-O un alíen-
-O que seas hijo de otro hombre- hablaron sus 3 hermanos mayores entre risas, divirtiéndose al molestarlo, como siempre. Hasta sus padres se rieron ante eso.
-Chicos, Liam tenía apenas un año cuando me embarace de Alfred, en esos momentos estaba muy cansada como para tener una aventura- comento la mujer con una sonrisa en el rostro, negando ligeramente ante las palabras de sus hijos.
-Eso es verdad, debe haber una equivocación, Al- sonrió su padre entregándole la tarjeta de vuelta. Alfred la observo nuevamente… ¿era imposible, ¿verdad?
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Soltó un suspiro aburrido regresando su vista a la ventana del carro, mirando la ciudad distraídamente mientras escuchaba la música clásica que sonaba en la radio, causándole más sueño del que ya tenía, pero no se podía quejar, era la música que a su mama le gustaba y siendo sincero, caminar o conducir su amada moto en la nieve no era buena idea. Así que ahí estaba, dentro del carro con su madre mientras que Dylan había decidido ir con Liam al colegio en su auto sin esperarle, porque nuevamente, se levantó tarde.
-Sabes que no tienes que llevarme al colegio todos los días- hablo en un suspiro, mirando el paisaje con aburrimiento por no mirar a su madre a los ojos. No es que no le gustara ir con su medre, pero extrañaba salir en su moto, claro, la nieve no se lo permitía.
-Es mejor, así evitamos accidentes, honey, no podrás salir en tu moto hasta el final del invierno por la nieve- se justificó la mujer con voz suave, dando una pequeña risa al ver el desánimo de su hijo y su cara de frustración. -Cuando eras pequeño amabas que te llevara a la escuela- soltó en un suspiro. Extrañaba los viejos tiempos…
-Pero ya no me gusta, igual que los scones y el té…oh, él te, no sé cómo los británicos pueden beberlo tanto y no cansarse de él, no los comprendo- se quejó cruzándose de brazos. La mujer lo miro de reojo al escucharle.
-Al, tú también eres británico- suspiro negando con su cabeza lo terco que a veces podía llegar a ser el de ojos azules, algo herida por sus scones y su té, pero ya conocía como era su hijo
-No lo soy, nací en Estados Unidos- Y ahí empezaba nuevamente la discusión de siempre. Desde que Alfred cumplió los 12 años empezó a renegarse en seguir las costumbres de la familia diciendo que él no era británico y que era estadounidense de corazón.
-Tienes raíces británicas, Al- recalco en un suspiro, deteniendo el auto suavemente al ver el semáforo en rojo.
-No creo tener ninguna…- mascullo por lo bajo para después soltar un largo suspiro y regresar a ver a su madre con una expresión frustrada en su rostro- ¿Por qué somos tan diferentes? Nunca coincidimos en nada…- soltó con la cabeza gacha esa pregunta que siempre había intentado resolver pero que hasta ahora ninguna respuesta válida aparecía frente a sus ojos, y la única que podría serlo, lo aterraba.
-Hijo, eres un adolecente, darme la contraria es como tu trabajo- contesto soltado una pequeña risita, poniendo el auto nuevamente en marcha cuando el semáforo cambio de color.
-No me refiero a eso, siempre, siempre hemos sido diferentes, muy diferentes- hablo con voz alta al principio, bajándola gradualmente hasta terminar con un pequeño bufido. La mujer lo miro de reojo en silencio -Tan solo mira nuestros ojos, mi cabello, nuestros gustos, nuestro acento- nombro llevando cuenta con sus dedos. La mujer al escucharlo hizo una mueca pensativa, tomando en cuenta los puntos que su hijo acababa de nombrar por un momento para después suspirar. Ya estaban cerca de la entrada del colegio.
-No somos tan diferentes, sweetheart- concluyo dando un final a la pequeña discusión o debate que tenían al parquearse ya frente la entrada, viendo como algunos de los chicos entraban o conversaban aun fuera del colegio-Ahora ve que llegaras tarde- lo animo un poco dándole un beso en la mejilla.
-Mom… si te pidiera que hicieras algo por mí, sin importar que sea una locura… ¿lo harías? -soltó casi en un susurro, con la cabeza gacha para después subir a mirar a su madre con una mirada determinada. La mujer parpadeo seguidamente antes de contestar.
-Está bien- sonrió un poco, si era por su hijo haría cualquier cosa, lo sabía. Con un último beso en la frente lo despidió y regreso a casa, un largo día le esperaba, lo sabía cuándo esa tarde luego de regresar del colegio Alfred insistió en que se hicieran un examen de compatibilidad genética. Al final termino accediendo, estando 100% segura de que las preocupaciones de su hijo eran solo caprichos adolecentes, era imposible que resultara negativo ¿verdad?
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Y ahí estaban dos semanas después en el laboratorio clínico donde se habían realizado los exámenes, ambos esposos sentados uno a lado del otro y Alfred a lado de su madre. Su mano jugaba inquita en sus piernas mientras esperaba a la doctora que los atendió. Al verla entrar a la oficina, sintió un impulso por agarrar la mano de su mama, y así lo hizo, poniendo oídos sordos a la presentación y el dialogo de la doctora, lo único que le importaba eran los resultados, solo eso, nada más.
-…estamos 99,9% seguros de que, Alfred no es su hijo- escucho salir de los labios de la mujer castaña frente a ellos, entrando en shock al escucharla. Imposible. Y como lo predijo. Asustado y en busca de explicaciones volteo a ver a sus padres, estaban igual o más sorprendidos que el
- ¿What? Pe-pero… él es mi hijo, yo lo di a luz, esto debe ser un error- escucho que reclamaba su madre, en su voz se podía distinguir la impotencia y el terror de toda esa verdad que se mostraba ante ellos.
-Sabemos que esto es difícil de asimilar, pero hicimos las pruebas más de 7 veces y el resultado fue el mismo, Alfred no es su hijo- repitió la mujer ante la incredulidad de los presentes. -De seguro fue algún error del hospital, los casos son pocos, pero ocurre, puede que hayan cambiado a los bebes, que se hayan equivocado al poner las pulseras- explico sumamente apenada la chica. -Ustedes se llevaron al bebe de otra persona, y esa persona se llevó el suyo- esa afirmación fue como agua helada para los 3 presentes. No solo significaba que el pequeño que habían criado no era su hijo biológico, si no que su hijo biológico había sido criado por otra persona de la que no sabían nada y no conocían en qué condiciones vivía.
-Eso significa que ustedes no son mis verdaderos padres- esas palabras subieron de su garganta como un murmullo luego de salir del estado de shock en el que había entrado tras la noticia. Pudo notar claramente que esas palabras afectaron a sus padres, o bueno, no padres.
-No dijimos verdaderos, si no biológicos- corrigió amablemente la doctora al ver que la situación iba de mal a peor en la familia que ahora se quebrantaba.
-Alfred, cariño- susurro su madre apretando su mano en señal de apoyo y fuerza, no solo para él, sino también para ella misma.
- ¿Tiene alguna idea de quién puede ser esa persona? ¿Dónde está nuestro hijo biológico ahora? – pregunto, o exigió saber el pelirrojo, apretando la otra mano de su esposa. Ambos rubios voltearon a verlo, pues esa era la pregunta que ahora todos tenía en sus cabezas, la pregunta del millón. Si Alfred no era su hijo, entonces… ¿Quién era?
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Por otra parte…
- ¡GOOOL! ¡Gol de último momento, gana segundo! – fue el grito que se escuchó de parte del árbitro del partido interno entre segundo y tercer año del colegio St. Francis de Sales. Enseguida tras el anuncio la barra del segundo año comenzó a festejar, alzando las manos y moviendo las muñecas en forma de aplausos, todos felicitando al autor del gol que, salvo el partido, un chico de ojos esmeralda, cabello rubio alborotado y gruesas cejas que destacaban su rostro, su nombre, Arthur Jones. El partido había sido agotador, y no solo para él. al voltear a ver a su amigo en la arquería supo que él también estaba cansado. Ambos se reunieron y chocaron sus palmas con una pequeña risa tras haber ganado el campeonato interno, eso significaba que podrían pasar a los intercolegiales, bueno, eso si su colegio participaba ese año.
- Maldición… estoy cansado, pero ganamos- suspiro para liego sonreír el pelirrojo de ojos verde olivo y origen italiano, con un pequeño rulo anti gravedad que destacaba en su cabeza. Arthur asintió en acuerdo, desviado su mirada hacia una de las esquinas de la cancha por donde se acercaba uno de sus mejores amigos para felicitarlos. El chico tenía el cabello rubio cenizo, ojos amatista e igualmente un rulo característico en su cabeza.
- "Felicitaciones, Arthur, Lovino"- sonrió ligeramente, contento por sus amigos.
- "Gracias Lukas" -Los chicos se dirigieron a los cambiadores de ropa, conversando silenciosamente en el camino de cosas sin importancia hasta llegar para darse una ducha rápida y cambiarse. Al salir fueron al comedor, agarrando una bandeja cada uno para servirse algo de comida. Se sentaron en una de las mesas en silencio como casi siempre, en el bar lo único que se podía escuchar era el sonido de los cubiertos o los movimientos de la gente, de vez en cuando alguien riéndose o pequeños sonidos, era lo único.
- "Lovi"- las pisadas de felicidad avisaron al italiano la llegada de su hermano, subiendo a verlo, notando la sonrisa en su rostro y un papel en su mano. Al llegarlo el chico de ojos avellana dejo el papel en la mesa, bajo la atenta mirada de los 3.
- "¿Competencia de bandas? Y el… ¿club de música de la escuela?" ¿Eso siquiera existe? -hablo lo último para sí mismo al ver de qué se trataba el anuncio.
- "El anterior año no participaron porque a Arthur no se lo permitieron… pero ahora creo que sí, ya puedes participar en lo que quieras ¿verdad?" -sonrió un curioso el menor de los gemelos, dirigiendo su mirada al de ojos esmeralda.
- "Yo creo que… con el equipo de futbol y tus notas es suficiente para mantener tu autonomía ¿verdad?"- pregunto Lukas mirando al rubio con su típica expresión monótona. Arthur al verlo soltó un pequeño suspiro, negando con la cabeza.
- "Si quiero mantener mi autonomía debo esforzarme más… pero, no pienso volver a ese lugar, nunca más en mi vida"- un escalofrió recorrió su espalda al pensar en el pasado, al verse a sí mismo en esa habitación pequeña compartida por 3 otros niños, encogido en la esquina del cuarto y cubriendo con sus manos su cuerpo del dolor inevitable que eraba a punto de venir al escuchar pasos acercándose. No… definitivamente no volvería nunca más a ese lugar, ni así le obligaran o tuviera que vivir bajo un puente. – "Saben… lo haremos. Participaremos en el concurso de bandas"- termino con una sonrisa. Sus dos amigos lo apoyaron y Feliciano no pudo hacer más que sonreír aún más y abrazar a su hermano.
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Al día siguiente la familia Kirkland, o, ya no tan familia, volvió al laboratorio clínico donde esperaban que la doctora haya podido conseguir información de donde su hijo biológico podría estar. No hacía falta palabras para saber cuan era el estado de animo de la familia, por una parte, la pareja tenía un tinte de desesperación en sus rostros, querían descubrir todo cuanto antes, querían saber quién era su hijo biológico, donde estaba, que tipo de persona era, como era la familia que lo había criado, ¿estaba bien? Todas esas preguntas pasaban por la mente de ambos adultos mientras a su lado un joven adolecente rubio de ojos azules deseaba nunca haber insistido tanto en el tema, y también… la curiosidad lo llenaba. ¿Quién era su verdadera madre, y su padre? ¿Cómo era su familia? Quería saberlo, pero al mismo tiempo tenía miedo.
Dentro de poco tiempo la mujer castaña en bata blanca entro al lugar, saludando con una leve reverencia a los presentes que al verla se levantaron instintivamente, queriendo bombardearla con preguntas.
- ¿Tienen alguna información de nuestro hijo biológico? – el primero en hablar fue el pelirrojo, yendo directamente al grano como casi nunca lo hacía a menos de que este en una situación desesperada, y esta sí que era una situación desesperada. La doctora soltó un pequeño suspiro, Alfred lo noto tensándose, eso no significaba nada bueno, sus padres también lo notaron.
-Me temo que la información es muy poca- admitió la mujer con algo de tristeza y decepción. -Se ha investigado y la única familia compatible son los Jones, lo malo es que se tiene muy poca información de ellos- puso la carpeta que llevaba en la mesa del lugar, sentándose frente a las 3 personas que la miraban en busca de explicaciones.
- ¿Sabe dónde están ellos? ¿Por qué no hay información? -pregunto su mama, se notaba preocupada, y, por una parte, él también lo estaba, ¿Qué no había información de su familia biológica? Eso debía ser una broma…
-La madre, Emily Jones fue reportada muerta hace 10 años y el padre… no hay información alguna sobre él, está desaparecido- informo señalando los documentos que había conseguido. Alfred trago saliva sintiendo de repente una sensación amarga de vacío en su interior… entonces… sus padres… Volteo a ver a las personas que lo habían criado, su mama tenía una mano en su boca y su papa sostenía su otra mano con fuerza.
- ¿Y-y él bebe? ¿Dónde está? No puede estar…- su voz se escuchaba desesperada y quebrada ante la sola idea. Alfred la miro de reojo, sus ojos estaban humedecidos.
-No, él está vivo. Pero es huérfano. Debido a la muerte de su madre y la desaparición de su padre fue llevado a un orfanato, no había ningún familiar que lo cuidara… - intento explicar lo más simple y sencillo posible la mujer. -Sin embargo…Hay muy pocos huérfanos que siguen estando en el orfanato a los 16 años, por lo general apenas cumplen los 16 muchos van a trabajar y hacen su vida afuera, el gobierno los sustenta, les da un hogar y en casos especiales, educación…
- ¿Dónde está el? ¿Sigue…? – interrumpió con preocupación en su voz, su corazón dio un vuelco al escuchar cual era la situación de su hijo… su hijo biológico. Quería saber más sobre él, hacer algo.
-El ya no está en un orfanato, hasta lo que se sabe, el estado le da una vivienda y trabajo- intento de todas las formas posibles apaciguar la preocupación notable en la cara de ambos adultos, hablando con voz suave pero rápida.
- ¿Entonces él trabaja? ¿a los 16? -casi grito el pelirrojo, sin poder creer tremenda barbaridad. Un chico de apenas 16 viviendo solo y trabajando en vez de solo dedicarse a lo que un chico de su edad debería hacer para tener un buen futuro.
- ¿Podemos tomar su tutela? -pregunto rápidamente la mujer de cabellos dorados cuando esa posibilidad vino a su mente, si era huérfano, entonces podrían adoptarlo ¿verdad?
-Mama- recibió un reproche de parte de Alfred, contrario al asentimiento en señal de apoyo de su esposo. La doctora los observo durante un momento antes de soltar un pequeño suspiro.
-El proceso de adopción de mayores de 16 años es muy complicado, sobre todo porque muchos ya no quieren ser adoptados- explico con sus ojos fijos en la familia frente a ella- a esa edad ya son considerados adultos independientes, pero el gobierno está aún a cargo de ellos…
-Pero es nuestro hijo biológico- reclamo el hombre pelirrojo sintiendo impotencia en su interior, especialmente al escuchar la última frase de la mujer frente a ellos.
-Aun así, si él no quiere… no se puede hacer nada…
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- ¡Arthur! - se escuchó el grito de un italiano entrando a la cocina y caminando dirección a la bodega de alimentos donde sabía que su amigo estaba- Arthur- volvió a gritar al abrir la puerta, viendo al rubio de espaldas, organizando la sección de especias distraído- Oye- lo llamo cruzándose de brazos, sin obtener respuesta alguna, tal vez no tenía esos malditos aparatos puestos que no lo escuchaba el muy maldito. Con enojo se acercó hasta topar su hombro, sintiéndolo dar un saltito y girarse al instante con una evidente pregunta en su rostro. -Arthur, alguien pregunta por ti- hablo al mismo tiempo que movía sus manos para que su amigo lo entendiera, si, no los llevaba puestos esos malditos aparatos del demonio que eran tan útiles e indispensables. -En verdad deberías usar tus auriculares en el trabajo- dijo rodando los ojos.
- "Se acabaron las pilas… ya casi no funcionan"-hizo una mueca frustrada mientras movía sus manos como medio de comunicación.
-Pues compra unas nuevas- era una solución evidente ¿no?
- "Son muy caras… además no es necesario"- negó al final con la cabeza, soltando un pequeño suspiro cansado.
-Sí si alguien paso 5 malditos minutos llamándote- se quejó frunciendo el ceño fastidiado, vio al inglés mover su mano en puño sobre su pecho en círculos y suspiro, aceptando sus disculpas -Agh, alguien te buscaba afuera… vamos, dijeron que era algo personal- comenzó a caminar fuera de la bodega a lado del rubio, quien apoyo su dedo pulgar en su quijada y movió su dedo índice en una X dos veces, el italiano al verlo entendió la pregunta y salió de la cocina, señalando a las 3 personas sentadas en una de las mesas, esperándolo -Son ellos- contesto discretamente para no llamar la atención de los visitantes.
-Háblame normalmente frente a ellos ¿ok? - pidió hablando por primera vez en el día, aclarándose un poco la garganta y quitándose su uniforme del trabajo junto a la gorra roja que llevaba puesta como todos los empleados del lugar ese día.
-Está bien- rodo los ojos accediendo, sabía que Arthur odiaba que la gente a su alrededor se enterara de su "pequeño" problema, especialmente si eran "oyentes". El rubio salió rumbo a la mesa donde estaban las personas que lo esperaban con algo de cansancio, no sabía ni quienes eran no porque estaban allí. Miro desconfiado al chico de ojos azules y lentes ahí, una vez ya le había sucedido que un mocoso mimado como parecía ser ese chico lo había acusado a sus padres de que le había golpeado cuando ni siquiera lo había conocido. Fue todo un problema el que le hicieron y después lo dejaron en paz advirtiéndole que no se volviera a acercar a su mocoso, eso lo cumpliría de seguro…
-Buenas tardes, mi nombre es Arthur, un placer- se presentó al estar frente a la mesa, haciendo una ligera reverencia a las personas frente a él, con respeto digno de un caballero como siempre decía ser. En ese momento se había esperado de todo tipo de respuesta y queja de parte de alguno, menos las palabras que salieron de la boca de la única mujer allí.
- ¿Está bien si vamos a tomar una taza de té?
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10 minutos después los cuatro estaban en una pequeña cafetería cercana al restaurante italiano donde trabajaba, 3 tazas de humeante té y una de café servidas sobre la mesa en un silencio un tanto incomodo en el ambiente.
-Gracias por la invitación- intento formar una pequeña sonrisa pese a lo bizarra que le parecía esa situación. Estaba con 3 personas completamente desconocidas que lo habían invitado a tomar té y lo animaron a pedir cualquier otra cosa que quisiera, aunque obviamente, rechazo la propuesta y se conformó con una taza de té con leche simple.
-Es un placer- contesto la mujer mirándolo de pies a cabeza disimuladamente, aunque obviamente había sentido las miradas examinadoras de los dos adultos y la de desprecio del de ojos azules frente a él.
-Disculpa por ser descorteses, no nos hemos presentado- intento romper la tensión el hombre de cabellos pelirrojos, esbozando una ligera sonrisa -yo soy William Kirkland- se presentó de manera cortés
-Yo soy Sara, y él es mi hijo Alfred- señalo la mujer al chico de lentes que parecía querer irse de allí lo más rápido posible mientras miraba a cualquier otro lado del lugar.
-Hi…- saludo en un suspiro el estadounidense, mirando por unos breves segundos al chico frente a ellos. Definitivamente era parecido, no se podía negar que era un Kirkland de sangre.
-Un placer, pero… ¿Cuál es el motivo de esta reunión? -decidió ir al grano, como no muchas veces lo hacía, pero en verdad que era incómodo.
-Primero que nada- empezó la rubia buscando es su cartera un paquete envuelto en colores llamativos, poniéndolo sobre la mesa en frente de la mirada sorprendida y algo atónita de chico- Espero que te guste, no sabíamos muy bien que comprarte, no sabíamos cómo eras ni que te gustaba por lo que elegimos algo sencillo… navidad se acerca así que queríamos comprarte algo bonito para estas épocas- se explicó con algo de nerviosismo.
- ¿P-porque me está dando esto? Yo…- hablo perplejo por lo que estaba sucediendo, ¿y quién no si de repente unos extraños vienen a darte un regalo?
-Pues… hace unos días descubrimos que… pues… es difícil de explicar- termino en un suspiro derrotado la mujer, la situación se le hacía extraña e incómoda. El chico frente a ella mirándola con curiosidad era su hijo… su hijo biológico. El pelirrojo al ver el nerviosismo de su mujer lo comprendió, ese chico era idéntico a ella, como su versión masculina, pero con el cabello rebelde como el suyo, era hermoso.
-Nosotros… queremos tomar tu tutela definitivamente, volverte parte de la familia, como debió haber sido desde el principio- soltó con rapidez, Arthur apenas avanzo a leer sus labios. Había captado poco del mensaje ¿Tutela definitiva? ¿Familia?
- ¿What? -pregunto sin comprender, mirando a los dos adultos en busca de una explicación.
-Somos tus padres biológicos- declaro la mujer con voz decidida. Arthur se quedó en shock, definitivamente el día más loco de su vida.
-Como siempre para nada delicados con las noticias…-dijo entre dientes Alfred, rodando los ojos.
-No entiendo…- soltó en murmuro, aun sin salir de su estado de sorpresa.
-Sé que es algo difícil de asimilar, pero cuando naciste, el hospital cometió un error y confundieron a los bebes- intento explicar la mujer de la manera más fácil que podía, angustiada por la expresión que tenía el chico frente a ellos en esos momentos.
-Eso significa que tus padres eran mis padres en realidad… si es que no lo entendiste- soltó con una burla amarga el de ojos azules, Arthur lo miro y soltó un suspiro.
-Sí que es algo difícil de asimilar- mascullo confundido. Su cabeza estaba empezando a doler, sentía que había sido un error aceptar el salir con ellos. Lo único que quería hacer ahora era olvidar todo lo que le habían dicho- Discúlpenme, debo volver al trabajo- se levantó de golpe, disculpándose por el ruido causado por la silla al moverse.
-Arthur, honey, por favor- intento detenerlo la mujer que suponía, por lo que habían dicho, era su madre. Eso era simplemente una locura, una mala broma.
-Sorry, tengo trabajo que hacer- se disculpó antes de salir de allí a paso rápido, dejando el regalo sobre la mesa. Los dos esposos intentaron llamarlo, pero ya se estaba yendo, dándoles la espalda. No podía escuchar nada, y en ese momento tampoco quería hacerlo. Vaya forma de comenzar el invierno ¿no?
