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Escrito para el "Amigo Invisible navideño 2016-2017" del foro "La Noble y Ancestral Casa de los Black"
Querida kisses; no te mentiré, me aterrorizaron tus peticiones desde el primer momento. Pero antes si quiera de plantearme rendirme, me hicieron ver que esa tercera petición (la más dificil encima) podía ser algo bueno. Y que si nunca había escrito de Dennis y menos aún de Verity o Angelina, no pasaba nada.
Que probar algo nuevo es emocionante.
Así que aquí estoy. Este fic no va a tener un gran objetivo ni una complejidad demasiado pensada, porque simplemente no le pega. Sólo espero que te guste, y que sientas por los personajes las maravillas que me estás haciendo sentir gracias a ti. Para ti, sí, pero por ti también.
(Ya paro el melodrama ya)
Un besote
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ooOOoo
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—¿Quieres una galleta?
Dennis observó el dulce, dorado y con una especie de fruta confitada en el centro. George tenía unas tres en la boca y sacudía otra entre sus dedos como si fuera un sonajero.
—Gracias —Era un tanto porosa al tacto y le dejaba una leve sensación de dentera en las yemas de los dedos. Ni muy agradable, ni muy desagradable. Sopesó la galleta unos instantes y acabó por darle un mordisco.
Era mucho más seca de lo que imaginaba.
George Weasley no había dejado de observarle, y cabeceaba al unísono con cada mordisco. Cuando al fin tragó sonríó, y le acercó el bol repleto de más dulces. Dennis intentó no echarse a llorar y, con una sonrisa cortés, cogió otra.
—Dennis Creevey, dieciocho años, ¿no?
—Sí.
—O sea que acabas de acabar tus estudios en Hogwarts.
—Sí, señor.
—No me llames señor, por amor de Merlín —Dennis se encogió con una sonrisa—. Me hace sentir muy viejo... Y muy peludo, por alguna extraña razón. En fin, ¿por qué quieres trabajar en una tienda ahora? ¿No te atrae ninguna otra opción más, no sé, importante? Sé que el ministerio está corto de funcionarios.
—Sí, pero no soporto la idea de pasarme la vida en un despacho. Y tampoco creo que valiera para el mundo burocrático.
George dejó escapar una risita.
—Ya, yo tampoco creo que valga mucha gente para eso. En el fondo los admiro y todo... Pero solo un poquito —concedió, sacudiendo una mano llena de miga de galleta—. En fin, Creevey, Creevey...¿El hermano de Colin? —Dennis asintió, sin dejar de mirarle. Ambos guardaron silencio.
George apenas se inmutó; y Dennis no supo si lo que le ponía nervioso era que no dijera nada o que lo dijera. Un "lo siento", por ejemplo; o algo más negro como "¡Mira tenemos algo en común! ¿No es maravilloso?". Pero no, nada. Asintió una última vez y se levantó. Una vez se hubo limpiado las manos con la servilleta le ofreció una.
Dennis observó los dedos, largos, con pecas y asombrosamente estilizados, entonces se levantó también.
—Bienvenido a bordo —dijo George Weasley con una amplia sonrisa—. No hay muchas vacaciones y el seguro podría incluir unas cuantas cosas más, pero no es mal trabajo. Puedes instalarte arriba si quieres, tenemos varios cuartos vacios y Verity estará encantada de tener a alguien más con quien ponerme verde.
Ambos se estrecharon las manos y Dennis sonrió. No, no creía que fuera un mal trabajo.
ooOOoo
—Es importante que les recuerdes las instrucciones a los clientes, muchos niños lo utilizan sin cuidado y luego sufren las consecuencias. Si me pides mi opinión, no me gusta nada este producto —la voz de Verity apenas se podía escuchar entre el murmullo de la gente, pero Dennis puso todo su empeño. Le daba un poco de vergüenza pedirle que se lo repita otra vez, ya iban dos—. ¿Lo has entendido?
Dennis se paralizó unos instantes. Dudó un poco. Pero acabó por asentir enérgicamente.
Ojalá no fuera de vida o muerte.
—Supongo que sabrás que es uno de nuestros productos estrella —concedió enarbolando una cajita de "Surtidor saltaclases" —. Los niños no saben que deben tomarse el antídoto de algunos si no quieren pasarlo realmente mal.
—Ah, sí. Yo usé el que te hacía sangrar la nariz una vez —Verity suspiró, divertida—. ¡Oh, no pienses mal! Solo fue para saltarme un partido de quidditch. Mis compañeros no entendían que no me pudiera gustar ese condenado deporte.
—Vaya. Pobrecito. Bueno, no se lo vayas a decir a George; no sé cómo se lo tomaría.
—Menos mal que no me lo preguntó en la entrevista —susurró, sonriente.
Verity se volvió unos momentos hacia él. Tenía el pelo rubio, muy rubio, casi blanco, recogido en una especia de rejilla con adornos de champiñones. Era un poco más alta que él, y lo malo es que ella lo sabía. Le ajustó un poco la pajarita, bastante estrambótica y demasiado grande, que George le había obligado a llevar. Verity ya le había dicho que no era más que una broma para ponerle a prueba, y que a ella le hicieron llevar un bigote de hitler durante una semana entera.
—Ale, muy guapo. Ve a relevarme en la caja, ¿quieres? Tengo que reponer más de estos surtidos crea-delincuentes.
Dennis cabeceó afirmativamente y la observó marcharse unos momentos; realmente se movía como si conociera la tienda desde hace años. Llegó a preguntarse cuántos años serían; tendría que acudir a ella para saberlo. Puede que esa misma tarde, en el descanso.
Si se acordaba.
Su camino a la caja quedó algo interrumpido por un cliente en busca de una pluma que escribiera al revés y un pergamino invisible, por una chica que entre tartamudeos nerviosos le había preguntado por caramelos de la verdad y por una señora, ya entrada en años, que había debido comprarle su peso en filtro de amor.
Deberían regular la venta de ese tipo de cosas. Por lo menos ella se había ido la mar de contenta.
—¿Cómo te va, Dennis?
A punto estuvo de pillarse los dedos con la endiablada caja registradora, pero supo disimularlo.
—Buenos días, Angelina. Bien, de momento bien. Verity ya me ha puesto en vereda —Dennis juró haberla visto torcer la sonrisa por unos instantes—. ¿Te ocurre algo?
—¿Mm? Ah, no, tranquilo. Últimamente no duermo mucho.
—Vaya, ¿has probado a tomarte una infusión?
—Todas las de el mercado muggle y todos los potingues mágicos —bufó, hastiada. Llevaba un jersey verde de aspecto suave y estaba muy guapa, aún y con ojeras—. George ha insistido en que me quede aquí a dormir para que pueda cuidarme. Bueno, no pierdo nada por intentarlo.
A Dennis siempre le habían dicho; bueno, más bien su hermano le había dicho, que Angelina Johnson estaba enamoradísima de Fred Weasley. La primera vez que la vio aparecer por la tienda se sorprendió, pero más aún cuando se quedó a cenar y después se fue directa con George a su dormitorio. Ni se le pasó por la cabeza llegar a juzgarla, claro, cada cual afronta su vida como quiere y puede. Y de todas maneras, no era quién para opinar sobre la vida amorosa de los demás.
Y menos con lo pobre que había sido la suya.
—Espero que te funcione, Angelina. Lo menos que necesitamos ahora es que enfermes, ¿eh?
Ella sonrió, y discretamente se llevó las manos a su vientre. Dennis sabía, que no había que ser muy listo para darse cuenta de por qué le costaba tanto dormir, por qué comía tanto de pronto y por qué le solía doler todo el cuerpo. Observó su vientre también, y lo abultado que últimamente comenzaba a estar. Cuando ascendió la mirada y se encontró con la de Angelina tuvo que apartarla, avergonzado.
—Perdón, no es de mi incumbencia
Pero ella sólo le cogió la mano y la abrigó entre las suyas. Cerró los ojos unos instantes, inspiró y volvió a abrirlos.
—¿Tú quieres tener hijos, Dennis?
La pregunta le pilló algo desprevenido. Carraspeó. Un cliente llegó a la caja y tuvo que soltarse de Angelina para atenderle. Ella aún permaneció unos instantes a su lado, sonrió y se marchó tan silenciosamente como había aparecido.
A Dennis no se le escapó que se cruzó con Verity en el camino hacia los apartamentos de arriba, ni que ambas se saludaron con la más gélida de las indiferencias.
—¿Me lo cobras o qué, chico? —gruñó el cliente, cargado hasta las trancas de paquetes. Dennis asintió, la caja emitió su metálico sonidito y sacó dos bolsas de papel.
—5 galeones y 6 sickles, por favor.
Afuera comenzaba a caer una especie de agua nieve, los clientes se arremolinaban, bastante satisfechos, alrededor de las tiendas y las luces brillaban por el callejón. Dennis guardó el dinero en la caja y le devolvió el recibo con las vueltas.
Angelina ya desaparecía tras la puerta que seguramente le conduciría a George.
Verity intentaba sonreír a los clientes, pero parecía la persona más triste del mundo.
Él seguía cobrando a los clientes. Se acercaba la navidad.
