Alborada
Ella era el sol que se levantaba en la mañana. Cálida y luminosa brillaba en medio del cielo, deslumbrando a todo aquel que levantaba los ojos hacia su hermoso rostro. Sus encantos podían hechizar el corazón más duro y así lo habían hecho con el suyo. El corazón de un quincy, la irrompible voluntad de hierro de la cual se enorgullecía, aquella carcaza falsa que ella había logrado penetrar con una simple sonrisa.
Ishida corrió los mechones de pelo naranja de la cara de la chica y la miró fijamente. Orihime era la mujer más hermosa de aquella tierra, y lo más gracioso era que nunca se lo creería. El quincy besó su mejilla húmeda y la estrechó entre los brazos para quitarle el dolor interior y desahogar sus deseos con aquel cuerpo entre sus brazos.
Ella sollozaba nerviosa sin saber bien como actuar, era normal. Toda desilusión amorosa creaba aquella sensación de vacío, él lo había sentido en carne propia, con ella. No quería que ella se sintiese de la misma manera, así ella le hubiera causado el mismo dolor. La quería demasiado y la protegería contra todo.
Porque había algo que él había olvidado. Que por más fuerte que fuera, nunca podría alcanzar el sol sin quemarse en el intento.
